Rebecca Winters - Bésame otra vez

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¿Segundas partes nunca fueron buenas?
Para Alex Harcourt fue todo un déjà vu volver a Yosemite. Cal Hollis seguía siendo el mismo ránger atractivo que había besado catorce meses antes y ahora estaba más irresistible que nunca. Pero Alex no podía dejarse llevar otra vez… sobre todo tras averiguar su trágico secreto.
Aquel beso nunca debería haber ocurrido. Pero Cal ya estaba medio enamorado de Alex y las segundas oportunidades no se presentaban todos los días. Cal estaba decidido a superar el pasado y, con un poco de suerte, conseguir a Alex.

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– Hubo un tiempo, Cal, en que me habría arrojado en tus brazos al oír esas palabras. Pero ese tiempo ya ha pasado.

Se separó de él y se puso de pie, lista para salir de la casa. Sergei la siguió, pensando que quería seguir jugando un poco más con él.

– ¿Qué ocurre, Alex? -preguntó Cal, levantándose también del suelo y acercándose a la puerta.

– Me gustaría confiar en ti, pero no puedo.

– ¿Por qué?

– Desde que nos conocemos, de una u otra manera, no he sido para ti más que algo pasajero. Ahora que sabes que Vance me ha contratado para que sea su enlace, te sientes aún más responsable de mi seguridad que antes. Estás tan acostumbrado a cuidar de mí, que ya no eres plenamente consciente de tus sentimientos. No te culpo por ello, pero no es muy gratificante para mí. ¿Te importaría llevarme al microbús, por favor?

– Si es eso lo que quieres… -dijo él, muy a su pesar. Alex le acarició la cabeza a Sergei y miró a Cal con una sonrisa de circunstancias.

– ¿Amigos?

– Tú eres mucho más que una amiga para mí, Alex.

– Escuché el otro día una balada country que se llamaba Creo que pasaré . Parece como si el autor se hubiera inspirado en ti al escribir la letra. El final era algo así como: «Yo soy más que una amiga pero menos que una esposa, buena para la ocasión pero no para toda la vida. Creo que pasaré».

¿Te habías fijado en que los compositores de música country escriben sobre cosas de la vida real?

Mientras Cal la miraba angustiado, ella pasó por su lado y salió por la puerta.

– Te esperaré en el coche.

Sergei la siguió afuera. Cal supo que ella estaba ya en el garaje porque el perro volvió y se acercó a él con la cabeza gacha y emitiendo sonidos lastimeros. Entró en el dormitorio para coger las llaves.

– Tú no sabes ni la mitad de todo esto, amigo. Ni la mitad.

– Gracias por el viaje, Cal.

Habían llegado al aparcamiento de Yosemite Lodge sin hablar ni una palabra. Alex, más tranquila al ver lo concurrido que estaba el lugar, le dio a Sergei unas palmaditas en la cabeza. Se bajó de la camioneta y Cal se vio obligado a continuar porque tenía una fila de coches detrás esperando. Alex se subió al microbús y se quedó durante un minuto con la cabeza apoyada en el volante, esperando que se le pasase esa sensación de debilidad que sentía.

– ¡Hola, Alex! ¿Puedes llevarnos a casa de Roberta?

Volvió la cabeza y vio a Nicky y a Roberta delante de la puerta.

– ¡Hola! ¡Pero si sois vosotros! Claro que sí. Subid.

– Gracias. Hace demasiado calor fuera.

Se sentaron a su lado y se abrocharon los cinturones de seguridad. Ella cerró las puertas y puso el vehículo en marcha.

– ¿Qué andabais haciendo por aquí, chicos?

– Papá nos trajo a nadar -dijo Roberta.

– Pero hace demasiado calor -añadió Nicky-. Así que nos vamos a ir a su casa a jugar.

– ¡Qué bien! Pero tenéis que decirme cómo se va. Nunca he estado en casa de Roberta.

Ellos la fueron guiando por las calles, hasta llegar a la casa de Chase Jarvis.

– ¡Mira, ahí está mamá!

Alex paró en frente de la casa. Annie Jarvis se acercó a ellos. Después de lo que había sucedido con Cal, Alex no tenía ganas de hablar con nadie, pero no quería parecer maleducada. Por otra parte, la madre de Roberta era arqueóloga y podría aprovechar la ocasión para conseguir arrancarle el compromiso de darles una charla a los chicos. Apagó el motor y los tres se bajaron del microbús.

