– Si estás buscando problemas, acabas de encontrarlos.
Eso esperaba Lexie. Había deseado aquel momento desde la primera vez que lo vio y no pensaba seguir negándoselo a sí misma. No era una ingenua, pero ningún hombre había podido cambiarla. Y sabía que Cash podría.
Sus manos la acariciaban, la tocaban, la volvían loca. En su cabeza, Lexie vio un millón de estrellas, experimentó un millar de colores. La noche se convirtió en una cascada de sensaciones. Él acariciaba sus pechos, sus costados, sus muslos, haciendo que levantara las piernas, deseándolo más cerca. Deseándolo desnudo, dentro de ella.
No podía esperar más.
– No quiero seguir jugando -gimió.
– Aún no hemos empezado.
– Te deseo.
– Yo también. Más de lo que nunca he deseado a una mujer. Solo a ti, Lexie. Nunca he sentido este fuego por nadie.
– Entonces… tómame.
– Nos tomaremos el uno al otro, te lo prometo. Pero quiero darte placer. Deja que lo haga…
Cash empezó a acariciar su cuello, dejando un collar de besos en su garganta. Nunca nadie la había besado con tal reverencia. Nadie nunca había compartido de tal modo su desnudez, su soledad. Lexie no sabía que podía compartir tantas cosas con otro ser humano. Él le hacía regalos, el mareante regalo de la belleza, el exuberante de la lujuria… dando, dando y dando hasta que no pudo soportarlo más.
Lexie levantó las piernas y las enredó alrededor de la cintura del hombre. La mirada de Cash era salvaje mientras entraba en ella, con fuerza. Un grito escapó de sus labios, el sonido tan pagano como la noche. Le hizo daño, pero un daño delicioso. Un beso se volvió un mordisco. Olía a sudor, a sexo.
¿Cuándo se había vuelto tan cálida la noche?
¿Cuándo se había roto la oscuridad con la luz de sus ojos?
– Cash, Cash…
– Lo sé -murmuró él. De nuevo, volvió a arquearse y, de nuevo, se hundió en ella, con un ritmo tan antiguo como el tiempo. Lexie conocía a aquel hombre. Lo había conocido desde siempre. Era la única persona en el mundo que podía atravesar la oscuridad por ella-. Conmigo, Lexie. Conmigo.
Lexie no estaba segura de si era una exigencia o una promesa, pero daba igual. Estaba con él, colgada del mismo precipicio, volando a una altura que solo les pertenecía a los dos. Ella gritó, él gritó también.
Pasó una eternidad. Los temblores se consumieron y poco a poco recuperaron el aliento.
Cuando Cash encontró fuerzas para levantar la cabeza, contempló sus ojos, brillantes de sorpresa y felicidad.
Lexie pensó que le daba igual lo que pasara después de aquello. Sabía que no podía esperar un futuro. Nada había cambiado en sus vidas, pero ella había cambiado. Se sentía más rica, más completa. Amarlo merecía la pena, a pesar del dolor que llegaría después.
Por fin, Cash empezó a respirar. Quizá había pasado mucho tiempo desde la última vez que hizo el amor de aquella forma. Quizá no lo había hecho nunca.
Unos segundos después, sintió la brisa acariciando su piel ardiente, y escuchó el sonido de las hojas. Por fin podía pensar.
Cuando Lexie puso la cabeza sobre su hombro, Cash cerró los ojos.
Había sabido desde el primer día que Lexie era un problema. Pero nunca habría podido imaginar que sería un problema tan tremendo, tan hermoso.
Aquello era lo que había estado buscando, pero que nunca había creído poder encontrar. Hacer el amor con Lexie le había confirmado lo que ya sabía. No podía dejarla marchar. Los obstáculos seguían allí, pero tenían que encontrar una forma de estar juntos porque ella era parte de su corazón. Y del de Sammy.
Cuando ella suspiró, Cash la apretó contra su corazón.
– ¿Tienes frío?
– Ni siquiera sé en qué día estamos, McKay, así que deja de hacerme preguntas tan difíciles.
– Parece que estamos un poco cansados -rió él.
