– Así era -convino él-; pero tus espléndidas piernas y tu rubia cabellera son conocidas a todo lo ancho y largo del edificio. Ha de haber pocos hombres en Hetherington, que no pudieran decirme quién eras.
– Ah -murmuró Kelsa, necesitando desesperadamente algo para endurecerse-. ¿Así que me viste y ya?
– Claro que no. Ya se me había hecho tarde y tenía que apresurarme para tomar mi avión; así que lo único que podía hacer era decidir darme una vuelta por la sección de Transportes, cuando regresara y…
– Pero en el mes que pasó, rápidamente te olvidaste de todo.
– ¿Olvidarte? ¡ Jamás ! -declaró Lyle con vehemencia y el corazón de Kelsa empezó a corretear de nuevo-. Regresé a la oficina matriz un lunes por la tarde -continuó él-. Sabía, o creía saber, que mi padre estaría en su habitual junta de los lunes en la tarde; pero yo ya había decidido que, en vez de interrumpir cualquier asunto que estuvieran discutiendo, primero me daría una vuelta por la sección de Transportes.
– ¿Fuiste ahí antes de ir a ver a tu padre? -jadeó Kelsa.
– ¿No te dije que te tenía en la cabeza? -repuso él y, mientras Kelsa luchaba por controlarse, él continuó-: Pero cuando llegué a la oficina de Ian Collins, no encontré ninguna cabellera rubia, sino a una secretaria amable, pero insignificante. Desde luego, le pregunté cómo estaba adaptándose a su trabajo.
– Desde luego -convino Kelsa, con un poco de cautela-. Y, obviamente, le pediste que te dijera qué había sucedido conmigo -sugirió, preguntándose si él estaría mintiendo. ¿Pero por qué mentir?
– No quería que trabajaras para ninguna otra compañía que no fuera Hetherington -explicó él-. Quería que estuvieras donde pudiera yo verte y comunicarme contigo.
– Ah, desde luego -murmuró ella, con incredulidad en la mirada.
– Trata de creerme -la instó él-. Te digo todo tal como sucedió, porque supongo que es difícil sacarte de la cabeza lo que pasó entre tú y mi madre ayer. Sé que ella puede ser ruda y contundente hasta llegar a la crueldad, si…
– ¡Pues tiene un hijo igual a ella! -interrumpió Kelsa con frialdad; pero pronto desapareció su soberbia cuando Lyle aceptó.
– Merezco eso y más; lo sé. Pero regresando a la oficina de Ian Collins, cuando le sugerí a la nueva secretaria que Kelsa Stevens no se había quedado mucho tiempo en la compañía, ella me replicó, para mi asombro, que no te habías ido, sino que te habían transferido a la oficina del presidente de la compañía. Todavía seguía yo rumiando el hecho de que, habiendo otras secretarias más experimentadas, que llevaban años trabajando en la compañía, te hubieran dado ese puesto tan ambicionado a ti, cuando regresé al área de recepción… sólo para recibir otro impacto que me anonadó.
– ¡Ah! -exclamó Kelsa, al empezar a funcionar su mente con agilidad-. Eso fue cuando nos viste a tu padre y a mí, saliendo… y riéndonos.
– Nunca había visto a mi padre tan feliz con la vida -agregó Lyle-. ¡Y me puse furioso!
– ¡Nos seguiste!
– Sí; y por poco y entro a tu apartamento para confrontarlos a los dos.
– ¿Ah, sí? -eso no lo sabía Kelsa.
– Sí. No podía soportarlo; pero me di cuenta de que tenía que pensarlo bien, antes de hacer algo.
– Generalmente, eres muy bueno para pensar con claridad.
– Pues en esa ocasión estaba yo demasiado afectado para hacerlo -reveló él-. Estaba muy alterado, pues no sólo parecía que mi padre había perdido el juicio, sino que lo había hecho con la mujer a quien yo… -Lyle se interrumpió y, mirándola a los ojos, continuó en voz baja-: de quien yo… me había enamorado.
– ¿Enamorado? -repitió ella, con la voz ronca, a pesar de sus firmes intenciones de no dejarlo entrever la forma en que él la afectaba-. Pero -protestó, cuando la fría cordura la invadió para pisotear sus esperanzas- tú ni siquiera habías hablado conmigo, entonces.
