Él apretó la mandíbula y apareció una mirada decidida en sus ojos.
– No voy a dejar que ella eche a perder todo para nosotros Kelsa -gruño el con calmada terquedad-. ¡No lo permitiré! -y mientras Kelsa estaba igualmente decidida a no excitarse por ese “para nosotros” Lyle como si considerara que ya había andado con rodeos bastante tiempo la acercó a él con gentileza; así que la única forma que Kelsa encontró de poner alguna distancia ente ellos fue volviendo a sentarse en el sillón. Lyle hizo lo mismo pero esa expresión decidida seguía en su semblante, cuando reanudó su relato-: Empezando con esa llamada que mi madre me hizo a Suiza, parece que, en un arranque de generosidad, telefoneó a la tía Alicia para ofrecerle como un recuerdo un juego de tapaderas de ollas que mi padre conservaba en su colección; y en la conversación que tuvieron parece que mi tía Alicia le contó que habíamos ido a visitarla el miércoles.
– Estoy… escuchando -murmuró Kelsa, no teniendo nada que objetar hasta el momento, pero atenta a cualquier cosa que sonara falsa.
– De ahí -continuó él, con los ojos grises fijos en los desconfiados y brillantes ojos azules-, salió a relucir el nombre de tu madre y, desde luego, el tuyo.
– Desde luego -convino ella, sin importarle que Lyle pensara que estaba muy poco comunicativa. No tenía intenciones de ayudar en nada.
– Siendo la única vez que discutía yo con ella el amorío de mi padre, le dije que lamentaba mucho el dolor que debe de haber pasado por eso, pero agregué que tú eras una mujer encantadora y que tal vez podría yo traerte para que te conociera.
– ¡No! -exclamó Kelsa.
– Tengo planes para ti y para mí, Kelsa -dijo francamente, con la mirada seria-. De ninguna manera te voy a tener escondida, como si tú y mis sentimientos por ti no existieran.
– ¡Lyle! ¡Ah, Lyle! -exclamó ella, con el corazón a punto de explotar y el alma atormentada. Si tan sólo pudiera creerle. Quería creerle… pero había sido advertida.
– Está bien -la calmó él, tomando su mano derecha-. No tienes por qué estar nerviosa. Nunca volveré a hacer algo que te lastime o te haga daño. Tan sólo trata de confiar en mí un poco más… ¡Te probaré que soy sincero! ¡Te lo juro!
– Yo… -jadeó ella, necesitando alguna ayuda para poder hablar. La encontró aferrándose a lo que él estaba diciendo antes de mencionar sus sentimientos por ella-. ¿Qué… dijo tu madre… cuando tú… sugeriste que podrías traerme para conocerla?-preguntó.
– Temo que no está muy receptiva por ahora y es comprensible, dadas las circunstancias.
– Lo cual significa que dijo: “Antes muerta” o algo similar -conjeturó Kelsa.
– Más bien era algo así como “¿Por qué quieres que conozca bien a la hija de la amante de tu padre?” Aunque, siendo siempre una mujer astuta, antes de que pudiera yo decirle algo, me preguntó: “No has perdido la cabeza por ella, ¿o sí?” Mi respuesta -continuó él- es lo que debió motivarla a decidir poner el freno a esto, antes que fuera más adelante. Lamento mucho, querida, que, en vez de discutirlo conmigo, ella haya optado por ir a visitarte a ti.
Para entonces, Kelsa ya no sabía en qué mundo estaba. Lyle la miraba con tanta calidez en los ojos, que no la dejaba pensar.
– ¿Cuál fue… tu respuesta? -tuvo que preguntar.
– La verdad -replicó él-. Había pensado en ti todo el tiempo que estuve fuera. Hacía planes, pensaba y esperaba; y por esa llamada del domingo supe que, si mis planes y mis esperanzas se realizaban, mi madre tendría que saberlo bastante pronto.
– Ya veo -pero, ciertamente, sólo lo dijo por hablar, mientras reunía el valor para preguntar-: ¿La verdad?
– La verdad, mi querida Kelsa -repuso él con ternura-, es que estoy locamente enamorado de ti.
– Ah, Lyle -tartamudeó ella con agitación-. Ya no sé qué creer y qué no creer.
– Dulce amor mío, mi madre realmente te convenció, ¿verdad? Pero olvídate de ella -la instó-. Sólo piensa en ti y en mí y lo que tú sabes… lo que tú sientes. Aférrate al hecho de que te amo mucho y te he amado desde el primer día que te vi.
