Raye Morgan - Dulce Atracción

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Lisa buscaba a un hombre hogareño y que fuera un buen padre en potencia y sabía que a los playboys como Carson James tenía que evitarlos a toda costa.
El sólo tenía que mirar a una mujer para que ésta se derritiera, pero lo último que deseaba era formar una familia. Estaba dispuesto para el amor, sí, pero ¿serían los encantos de Lisa suficientes como para hacerlo desear un matrimonio… e hijos?

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Carson se levantó y recogió sus cosas, y por un momento ella se temió que iba a salir de la habitación sin decirle ni una palabra. Pero se dirigió hacia donde estaba ella, y le murmuró al oído:

– Estás decidida a elevar esa fijación familiar que tienes al nivel del arte, ¿no es así?

Ella lo miró, dispuesta a discutir, pero en ese momento vio una brillante sonrisa en sus ojos.

– A lo mejor logras salirte con la tuya, Lisa Loring -le dijo-. Es una pena que yo no vaya a estar aquí para verlo.

Sin decir una palabra más se volvió y salió de la habitación. Lisa se quedó helada. Se sentía aliviada y desilusionada al mismo tiempo. El no debería marcharse todavía. No debería marcharse ahora, cuando estaba todo en el aire. Sintió un dolor punzante en el pecho.

Carson se dijo que iba a lamentar aquella velada. Sentía un impulso salvaje dentro de él, una necesidad de correr riesgos. Estaba en el patio de Le Cháteau, el mejor restaurante francés de la zona, donde el Rotary Club iba a celebrar su cena anual. Todas las personalidades de la ciudad estaba allí. Gerald Horner, el principal industrial de la ciudad, llevaba un buen rato hablándole acerca del desarrollo económico de la región. Pero sus pensamientos estaban con Lisa, que estaba al lado de la fuente en medio de un grupo de hombres. No podía dejar de mirarla. Ella se la estaba pasando demasiado bien.

¿Por qué seguía él asistiendo a esta clase de actos? En un principio, había comenzado a asistir porque pensaba que podía serle de ayuda a Lisa, que era nueva en la ciudad, y que podría presentarle a gente y ayudarla a entrar en sociedad. Pero por supuesto, su presencia había sido inútil desde un principio. Los hombres se sentían atraídos hacia ella como las mariposas hacia una llama. Ella no le necesitaba.

Miró a Lisa. Estaba riendo de buena gana. Era el momento de formar parejas para entrar en el salón a cenar. Era evidente que ella estaba recibiendo un montón de ofertas en aquel momento, y tenía que decidir quién sería su compañero de mesa. Carson se pasó la mano por los cabellos, intentando apartar la vista de ella. Al fin y al cabo, aquello no era asunto suyo. Que se sentara con quien quisiera. A él le daba lo mismo.

Vació el vaso que tenía en la mano e hizo una mueca. ¿A quién estaba intentando engañar? Si le diera lo mismo no estaría allí. Le importaba, por supuesto que le importaba. Quería estar con ella. De modo que lo mejor sería hacer algo al respecto.

En aquel momento, ella levantó la mano para recoger un mechón de pelo, y el anillo de oro brilló en su dedo.

"Eureka", murmuró Carson para sus adentros. Sonriendo para sí, se metió la mano en el bolsillo, y allí estaba su propio anillo. Se lo puso en el dedo, murmuró una excusa en dirección a Gerald y echó a caminar hacia Lisa.

Cuando se acercaba en dirección al grupo, Lisa levantó la vista y le miró. Su cabellera rubio platino rodeaba su rostro como un halo. Llevaba un vestido muy femenino, con un ceñido escote que levantaba suavemente la forma redondeada de sus senos. Algo en el interior de Carson respondió ante la presencia de Lisa con una sensación parecida al dolor. Tuvo que tragar saliva antes de poder hablar.

– Perdónenme, caballeros -dijo por fin, sonriendo a todo el mundo educadamente, intentando aparentar una confianza en sí mismo que estaba lejos de sentir-. Me temo que voy a tener que hacer valer mis derechos…

– Ah, ¿sí? -dijo Andy Douglas, acercándose a Lisa-. ¿Qué clase de derechos?

Carson tomó la mano de Lisa con la suya. Los dos anillos brillaron a la luz.

– Lamento mucho desilusionarlos, muchachos, pero Lisa y yo nos hemos casado esta tarde. Estoy seguro de que comprenderán que nos apetece estar un poco a solas.

