Jennifer Greene - Fuerte como el amor

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Él era el tipo de hombre con el que sueñan todas las mujeres, pero al que Lexie nunca habría pensado conocer. Y, sin embargo, allí estaba Cash McKay, el hombre más atractivo del mundo… y que sería la sombra de Lexie Woolf durante cuatro semanas.
Lexie se había retirado a la montaña para relajarse durante un mes, pero sabía que no podría hacerlo mientras Cash estuviera cerca. Un guiño, una sonrisa, y se tropezaba con cualquier cosa. Aunque eso servía para que él la tomara en sus brazos y la hiciera sentir la mujer más atractiva de la tierra. ¿Podría aquella relación temporal convertirse en una auténtica historia de amor?

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Sammy no podía soportar la idea de perder a Cash. Como ella, años atrás, había estado aterrorizada de perder a sus padres. Y lo que estaba provocando en Sammy un ataque de ansiedad no era la pérdida, sino el miedo de perder a alguien y la terrible sensación de no poder hacer nada. Lexie conocía aquella sensación demasiado bien.

Nada podía igualar la angustia de perder a sus padres. Nada, ni siquiera el amor, parecía tan importante como no tener que volver a pasar por aquel miedo.

Su amor por Cash era tan fuerte que esos miedos se habían despertado otra vez.

Lexie acarició la cabeza de Sammy, sabiendo que estaba intentando ser valiente y controlar las lágrimas. En su mente, los recuerdos se agolpaban. Nunca había encontrado su sitio, pero no porque no la hubieran querido de pequeña, sino porque ella nunca lo había permitido. Y la secreta razón estaba allí. En el recuerdo de aquel armario. La desesperación, el terror de que la gente a la que más quería en el mundo resultara herida. Y que ella no pudiera hacer nada.

La sensación era insoportable.

– Sammy, te prometo que encontraremos a tu padre. Y que estará perfectamente.

– Tenía miedo de que dijeras que tenía que irme a la cama.

– No, cariño. Si tú estás preocupado, yo también. Y si pasa algo, estaremos juntos. ¿De acuerdo?

– ¿Tú crees que le ha pasado algo? -preguntó Sammy, sin poder contener las lágrimas.

– No voy a mentirte. Creo que le ha ocurrido algo porque si no, habría llamado -contestó sinceramente Lexie-. Pero tú sabes que tu padre es un tipo listo. Aunque le hubiera pasado algo, no creo que sea nada grave.

Sammy lo pensó un momento.

– No recuerdo cuándo se fue mi madre -le confesó-. Yo era demasiado pequeño. Pero a veces me despierto por la noche y me parece recordarla. La veo en mi cabeza, pero no estoy muy seguro. Creo que… si yo hubiera hecho algo de otra manera, quizá ella se habría quedado.

– ¿Sabes una cosa, Sammy? Yo también pensaba lo mismo. Si yo hubiera podido hacer algo, quizá mis padres seguirían vivos.

– Eso es lo que me molesta. Que a lo mejor mi madre se fue porque yo no era bueno.

– No digas bobadas -sonrió Lexie, apretando sus hombros-. Tú eres un niño con el que soñaría cualquier madre. Eres especial. No quiero que te mueras de vergüenza, pero a mí me pareces un chico maravilloso y te quiero mucho. Ojalá fueras mi hijo.

– Venga, Lexie…

– Perdón.

– Cash también se pone así de tonto a veces.

– Te entiendo -murmuró ella, limpiando las lágrimas del niño. Y después, las suyas-. No volveré a decir algo tan horrible.

– Yo también te quiero, Lexie, pero no tenemos que estar diciéndolo todo el rato.

– Muy bien. ¿Puedo decirte una cosa más?

– Si no es una cosa de chicas…

– No. Es sobre Cash. Sé que va a entrar por la puerta en cualquier momento, pero… ¿sabes lo que me has dicho, lo de no poder controlar que tu madre se haya ido?

– Sí.

– Pues es lo que yo siento. Que no pude controlar que mis padres desaparecieran de mi vida. Es una cosa que tenemos los huérfanos y no creo que nadie más que nosotros pueda entenderlo. Pero la cuestión es que Cash no ha llegado todavía y… esa es la razón por la que nosotros estamos más preocupados que los demás. Keegan y los demás no están preocupados en absoluto. ¿Entiendes?

– Sí.

– Nosotros nos asustamos enseguida.

– A, mí me gustaría darle un puñetazo a la pared.

