Rebecca Winters - Bésame otra vez

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¿Segundas partes nunca fueron buenas?
Para Alex Harcourt fue todo un déjà vu volver a Yosemite. Cal Hollis seguía siendo el mismo ránger atractivo que había besado catorce meses antes y ahora estaba más irresistible que nunca. Pero Alex no podía dejarse llevar otra vez… sobre todo tras averiguar su trágico secreto.
Aquel beso nunca debería haber ocurrido. Pero Cal ya estaba medio enamorado de Alex y las segundas oportunidades no se presentaban todos los días. Cal estaba decidido a superar el pasado y, con un poco de suerte, conseguir a Alex.

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Cal la miró con gesto grave. Cuando se disponía a decirle algo, sonó su teléfono móvil.

– Perdona, Alex, pero estoy aún de servicio.

Ella lo vio levantarse de la mesa y apartarse unos metros para hablar en privado. Probablemente la llamada tuviera algo que ver con la masacre de los osos.

Cuando Cal volvió a la mesa, la camarera ya les había servido la cena.

– Era el agente especial a cargo del caso de los osos. Tengo que volver a la oficina -devoró de dos bocados la hamburguesa y dejó un par de billetes sobre la mesa-. Espero que disfrutes del resto de la noche. Te veré mañana en Sugar Pines. Ten prudencia en la carretera.

Desapareció a toda prisa sin darle tiempo a decirle nada. Estaba tratando de poner en orden sus pensamientos, cuando Mika y Lusio se presentaron en su mesa con cara de circunstancias.

– Tenemos algo importante que decirte.

A las dos del día siguiente, Alex se reunió con el jefe Rossiter y le contó todo lo que los chicos le habían dicho. Había dejado al grupo en el aparcamiento de Yosemite Lodge para que comiesen y disfrutasen de su día libre. Lonan se había ido con Mankanita, que tenía que ir a Merced para tomar desde allí el vuelo de regreso a Albuquerque.

Alex tenía intención de comer en Curry Village, pero antes se había pasado por el despacho de Vance.

– Durante nuestra excursión de ayer a Hetch Hetchy -dijo ella nada más sentarse frente a Rossiter-, los grupos estuvieron separados una parte del día. No tuve oportunidad de vigilar todo el tiempo las actividades de Steve y Ralph. Cuando llegamos a Evergreen Lodge, vi que Mika y Lusio se dirigían a los servicios, pero se escondieron de repente al ver salir de ellos a Ralph con Brock Giolas.

Alex pareció vacilar un instante. No estaba muy segura de si lo que le iba a contar al jefe tendría alguna importancia.

– Me pareció algo sospechoso que estuvieran esos dos hombres juntos -prosiguió ella-. Como ya sabe, Brock me invitó a almorzar con él hace unas semanas. Una semana más tarde me propuso ir con él de excursión. Yo rechacé las dos proposiciones. Y cuando pienso en ello, recuerdo que en ambas ocasiones andaba Cal por allí. Brock me preguntó si Cal y yo éramos pareja. Le dije que no. Desde el principio, Brock sabía que yo era monitora del parque igual que Ralph y los demás. Quizá Brock estuviese entablando amistad con Ralph para que me vigilase y le dijese si le había mentido sobre mi posible relación con Cal.

– Si Ralph y él ya se conocían de antes, entonces podrían tener alguna relación con la masacre de los osos. Pero también podría ser, simplemente -añadió con una sonrisa-, que los dos se sientan atraídos por ti. Y eso no se lo puedo reprochar.

– Brock tal vez, pero no Ralph -dijo ella negando con la cabeza.

– No estoy del todo de acuerdo, pero ten mucho cuidado, Alex. Puedes estar en lo cierto. En cuanto a los chicos…

– No se preocupe. Ya he hablado con ellos. Saben mejor que nadie lo que hay que hacer para no llamar la atención.

– Bien. Como te he dicho antes, llámame a cualquier hora del día o de la noche si ves algo raro.

– Se lo prometo.

Cuando Alex salió de la oficina, vio una camioneta que se detuvo frente a ella. Sergei iba en la parte de atrás y la saludó con un par de ladridos. Cal abrió la puerta del acompañante y Alex vio entonces que estaba sin afeitar. Aquello le daba un aire aún más varonil a sus facciones. Parecía cansado. Se preguntó cuánto tiempo llevaría sin dormir.

– Supongo que has estado dentro, hablando con el jefe.

