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Jennifer Greene: Fuerte como el amor

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Jennifer Greene Fuerte como el amor

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Él era el tipo de hombre con el que sueñan todas las mujeres, pero al que Lexie nunca habría pensado conocer. Y, sin embargo, allí estaba Cash McKay, el hombre más atractivo del mundo… y que sería la sombra de Lexie Woolf durante cuatro semanas. Lexie se había retirado a la montaña para relajarse durante un mes, pero sabía que no podría hacerlo mientras Cash estuviera cerca. Un guiño, una sonrisa, y se tropezaba con cualquier cosa. Aunque eso servía para que él la tomara en sus brazos y la hiciera sentir la mujer más atractiva de la tierra. ¿Podría aquella relación temporal convertirse en una auténtica historia de amor?

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No había nada que ella pudiera hacer allí. No podía ayudar a Cash o Sammy y no había sitio para ella en sus vidas. Escalar montañas no se le daba bien.

Solo podía culpar a una persona por haberse dejado involucrar de tal forma. A ella misma. Había querido importarle a alguien.

Había esperado cambiar la vida de alguien. Pero era una estupidez por su parte pensar que tenía un sitio en la vida de Sammy y menos en la vida de Cash.

Era el momento de volver a casa. De alejarse. Antes de que él se diera cuenta de cómo lo amaba.

Capítulo 11

Cash se inclinó para arropar a Sammy.

– Ya sé que eres muy mayor y no necesitas que te dé un abrazo, pero hoy es una de esas noches en las que yo necesito uno… si no te importa.

– Si es por ti… -sonrió el niño, enredando los bracitos alrededor de su cuello-. Vas a hablar con Lexie, ¿verdad?

– Sí. Voy a ver si se ha tranquilizado.

– ¿Vas a enterarte de por qué ha llorado?

– Lo intentaré.

– No era por su hermana.

– Ya lo sé.

– Cash, tengo que decirte otra cosa.

– Dime.

Sammy se quedó pensando un momento.

– Yo creo que Lexie es la chica para nosotros -dijo por fin-. Mi madre no va a volver a buscarme, ¿sabes?

Uno de aquellos días, aquel niño iba a romperle el corazón.

– Me temo que no -asintió Cash.

– Bueno, ya lo sabía. Pero nunca me ha hecho falta que volviera, ¿eh, Cash? Yo estoy muy bien contigo. Pero es que ahora, con Lexie…

– ¿Qué, hijo?

– Quiero que se quede -susurró el crío-. Por ti. Pero también un poco por mí. Sé que no se quedaría por un niño como yo, pero a lo mejor si tú se lo pides…

– Samuel McKay, tú eres muy importante -lo interrumpió Cash. Tan importante que a veces había deseado estrangular a su hermana. Tan importante que sus palabras le partían el corazón-. Voy a contarte un secreto. De hombre a hombre.

– ¿Cuál?

– A mí me gusta mucho Lexie. Muchísimo. Pero cada uno busca en la vida lo que necesita y yo no sé qué necesita ella. Aunque nos quiera, es posible que no pueda quedarse. Y yo no puedo prometerte que vaya a convencerla.

– No hace falta, Cash -murmuró Sammy-. Es como mi madre. Necesita algo, pero no a mí. No te creas que ahora me gustan las mujeres, pero Lexie es diferente. Y también es diferente para ti, así que no me importa que estés con ella…

– Vale -dijo Cash-. Me alegro de que hayamos hablado.

– Yo también. Vete con Lexie para que no llore, ¿vale?

Ella seguía en el salón. Pero estaba frene a la ventana, mirando el cielo lleno de estrellas. Una ola de amor lo recorrió entonces. Eran sus rizos. Y aquel trasero respingón. Y la orgullosa posición de sus hombros. Cuando lo oyó entrar, Lexie se dio la vuelta con fuego en los ojos. Un fuego que intentó disimular.

– Iba a marcharme, pero no quería hacerlo sin darte las buenas noches.

– Te acompañaré a tu habitación.

Caminaron por el pasillo sin decir nada, sin encender las luces. Cuando llegaron a la habitación, Lexie entró dejando la puerta abierta y Cash la siguió.

– Lexie, ¿qué ha pasado? ¿Por qué te has puesto tan nerviosa?

– No lo sé. Ya te he dicho que los ataques me dan de repente -contestó ella, sin mirarlo.

– Pero sé que no habías vuelto a tener ninguno.

– Sí. Tenías razón sobre estas montañas. Son mágicas.

– Quiero ayudarte mi amor. Pero tienes que decirme cómo.