El niño pareció calmarse durante un rato, pero cuando dieron las once, sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas.

Lexie volvió a llamar a Keegan, pero seguía sin saber nada. Según él, estaba demasiado oscuro como para ir a buscarlo y tendrían que esperar hasta el amanecer.

– Vete a dormir, Lexie. Seguro que estará preparando algún ejercicio en el bosque.

A las once y media, Martha empezó a arañar la puerta. Era como si la perrita hubiera ido a llorar con ellos.

– Nadie cree que pase nada, pero ¿sabes una cosa?

– ¿Qué?

– No podemos ir a buscarlo ahora porque está muy oscuro, pero podríamos dormir los dos en el sofá. De ese modo, saldremos a buscar a Cash antes de que amanezca. ¿Qué te parece?

– Bien.

Sammy se quedó dormido unos minutos después. Lexie lo cubrió con una manta y empezó a pasear por la habitación.

Estaba preocupada por Cash… pero no demasiado preocupada. Con lógica o sin lógica, estaba segura de que ella lo sabría si Cash estuviera en un serio aprieto. Lo que realmente la preocupaba era la cuestión del matrimonio.

No podía haberlo dicho de verdad.

Sabía que ella no tenía sitio en su vida.

A las dos de la madrugada, las estrellas eran tan brillantes que el bosque parecía de plata. Poco a poco, la bruma cubrió los árboles y el rocío empezó a empapar las hojas. Antes de amanecer, Lexie escuchó los primeros trinos.

Minutos después, cargados con una mochila, Sammy y ella salían a buscar a Cash.

Algo había cambiado aquella noche para los dos. Quizá habían dejado de culparse a sí mismos por perder a su familia.

Lexie amaba a Cash. Esa era la diferencia. Amarlo y ser amada por él lo cambiaba todo.

Cash no podría decir que era el paseo más divertido de su vida, pero cuando encontró una rama lo suficientemente fuerte como para sujetar su peso, decidió ponerse en marcha. Le dolía mucho la rodilla, pero sabía que no era nada grave. Quizá un esguince o algo parecido.

No habría podido llegar a casa en la oscuridad sin arriesgarse a rompérsela de verdad. Darle un descanso al hueso, manteniendo la pierna hacia arriba había hecho que bajara la hinchazón.

Cuando el sol asomó por el horizonte, Cash tenía hambre, frío y sed. Y lo que más lo preocupaba era Sammy. El niño tenía pánico a ser abandonado.

Y Lexie. Ella también tenía ese miedo.

Solo que su miedo era un miedo de adulto, sus pesadillas, más espantosas. Durante la noche, Cash había tenido mucho tiempo para pensar y había descubierto qué era ese «algo» que tanto la aterrorizaba, lo que hacía que tuviera miedo de amar y ser amada.

Era la pérdida de sus padres. El miedo de perder de nuevo a las personas que quería.

Pero Cash se había hartado de ese miedo.

Iban a hablar largo y tendido cuando volviera a casa. No pensaba dejar que se marchase. Tendría que convencerla como fuera. Lexie iba a casarse con él y con Sammy o tendría que darle una muy buena razón para no hacerlo.

Cuando empezó a bajar una pendiente, su corazón dio un vuelco. Allí estaban, subiendo la cuesta, uno al lado del otro. Cuando lo vieron, salieron corriendo hacia él.

Cash estuvo a punto de salir corriendo también. Pero, en lugar de hacerlo, se apoyó en la rama y puso cara de dolor.

Sammy tenía lágrimas en los ojos cuando se echó en sus brazos. Pero Lexie… Lexie lo miró con aquellos ojos color chocolate llenos definía.

– ¡Maldito seas, McKay! ¡No vuelvas a darnos un susto como este!

– Me hice daño y…

– Ya sabemos que te has hecho daño. Vamos a casa. Sammy, tú agárralo por la izquierda, yo lo haré por la derecha.

No era precisamente buena idea porque los dos eran demasiado pequeños, pero Cash sabía que tenían que ayudarlo. Y aunque hubiera intentado negarse, Lexie no se lo habría permitido.

– Tengo que volver a Chicago durante tres semanas. Y no es solo por mi trabajo. Tenías razón, puedo hacerlo desde donde quiera. Pero tengo muchas cosas que solucionar y me gustaría mantener mi oficina y… ¡no discutas conmigo!

– Vale -murmuró él.

– Tendré que volver a Chicago dé vez en cuando, una vez al mes o algo así. ¡Y no me lo discutas!

– Vale.

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