Raye Morgan - Dulce Atracción

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Lisa buscaba a un hombre hogareño y que fuera un buen padre en potencia y sabía que a los playboys como Carson James tenía que evitarlos a toda costa.
El sólo tenía que mirar a una mujer para que ésta se derritiera, pero lo último que deseaba era formar una familia. Estaba dispuesto para el amor, sí, pero ¿serían los encantos de Lisa suficientes como para hacerlo desear un matrimonio… e hijos?

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Ella sonrió, y las lágrimas cayeron por sus mejillas. De modo que ella era igual que su madre, al fin y al cabo. No le había servido de mucho. Había logrado transformar a un vividor en un hombre preocupado y consciente, pero no había logrado quitarle su necesidad de vagar de un sitio a otro.

– Te quiero, Carson -dijo ella en un murmullo.

El contestó con un beso, y entonces Lisa se dio cuenta de que él nunca le había dicho a ella esas mismas palabras. Y que ya nunca lo haría.

Capítulo 10

Carson llevaba una semana fuera cuando Michi Ann apareció por fin a recoger su gato. Un buen día, Lisa abrió la puerta principal y allí estaba ella.

– Hola -dijo la niña mirándola con solemnidad-. La tía Jan me ha dicho que usted tiene a Jake. Gracias por cuidar de él. ¿Puedo llevármelo, por favor?

– Bueno, eso depende -señaló Lisa sonriendo-. Ha sucedido algo mientras tú no estabas. Será mejor que vengas a ver.

Condujo a Michi a través de la casa hasta el lugar donde había instalado a Jake, y descorrió la cortina. Allí estaba el gran gato amarillo tendido sobre un cojín, y con seis diminutos gatitos alrededor de él… bueno, de ella.

– Por fin -dijo Michi Ann muy feliz, cruzando las manos sobre el pecho.

Lisa arqueó las cejas.

– ¿Sabías que era una gata?

– Claro -dijo la niña-. Jake es la abreviación de Jacqueline.

Claro. La cosa más natural del mundo, pensó Lisa.

– Entonces, ¿por qué siempre dices "él"?

– No sé -dijo la niña encogiéndose de hombros-. Porque era lo que decía todo el mundo. Nunca pensé en ello.

Lisa rió.

– Bueno -y acarició los cabellos de la pequeña-, si quieres llevártelos a todos vas a necesitar una caja, o algo así.

Michi frunció el ceño y luego sonrió.

– Tengo un cochecito en el coche. La tía Jan acaba de comprármelo en una tienda de cosas de segunda mano. Será perfecto.

Salió corriendo para traer su nuevo juguete, y volvió con un cochecito de muñecas con una almohada rosada en el interior y una tarjeta amarillenta donde se leía "bebé a bordo". Lisa lo miró sin creer lo que veían sus ojos, y luego se echó a reír.

– No puedo creerlo -murmuró, pero cuando pensaba en ello se daba cuenta de que era perfectamente lógico. Después de todos los días que había pasado aquel carrito frente a su casa, le alegraba saber que por fin iba a tener un hogar. Y la verdad era que resultaba útil para llevar a un gran gato y a seis diminutos gatitos en su interior.

Dijo adiós a Michi Ann desde la puerta de la casa y luego entró de nuevo. Estaba viviendo todos aquellos días como entre sueños, completamente centrada en el milagro de la gestación que estaba teniendo lugar dentro de ella. Carson se había ido. Tendría que olvidarlo. Pero tenía al bebé. Y a medida que pasaban los días, aquel bebé le parecía cada vez más importante.

Había esperado que Carson le escribiera, o quizá incluso que la llamara. Pero no había sabido nada de él, y a medida que pasaba el tiempo, había llegado a aceptar esta situación. Le rompía el corazón, pero lo mejor era cortar por lo sano.

Pasaba mucho tiempo caminando por la playa. Le habían dicho que era un buen ejercicio. Y le daba mucho tiempo para pensar. Y tiempo para hablar con la nueva vida que llevaba en su interior.

El bebé estaba creciendo. Su vientre estaba empezando a sobresalir. La mayor parte del tiempo estaba con una mano sobre su vientre, como esperando a que algo sucediera allí, no sabía muy bien qué. Y además, hablaba mucho con el bebé.