– ¡Amor a primera vista! -susurró ella.
– Parece que soy el hijo de mi padre, en ese aspecto -Lyle le sonrió con gentileza-. Según mi tía, él miró a tu madre y quedó locamente enamorado de ella. Y yo, mi amor, te miré y, aunque mi cabeza me decía que las cosas no suceden así, mi corazón sabía que tú eras la mujer para mí.
– ¡No!-negó ella.
– Pero sí -insistió él-. Era amor y es amor; y por primera vez en mi vida, odié mi trabajo, porque me hacía irme a Australia, cuando lo que más quería, era seguir a ti.
– Ah… Lyle -murmuró Kelsa, temblorosa, todo en ella urgiéndola a confiar en él le había pedido, pero…
– Te haré creerme -prometió él-. Te llevaré a mi madre y haré que ella repita la conversación telefónica que tuvimos. Ella te dirá, sin que yo la fuerce, cómo, no habiéndole confesando nunca nada así, le dije de mi profundo y eterno amor por ti.
– ¿Harías… eso… por mí?
– Si quieres, vamos ahora -declaró él y estaba a punto de ayudarle a Kelsa a levantarse del sillón, cuando ella lo detuvo.
– ¡No! ¡No me apresures! ¡Todavía no estoy lista! -dijo rápidamente Kelsa-. Necesito tiempo… para asimilar, para ordenar mis ideas. Necesito repasar…
– Tenemos todo el tiempo del mundo -dijo Lyle con gentileza-. Si hay algo que quisieras saber, que quieras repasar, tomaremos el tiempo necesario. Tan sólo créeme que mi amor por ti no desaparecerá; un amor que me ha atormentado, que ha afectado mis comidas y mi sueño; sin mencionar los celos, porque surgen en mí por cualquier pequeño detalle.
– ¡Has estado celoso!
– ¿Celoso? Estaba totalmente invadido de celos; tan impregnado de ellos que, al pensar que el “asunto personal” que mi padre quería discutir conmigo, era la revelación de que pensaba vivir contigo, decidí no darle la oportunidad de hacerlo.
– ¡Cuando en realidad lo que él quería era confiarte su creencia de que yo era su hija! -Kelsa se le quedó mirando.
– Y yo estaba demasiado agitado para darle la oportunidad, así que, en cambio, muy a mi pesar, fui a verte a ti con mis viles acusaciones y mi mal genio.
– No podías saberlo -lo disculpó Kelsa suavemente y le sonrió; pero de pronto, el demonio de los celos de Kelsa afloró y su sonrisa se desvaneció.
– ¿Qué sucede? -preguntó Lyle al instante.
Ahora, advirtió Kelsa, no era el momento de ser tímida.
– ¿Qué puede suceder? -lo retó-. Estabas tan enamorado de mí que en cuanto regresaste de Australia, saliste a cenar con una encantadora morena.
– ¡Eso me encanta! ¡Tú también estabas celosa! -exclamó él, con una sonrisa tan cautivadora, que Kelsa podía haberle pegado.
– ¡Claro que no! -negó ella.
– ¿Ayudaría en algo si confesara yo que conozco a Willa Jameson desde hace años y que, en un ridículo y fracasado intento de convencerme de que no me importaba en lo absoluto una mujer llamada Kelsa Stevens, le telefoneé para invitarla a salir?
– Desde luego, en una forma puramente platónica -replicó Kelsa.
– Sí, querida -sonrió Lyle-; puedes estar segura de eso. Sin embargo, lo que había yo olvidado era que la madre de Willa y mi madre eran amigas.
– ¡Ah! -exclamó Kelsa con la mente funcionando a toda prisa-. Parecías tan furioso en el restaurante, que estaba yo segura de que ibas a acercarte para darnos a tu padre y a mí un fuerte regaño.
– Estuve a punto de hacerlo -confesó él-; pero muy a tiempo me di cuenta de que no quería que en el círculo de amigas de la madre de Willa, que era también el círculo de mi madre, se supiera que mi padre tenía una aventura amorosa. Esa fue la noche en que, con mi madre viajando en un crucero, decidí que, independientemente de mis sentimientos, arreglaría yo las cosas antes que ella regresara. Decidí ver a mi padre el fin de semana, pero mientras tanto…
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