– Sí. Ahora me vuelvo al campamento.

– ¿Por qué no te vienes a casa conmigo? Me ducho y preparo unos sándwiches.

Alex estaba confusa y sin fuerza de voluntad. Quería ir con él, pero había estado pensando toda la noche lo que eso podía significar. Si lo único que quería era tener una aventura con ella, no estaba dispuesta a dejar que se acercase.

– Gracias, pero tengo que regresar al campamento. Tengo el microbús ahí mismo.

– Tus chicos pueden llamarte por teléfono si necesitan algo. Te traeré aquí de vuelta más tarde. Estoy libre de servicio hasta mañana.

– Creo que más que compañía, lo que necesitas es dormir.

– Pero tú tienes que protegerme -replicó él, en un tono nada habitual en él.

– ¿Qué quieres decir?

– Vance me confesó la labor de enlace que desarrollas para él. Después de los sucesos que se han producido últimamente, ha tenido que confiar en mí.

Alex sintió que su estado de ánimo se venía abajo. Trató de mantener la compostura.

– Ya veo.

– Los muchachos y tú os habéis visto envueltos en algo muy gordo. Ahora que estoy al tanto de todo, no puedo dejar que te vayas a la estación de esquí hasta que Lonan vuelva allí por la noche, después de haberse despedido de Mankanita. Jeff ya ha hablado con él para que comprenda lo peliagudo de la situación.

Dadas las circunstancias, no le quedó a Alex otra opción que subir a la camioneta y cerrar la puerta. Era el ranger Hollis, no Cal, quien le estaba dando una orden, y tenía todo el respaldo legal de la autoridad federal que le otorgaba la oficina central del parque de Yosemite.

No hablaron durante el camino a casa. Cuando entraron en el garaje, la tensión se había hecho ya insoportable. Ella se bajó de la camioneta lo más deprisa que pudo y agradeció al perro que le brindase una excusa para no estar cerca de él.

– ¿Quieres que me lleve a Sergei a dar un paseo mientras tú te refrescas?

– Vuelve en cinco minutos -dijo Cal, dándole la correa del perro-. Te dejaré abierta la puerta del garaje.

– ¿Has oído eso, Sergei ? ¡Vamos!

Cal los vio salir. Ella estaba alterada por algo. Cuando volviese, no descansaría hasta aclarar las cosas con ella.

Entró en el cuarto de baño y se miró en el espejo. Tenía un aspecto horrible. Después de ducharse y afeitarse estaría más presentable, pero el jabón no le quitaría el cansancio y el sueño que arrastraba. Había pasado veinticuatro horas extenuantes con los federales a cargo de la investigación y necesitaba un sueño reparador.

Después de cepillarse los dientes, se dirigió al dormitorio para vestirse. Se puso unos vaqueros y una camisa polo y se fue al cuarto de invitados. Al entrar vio a Alex tumbada boca abajo en la alfombra, mirando el cuadro que estaba apoyado contra la pared.

Sostenía aún en la mano derecha uno de los juguetes de Sergei , prueba de que había estado jugando con él al tira y afloja. El animal yacía sobre sus patas delanteras mirándola fijamente.

Cal se tumbó a su lado y le agarró la mano que sostenía el juguete para evitar que pudiera levantarse. Ella dejó escapar un pequeño grito de sorpresa.

– Siempre he querido saber si fuiste tú la que elegiste este cuadro, Alex.

Sergei avanzó lentamente hacia ellos y se tumbó a su lado.

– No. Fue idea de mi padre. Le encanta la historia. Yo habría elegido un cuadro con algún motivo de Sunset Butte, mi lugar favorito del rancho. A la puesta del sol, las montañas y todo el valle se vuelven de color naranja y violeta.

Cal sintió el temblor de sus dedos bajo su mano y no pudo contenerse. Se inclinó hacia ella y la besó en la nuca. Era tan dulce… Tan deliciosa… Pero sentir su calor y disfrutar de la fragancia de su piel no era suficiente. Sin saber cómo, se vio dándole la vuelta y besándole los labios que tanto tiempo llevaba deseando saborear.

– Eres tan hermosa… Siempre lo has sido. ¿Tienes idea de lo maravillosa que eres? ¿Sabes el deseo tan grande que tengo de hacerte el amor? -dijo volviéndola a besar apasionadamente.

Pero ella no se entregó a él como había hecho aquella tarde en la torre de observación. Apartó la cabeza a un lado.

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