Había cambiado desde su llegada a San Feliz. Se había enamorado. Se había quedado embarazada. Había salvado el negocio familiar. Lo cierto era que había sido un buen año.

O por lo menos, así era como ella intentaba verlo. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Intentó no pensar en Carson. Siempre sería el padre de su bebé, pero de ahora en adelante sólo sería una parte de su pasado. Y cuanto antes aprendiera a aceptar eso, mucho mejor para ella.

Por eso, cuando un par de días más tarde tomó el teléfono y oyó la voz de él, tuvo que luchar con todas sus fuerzas para no romper en sollozos. Carson le habló sobre su padre, de cómo habían estado intentando recuperar el tiempo perdido, intentando conocerse el uno al otro de nuevo.

– Me siento un hombre nuevo -le dijo-. Renacido. Voy a empezar todo de nuevo. Y es todo gracias a ti. Lisa.

Lisa tragó saliva, sin atreverse a contestar.

– Me marcho a Tahití el sábado -dijo él.

Ella siguió en silencio.

– Lisa -dijo él después de unos segundos-. Cambia de idea. Ven conmigo.

– No puedo, Carson -dijo ella por fin-. Lo siento.

El permaneció en silencio tanto rato que Lisa llegó a pensar que había abandonado el teléfono y se había marchado, pero cuando habló por fin su voz parecía casi normal.

– Bueno, escucha, mi vuelo hace una escala en San Francisco a las doce del mediodía, y tengo que estar allí dos horas esperando. ¿Por qué no te acercas y comemos juntos? -luego añadió, con voz ronca-: Me encantaría verte.

Esto era una tortura. Lisa deseaba con todas sus fuerzas correr a él, decirle que sí. Pero no podía. Tenía que ser fuerte.

Por el niño, se dijo poniéndose la mano sobre el vientre. Por el niño.

– ¿El sábado? -preguntó con falsa alegría-. Ay, lo siento, Carson, pero tengo planes para el sábado.

– Podrías si quisieras -dijo él con voz dura.

Ella cerró los ojos.

– Sí -admitió con voz suave-. Carson, estoy intentando hacer lo que es mejor para los dos.

– Por supuesto -dijo él, quedando en silencio de nuevo-. Espero que algún día encuentres a alguien que te merezca de verdad, Lisa -habló sin rastro de ironía-. Eres… eres especial de verdad. Te echo muchísimo de menos.

Las lágrimas corrían de los ojos de Lisa, y tenía un nudo tal en la garganta que le resultaba imposible hablar. Intentó decir su nombre, pero no salió ningún sonido de sus labios.

– Adiós, Lisa. Te quiero.

Luego sonó el "clic" del teléfono al otro lado de la línea. El había colgado. Había dicho que la quería, y luego había colgado.

– ¡Carson! -gritó. Pero él ya no estaba.

Por un momento se sintió desesperada, preguntándose cómo podría encontrar su número para llamarle de nuevo, pero en seguida logró calmarse. No serviría de nada. Había aprendido que el amor no lo arreglaba todo. Sin embargo, se aferró a esa palabra todo el resto de la noche, diciéndose al mismo tiempo lo orgullosa que estaba por no haberlo abandonado todo para ir en pos de él. Era lo mejor que podía hacer. Lo hacía por el bebé.

Ese pensamiento fue lo que la sostuvo durante los días siguientes. Sentía la necesidad de dormir durante horas y horas, como para no pensar en nada. El viernes por la noche, cuando estaba en la cama, a punto de quedarse dormida de nuevo, sintió que algo se movía en su interior.

Se puso ambas manos sobre el vientre y contuvo el aliento. Allí estaba de nuevo. En un principio había notado algo muy suave, como mariposas volando en su interior, pero ahora lo sintió con más fuerza. El bebé se estaba moviendo.

Se sintió llena de una felicidad como jamás la había sentido antes. Se sintió abrumada por la magnitud del milagro que estaba teniendo lugar. Su hijo… el hijo de Carson… era real, estaba allí. Y tenía que compartir con él aquella sensación, aquella felicidad. Tenía que hacerlo.

Se dijo que estaba loca. En el interior de su cabeza comenzó a desarrollarse una discusión feroz mientras se preparaba para salir a San Francisco, pero ella no le hizo el menor caso. Tenía que hacer un último intento. Se lo debía a sí misma. Se lo debía a Carson.

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