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Rebecca Winters: Bésame otra vez

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Rebecca Winters Bésame otra vez

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¿Segundas partes nunca fueron buenas? Para Alex Harcourt fue todo un déjà vu volver a Yosemite. Cal Hollis seguía siendo el mismo ránger atractivo que había besado catorce meses antes y ahora estaba más irresistible que nunca. Pero Alex no podía dejarse llevar otra vez… sobre todo tras averiguar su trágico secreto. Aquel beso nunca debería haber ocurrido. Pero Cal ya estaba medio enamorado de Alex y las segundas oportunidades no se presentaban todos los días. Cal estaba decidido a superar el pasado y, con un poco de suerte, conseguir a Alex.

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– Ella está hoy con Thorn y su grupo -dijo Cal con gesto de preocupación.

– Lo sé, Cal. Le dije que tuviera los ojos bien abiertos. ¿Has averiguado tú algo por tu parte, Jeff?

– Steve Minor fue uno de los voluntarios el año pasado. Es alumno de la escuela pública de Torrance, en la que Ralph Thorn trabaja de psicólogo.

– Es una posible conexión. Si Thorn fuera uno de los criminales, podría ejercer algún tipo de control sobre Steve y utilizarlo en su provecho -comentó Vance.

– Aquí están sus formularios de solicitud de este año y del pasado -dijo Jeff mostrando unos papeles que tenía en la mano-. En ambos consta su DNI y otros datos.

– Me los llevaré ahora mismo a mi despacho y los cotejaré con la base de datos federal -dijo Chase, tomando los documentos.

– Algo me dice que en este asunto han participado más de dos personas -murmuró Cal-. Vamos, Jeff, revisemos las solicitudes de voluntarios por si hemos pasado algo por alto.

– Cal -dijo Vance levantándose de la mesa y dando unas palmaditas a Sergei -. Me alegro de que Jeff y tú sepáis lo de Alex. Protégela, pero no te descuides tú, ¿eh?

– ¿Qué quieres decir?

– Alex tiene la sensación de que a Thorn no le agradas.

Cal conocía a otro voluntario al que tampoco le agradaba. Brock Giolas. Interesante.

Jeff y él asintieron con la cabeza y se retiraron al despacho de Thompson. Cuando se quedaron solos, Jeff dirigió a Cal una de sus inescrutables miradas.

– ¿Qué? -exclamó Cal con impaciencia.

La revelación de Vance sobre Alex le había trastornado.

– La forma en que reaccionas cada vez que se menciona el nombre de Alex me hace pensar que estás enamorado de ella. ¿Qué tal si me dices lo que está pasando?

– ¿Tienes todo el día? -le preguntó Cal a su amigo con ojos penetrantes.

El grupo de Alex llegó al campamento de Hetch Hetchy Valley antes que el de Ralph. Todos se pararon a beber un poco de agua y a disfrutar con la visión de aquel paisaje maravilloso.

Mankanita se acercó a Alex.

– Gracias por haberme invitado a venir aquí.

– Lonan te echaba de mucho menos -dijo Alex.

– Yo también a él -replicó ella con una dulce expresión en sus ojos-. Ahora comprendo por qué amas tanto este lugar. Lonan me dijo que era muy hermoso y tenía razón.

Alex, complacida con sus palabras, se dio la vuelta para ver lo que estaban haciendo los chicos y vio entonces llegar a Cal con el jefe Sam Dick y su esposa. La pareja paiute iba vestida con la ropa ceremonial de la tribu.

Los ojos azules de Cal se clavaron en el rostro de Alex. Ella sintió unas palpitaciones extrañas en el corazón. Pocos minutos después, llegó el grupo de Ralph. Cal dijo entonces a todos los chicos que formaran un semicírculo y se sentaran a escuchar al viejo jefe paiute.

Alex se sentó en un extremo del grupo y Lonan y Mankanita, en el otro. Ralph y sus chicos formaron un segundo semicírculo. El jefe Sam se sentó en el centro. Su esposa se sentó luego junto a él.

Cuando todos estuvieron sentados y en silencio, Cal dio un paso al frente.

– Vosotros, jóvenes que estáis aquí en Hetch Hetchy Valley, tenéis el gran honor de estar hoy reunidos alrededor de uno de los grandes jefes paiute de Yosemite. El jefe Sam va a contaros personalmente la leyenda de esta tierra y de sus gentes.

Tras esas palabras, Cal se fue a sentar junto a Alex. Al hacerlo sus piernas se rozaron levemente, pero lo suficiente para que ella sintiera como si el fuego de una de aquellas antiguas antorchas indígenas le quemara la piel.

