– ¿Siempre eres tan irónico, o es que tienes un mal día? -preguntó ella con suavidad.
Damian se encogió de hombros, pero cambió de conversación.
– Volviendo al tema, me estabas preguntando por mis padres… Pues bien, mi madre era un verdadero ángel. Mi padre también era encantador, aunque su moral dejaba bastante que desear – explicó-. Creo que yo he salido a él, por desgracia. Pero, ¿ya has terminado con el interrogatorio?
– Al contrario. Apenas hemos empezado – respondió-. Supongo que tus padres ya han fallecido, ¿verdad? ¿Puedo preguntar qué les sucedió?
Damian tardó unos segundos en responder.
– Los dos murieron durante la revuelta que hubo en mi país.
– ¿Los mataron?
– Sí, cuando yo tenía ocho años.
– Oh, lo siento mucho -dijo ella, arrepentida por haber sacado aquella conversación-. No sabía que…
– Descuida, no tiene importancia. Es parte de mi vida y supongo que son gajes de nuestro oficio… Tiene sus riesgos, como ves.
– De todas formas, siento haberlo mencionado.
– Aprecio tu preocupación, Sara, pero no veo qué relación guarda la muerte de mis padres con mi ceguera -observó él.
– Tal vez, ninguna. Pero todavía no lo sé.
Damian echó la cabeza hacia atrás y gimió.
– Vaya, ahora es cuando vas a empezar con la basura psicoanalítica.
– No, te prometí que no haría eso. Por supuesto, mis preguntas están destinadas a hacerme una idea general de tu forma de ser y de tus circunstancias. Pero llegue a las conclusiones que llegue, no te las contaré.
– A menos, claro, que sea por mi bien… – comentó con desconfianza.
– Claro -dijo ella, haciendo un esfuerzo por no reír-. Pero ya en serio, procuraré controlar mis instintos psicoanalíticos. ¿Dónde estudiaste?
– En todas partes y un poco de todo. Estuve en colegios privados, en institutos, en universidades del país y del extranjero… Tengo un título de Economía y otro de Derecho.
– Me has impresionado…
Él asintió.
– Como ves, suelo saber de lo que hablo.
Los ojos de Sara brillaron.
– No dudo que sepas mucho de economía y derecho, pero…
Damian rió a carcajadas. Se estaba relajando poco a poco y Sara pensó que su atractivo crecía a medida que olvidaba sus problemas. Pero, desafortunadamente, se puso serio enseguida.
– Entonces, ¿quién se encargó de ti durante tu infancia? ¿La duquesa?
– No -dijo él, riendo-. La duquesa se encargó de criar a Karina, pero mis hermanos y yo crecimos en el castillo de uno de mis tíos, en Arizona.
– ¿Un castillo? ¿En Arizona? -preguntó, asombrada.
– Sí, lo construyeron para sentirse como si estuvieran en Europa. Y debo añadir que es un poco peculiar pero… en fin es un lugar como otro cualquiera.
– Interesante, dijo ella ¿donde estudiaste?
– En todas partes y un poco de todo. Estuve en colegios privados, en institutos, en universidades del país y del extranjero…Tengo un título de Economía y otro de Derecho.
– Me has impresionado…
– El asintió. – Como ves, suelo saber de lo que hablo.
– Los ojos de Sara brillaron.
– No dudo que sepas mucho de economía y derecho, pero,
– Damián rió a carcajadas. Se estaba relajando poco a poco y Sara pensó que su atractivo crecía a medida que olvidaba sus problemas. Pero, desafortunadamente, se puso serio enseguida.
– Me sorprendes, Sara -declaró él-. Puede que la idea de trabajar contigo no resulte tan desagradable como imaginé.
Sara se ruborizó ante el cumplido, a pesar de que intentó controlar su reacción. Quería mantener una sana, y segura, distancia profesional. Sin embargo, sabía que mantener las distancias no iba a resultar tan sencillo.
