– Mientras tanto, viniste a verme y me ofreciste dinero para librarte de mí -recordó Kelsa.
– ¡No me lo recuerdes! No sabes los remordimientos que he tenido por insultarte en la forma en que lo hice, asustándote a morir, cuando estaba tan furiosamente decidido a hacerte pagar por haberme abofeteado. Sin embargo… hasta hoy todavía no sé cómo encontré la forma de controlarme cuando, deseándote con locura, me pude ir esa noche.
– Sí… bueno -balbuceó Kelsa, recordando su cálida reacción a las caricias de Lyle. Buscó un cambio de tema y recordó con tristeza-: Pero ya no llegaste a ver a tu padre ese fin de semana, pues fue cuando murió.
– Tantas cosas se han aclarado desde entonces -comentó Lyle en voz baja-. Mi padre quería que estuvieras con él en el hospital, pero ya no tuvo fuerzas para decirme que tú eras mi hermana.
– Pero él sabía que tú lo averiguarías -murmuró Kelsa suavemente-. Tan sólo mi nombre significaría algo para tu madre y para tu tía. Y si ambas decidieran quedarse calladas al respecto, estaba el acta de nacimiento, esperando para ser encontrada.
– No quiero acordarme de dicha acta de nacimiento -dijo Lyle con rudeza-. Salí disparado de la oficina cuando la encontré.
Kelsa recordaba ese día. Kyle había pasado junto a ella, sin decir ni una palabra y sin verla.
– Ottilie Miller mencionó que saliste durante varias horas por la mañana -recordó ella.
– Necesitaba despejar mi mente, para tratar de pensar debidamente.
– ¿Fue… un mal momento para ti?
– ¿Malo? Sentí como si me hubieran pegado en el hígado, cuando encontré esa acta.
– ¿No te dio gusto… saber que yo no tuve una aventura amorosa con tu padre? -preguntó ella, titubeante.
– ¡Gusto! -exclamó él-. ¿Cómo me iba a dar gusto? Quería casarme contigo… ¡y tú eras mi hermana !
Kelsa soltó el aliento con fuerza y, con los ojos muy abiertos, gritó:
– ¿Querías casarte conmigo?
– Quería y quiero -repuso él con viveza- y lo haré, si las cosas resultan como quiero. ¿Por qué crees que he estado explicando todo esto, si no es porque quiero que comprendas que eres la única mujer que hay para mí… que eres mi amor, mi vida?
– Ah, Lyle -susurró Kelsa, temblorosa.
– ¿Me dirás que me amas?
– No -repuso ella, pero se dio cuenta de que él ya sabía lo que ella sentía por él.
– Está bien, mi amor -convino él con gentileza-. ¿Qué más puedo decirte? Te diré que, antes de saber que no pudiste tener una aventura amorosa con mi padre, noté que eras orgullosa y me pregunté si, a pesar de todas las evidencias, tal vez estaba yo equivocado. Y descubrir al día siguiente, cuando se dio lectura al testamento de mi padre, que él te había dejado la mitad de sus negocios, fue una confirmación de que algo había entre ustedes. ¿Qué más puedo decirte? Que, aunque quería que te salieras de la compañía, no podía despedirte, porque eso significaría que no podría verte todos los días laborables -Kelsa todavía estaba agitada por esas palabras, cuando él continuó-: Te diré que cuando fui a tu apartamento la noche antes de encontrar esa acta, con tu belleza, tus ojos llameantes y tu sinceridad, en verdad deseaba creerte.
– Dijiste que verías qué podías hacer -recordó Kelsa-. Parecía que estabas dispuesto a creerme… y -confesó con timidez- yo estaba feliz.
– ¿Lo estabas, amor? -suspiró él suavemente y Kelsa sintió que se le derretían los huesos; pero lo único que se atrevió a murmurar fue:
– Mmm…
– Ah, cariño, ¡cómo tornas esto tan difícil! -murmuró Lyle, pero varonilmente se controló-. Sabes, desde luego, que me muero por tenerte en mis brazos -y al no recibir respuesta, continuó-: Igual que cuando quise abrazarte y consolarte, cuando estabas tan destrozada al enterarte de que mi padre conoció a tu madre.
– ¿En verdad?