– ¿Qué? -dijo Andy Douglas. Por un momento, pareció como si estuviera dispuesto a desafiar a Carson a un duelo con pistola, pero alguien le sostuvo desde atrás.

– ¿Qué? -dijo a su vez Lisa. Pero nadie notó su reacción y Carson y ella se alejaron del grupo en dirección al comedor.

– ¿Por qué lo has hecho? -le preguntó, mientras él la llevaba a una mesa para dos situada en un rincón apartado detrás de unas plantas, lejos de las grandes mesas colectivas del centro. No estaba segura de reír o llorar. ¿Pensaba Carson que aquella era una broma divertida, o era que había bebido demasiado?-. Seguro que algunos de ellos se lo han creído.

– Tenía que hacerlo -dijo él, ayudándola a sentarse con galantería burlona-. Era por tu propio bien.

Lisa dudó un instante. Lo que debería hacer era darle un grito y luego volver a reunirse con aquel grupo de hombres qué tantas atenciones estaban teniendo con ella. Le divertía que se pelearan por ella, y Carson no tenía ningún derecho a actuar de aquel modo.

Sin embargo, lo cierto era que Carson era el único hombre con el que deseaba estar. De manera que se sentó por fin, aunque muy seria, como para darle a entender que ella no era una marioneta.

– Y ahora explícame cómo es eso de que me has raptado por mi propio bien.

– Bueno -dijo él sentándose frente a ella-. Me estaba resultando un poco desagradable ver cómo repartías tus favores como una especie de Scarlett O'Hara. No podía permitir que lo hicieras.

Ella le miró, sin saber a ciencia cierta cuáles eran sus propios sentimientos.

– Estás celoso -dijo con voz suave.

Los ojos de él brillaron.

– Totalmente cierto -dijo.

Lisa no podía creer lo que oía. Seguramente era una broma, pero él parecía decirlo en serio. Y si hablaba en serio, entonces ella debería estar enfadada.

– Vamos a aclarar esto -dijo entonces-. Tú no quieres nada conmigo, pero tampoco quieres que nadie se me acerque.

El la miró sorprendido.

– ¿Quién ha dicho que yo no quiero nada contigo?

– Tú mismo. Con todas y cada una de tus palabras y tus acciones. Me lo has dicho de todas las maneras posibles.

El se puso a jugar con los cubiertos, evitando los ojos de Lisa.

– De acuerdo. Es cierto que no quiero nada serio. Pero eso no significa que quiera que otros hombres se interesen por ti.

– ¿Cómo? -dijo Lisa indignada.

La miró con ojos inocentes. Sabía que lo que decía era absurdo, pero no encontraba una manera mejor de explicar lo que sentía.

– Mientras yo esté por aquí -dijo-, no quiero ver a otros hombres alrededor de ti.

Lisa sintió que empezaba a llenarse de rabia.

– Menos mal que te vas a marchar pronto -declaró ella.

– Ah, sí -dijo él-. Quería hablarte de eso.

– ¿Cómo?

De pronto, el corazón de Lisa corría a toda velocidad. A pesar de que no le gustaron en absoluto sus métodos, lo cierto era que no se sentía inmune a los encantos de Carson. Si él había cambiado de idea sobre lo de marcharse…

– Voy a retrasar mi viaje a Tahití un par de semanas. Creo que con este nuevo plan tuyo vas a estar muy liada, y yo debería estar por aquí para ayudarte a sacarlo adelante. De modo que… ¿qué piensas?

Lisa abrió su servilleta con todo cuidado y se la puso sobre las rodillas.

– Bueno, pienso que probablemente podría arreglármelas sin ti -dijo mirándolo e intentando aparecer indiferente-. Pero la verdad es que si tú estás, será mucho más divertido.

– Bien -dijo él, tomando la mano de Lisa por encima de la mesa-. Tengo muchas ganas de que Loring's tenga éxito, y no simplemente porque sea un trabajo que me han asignado, sino porque… porque tú me importas.

Ella sonrió. Sintió de nuevo la antigua tentación de intentar cambiarlo.

No. Aquel hombre no era para ella, y tendría que ir haciéndose a la idea, se dijo mentalmente. Su viaje a Tahití había sido pospuesto, no cancelado. Sin embargo, podía disfrutar de él el tiempo que estuviera. Dando un sorbo a su copa de vino, se sonrió para sus adentros. ¿Por qué no?

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