– Ah, aquí está la comida. ¿Quieres que nos sentemos y comamos?
El no dijo ni palabra. Lo vio tomar una silla y acercarla al escritorio. ¿Qué estaría él pensando?
Había champiñones salteados en vino blanco, alcachofas rellenas con gambas y pollo a la mostaza, con una tarta especial de postre. Lo más probable era que él se estuviera preguntando cuál era la razón de aquella celebración extravagante.
Era eso exactamente lo que Carson se estaba preguntando. Había asistido a muchos almuerzos de negocios, pero jamás había visto nada parecido. ¿Habría en Tahití comida como esta?
No importaba. En Tahití había frutas tropicales y mujeres que vivían para el presente y no estaban obsesionadas con montar un hogar. Y dos gatos en el patio, pensó, recordando los arañazos que tenía en la mano.
Empezaba a pensar que ella tenía toda la razón. Los objetivos de ambos eran incompatibles. Pensó que le agradecía a Lisa que hubiera dejado las cosas tan claras. Ahora ninguno de los dos tenía ilusiones absurdas. Ahora podrían evitar fácilmente meterse en líos porque, a pesar de la obvia atracción física, los dos sabían que sus intereses eran diametralmente opuestos. Era así de simple.
– ¿Te gusta la comida? -preguntó ella.
– Claro que sí -dijo él-. Es deliciosa. Pero si almuerzas así todos los días, no me extraña que este negocio tenga problemas.
La miró, esperando su reacción.
Ella sonrió.
– No almuerzo así todos los días.
Lo había dicho de una manera que hacía suponer que había alguna razón oculta para todo aquello.
– Entonces, ¿por qué hoy sí?
– Hay una razón -dijo ella-. Pero es un secreto.
– Un secreto. ¿Qué clase de secreto?
Ella entrelazó las manos y bajó los ojos.
– La clase de secreto que uno no le cuenta a nadie.
– Ah, no -dijo él con convicción-. Se lo tienes que contar por lo menos a una persona.
– Ah, ¿sí?
– Claro. Porque si no, no es un secreto ni es nada. Es como esa vieja historia sobre el árbol que cae en medio del bosque. Si no hay nadie allí para escucharlo, ¿hace algún ruido al caer?
– ¿Lo hace?
– ¿Cómo voy a saberlo? Yo no estaba allí cuando caía -declaró con una sonrisa-. Pero sí que estoy aquí. Puedes decirme tu secreto.
Le gustaba cuando él sonreía de aquel modo. ¿Por qué le habría dicho que no podían ser amigos? Se estaba convirtiendo en una cascarrabias. Un poco de amistad no podía hacer daño. Además, él se iba a marchar a Tahití.
– Ya veo -dijo ella-. Entonces tú eres la persona a la que hay que contárselo.
– Exactamente.
Lisa lo pensó un instante. Si se lo decía, sería la única persona de toda la costa oeste que lo sabría. Por alguna razón, esta idea le ponía la carne de gallina. Sin embargo, iba a decírselo. Por alguna loca razón, deseaba que él lo supiera.
– Muy bien -dijo por fin.
El esperó.
– Pero tú ya sabes lo que es un secreto -continuó Lisa, medio en serio medio en broma-. Quiero decir, que si te lo dijo, tú no se lo podrás decir a nadie.
El levantó la mano.
– Palabra de honor de boy scout .
– Tú y yo seremos los únicos que lo sepamos.
El asintió, esperando. Por alguna razón, todo aquello le parecía muy agradable.
– Muy bien -ella lo miró a los ojos-. Ahí va… este día… hoy… es mi cumpleaños.
– ¿Tu cumpleaños? -dijo él. Jamás había dado gran importancia a aquellas cosas, pero sabía que para las mujeres eran importantes. Y allí estaba ella, celebrando su comida de cumpleaños con él, con un hombre al que apenas conocía. Incluso a él le resultó un poco triste-. ¿Y no lo sabe nadie?
