Raye Morgan - Dulce Atracción

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Dulce Atracción: краткое содержание, описание и аннотация

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Lisa buscaba a un hombre hogareño y que fuera un buen padre en potencia y sabía que a los playboys como Carson James tenía que evitarlos a toda costa.
El sólo tenía que mirar a una mujer para que ésta se derritiera, pero lo último que deseaba era formar una familia. Estaba dispuesto para el amor, sí, pero ¿serían los encantos de Lisa suficientes como para hacerlo desear un matrimonio… e hijos?

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Ella había levantado los ojos y lo miró.

– Es cierto -le había dicho a Greg de buen humor-. La noche pasada estuvimos casados durante un rato. Pero no duró. La luna de miel fue demasiado apresurada. No aprendimos a conectarnos de la forma que se supone debe hacerlo un matrimonio. Y luego, un poco más tarde, nos divorciamos. De modo que ahora todo mundo está feliz -dijo, volviéndose a mirar al atónito Carson a los ojos-. Carson es como uno de esos leones de aquella película de África. Tiene que ser libre. Como los vientos errantes, él ha nacido para vagar por el mundo. ¿No es así, Carson?

El se había hundido en una silla y les sonrió.

– Sí, eso es más o menos lo que pasó. Ella se ha quedado con la custodia del coche, pero yo tengo derecho de visita los fines de semana. Ahora estoy esperando a ver cuánto me pide de pensión alimenticia.

Lisa había fingido que lo odiaba, pero a Carson no se le había escapado el brillo de humor que había en sus ojos. Eso lo relajó. El resto del día, ella había estado lanzándole indirectas a las que él había contestado en un par de ocasiones, pero por debajo de todo aquello, se daba cuenta de que ella estaba dolida. Y todo lo que él deseaba era encontrar la manera de decirle que lo sentía.

Tomó el teléfono de nuevo y volvió a llamar. Seguía ocupado. En vez de colgar, llamó a la operadora.

– Todos nuestros operadores están ocupados en este momento -dijo la voz grabada-. Por favor, siga en la línea hasta que un operador pueda atenderle… Todos nuestros operadores están ocupados en este momento. Por favor…

Entonces pensó que a lo mejor no era que su teléfono estuviera ocupado, sino que la línea estaba cortada. Colgó con fuerza y saltó del sofá. Tomando su chaqueta se dirigió hacia la puerta. Había una tormenta enorme en aquella zona, y las playas habían sido evacuadas. Tenía que asegurarse de que Lisa estaba a salvo. Si no podía hablar con ella por teléfono, tendría que ir a verla en persona.

Cuando conducía a toda velocidad en dirección a la playa, Carson se sentía cada vez más preocupado. El viento era violentísimo, y empujaba con fuerza su coche. Había ramas por todas partes. El pavimento estaba lleno de objetos caídos. Esta era una tormenta monstruosa.

La lluvia caía con tanta fuerza que apenas podía ver por dónde iba. La mayor parte de las casas que había a lo largo de la playa estaban en sombras, señal de que habían sido evacuadas. Pero en la de Lisa se veía la luz. ¿Significaba eso que todavía seguía allí?

Dejó el coche en la calle y corrió a través de la lluvia hacia la puerta de atrás de la casa.

– ¡Lisa! -gritó con todas sus fuerzas. No hubo respuesta: Corrió alrededor de la casa y entró en el jardín, revisando las ventanas francesas hasta que encontró una abierta y pudo entrar en la casa-. ¡Lisa!

El interior estaba todo iluminado, pero no veía a Lisa por ninguna parte. Si no estaba allí, ¿dónde podría estar?

– ¿Lisa? -preguntó atravesando el salón, el despacho, la cocina, y luego saliendo al pasillo y subiendo escalera arriba-. ¿Lisa?

Entonces vio que una puerta se abría frente a él.

– ¿Carson? -Lisa apareció en la puerta de su dormitorio, vestida con un pijama azul de seda que se ceñía a su cuerpo. Sus cabellos caían despeinados a ambos lados de su rostro como una nube dorada. Estaba descalza-. ¿Qué estas haciendo aquí?

El se apoyó contra la pared en busca de apoyo, en parte por el alivio que sentía al haberla encontrado y en parte por la impresión que le causaba verla así vestida. Después de pasarse todo el día tirándose pullas el uno al otro, después del miedo y la preocupación que había sentido al no poder comunicarse con ella, después de todo eso, se la encontraba así. La seda azul de su pijama moldeaba su cuerpo con toda claridad, sus redondas caderas, su vientre suave y liso, sus pechos llenos y redondos, los pezones claramente marcados a través del tejido. Sintió que los músculos de su abdomen se contraían dolorosamente.