– Sí; pero no podía. Me sentía vulnerable y todavía sin poder creer que no eras mi medio hermana. Me daba miedo tomarte en mis brazos, aunque sólo fuera para consolarte. Entonces, tú confesaste que a veces te sentías muy sola y eso me conmovió tanto, que tuve que darte un beso en la frente… y luego sentí que debía apartarme.
– Y yo sabía -confesó Kelsa- que, mientras ansiaba tanto encontrar a mi hermana, no te quería tener a ti por hermano.
– Tengo la esperanza, queridísima Kelsa, de que ese sentimiento provenga de la misma razón que el mío.
– Dijiste, justo antes de ir a ver a tu tía, que averiguar la verdad te concernía a ti también.
– Definitivamente sí -declaró él con firmeza-. Necesitaba tener toda la evidencia de que no eras mi hermana, para poder, en un día cercano, pedirte que te casaras conmigo.
– Y… -Kelsa trataba de pensar con claridad, pero con las palabras de Lyle, sabía que no lo estaba haciendo muy bien-. Así que… una vez que lo confirmó tu tía, tú… me invitaste a cenar.
– Y pasé una velada maravillosa -convino él-. Estabas tan encantadora esa noche mi amorcito, que no es de extrañar que, cuando regresamos a tu apartamento y te tomé en mis brazos, por poco pierdo la cabeza.
– Pero no la perdiste -murmuró ella con voz ahogada.
– Estuve cerca -reconoció él-; pero me invadió un sudor frío cuando descubrí que realmente eras virgen y que seguramente no habías tomado ninguna precaución, y que, igual que tu madre, estabas en peligro de quedar embarazada por un Hetherington.
– ¡Ah! -exclamó ella con sorpresa, pues no se le había ocurrido nada de eso.
– No podía tomar ese riesgo. No quería hacer nada que te causara preocupación o infelicidad; nada que te lastimara. Y en esos momentos de excitación, sólo podía pensar en ti, no en mí.
– ¡Oh, Dios! -suspiró Kelsa, y supo entonces que Lyle era muy diferente a su padre. Garwood Hetherington le había hecho el amor a su madre, sin pensar en las consecuencias. En cambio, Lyle… la amaba con un amor que sólo quería lo mejor para ella-. Así… que te fuiste y al día siguiente, me mandaste flores a la oficina.
– No podía mandarlas a tu apartamento, por si acaso venías para acá directamente de la oficina. Y quería que supieras que pensaba en ti ese fin de semana.
– Tu madre vio las flores y tu nota. Ella… me pidió que le diera mi palabra de que no me casaría contigo.
– ¡Con un demonio! -explotó él-. ¿Y qué le dijiste tú? ¿Le diste tu palabra? -preguntó con tensión.
– Yo… le dije que no sería posible.
– ¡Mi encanto! ¡Mi amor! -exclamó Lyle, jubiloso, y la tomó en sus brazos. Kelsa, con el calor de ese abrazo, quedó completamente sin resistencia-. Al fin, llegamos al punto de por qué fue a visitarte mi madre -murmuró él, pareciendo querer aclarar cualquier duda que la perturbara.
– No precisamente -tuvo que decir Kelsa. Si estaba soñando, no quería despertar nunca.
– No te detengas -la instó él, abrazándola y mirándola a los ojos.
– Bueno -dijo ella con la respiración entrecortada-, en la opinión de tu madre… -de pronto, se detuvo. Por más desagradable que hubiera estado la señora Hetherington, no era correcto, después de lo que ella pasó, denigrar su nombre.
– Vamos, querida -la presionó Lyle y, como si supiera lo que sentía, continuó-: Ahora, sólo importamos tú y yo. Más adelante, si quieres, veré la forma de reconciliarnos con mi madre; pero por ahora, piensa sólo en nosotros, en lo mucho que significas para mí y que no quiero estar en la ignorancia de cualquier detalle, por pequeño que sea, que pudiera causarnos disgustos.
– Tienes razón, desde luego -repuso ella y él le dio un apretón con los brazos, que rodeaban sus hombros, para animarla a seguir-. La señora Hetherington parecía pensar, que no había nada que no harías tú para apoderarte de la herencia que me dejó tu padre; y eso incluía, casarte conmigo para obtenerla -por fin pudo sacarlo y, mirando a Lyle, vio que él alzó la cara con sorpresa.
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