– Has sido muy amable trayendo a los niños a casa -dijo Annie-. Espero que no hayas tenido que desviarte mucho de tu camino.

– Bueno, iba sólo a Sugar Pines, a ver cómo estaban los chicos.

– Chase dice que ya están empezando a encajar en el parque y a llevarse bien con los de los demás grupos.

– Sí, les encanta este parque -replicó Alex-. Cada día que pasa los veo más identificados e integrados con las personas. Por eso quieren conocerte, Annie. Después de haber oído las historias del jefe Dick Sam, sienten una gran curiosidad por los petroglifos de estos lugares.

– Sí, Roberta me lo dijo. Pensaba llamarte la próxima semana.

– ¿Podrías darles una charla?

– Claro que sí. El próximo jueves estoy libre.

– Cuento contigo, entonces. Gracias.

– ¿Te gusta la limonada de menta? -le preguntó Roberta-. Nicky y yo vamos a prepararla.

– Me encantaría.

Los niños entraron corriendo en la casa.

– Te vi pasar hace un rato en la camioneta de Cal Hollis -dijo Annie mirando a Alex con mucho interés-. No quiero meterme en lo que no me llaman, pero algo está pasando entre vosotros. Chase y yo pasamos por una historia parecida.

– Cal no ha tenido ningún tipo de amnesia como Chase -dijo Alex suspirando.

– Te sorprendería saber el tiempo que estuve sin poder aceptar la situación. Más de diez años.

– Tuvo que ser muy difícil para los dos.

– Estuve a punto de perderlo. Tenía demasiado orgullo para seguir aguantando.

– Vuestra historia fue diferente, Annie. Cuando Chase se recuperó, recordó que te amaba. Pero Cal nunca me ha amado. Se casó con Leeann.

– Chase me dijo que empezaste a venir al parque con tu padre hace seis años. ¿Quieres decirme que en todo ese tiempo él no demostró el menor interés por ti?

Alex contuvo el aliento. Había estado sometida a tanta tensión en las últimas horas que resultaba ahora un alivio poder hablar con alguien, y sabía que podía confiar en Annie.

– Cal siempre parecía estar interesado por mí, pero nunca me lo demostró. Tuve que ser yo la que tratase de descubrirlo. Fue un acto del que aún me siento avergonzada.

En unas pocas palabras, Alex le contó lo sucedido aquella tarde en la torre de observación.

– Y después de eso, fue cuando se casó. ¿No es eso lo que quieres decirme? -dijo Annie.

Ella asintió con la cabeza.

– Entonces, ¿por qué te ha estado rondando desde que empezaste tu trabajo de voluntariado?

– Porque ahora ya no tiene a Leeann y supone que puede tener una aventura conmigo.

– ¿Te ha dicho él que es eso lo que quiere de ti?

– Me dijo que me deseaba y que yo era para él algo más que una amiga, pero yo no quise oír nada más.

– Yo tampoco quería oír nada más de Chase. Pero mis padres me aconsejaron que no me dejara dominar por mi orgullo. Decidí seguir su consejo y ya ves, ahora soy la mujer más feliz del mundo. Poca gente lo sabe aún, pero estamos esperando otro bebé.

– ¡Oh, eso es maravilloso, Annie! Roberta debe de estar loca de alegría.

– Pues figúrate nosotros -dijo Annie sonriendo-. Parece un milagro. A Chase le dijeron que después de las secuelas que le habían quedado de su enfermedad, no podría volver a ser padre. Pero ya ves, hemos vuelto a desafiar al destino.

Alex, muy emocionada, felicitó efusivamente a su amiga con un abrazo.

– Te digo una cosa, Alex. Con lo reservado que es Cal, nunca te habría llevado a su casa a la vista de todos si no sintiera algo profundo por ti. Ahora está dispuesto a hablar en serio contigo y creo que deberías escucharle. Si al final no resulta nada de ello, al menos podrás decir que has hecho todo lo que estaba en tu mano. Y te sentirás mejor contigo misma.

– ¡Venga, venid a probarla! -exclamó Roberta desde el porche.

– ¡Ya vamos, cariño! -dijo su madre subiendo con Alex las escaleras del porche.

– ¡Mmm, esta limonada con menta está deliciosa! -afirmó Alex probando un sorbo.

– Gracias. Mi nana me la enseñó a preparar.

– Me he enterado de que vas a tener un hermanito o una hermanita muy pronto. ¿Ya sabes cómo lo vais a llamar?

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