– Llevo pocas semanas en la ciudad -explicó-. He recibido tarjetas y llamadas de amigos de Nueva York, pero aquí no hay nadie que…
Quedó en silencio, como si acabara de darse cuenta ella misma de lo triste que era la situación. Carson la observó por espacio de unos segundos.
– ¿Qué vas a hacer esta noche? -preguntó de pronto-. Vamonos a bailar.
En vez de mirarlo, ella empezó a recoger los platos.
– Habíamos decidido no salir juntos, ¿no te acuerdas?
– No. Tú lo has decidido. Además, esto no será realmente salir. Alguien tiene que sacarte para celebrar tu cumpleaños.
Ella le miró en silencio. Tenía que ser una broma.
– Gracias, pero no, gracias -dijo por fin-. Tengo mucho trabajo que hacer.
Levantándose, colocó los platos sobre la bandeja que había al lado de la puerta.
– Me parece que será mejor que volvamos al trabajo -declaró la chica.
Carson se levantó y salió del despacho para recoger todos los papeles y carpetas que habían llevado del sótano. Terry ya estaba detrás de su escritorio y le dedicó una de esas apreciativas miradas femeninas a las que estaba acostumbrado. Al entrar en el despacho de nuevo, vio que Lisa se había puesto sus gruesas gafas y estaba ya trabajando frente a la pantalla del ordenador.
– Dime qué es lo que sabes sobre la política de devoluciones y cambios de las otras tiendas de la zona -dijo ella-. No me gusta la forma en que se lleva eso aquí. Me gustaría hacer un par de cambios.
El se sentó y asintió. Bueno, pensó, al margen de otras consideraciones, ella parecía bastante determinada a ponerse al frente de Loring's y hacer un buen trabajo. Eso estaba claro. Lo que ya no estaba tan claro era cómo iba a lograr hacerlo con todas las cosas en contra.
No sabía qué hacer. Tal como él lo veía, tenía sólo dos opciones. La primera, aconsejar a Lisa que abandonara ahora que todavía no se había perdido todo. No era exactamente aquello para lo que le habían enviado, pero en realidad, a largo plazo sería lo mejor. Pero también podía quedarse con ella y ayudarla a luchar. Sería una lucha larga y difícil, y podía terminar exactamente igual que la primera opción.
– Tendré que investigar eso -le dijo-. Ya hablaremos más adelante.
Ella asintió sin levantar la vista, y Carson observó la forma en que se mordía el labio inferior mientras estudiaba con total concentración las hojas llenas de columnas de números. El día anterior había pensado que estaba loca. Hoy estaba viendo en ella a una mujer totalmente diferente.
– Dime una cosa -preguntó él de pronto-. ¿Qué es lo que piensas de este lugar realmente?
Ella levantó los ojos y lo miró.
– ¿Qué quieres decir?
– Loring's fue toda la vida de tu abuelo. Pero tú te marchaste de aquí hace años. Es imposible que sea algo tuyo. ¿Cuánta energía emocional vas a tener que invertir en esto? ¿Amas este lugar? ¿O no es para ti otra cosa que un trabajo más?
Ella quedó en silencio unos instantes.
– Mi abuelo y yo estuvimos peleados durante unos cuantos años -dijo por fin-. Yo tenía que demostrarle algo antes de volver aquí.
– Y ahora, ¿a quién estás intentando demostrarle algo?
– A mí misma.
El asintió.
– Voy a decirte una cosa. Este sitio es un absoluto desastre.
Las mejillas de Lisa se colorearon. Sintió como si alguien estuviera atacando a su familia, a sus antepasados.
– Pero, no te enfades -dijo él rápidamente-. Déjame terminar. Me gustaría que miraras el tema de forma objetiva. Este lugar fue en un tiempo un ejemplo perfecto de lo que deberían ser unos grandes almacenes en una ciudad pequeña. Pero eso fue hace años. Cuando tu abuelo comenzó a envejecer, también dejó que la tienda envejeciera. Tal como está Loring's ahora mismo, me parece que no merece la pena intentar salvarlo. Lo que me gustaría saber es -añadió mirándola a los ojos con atención-, si hay un alma en este negocio. Si hay algo aquí que merece la pena que yo intente salvar.
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