– Y por tu aspecto lavado y el hecho de que estuvieras levantada y vestida cuando vine, yo diría que o tienes una cama muy incómoda o tienes problemas para dormir.
– Ah, por… -empezó ella con pánico y acabó volviéndole la espalda y estallando-: ¡Ya tuve bastante de ustedes los Hetherington! -y acabó con voz temblorosa-: Quisiera que te fueras.
Oyó que él se movía y apretó los puños cuando pareció que acataba sus deseos de que se fuera. Las lágrimas le ardían en los ojos y en la garganta y Hubiera querido voltear a verlo por última vez; pero no lo haría. Tenía que terminar ahora .
De pronto, la invadió la alarma, al siguiente sonido que oyó y las lágrimas se secaron al instante, pues en vez de escuchar la puerta que se abría y se cerraba, vio a Lyle frente a ella.
Abrió la boca para decirle nuevamente que se fuera, pero no salió ningún sonido, pues advirtió que él tenía una mirada muy sagaz y, demasiado tarde, Kelsa recordó su agilidad mental; cuando se trataba de pensar rápido, él era el mejor.
– Dijiste “ustedes, los Hetherington”, plural -le recordó él lo que ella había dicho, sin darse cuenta.
– ¿Lo dije…? -repitió ella, tratando de quitarle importancia.
– Apreciabas a mi padre, eso lo sé, así que no creo que lo incluyeras en ese despectivo “ustedes los Hetherington” -analizó él rápidamente-. Ni, a pesar de que mi tía Alice tuvo la desagradable tarea de informarte que no tenías una hermana, creo que la incluyeras a ella -Kelsa se le quedó mirando, sin habla. Al ver cómo funcionaba la mente de Lyle, tenía deseos de mentirle, de decirle que sí le tenía rencor a su tía por lo que le dijo, pero eso no era verdad y no pudo decir nada, mientras Lyle continuaba-: Así que eso sólo me deja a mí y… -hubo más viveza en su mirada-. Ah, Kelsa; eso es, ¿no? Mi madre habló contigo, ¿verdad?
– Yo… -ella quena negarlo, pero tampoco pudo, aunque sabía, con desesperación, que no quería que Lyle supiera la verdad… que su madre sí había hablado con ella y que ese era el motivo por el que había abandonado Londres, porque saber que Lyle sólo la estaba engañando para sus propios fines, era más de lo que ella podía soportar. Sin embargo, cuando le costaba trabajo estar en sus cinco sentidos, surgió en ella de pronto una habilidad de actuación que no sabía que tenía y con un tono sorprendido, preguntó-: ¿Por qué iba tu madre a querer hablar conmigo? -y tuvo que sufrir la mirada fija de Lyle sobre ella, examinándola.
Luego, dejándola atónita, dejó caer las palabras:
– Supongo que por la misma razón por la que me telefoneó a mi hotel de Suiza, el domingo.
Y Kelsa, aunque asimiló que él había estado en Suiza, se quedó tan asombrada, que incautamente jadeó:
– ¿Te telefoneó a ti después de que me vino a ver el domingo?
– ¡Vaya que eres un amor de ingenuidad! -comentó Lyle, impresionándola, al sonar tan natural.
– ¿Cómo? -preguntó ella, con el corazón acelerado, al tratar de que no la afectara cualquier palabra cariñosa, por más natural que sonara.
– Para que te enteres, mi madre logró comunicarse conmigo alrededor del mediodía, el domingo -dijo él-: pero gracias por confirmar esa terrible sospecha.
– ¡Eso no fue justo!
– ¿Qué diablos hay en este negocio? -quiso saber él y, al lanzarle Kelsa una mirada resentida por haberle sacado la información que no quería compartir con nadie, fue obvio que él tenía la mente en los negocios todo el tiempo-. ¿Vas a decirme para que fue a verte? -preguntó él con suavidad.
– ¡Tú eres muy inteligente; adivínalo! -lanzó ella con hostilidad y él rápidamente lo hizo.
– Es obvio que tiene una conexión con la llamada que me hizo -empezó él, pero dejando eso a un lado, él continuó con tensión-: Si mis conjeturas son correctas, tendré que… -se interrumpió y, poniendo una mano en el brazo de Kelsa, dijo-: Mira, Kelsa, independientemente de lo que te haya dicho mi madre, trata de confiar en mí. Confía en mí y escúchame.