– No pienso volver a moverme en toda mi vida.
– No iba a sugerir un gran movimiento, pero si te mueves un poquito, podría abrir el saco de dormir y…
– De eso nada. No te muevas ni un milímetro de donde estás. Y no intentes convencerme.
– Muy bien. Llevas semanas diciendo que no te gustan los deportes, pero me parece que hemos encontrado el tuyo. De hecho, creo que en este deporte tienes calidad olímpica.
– ¿Yo?
– Tú eres la que me ha puesto en estado de coma, de modo que eres la amante más hermosa y más increíble del universo.
Lexie levantó un poco la cabeza. Él no había usado la palabra «amor», pero podía sentirla en el aire.
– Siempre creo lo que dices, McKay, pero… -Ya sabía yo que había un «pero».
– Pero eso del coma me parece un poco exagerado. Considerando que puedo sentir enormes signos vitales creciendo sobre mi muslo.
– ¿Enormes?
– Debería haber sabido que cualquier cumplido se te subiría a la cabeza. ¿No estarás otra vez…?
No lo había estado hasta que ella empezó a moverse.
– ¿Yo? Pensaba ser un caballero y ponerme a roncar como cualquier ser humano decente. Pero has empezado a ponerte atrevida y…
– ¿Yo? ¿Atrevida? Eres… eres… -cuando Lexie no encontró un insulto suficientemente fuerte, decidió besarlo. O fue él quien la besó. Daba igual.
Los dos empezaron a reírse, pero la risa pronto se convirtió en deseo. Si un oso hubiera aparecido entonces en la tienda, ninguno de los dos lo habría notado.
Cuando un hombre tenía una misión, necesitaba concentrarse. Cash quería que cada centímetro del cuerpo de Lexie llevara su impronta. Sin embargo, se daba cuenta de la ironía. Después de evitar el compromiso con muchas mujeres, había acabado enamorándose de la única mujer querrá imposible para él.
Lexie se marcharía en menos de dos semanas y que el reloj marcase las horas añadía pasión a cada beso, urgencia a cada caricia y esperanza a cada suspiro que arrancaba de ella. No podía obligarla a quedarse. Cash podría llegar a un compromiso. Podría marcharse de allí, pero era una decisión muy difícil. Aquel había sido un buen sitio para criar a Sammy y también lo sería para Lexie. Ella también necesitaba curar sus heridas. Necesitaba un sitio al que pertenecer.
Pero Cash sabía que no sería fácil. Ella era huérfana, pero no era su huérfana. Iba a marcharse en dos semanas, a menos que algo drástico la hiciera replantearse su vida.
Quizá amarla como si le fuera la vida en ello no era lo más honrado en aquel momento, pero Cash estaba luchando no solo por él, sino por Sammy. El fin tendría que justificar los medios.
– Espera un momento, Cash. Sigo sin entender cómo os habéis quedado Lexie y tú encerrados en la biblioteca.
– Pues no estoy seguro, Sammy. Quizá puse el cerrojo sin darme cuenta -intentó explicar él. Habían terminado de cenar y estaban charlando, como cada noche. Cash, con los pies sobre la mesa y Sammy, tumbado en el sofá y con los pies en la pared.
– Pero no hay forma de cerrar el cerrojo desde fuera -insistió el niño-. Aquí hay algún misterio.
– No creo que debas preocuparte.
– No estoy preocupado. Es que no entiendo qué pasa con los cerrojos últimamente. Hace dos días, Lexie y tú os quedasteis encerrados en la sala de masajes…
Cash se apartó el cuello de la camisa, como si necesitase aire. Tener una historia de amor con tanta gente alrededor no era fácil. Tener una historia de amor con Sammy cerca, era imposible.
– No me has dicho cómo están Martha y los cachorros.
– Creo que deberíamos seguir hablando sobre el problema de Lexie con los cerrojos. ¿Sabes una cosa, Cash? Creo que debería quedarse con nosotros un poco más. Otro mes, por ejemplo. No creo que deba volver a la ciudad tan pronto. Aún tiene mucho que aprender.
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