Raye Morgan - Dulce Atracción

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Lisa buscaba a un hombre hogareño y que fuera un buen padre en potencia y sabía que a los playboys como Carson James tenía que evitarlos a toda costa.
El sólo tenía que mirar a una mujer para que ésta se derritiera, pero lo último que deseaba era formar una familia. Estaba dispuesto para el amor, sí, pero ¿serían los encantos de Lisa suficientes como para hacerlo desear un matrimonio… e hijos?

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– Nos están mirando todos -dijo entonces, acercándose hacia él-. ¿Por qué no me besas?

Lo observó con atención, preguntándose cuál sería su reacción. Era imposible saber lo que pasaba detrás de aquellos ojos azules. Acababa de decir que ella le importaba. Había dicho que estaba celoso. De modo que, ¿por qué no se decidía?

Moviéndose lentamente, Carson puso la mano en el cuello de Lisa y la acercó hacia él, evitando sus ojos y fijando la vista en sus húmedos labios. Se detuvo un instante antes que los labios de ambos entrarán en contacto. Este beso tenía que ser ligero, afectuoso, nada más. No podía dejar que ella notara lo mucho que la deseaba.

Entonces la besó. Fue un beso muy breve. No contestaba a ninguna pregunta, y dejó a Lisa deseando más, mucho más.

Ella se apartó y rió nerviosamente. Carson se recostó en la silla y miró a lo lejos.

Lisa se sentía intrigada y desilusionada. Jamás había conocido a un hombre que supiera ocultar mejor sus emociones. O a lo mejor era que no lo había interpretado correctamente.

Comenzó a hablar de un tema, y poco a poco los dos se embarcaron en una conversación casual. Lisa se sintió aliviada. Todo iba a ir bien.

La cena fue mejor de lo habitual en esa clase de celebraciones, y los dos la pasaron bien, hablando y riendo a pesar de la cierta tensión que se había creado entre ambos después del beso. Los otros parecían haber creído la historia de su matrimonio. Los dos permanecieron aislados el resto de la velada. Lisa pensó que le costaría tiempo volver a rehacer todas aquellas amistades, pero en aquel momento no le importaba nada. Cuanto más tiempo pasaba con Carson más convencida se sentía que era con él con quien deseaba estar.

Le invitó a su casa a tomar una copa, y él dijo que prefería que dieran un paseo por la playa. La siguió a casa en su propio coche. La noche era fría, y había un poco de niebla. Ella se quitó los zapatos y se ciñó bien el abrigo, y echó a caminar al lado de Carson. Por alguna razón, ninguno de los dos tenía nada que decir, de modo que caminaron en silencio.

– He oído que se acerca una tormenta -dijo él por fin, deteniéndose a mirar entre la niebla, en dirección a las olas.

– Yo la siento acercarse -dijo ella-. ¿La sientes tú?

El se volvió a mirarla e hizo un ligero movimiento de impaciencia.

– Tú sientes demasiadas cosas -señaló en broma-. Ya está bien.

Lisa le miró. El viento del océano agitaba sus cabellos. Pensó que lo qué en realidad le estaba pidiendo era que siguiera fingiendo que en realidad ninguno de los dos significaba nada para el otro.

– Yo quiero sentir -le dijo-. Sentir significa estar vivo. Las emociones son lo más real de la vida, y yo quiero experimentarlas todas. Quiero reír de verdad. Quiero llorar de verdad -dijo levantando la barbilla y mirándolo con aire desafiante-. Y cuando me besan, quiero que me besen de verdad.

El se dio la vuelta, tomó un guijarro del suelo y lo lanzó en dirección a las olas.

– Lo siento si mi beso no fue suficiente para ti -repuso fríamente, sin dejar de mirar las olas-. No me había dado cuenta de que fueras una exhibicionista. Pensaba que alguien como tú no querría hacer una escena un poco embarazosa en público.

– ¿Una escena embarazosa? -preguntó tomándolo por las solapas de la chaqueta y obligándolo a que la mirara-. Ahora no estamos en público, Carson.

El tomó el rostro de Lisa en sus manos.

– No, Lisa -dijo-. No empieces algo que luego los dos lamentaremos.

Ella deslizó sus manos por dentro de su chaqueta y las apoyó sobre su pecho. Le sorprendió el calor de su cuerpo en comparación con el aire helado del mar.