– ¿Escucharte? -preguntó ella, haciendo tiempo para controlarse, pues el contacto de la mano de Lyle en su brazo la debilitaba.
– Tengo mucho que decirte, pero gracias a la interferencia de mi madre, para convencerte de mi sinceridad, tendré que dar un largo rodeo.
– Por primera vez para ti, de seguro -murmuró ella con acidez, sabiendo que él siempre iba derecho a lo que quería.
– Posiblemente, aunque desde que te conozco ha habido muchas primeras veces en varios aspectos.
– No lo dudo -comentó ella con escepticismo.
– Por lo que parece, mi madre hizo muy buen trabajo -observó él y luego preguntó-: ¿Me darás el tiempo que necesito para explicarte unas cosas? Me urge hablar contigo; créeme -subrayó él, con un aspecto tan sincero, tan tenso, que Kelsa, a pesar de haber endurecido su corazón contra él, se ablandó un poco.
– Adelante -ofreció sin pensar.
– Puede tomar un buen rato… ¿Nos sentamos? -sugirió él.
– ¡Luego me pedirás que te sirva café! -lanzó ella con irritación, aunque por el efecto debilitador de la mano de Lyle sobre su brazo, tomó asiento. Lo mismo hizo Lyle. Sin embargo, como era un sillón para tres personas, aunque él estaba más cerca de lo que ella hubiera deseado, no estaba presionándola. ¿Decías? -sugirió Kelsa.
– Decía -siguió él, titubeó y luego, volviéndose hacia ella, continuó-: Para comenzar por el principio, te vi por primera vez…
– Y de inmediato supusiste que era yo la amante de tu padre.
– ¿Lo voy a contar yo? -sugirió él.
– Adelante, por favor -se encogió de hombros ella. Tal vez fue muy débil al aceptar que él le hablara; pero, gracias a Dios, había sido advertida por su madre y si él trataba de convencerla por algún tortuoso camino, ante la sola mención de la palabra “compromiso”, ya no se diga “matrimonio”, recibiría una incisiva respuesta.
– Ahí estaba yo -reanudó él-, a punto de salir para Australia…
– Me viste por primera vez cuando regresaste.
– Te vi por primera vez antes de irme.
– ¿Sí? ¿Dónde? -preguntó Kelsa que habiéndose recuperado de su debilidad, no estaba dispuesta a creer nada sin cuestionarlo.
– En el estacionamiento de la compañía.
– Yo no te vi -lo habría recordado, pensó ella. Aun sin saber quién era, nunca habría olvidado al alto y sofisticado Lyle Hetherington.
– Yo no estaba en el estacionamiento. Estaba con prisa debido a mi tardanza inesperada en la oficina antes de irme por un mes a Australia. Por la impaciencia, no quise esperar el ascensor y, al empezar a bajar por la escalera, te vi por la ventana del descansillo. Tú salías de tu coche y yo… -se detuvo, aspiró profundamente y continuó-: Observé cómo caminabas, tan garbosa, y pensé que eras la mujer más hermosa que había yo visto jamás.
Ella se le quedó mirando, con la boca abierta. Quería creerle… ¡Ah, cómo quería creerle! Pero la señora Hetherington le había dicho… De pronto, Kelsa recordó, sin saber exactamente cuándo, que ella no pensaba que Lyle conocía su coche. Pero si él la vio salir del coche, como acababa de mencionar, entonces…
– Ah… Continúa -invitó, cuando pareció que él esperaba un comentario de ella, algo alentador, tal vez.
– Te vi y supe… que tenía que investigar quién eras. Habiéndote observado hasta que estabas fuera de mi visión, llegué a la planta baja cuando tú cruzabas el área de recepción, alejándote de mí. Con la ayuda de un joven que se hallaba cerca, pronto supe que eras Kelsa Stevens, la nueva secretaria de Ian Collins, de la sección de Transportes y…
– Dijiste que me alejaba de ti; también me alejaba del joven que te ayudó -intervino Kelsa, decidida a no dejarlo salirse con la suya, a pesar del impresionante comentario de Lyle, que la consideraba la mujer más bella que él había visto.
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