Raye Morgan - Dulce Atracción

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Lisa buscaba a un hombre hogareño y que fuera un buen padre en potencia y sabía que a los playboys como Carson James tenía que evitarlos a toda costa.
El sólo tenía que mirar a una mujer para que ésta se derritiera, pero lo último que deseaba era formar una familia. Estaba dispuesto para el amor, sí, pero ¿serían los encantos de Lisa suficientes como para hacerlo desear un matrimonio… e hijos?

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Rió al verse en el espejo. Ella nunca lograría llenar el vestido igual que su madre. Ella era más esbelta que su madre, no tan exuberante. Pero a pesar de todo, no estaba en absoluto ridícula con aquel vestido. De hecho, le parecía que estaba muy bien.

Luego se recogió el pelo con horquillas. En el joyero de su madre encontró unos pendientes, unos largos y balanceantes cilindros de oro que brillaban cuando les tocaba la luz. Eran perfectos.

Se sentía excitada y nerviosa. Hacía años que no hacía nada parecido. De pronto recordó el beso que Carson había estado a punto de darle en el sótano. Se apretó los dedos sobre los labios y se preguntó si él intentaría volver a besarla.

– Sí -se dijo con suavidad, mirándose a los ojos en el espejo. Y luego se echó a reír. Se sentía muy bien cuando reía. La hacía sentirse más joven.

Cuando bajaba las escaleras, sintió de pronto que se le caía el corazón a los pies. El vestido que tan bonito le había parecido al mirarlo en el espejo, de pronto le pareció absurdo y fuera de lugar.

Carson la esperaba en la parte baja de las escaleras, pero su rostro estaba oculto por las sombras, y Lisa no podía descifrar la expresión de su rostro. Se detuvo en mitad de las escaleras y sonrió sin saber qué hacer.

– ¿Qué piensas? -preguntó, lamentando al instante haberlo hecho. No había nada mejor que pregonar a los cuatro vientos que había perdido toda la confianza en sí misma.

El no contestó. ¿Por qué no decía ni palabra? Se preguntó qué pensaría que intentaba ella al ponerse aquel vestido. ¿Ser una vampiresa, igual que su madre?

Se volvió para subir de nuevo al cuarto de su madre y quitarse aquel horrible vestido de encima, pero antes de que pudiera dar el primer paso, Carson salió de las sombras. Le había costado recuperar el habla.

– Yo creo… -dijo, contemplando sus hombros cremosos y desnudos, la esbelta línea de su cintura, todas y cada una de las provocativas curvas-. Creo que treinta y cinco años es algo que merece de verdad la pena celebrar.

No podía haber dicho algo mejor para que la sonrisa volviera a los labios de Lisa. Sintió que recuperaba la confianza y descendió lentamente por las escaleras, para dirigirse al armario y sacar su abrigo. Luego echó una ojeada a los papeles que se amontonaban en su escritorio y arrojó de sí un último resto de sentimiento de culpa. Iba a salir a pasársela bien, aunque fuera por una noche.

Volviéndose con el abrigo en la mano, miró a Carson con una sonrisa.

– ¿No es algo increíble? Este vestido era de mi madre. Nunca en mi vida me había puesto un atuendo como este.

En los ojos de él ardía una luz que la hizo sentir un escalofrío.

– Lo cierto es que es todo un cambio de imagen -dijo él.

Lisa rió de nuevo.

– Sólo por esta noche. Mañana volveré a mi ropa formal y a mi trabajo.

Cuando Carson la ayudaba a ponerse el abrigo, Lisa vio su propia imagen reflejada en el espejo. El vestido, el peinado, el maquillaje… Por espacio de un instante, se vio invadida de sensaciones que la dejaron sin aliento, el olor espeso de gardenias en el aire y el aroma del maquillaje y del lápiz de labios cuando su madre se inclinaba a besarla antes de salir de casa.

– Voy por el coche -dijo Carson, pero ella apenas le oyó. Estaba todavía contemplándose en el espejo, viviendo en el pasado, viendo a su hermosa y frívola madre, con su risa ronca y la manera seductora en que miraba al criado por encima del hombro. ¿Cómo sería ser una mujer así? La clase de mujer que hace que los hombres se vuelvan a mirarla; la clase de mujer que puede cambiar el curso de la vida de un hombre.