Estuvieron charlando un buen rato de cosas intranscendentes, como los temas musicales de jazz que había elegido el príncipe. Sara se dejó llevar por la música y se alegró de hacerlo, porque gracias a ello averiguó algo más sobre su paciente: que se sentía solo.
A pesar de su riqueza, de su fama y de su poder, el príncipe Damian se sentía solo. Y esa emoción había empeorado, sin lugar a dudas, desde que había perdido la visión.
– Dime una cosa. Si este fuera un día normal, ¿qué harías ahora?
– Nada -respondió él.
– ¿Nada?
– Normalmente ceno aquí. Me traen la comida y luego vuelven para llevarse los platos vacíos -respondió, encogiéndose de hombros-. Luego, me siento, oigo música y dejó pasar el tiempo. Sólo estoy esperando a recobrar la visión.
Ella frunció el ceño.
– ¿Esperas recobrarla de repente?
– Claro, por qué no. Las heridas que sufrí y mis costillas rotas mejoran día tras día. ¿Por qué no va a suceder lo mismo, entonces, con mis ojos?
– Porque es una situación totalmente distinta. Por lo que he leído sobre tu caso, no hay razón física que explique…
– Mira, ya te he dicho que el médico me ha dado esperanzas -la interrumpió-. Hasta podría tratarse de una simple reacción emocional ante el accidente. Pero sea como sea, me recuperaré.
Ella suspiró con suavidad y negó con la cabeza.
– Nadie podría negar que confías en ti mismo.
– Ese es el secreto del éxito: la confianza -declaró con una sonrisa-. Y mi vida consiste ahora en esperar. Es como si me encontrara en el limbo.
– Ya te he dicho lo que pienso sobre tu problema, pero debo insistir una vez más. Es muy posible que recobres la visión. Sin embargo, existe la posibilidad de que no la recobres nunca y deberías prepararte para ello.
El comentario de Sara le molestó.
– Prepárate tú si quieres. Yo no pienso hacer tal cosa.
Sara abrió la boca para decir algo, pero prefirió callar por el momento. Ya había avanzado bastante con él y no quería arriesgarse a perder la leve confianza conquistada.
Decidida a retomar su labor, siguió con la ronda de preguntas.
– ¿Puedes ir al cuarto de baño tú solo?
Damian arqueó una ceja.
– ¿Por qué lo preguntas? ¿Te estás presentando voluntaria para ayudarme?
– No, no. Sólo pretendo hacerme una idea lo más exacta posible de tu situación actual. Saber qué es lo que sabes y qué es lo que no puedes hacer.
– En ese caso, no te preocupes. En el cuarto de baño me las arreglo perfectamente.
– ¿Y cómo lo haces? ¿Cómo consigues llegar?
Damian apretó los labios, enfadado. -Caminando.
– Ya lo imagino. Pero, ¿cómo? -Cuento los pasos -respondió. Ella asintió.
– Magnífico. Eso es exactamente lo que se debe hacer. Ya veo que eres un hombre de recursos… Sin embargo, hay otras muchas posibilidades que deberías considerar. Los ciegos tienen muchas opciones en la actualidad – declaró la terapeuta.
– Me alegro por ellos.
– Tú eres uno de ellos, Damian.
– Pero no por mucho tiempo.
Sara lo miró con cierta irritación, aunque naturalmente, él no pudo notarlo. Los comentarios del príncipe le estaban empezando a molestar y se preguntó si no habría llegado el momento de darle una buena lección de realidad para conseguir que reaccionara.
– El informe del doctor Simpson indica que es posible que recobres la visión, pero también dice que…
– ¡Me prometieron que la recuperaría! – protestó, perdiendo la calma.
– No te prometieron nada -le recordó ella con suavidad-. Nadie puede prometerte algo así.
– Volveré a ver. Si no lo consigo antes del baile, lo conseguiré después.
Sara empezaba a pensar que la actitud de Damian no escondía confianza en sí mismo, sino simple obstinación.
– El médico te dijo que tienes un cincuenta por ciento de posibilidades de volver a ver. Eso significa que hay otro cincuenta por ciento que deberías considerar.
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