– ¿Estás diciendo que tú tienes la cabeza hueca? -dijo él soltando una carcajada-. Cariño, yo no creo que tú seas estúpida. Lo único que creo es que este negocio te viene un poco grande.
Lisa miró a Carson, quien estaba sentado al borde de la silla con la mandíbula muy apretada. Sus ojos parecían decir: si tú quieres, le doy un puñetazo en la cara, pero Lisa rió y puso su mano encima de la de Carson.
– No hace falta -dijo en voz alta, como si Carson hubiera hecho realmente la oferta-. ¿No has oído lo que Mike ha dicho hace un rato? El y yo nos entendemos el uno al otro. De hecho, acaba de ayudarme a decidir qué es lo que tengo que hacer para salvar Loring's. Gracias, Mike, no me olvidaré de esto.
El la miró con desconfianza. Su aire de fanfarronería había desaparecido por completo.
– ¿Qué es lo que he dicho? -preguntó-. No se te ocurrirá copiar mi idea de poner modelos en vez de maniquíes, ¿verdad?
– No, Mike. Poner modelos masculinos en los escaparates no es exactamente mi estilo -dijo Lisa con una sonrisa amistosa pero que dejaba ver bien a las claras que había algo oculto debajo. Luego se volvió a Carson-. Están tocando otra lenta. ¿Corremos el riesgo?
Carson le sonrió. No tenía la menor idea de qué era todo aquello que Lisa le había dicho a Mike, pero le gustaba a pesar de todo.
– Contigo yo correría cualquier riesgo -le dijo levantándose y ofreciéndole la mano-. Vamos.
La brisa del océano olía a algas marinas y sal. Acariciaba los hombros desnudos de Lisa hasta que ella se puso el abrigo y se lo abrochó. A la débil luz de la luna, el océano parecía de tinta.
– Cuando era pequeñita conocía esta playa de memoria -dijo Lisa mientras caminaba sobre la arena fría-. Conocía a todas las gaviotas y a todos los cangrejos.
– Una típica niña de California -dijo él.
Lisa se volvió a mirarlo. Los dos se habían quitado los zapatos y habían echado a caminar por la playa. Llevaban ya unos quince minutos caminando el uno al lado del otro, y él no había hecho el menor intento de acercarse a ella.
– Tú no eres de por aquí, ¿verdad, Carson? -preguntó con curiosidad.
– No -respondió dedicándole una breve sonrisa-. Sólo llevo un año viviendo aquí.
– ¿Dónde está tu hogar… tu familia?
– No tengo realmente familia -dijo él sin mirarla-. Ya no.
Lisa hubiera deseado hacerlo volverse.
– ¿Qué quieres decir con eso de que ya no tienes familia?
– Quiero decir -dijo él, todavía sin mirarla, como si la pregunta de Lisa le resultara difícil de contestar. Se metió las manos en los bolsillos antes de contestar-. Quiero decir que tengo algo de familia, pero no me apetece mucho verlos… No estamos muy unidos.
Ella suspiró. Se había imaginado que había algo así.
– Eso puede ser un gran error. La familia es muy importante. A mí me habría gustado tener más familia.
– Tú tienes familia. Tenías a tu abuelo.
– Sí, pero le di la espalda. Y eso que era la única familia que me quedaba. Ahora me horroriza el pensarlo.
El se volvió al fin y la miró a los ojos.
– Y quieres arreglarlo teniendo un niño, ¿no es eso? -preguntó con suavidad-. Es esa la razón, ¿no?
Lisa se apartó el pelo de los ojos para verlo con claridad.
¿Cómo podría explicárselo? El parecía absolutamente opuesto a la idea de tener hijos, pero ¿qué era lo que le gustaba? ¿Los niños en sí? ¿El concepto de la familia? ¿O quizá era que le daba miedo comprometerse?
– Me encantaría tener un niño -admitió ella-. Pero estaba pensando en casarme antes.
A Carson le habría gustado gritar de disgusto, pero se contuvo.
– Eres de lo más convencional -la acusó.
– Sí -dijo Lisa con gesto pensativo-. Me doy cuenta de que soy mucho más convencional de lo que yo creía.