El jefe Sam elevó la vista al cielo por encima de todos, con ojos visionarios.

– Yo solía venir aquí a buscar bellotas. Mi pueblo llamó a este lugar Ahwahnee, que significa «boca grande», como la del oso negro. El hombre blanco lo llama Yosemite, que en nuestro lenguaje significa «los que matan». Muchas generaciones antes de que el Creador completase la formación de los barrancos de este valle, una pareja de paiutes, que vivía en Mono Lake, oyó hablar de lo hermoso y fértil que era el valle de Ahwahnee y decidió venirse aquí a vivir. Los dos se pusieron en marcha, él llevaba pieles de venado al hombro y, ella, un bebé en los brazos y un cesto a la espalda. Cuando llegaron a Mirror Lake, comenzaron a reñir. Ella quería regresar a Mono Lake, pero él no. Era un sitio donde no había robles ni crecía ningún tipo de árbol. Ella dijo que plantaría semillas pero el hombre no quiso escucharla.

Mientras el jefe paiute hablaba, Alex sintió que Cal le agarraba la mano disimuladamente bajo el sombrero que había dejado en el suelo.

– La mujer rompió a llorar y echó a correr desesperada para intentar volver al poblado paiute de Mono Lake. El hombre la persiguió muy enfadado. Para tratar de escapar, ella se quitó el cesto de la espalda y se lo arrojó a su marido. Aquel lugar se convertiría en Basket Dome. Continuó corriendo y cuando él estaba a punto de alcanzarla le arrojó el bebé en el lugar que nosotros llamamos desde entonces Royal Arches.

Alex miró a los chicos que tenía al lado. Estaban fascinados por la historia del jefe.

– Por haber traído el odio a Yosemite, el Creador se indignó con la pareja y los convirtió en piedras. Él se convirtió en North Dome y, ella, en Half Dome. La mujer se arrepintió de su conducta y Half Dome se echó a llorar desconsoladamente hasta formar el lago de Mirror Lake. Aún se pueden ver las huellas de las lágrimas de su rostro mirando hacia Mono Lake. Si os fijáis bien en Half Dome, podéis ver que está formado a la manera de los paiutes. Los primeros exploradores blancos lo llamaron al principio South Dome y, años después, Half Dome. Pero los paiutes lo conocemos como T’ssiyakka: «la mujer que llora». Los hombres blancos han ido cambiado el nombre en el curso de los años. ¿No es así, Lonan?

– Sí -contestó Lonan-. A los miembros de mi tribu que se instalaron allí nos llamaron a’shiwis, que significa «carne». Los españoles nos llamaron zunis, que no tiene ningún significado para nosotros.

– Exacto -dijo el jefe Sam asintiendo con la cabeza, y luego añadió mirando a los dos semicírculos de muchachos que le miraban extasiados-: ¿Tenéis alguna pregunta?

Un montón de manos se levantaron y el jefe fue respondiendo, una a una, todas las preguntas. Cal continuó con la mano de Alex en la suya. Después de media hora se acercó a su oído.

– El jefe nunca admitiría que está cansado, pero yo sé que lo está, así que voy a dar por terminada la reunión. Te acompañaré al albergue.

Le soltó la mano y se puso de pie, recogiendo el sombrero del suelo.

– Queremos dar las gracias al jefe y a su esposa por hacer de esta excursión una experiencia inolvidable para todos nosotros. La mejor manera que tenemos de agradecérselo es cuidar de esta tierra y de los animales que hay en ella mientras estemos aquí.

Mientras bajaban de aquella colina, Alex se sintió feliz de tener a Cal a su lado y de lo afectuoso que había estado con ella. El intercambio de culturas había conseguido hermanar por primera vez a los dos grupos de chicos, que estuvieron conversando entre ellos y preguntando cosas a Lonan y a Mankanita todo el camino hasta el albergue.

Cuando llegaron, los chicos se dispersaron.

Alex y Cal se dirigieron a una mesa y él le apartó la silla para que ella se sentara.

– ¿Por qué no te has traído a Sergei ?

– Ayer tuvo un día muy duro y pensé que sería mejor para su pata darle un descanso.

– Creo que has hecho bien.

Una vez pidieron la cena a la camarera y ella se alejó, Cal la miró fijamente.

– Yo no sé tú, pero éste ha sido un día muy especial para mí.

– Y para mí. Ya sabes lo que siento por este lugar. Me estaba preguntando qué edad puede tener el jefe. Un día, él ya no estará entre nosotros y ese día se habrá perdido para siempre una civilización, una cultura y un modo distinto de ver la vida.

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