– He venido para sacarte de aquí -dijo cuando logró recuperar el habla, mirando con fiereza los ojos oscuros de ella-. Vamos. No puedes quedarte aquí. Es demasiado peligroso.

Ella sacudió la cabeza.

– No seas tonto. Esta casa lleva aquí casi cien años. Una pequeña tormenta no va a acabar con ella.

Le habría gustado tomarla de la muñeca, echársela al hombro y salir con ella por la puerta.

– Esta tormenta no tiene nada de pequeña. Están cayendo árboles por toda la zona. Tu tejado podría ser el siguiente. El mar puede llegar a tu porche en cualquier momento -dijo señalando en dirección a la puerta-. Toda esta zona ha sido evacuada.

Ella negaba con fuerza, y Carson no pudo evitar contemplar la forma en que sus pechos se movían debajo de la tela sedosa de su pijama. Estaba llegando al límite de su resistencia. Tenía que hacer algo. Tenía que mantener el control.

– Vamos-dijo-. Vamonos.

– Quiero quedarme -insistió ella, con las manos en las caderas-. Esta es mi casa.

¿Era imaginación suya, o era verdad que ella seguía desafiándole? Acercándose a ella, abrió completamente la puerta de la habitación y la hizo volverse por los hombros.

– Ponte algo -le dijo-. Te voy a llevar conmigo.

Lisa reconoció la nota de autoridad que había en su voz, y sus ojos cambiaron. No era propio de ella actuar con testarudez, y no pensaba hacerlo ahora. Si él pensaba de verdad que era tan importante, haría lo que el decía.

– ¿A dónde me llevas? -le preguntó mientras abría un cajón para sacar un suéter y unos vaqueros. Se volvió a mirarlo a los ojos. No le había pasado inadvertida la forma en que Carson había reaccionado ante su pijama. Un estremecimiento de excitación la atravesó. Si iba a pasar la noche con él…

– A mi casa, supongo -dijo él-. A no ser que tengas otro sitio al que prefieras ir.

– No -dijo ella sacudiendo la cabeza-. No. Tu casa es perfecta.

Las miradas de los dos se encontraron, y los dos supieron lo que el otro estaba pensando.

– Rápido -dijo él.

– Sí.

Pero no se movió. Se quedó inmóvil donde estaba, mirándolo con sus grandes ojos oscuros y pidiéndole… Carson sintió un escalofrío. Estaban tan cerca el uno del otro que podía sentir el calor del cuerpo de ella, oler el perfume de sus cabellos. Como si estuviera en estado de trance, y sin saber lo que estaba haciendo, levantó la mano y la tocó, deslizando la mano por debajo de la tela del pijama, apresando uno de sus pechos y acariciando con el dedo el duro pezón. Estaba sin aliento.

Pero a aquellas alturas le resultaba imposible controlar su deseo. El deseo se había apoderado de Carson por completo, se había convertido en él mismo, y todo lo que él era, su cuerpo y su espíritu, no deseaba otra cosa que poseerla allí mismo, sin esperar un instante. Y dejó que su mano se deslizara hacia abajo, sobre su vientre, y luego entre sus piernas.

Ella no hizo el menor movimiento para detenerlo. Un gemido surgió de lo hondo de su garganta, y sus caderas se movieron, aceptándole, mientras al mismo tiempo comenzaba a desabrocharse la parte de arriba del pijama, que en seguida se deslizó de sus hombros y cayó al suelo sin hacer ruido.

Carson contempló sus pechos coronados de rosa, y sintió que había algo fuerte y poderoso que crecía dentro de él. No podía respirar. No podía pensar. Lo único que podía hacer era acercarse a ella, tocarla, acariciarla. Jamás había sentido el tacto de algo tan suave y tan cálido. Pero no podía detenerse a disfrutar de aquellas sensaciones. Había esperado durante demasiado tiempo, y ahora tenía que poseerla inmediatamente. Los dos estaban en la cama, y ninguno de los dos sabía a ciencia cierta cómo habían llegado allí. El se quitó los vaqueros, y cuando se volvió a mirarla, vio que Lisa estaba completamente desnuda. Su piel brillaba como el oro a la luz de la lámpara de la mesita. Carson deslizó la mano sobre su cuerpo, tocando su hombro, su brazo, su pecho, su vientre, deslizándola entre sus muslos hasta sentir su calor, su humedad.

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