Capítulo 6

Lisa intentó librarse de todos aquellos pensamientos sacudiendo la cabeza con fuerza, y luego fue a reunirse en el coche con Carson. Hicieron la mayor parte del viaje a la ciudad en silencio.

Carson la miraba con el rabillo del ojo. Lo había sorprendido con aquel vestido, aquel peinado, aquella manera de andar tan sexy. ¿Sorprendido? No, más bien lo había dejado asombrado, tanto que se había quedado sin saber qué decir. ¿Era aquella de verdad la misma mujer que sólo unas horas antes se había puesto esas gruesas gafas sobre la nariz, asegurando que haría todo lo que estuviera en su mano para salvar a Loring's de la ruina? Era un poco inquietante saber que dentro de aquel preciso cuerpo vivía una mujer totalmente diferente.

– ¿A dónde vamos? -preguntó ella.

– A El Cocodrilo Amarillo, a no ser que quieras que vayamos a Santa Bárbara.

– No, El Cocodrilo Amarillo, está bien. No he estado nunca allí.

El lugar estaba lleno de humo, y era oscuro y ruidoso, con inesperados relámpagos de luz que surgían cuando menos se esperaba. El portero los observó con atención.

– Está todo bastante lleno -dijo con tono de desinterés-. No sé, a lo mejor pueden intentar compartir la mesa con alguien. De otro modo, olvídense del asunto hasta las diez.

Carson miró a Lisa y ella rió. Por supuesto que compartirían una mesa. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había hecho algo parecido, que de ninguna manera pensaba ahora darse la vuelta y marcharse a casa.

– Muy bien -le dijo Carson al portero-. Compartiremos una mesa.

El portero abandonó su puesto con desgana y los llevó hasta una mesa que estaba al lado del escenario, en el que había un grupo tocando. Los dos fueron caminando hacia allí por entre las mesas. De cuando en cuando, una cara se volvía para saludar. Carson parecía conocer allí a todo el mundo.

De pronto una mano surgió quién sabe de dónde, y tomó a Lisa por la muñeca.

– Oye, tú. ¿Te acuerdas de mí?

Se volvió a ver quién era el que la detenía, y a pesar de sí misma sonrió al reconocerle.

– Mike Kramer -dijo, contemplando aquel rostro que no había cambiado en veinte años, a pesar de que ahora tenía menos pelo y más papada.

El la miraba parpadeando.

– Dios mío -dijo por fin-. Madre mía, Lisa, nunca me había dado cuenta de lo mucho que te pareces a tu madre.

Ella le sonrió.

– Yo tampoco -luego recordó quién era Mike y qué era lo que debía sentir hacia él, y entonces su sonrisa desapareció-. Bueno, vamos a aquella mesa que está al lado del escenario.

– No, no, no -dijo Mike, mirándolos encantado-. Tienen que quedarse con nosotros. Insisto. Nos encantaría que se sentaran a nuestra mesa, ¿verdad Joanne?

Lisa se volvió a mirar a la mujer que estaba con Mike. Era una atractiva pelirroja con una animada sonrisa en el rostro.

– Claro que sí, Mike -dijo con voz de gatita-. Tus amigos son siempre bienvenidos.

Pero no estaba mirando a Lisa. Sus ojos estaban fijos en Carson, y Lisa se dio cuenta de que también él la veía a ella.

– Hola, Joanne -dijo Carson con rostro inexpresivo-. ¿Qué tal estás?

Joanne suspiró antes de contestar.

– Ahora mejor. Mucho, mucho mejor.

Mike estaba muy ocupado llamando a un camarero, y no había oído esta pequeña conversación. Lisa lo miró y se dio cuenta de que Mike no tenía la menor idea de que Carson y Joanne se conocieron de antes. Su instinto le decía que cuando se enterara no le iba a gustar. Esto no tenía buen aspecto. Se puso a ver si encontraba otra mesa en la que hubiera sitio.

– Bien, bien -dijo Mike-. Aquí estamos. Espera, espera -añadió, mirando a Lisa con atención-. Esta es tu manera de decirme que estás dispuesta a vender, ¿verdad?

Lisa lo miró con indignación. Tal como ella había pensado, todo esto no iba a acabar nada bien.

– ¿Qué? -preguntó. La enfurecía la sonrisa de Mike.

– Has venido aquí esta noche para decirme que he ganado, ¿verdad? Ese viejo mausoleo es mío por fin.

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