– Compartir tu vida durante estas semanas ha sido increíble para mí, Cash. Me has ayudado más de lo que lo ha hecho nadie.

Aquellas eran hermosas palabras, pero parecían el preludio de una despedida.

– Lexie, te quiero.

– Yo también te quiero. Eres más parte de mi vida que los latidos de mi corazón -murmuró ella-. Lo siento. No quería asustar a Sammy actuando como una histérica.

– No eres una histérica.

– Quería decir…

– ¿Lexie?

– ¿Qué?

– ¿Qué dirías si… si te pido que te cases conmigo? -preguntó Cash con voz ronca. Jamás había hecho esa pregunta. Jamás había pensado hacerla-. Ya sé que acabamos de conocernos, pero hemos pasado mucho tiempo juntos. Sé que tienes que volver a Chicago -siguió diciendo él, con el corazón en la garganta-. Pero también sé que ahora hay cosas como el fax y el ordenador y los móviles y… ¿no podrías trabajar en lo tuyo donde quisieras? No estoy diciendo que tenga que ser aquí al menos no todo el tiempo. Pero, para lo que tú haces, ¿no es posible tener una oficina en una casa, en lugar de en un rascacielos?

– Cash… -murmuró Lexie, levantando la cara.

– No te estoy pidiendo que abandones nada. No quiero que dejes tu trabajo, sólo te estoy pidiendo que lo pienses. Estoy preguntando si hay alguna posibilidad por remota que sea que quieras a un hombre y a un niño que viven perdidos en Idaho.

Cash dio un paso adelante y la besó, con un beso que parecía tener grabado el nombre de ella. Se decía a sí mismo que debía ir despacio, que tenía que darle un poco de tiempo para pensar, pero no podía hacerlo. Cerró la puerta de la habitación con el pie y, un segundo después, la tenía tumbada sobre la cama.

Nada iba a funcionar en su vida si ella se marchaba, de eso estaba seguro. Nada sería divertido. Nada sería mágico.

Le gustaba todo de Lexie, hasta sus ataques de ansiedad. Le gustaba cómo hablaba con Sammy, cómo jugaba con los cachorros o bromeaba con Keegan; le gustaba cómo gritaba cuando veía una araña. Y le gustaba porque estaba sola. Como él. Y le gustaba mucho cómo besaba.

Ninguna mujer podía besar como Alexandra. Quizá se había pasado tumbándola en la cama, pero era ella entonces quien enredaba los brazos alrededor de su cuello.

Y ella la que abría la boca para acariciarlo con sus labios y levantaba una pierna para enredarla en su cintura. Había tanto amor en sus besos…

Cash le quitó la camisa sin problemas. Y más fácil le resultó quitarle los pantalones y las braguitas al mismo tiempo. Cuando estaba quitándole los calcetines, ella tomó su cara entre las manos para robarle un beso húmedo y cálido.

Lexie encontró la cremallera de sus vaqueros y metió la mano dentro, acariciándolo con su mano de chica de ciudad, acariciándolo arriba y abajo.

– Lexie…

– No hables. No tenemos que hablar.

– Sí tenemos que hablar -dijo Cash. Pero tenía miedo de hacerlo. No sabía qué decir para ganarla. No sabía qué palabras usar para convencerla de su amor.

De modo que volvió a besarla. En la cara, en el cuello, dejando un reguero húmedo en su pecho, en su vientre. Sabía que eran dos personas diferentes, con diferentes compromisos. Entendía que ella no quisiera atarse a alguien como él, pero también sabía que todo era perfecto con ella. Comer, reír, leer. Las diferencias no importaban porque cada segundo de su vida sería perfecto si Lexie estaba con él.

Había escondido aquellos sentimientos, pero no pensaba seguir haciéndolo.

Intentó decírselo. Todo. Besándola, acariciando sus piernas, acariciando su vientre. En la oscuridad, podía ver el brillo pagano de sus ojos, sentir los fuertes latidos de su corazón mientras ella clavaba las uñas en su espalda, impaciente.

Pero Cash no quería que aquello terminase. Nunca, si era posible. La tomó con la lengua, llevándola muy alto, tan alto que se quedó sin aire.

Y después, la tomó para llevarla con él de nuevo a la cumbre. Esa era su forma de decirle que estaba dispuesto a arriesgarse a todo por ella.

La alegría en los ojos de Lexie iluminaba la oscuridad. Era amor lo que compartían. Amor lo que se daban.

Momentos después, estaba exhausto y lleno de esperanzas. No había tiempo para hablar. Lexie estaba tan debilitada como él, pero Cash sabía que iba a funcionar. Lo sabía. Y besó su sonrisa justo antes de que los dos se quedaran dormidos.

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