– Yo no tengo miedo -dijo ella-. ¿Por qué lo tienes tú?

El calor de las manos de Lisa le llegaba a través de la fina camisa como si fuera fuego líquido.

– Lisa -habló con voz ronca-. Te juro por Dios que…

– No -dijo ella con firmeza-. No jures. No pienses. Bésame. Bésame como se debe.

– Lisa…

Ella deslizó las manos en su cabello, intentando obligarlo a que se acercara a ella. El mantuvo la cabeza erguida y cerró los ojos, y entonces Lisa apoyó los labios sobre su cuello. Sintió la forma en que él se estremecía. Luego los brazos de Carson la rodearon y su boca se unió a la de ella, y ella se encontró dando vueltas entre las olas de nuevo.

Carson la besó con vehemencia, pero asustado al pensar en lo que podía pasar, decidió mantener el control a toda costa y sin saber cuánto tendría que luchar para lograrlo. La boca de ella sabía bien, era dulce y suave, cálida y sensible. El olor de almizcle de su piel le hacía desear entrar en contacto con ella, sentirla desnuda contra su piel. Deslizando sus manos sobre el cuerpo de Lisa, la estrechó contra sus caderas.

¿Era la voz de ella aquello que había oído, aquel gemido animal de placer? Y él contestó con su boca, con su lengua, con sus labios acariciando los labios de ella con insistencia y ternura. La deseaba, deseaba poseerla por completo. Sentía que ya había esperado demasiado, sintió que moriría si no la poseía allí mismo, en aquel momento.

Pero eso era una locura. Tenía que detenerse. Echándose hacia atrás, respiró profundamente e intentó calmarse.

– Dios mío. Lisa -dijo por fin-. Si yo fuera alguna vez a tener una relación seria con alguien esa serías tú.

Y entonces se volvió para marcharse.

Lisa se quedó inmóvil. ¿Cómo era posible que se marchara así? ¿Cómo era posible que la rechazara de aquel modo? Ella sabía que Carson la deseaba tanto como ella a él.

Todavía jadeando e intentando recuperar el aliento, todavía intentando comprender qué era lo que había pasado, lo vio desaparecer entre la niebla.

Capítulo 8

Carson dobló en dos el periódico que estaba leyendo y lo lanzó a una silla cercana, como si fuera una canasta de baloncesto.

– La multitud se vuelve loca -murmuró para sí, levantándose para ir a la cocina a beber un vaso de agua-. Están gritando su nombre: Carson, Carson, Carson.

Bebió agua en un vaso de papel y luego lo arrugó y lo lanzó al cubo de la basura.

– Carson lo logra de nuevo. Es un tipo increíble.

Miró a su alrededor en busca de cosas para lanzar, pero lo único que había en el mostrador de la cocina era una tostadora y una docena de huevos que había sacado para hacerse una tortilla. Pensó en lanzar los huevos, pero ¿qué pasaría si fallaba? Luego tendría que limpiarlo todo.

El viento de la tormenta sacudía con violencia el edificio. La energía eléctrica fallaba a ratos. Dejándose caer en el sofá, encendió la radio y buscó una emisora donde hubiera noticias.

– …sacudiendo nuestras costas esta noche. La violencia de los vientos, junto a una marea inusualmente fuerte, ha movido el Departamento de Salud Pública a pedir que se evacuen las casas que están a los largo de la playa. Ha habido inundaciones en…

Murmurando un juramento en voz baja, se dirigió al teléfono y volvió a marcar el teléfono de Lisa. Ya había llamado cinco veces desde que había llegado a casa, pero seguía comunicando.

No le extrañaría que hubiera dejado el teléfono descolgado sólo para torturarle. Habían estado todo el día tirándose indirectas. Sabía que ella estaba enfadada por lo que había sucedido la noche anterior. ¿Por qué no comprendía que él lo había hecho por ella? ¿Pensaba ella de verdad que le divertía negarse la cosa más deseada en el mundo?

Lo primero que había hecho aquella mañana había sido ir al departamento de joyería a devolver el anillo. El de Lisa estaba ya allí, brillando sobre el terciopelo negro.

– ¿Qué es lo que he oído esta mañana de que Carson y tú se han casado? -le estaba preguntando Greg a Lisa cuando él entraba en la oficina.

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