Kate Hoffmann - El Pirata

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SU HONOR LE EXIGÍA VOLVER A SU ÉPOCA… ¡A MATAR A UN HOMBRE QUE HABÍA MUERTO HACÍA TRESCIENTOS AÑOS!
Griffin Rourke: pirata, espía… quería vengarse del infame bucanero Barba Negra por haber matado a su padre. Y nada… ni siquiera una cautivadora mujer llamada Meredith iba a detenerlo.
Meredith Abbott no podía creerlo cuando se encontró al duro Griffin Rourke en la playa. El guapísimo pirata era la personificación de todas sus fantasías. Pero Meredith no había contado con que su amante tuviera aquella sed de venganza…

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– ¿Entonces? -insistió ella-. ¿Te está esperando alguien?

– No, nadie -respondió al fin-. No tengo esposa, ni prometida, ni familia ni… nada.

Ella estuvo a punto de suspirar, aliviada, pero no lo hizo y se maldijo a sí misma por ser tan egoísta. Griffin Rourke no era un personaje de novela, sino un hombre de carne y hueso perseguido por sus propios demonios que ni siquiera pertenecía a aquella época.

– ¿Qué te parece si vamos a comer algo? -Preguntó ella, para aliviar la tensión- Puedo seguir investigando esta tarde, si te parece bien.

– No tengo hambre, pero me gustaría dar un paseo. Solo.

Ella asintió y lo tocó en un brazo. Comprendía que quisiera estar solo durante unos minutos.

– Está bien. En ese caso, nos veremos en mi casa…

Él asintió y se marchó sin mirar atrás.

– Deja que se vaya -se dijo ella para sus adentros-. De todas formas, se marchará para siempre más tarde o más temprano.

Meredith se llevó una mano al pecho y se preguntó si su corazón habría escuchado las palabras que acababa de pronunciar.

Los dos días siguientes transcurrieron de frustración en frustración. Griffin apenas podía controlar su impaciencia y Merrie no hacía otra cosa que seguir pegada al ordenador, intentando localizar alguna información que fuera de utilidad.

Casi siempre, Griffin la acompañaba, preguntaba sobre sus descubrimientos y le pedía toda clase de explicaciones, pero aquella mañana habían discutido durante el desayuno y ella se había marchado sola a la biblioteca. Además, Meredith empezaba a pensar que él tenía razón y que aquella línea de investigación no los llevaría a ninguna parte.

Decidió volver a casa, hablar con él y plantearle la posibilidad, nada remota, de que no consiguieran encontrar la forma de devolverlo al pasado. En el fondo se alegraba porque quería estar más tiempo con él, y por las noches no dejaba de soñar despierta, de pensar en su cuerpo, de imaginar que se acercaba a ella y la besaba.

Sin embargo, no quería hacerlo. Sabía que no debía hacerlo. Griffin Rourke había aparecido de repente y podía desaparecer del mismo modo en cualquier instante.

Casi había anochecido cuando regresó a la casa, pero la luz del crepúsculo bastó para que distinguiera una silueta en los escalones del porche. Al verlo, pensó que era

Griffin, se dijo que la estaba esperando, y sintió una profunda alegría.

– Eh, Meredith…

La persona que estaba sentada en los escalones se levantó. Meredith vio entonces, decepcionada, que no era Griffin. Pero al distinguir aquel cabello rubio, sonrió: era su mejor amiga, la doctora Kelsey Porterfield.

– ¡Kels! -exclamó-. ¿Qué estás haciendo aquí?

– ¿Y tú me lo preguntas? Mi ayudante me ha dicho que has llamado cuatro veces en los tres últimos días. ¿Qué ocurre? ¿Qué es tan urgente?

Meredith se detuvo junto a ella y sacó la llave de la casa con mucho cuidado, porque llevaba una bolsa con comida en un brazo. Después, abrió la puerta y se sintió aliviada al descubrir que Griffin no estaba allí. Tenía que explicar muchas cosas a su amiga y seguramente era mejor así.

– No era necesario que vinieras -dijo Meredith-. En realidad no es nada urgente… sólo quería hacerte unas cuantas preguntas.

Kelsey la siguió al interior de la casa.

– Vamos, Meredith, eso no es lógico en ti. Eres el colmo de la paciencia. Ni siquiera me llamaste para decirme que estabas en la lista de candidatos a las becas Sullivan y tuve que enterarme por esa bruja de Katherine Conrad y sus amigotas… ¡Me has llamado cuatro veces!

Meredith dejó la bolsa de la comida en la encimera de la cocina.