Carson miró en dirección a las olas. Tahití estaba por allí, al otro lado del mar.
Era tarde. Tenía que marcharse ya de allí. Ya había hecho su buena acción del día sacando a Lisa a que celebrara su cumpleaños. Luego la miró por el rabillo del ojo y se dijo que de buena acción aquello no había tenido nada. Lo cierto era que había pasado una noche maravillosa con aquella mujer. Le había parecido suave y tentadora cuando estaba entre sus brazos, le había divertido hablar con ella, le resultó interesante y misteriosa. Y en aquel mismo instante, sabía que si se volvía a mirarla no podría evitar besarla, y entonces…
Muy bien, lo cierto era que la deseaba. ¿Qué tenía eso de raro? Había deseado a muchas mujeres antes. Y en los viejos tiempos no habría tenido la menor duda de besarla y quedarse a pasar la noche con ella. Pero esto era diferente. Ella había sido totalmente sincera con él, y le había dicho qué era lo que esperaba del hombre que saliera con ella. Y pensaba que también él había sido sincero cuando le había dicho que no estaba dispuesto a comprometerse en una relación duradera.
La miró. Lisa estaba inmóvil, con los ojos cerrados y la barbilla levantada, aspirando la brisa del océano. Sus cejas formaban unos arcos perfectos por encima de sus ojos, y sus oscuras pestañas se rizaban sobre sus pómulos. Tenía los labios entreabiertos. Parecía un ser puro e inaccesible, a la espera de algo o alguien que la convirtiera en un ser completo. Por primera vez en su vida, Carson sintió de pronto esa misma necesidad, la de ser la mitad de algo. Sorprendido, apartó la cabeza y respiró el frío aire nocturno.
– Cuéntame algo más de tu familia -dijo ella, antes de que Carson tuviera tiempo de decir algo que los separara.
– No hay nada que contar -dijo él-. Le das mucha importancia a todo este asunto de la familia.
– Todos provenimos de una familia -dijo ella-. La familia es algo básico.
El negó con la cabeza.
– No para mí.
Lisa intentó mirarlo a los ojos, pero Carson parecía decidido a no revelar nada. Sin decir una palabra, los dos echaron a caminar en dirección a la casa de Lisa.
– ¿Qué es exactamente lo que tienes en contra de las familias?
– Tenía una familia bastante numerosa cuando era más joven -dijo él de mal humor.
– Ah. Pensaba que eras hijo único.
– Sí, lo soy. Pero mi padre siempre estaba… siempre estaba fuera. Así que acabé viviendo con unos parientes. Montones de parientes. Te voy a decir algo sobre la familia -dijo, volviéndose a mirarla por fin-. No hay nadie mejor que un pariente cercano para clavarte un cuchillo donde más te duele.
De modo que era eso. El tenía una familia, pero no se llevaba bien con ellas.
– No sé -señaló ella cuando se acercaban a su enorme casa victoriana-. A lo mejor sería diferente si tú intentaras crear tu propia familia.
Sí, pensó Carson. Probablemente sería diferente. Sería incluso peor.
– Ni en sueños -indicó casi de buen humor-. Eso no es para mí.
– Entonces -dijo ella con un suspiro-, parece que hablas en serio, y que no tienes planes cercanos de convertirte en padre de familia.
– ¿Yo? No, no, en absoluto.
– Es lo que yo pensaba -dijo Lisa, como si estuviera realmente triste al oír aquello-. Entonces tendré que tacharte de mi lista.
Estaba hablando en broma y él lo sabía. El brillo bien humorado que había en los ojos de aquella mujer le resultaba irresistible.
– Ah, ¿de modo que yo estaba en tu lista?
– Sí, en la columna de candidatos posibles. Justo debajo de un líder mundial y de dos estrellas de rock.
– ¿Debajo? ¿Y qué tenían ellos que no tenga yo?
– No, nada en especial. Lo que pasa es que a ellos los conocí primero.
– Ah, bueno -Carson rió-. Y ¿se puede saber quién está en la lista de candidatos ideales?
– Nadie. Esa lista está absolutamente vacía.
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