– Sé que parece una locura, pero no necesitaba yo hablarte; simplemente… ahí estaba el sentimiento.
¿Qué tanto estaba ahí?, quería ella preguntar. ¿Qué tanto estabas enamorado de mí? ¿Sería una décima parte de lo que yo me enamoré de ti? Si no hubiera recibido la visita de la señora Hetherington, tal vez lo habría preguntado. Así que Kelsa negó con la cabeza y, con un esfuerzo, encontró el valor para decirle:
– No necesito esto, Lyle. Quiero que te vayas.
– ¿Quieres que me vaya? ¿Antes que relate todo…?
– ¡No quiero oír nada más! -lo interrumpió ella, al agitarse y salir a flote todo lo que había pasado: su amor por él, su choque al recibir la visita de su madre, su huida de Londres, el impacto de estar con Lyle ahí-. Mira, Lyle Hetherington -estalló y se puso de pie-. ¡No quiero oír ni una sola mentira más! -él también se levantó y, temiendo ella que la volviera a asir del brazo, retrocedió un paso-. Tu madre me dijo cómo sería todo; cómo… -se detuvo bruscamente, consciente de pronto de que iba a revelar sus sentimientos más íntimos.
– No te detengas. ¡Dímelo! -la instó Lyle.
– ¡No!
– ¿Es justo esto?
– Sí; es muy justo -replicó ella con pánico-. ¡Tan sólo vete!
– ¿Y si me niego a irme? ¿Si me niego, hasta que me digas qué ideas falsas y descarriadas te metió mi madre en la cabeza? Si yo…
– ¡Ya basta! -gritó Kelsa.
– Así que me juzgas injustamente sólo porque…
– ¿Por qué no había de hacerlo? Tú también ¡me juzgaste injustamente!
– Dios mío, lo merezco. Sé que lo merezco -reconoció él-, pero…
– ¡Pero nada! -lo interrumpió ella, acalorada-. ¿No ves que no estoy interesada? -mintió, pero empezó a titubear de su decisión de no escucharlo, cuando vio que él palidecía.
– ¿No lo estás? -insistió él-. ¿De veras no lo estás? -y Kelsa supo entonces que, dondequiera que Lyle estuviera, no iba a rendirse fácilmente.
– ¡No! ¡No lo estoy! -la actriz volvió a surgir en ella.
– Pues mala suerte para ti -vociferó él, pero ella oyó cómo él aspiraba hondo antes de proseguir-: Me niego a que me arruinen la vida sólo porque…-se interrumpió y luego continuó-: Tal vez no quieras oír más, pero tendrás que oírlo. No querrás decirme de qué se trató la conversación entre tú y mi no muy piadosa madre el domingo, así que yo te diré cómo estuvo mi conversación con ella el domingo, cuando me localizó.
– Yo no… -Kelsa iba a decir que no quería oír nada más; pero sabía que ya era ridículo, puesto que no hablaban ya de sus emociones, así que se encogió de hombros y lanzó un despreocupado-: Supongo que no era nada muy importante.
Para su sorpresa, Lyle tomó su comentario con un leve entrecerrar de ojos y luego habló:
– Parece que fue lo bastante importante para ella, para conseguir inmediatamente tu dirección… Está en el testamento de mi padre, del cual tenemos cada quien una copia.
– ¿Acaso sugieres que la llamada que te hizo, originó su idea de visitarme?
– Estoy seguro de que así fue -dijo él y estiró la mano para tocar su brazo-. Vamos, Kelsa -dijo con gentileza-: sé que tanto mi madre como yo te hemos tratado muy mal; pero si alguna vez me permites que te lo compense, por favor olvida todo lo de la visita de mi madre el domingo.
¿No sabía él lo mucho que ella quería olvidarlo? ¿No sabía él lo maravillosa que había sido la sensación que siguió a la fascinante cena que tuvo con él, sus flores y el mensaje que venía con ellas? Qué maravilloso sería poder dar marcha atrás y volver a sentir lo que hasta antes de la visita de su madre.
– Pero sí me visitó -tuvo que decirle inexpresivamente.
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