– ¿Cuatro? Lo siento, no pretendía asustarte.

– Regresaba de la conferencia en Wake Forest y decidí venir y ver qué te ocurría.

– No pasa nada -le aseguró.

Kelsey la miró durante unos segundos.

– Tienes buen aspecto, es cierto, pero eso no quiere decir que estés bien. ¿Por qué me has llamado con tanta insistencia?

– Sólo necesitaba cierta información sobre algo que tal vez sepas. ¿Quieres beber algo?

Kelsey frunció el ceño e hizo caso omiso de la pregunta.

– ¿De qué se trata? *É Merrie suspiró.

– Esperaba que me dieras alguna pista sobre… viajes en el tiempo.

– ¿Viajes en el tiempo? -preguntó, arqueando una ceja.

– Sí, viajes en el tiempo. Estoy escribiendo una novela y la acción gira alrededor de la posibilidad de viajar en el tiempo.

– Ya.

– ¿Es posible? ¿Se puede hacer?

– Mira, no sé qué diablos te pasa, pero será mejor que te lleve a tu casa ahora mismo. No puedo creerlo… ¿estás a punto de lograr esa beca y te da por escribir un libro de ciencia ficción? Cuanto antes vuelvas al ambiente académico, mejor que mejor.

– No me he vuelto loca ni tengo intención de marcharme. Simplemente dime lo que necesito saber. Por favor, Kelsey…

Kelsey la miró con extrañeza.

– Está bien, pero sólo si me dices lo que ha pasado. Sé que no se trata de ninguna novela.

– Me gustaría decírtelo, pero ni yo misma sé de qué se trata exactamente. Te prometo que te lo contaré en cuanto esté segura.

– No, de eso, nada. Explícame lo que sepas. Y hazlo de forma que pueda entenderlo.

– Por favor, Kelsey… Kelsey suspiró y se apartó un mechón de su rojo cabello.

– Teóricamente, viajar en el tiempo es posible. De hecho, todos lo hacemos-, pero lo hacernos en una sola dirección, hacia delante -explicó-. Sin embargo, la teoría de la relatividad implica que si pudiéramos superar la velocidad de la luz, podríamos viajar al futuro. Al menos, potencialmente.

– Comprendo. Entonces, sería necesario viajar muy deprisa. Como volar en el Concordé…

Kelsey alzó los ojos al cielo.

– ¿Es que no estudiaste física en el instituto? El Concordé sólo rompe la velocidad del sonido. La velocidad de la luz es de trescientos mil kilómetros por segundo.

– ¿Y qué hay de viajar al pasado? Kelsey negó con la cabeza.

– No, eso no es posible. Sobre los viajes al pasado no hay ninguna teoría.

– ¡Pero tiene que haberla! -Exclamó Meredith, desesperada-. Tiene que existir un modo…

– Bueno, está la teoría del agujero de gusano -dijo Kelsey, cada vez más extrañada.

– ¿Cómo?

– El agujero de gusano. Ya sabes, los agujeros negros… hay quien afirma que si se pudiera entrar en uno y sobrevivir, se podría viajar en el tiempo y en el espacio.

– Comprendo. Entonces, supongamos que alguien entra en uno de esos agujeros negros. ¿Podría hacerlo en el siglo XVIII, por ejemplo, y terminar en Bath, en Carolina del norte, en el siglo XX?

– Según esa teoría, supongo que sí. ¿Pero por qué querría viajar a Bath? ¿Esto tiene algo que ver con tu investigación sobre Barbanegra?

Meredith hizo caso omiso de la pregunta. Aquel asunto era crucial para Griffin y para ella misma y ya estaba planteándose todo tipo de posibilidades.

– Y dime, ¿es posible que tenga uno de esos agujeros en mi casa?

– ¿Se puede saber qué significa esto? – preguntó Kelsey, frustrada.

– Limítate a responderme, por favor.

– Sí, seguro que tienes docenas de agujeros, pero serán de gusanos de verdad. Además, esa teoría sólo es una fantasía. Nadie ha entrado nunca en un agujero negro.

– Me da igual si alguien lo ha hecho o no. Simplemente dime lo que sepas al respecto.

– ¿De verdad quieres que te lo explique? Meredith, no tienes ni idea de física. Todavía recuerdo la conversación que tuvimos hace unos meses sobre mecánica cuántica -declaró Kelsey-. Dijiste que te había producido una jaqueca. ¿Y quieres que te ayude a comprender el supuesto funcionamiento de un agujero negro?

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