Jennifer Greene - Mi Bella Durmiente

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Maggie Fletcher podía recordarlo todo excepto lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas. Menos mal que, por suerte para ella, el sheriff local Andy Gautier estaba en el caso. En la ciudad se decía que era capaz de llegar al fondo de cualquier asunto… o de cualquier persona.
Andy se había jurado a sí mismo que ayudaría a su bella durmiente a recuperar el día que había perdido. Pero le estaba costando mucho concentrarse en el trabajo…

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Y eso era nuevo e inquietante para ella.

– ¡Maggie, por Dios! ¡Te he dicho que fregaba yo! No puedo marcharme ni un minuto.

Maggie se dio la vuelta al ver a su hermana Joanna salir del cuarto de baño.

– No pasa nada. Las dos solas apenas hemos manchado.

– Pero tú has hecho la cena y a mí me tocaba…

– La próxima vez -cortó, aunque sabía bien que esa vez nunca llegaría. Mientras crecían, ambas se peleaban como el perro y el gato por cosas como aquella, pero Joanna siempre se las arreglaba para desaparecer cuando llegaba el momento de fregar o de hacer las cosas de la casa-. He preparado un té. ¿Te apetece?

– Vale. Pero no quiero que se te vaya a hacer tarde por mí- ¿A qué hora te viene a buscar el sheriff?

– A las siete. Además, ya te he dicho que no se trata de nada importante. Simplemente Andy se ha ofrecido a llevarme a la compra.

Maggie dejó una taza de té delante de su hermana y tan sólo con mirarla a la cara, sintió que el corazón se le encogía. Cualquier nerviosismo que hubiera podido tener por encontrarse con Andy quedó en segundo plano. Estaba tan preocupada por su hermana que apenas era capaz de pensar en otra cosa. Steve había muerto hacía ya más de un año, y ambos estaban muy enamorados, pero Maggie se sentía incapaz de ayudar a su hermana a superar el dolor.

Joanna era cinco años mayor que ella, y en su opinión, era la belleza de la familia. Sin embargo, tras la muerte de Steve sus elegantes facciones parecían cenicientas, su pelo largo y rubio lacio y sin vida, y sus enormes ojos verdes rodeados siempre de sombras.

Maggie siempre había sido la más fuerte de las dos, y desde el momento mismo en que le diagnosticaron el cáncer a su cuñado, empezó a arrimar el hombro. Mucho antes de que Steve muriera, Joanna iba a cenar con ella al menos una vez a la semana, se hacía cargo de sus sobrinos continuamente y se pasaba por la casa siempre que podía. Pero Steve faltaba ya hacía un año, y Joanna parecía cada vez más frágil. Todo parecía desequilibrarla, desde la economía doméstica, pasando por un grifo que gotease y hasta una tormenta de nieve. Apenas dormía por la noche, preocupada por sus hijos. Ni dormía bien, ni comía bien, ni cuidaba de sí misma en condiciones.

Maggie podía arreglar los condenados grifos e ingresar dinero en la cuenta de Joanna sin que ella se diera cuenta, pero no sabía cómo arreglar a su hermana. Siempre habían discutido mucho, pero también se habían reído mucho juntas, y últimamente era más difícil arrancarle una sonrisa que coronar una montaña.

– No sé si te he comentado lo bien que se está portando Colin conmigo desde el accidente, me quita la nieve del camino sin que yo se lo pida, me trae la leña a casa… ¿qué le pasa? -bromeó.

– Siempre ha besado por donde tú pisas, y además se te dan de maravilla los chicos. Yo ni siquiera consigo que ¡me hablen! -se derramó un poco de té de su taza-. Últimamente parezco incapaz de hacer nada bien.

Maggie pasó un trapo por la mesa.

– Qué exagerada eres. No sé por qué eres tan dura contigo misma. ¿Es que nosotras hablábamos con papá o con mamá cuando teníamos la edad de tus hijos? Hay una etapa en la que es muy difícil hablar con los padres. Lo que sí creo es que deberías salir más.

– Maggie, todavía no estoy preparada para salir con nadie.

– Pues no salgas. Puedes volver a esquiar, o a hacer aeróbic… te encanta jugar a las cartas; podrías apuntarte a algún club. Hay montones de cosas que podrías hacer para salir y conocer gente…

– Tú tienes diez veces más valor que yo, Maggie; sabes bien que yo no soy capaz de enfrentarme a las cosas como tú… por cierto, ¿conoces bien al hombre con el que vas a salir esta noche?

– ¿A Andy? No, pero siendo el sheriff, no creo que deba preocuparme por la posibilidad de que se trate de un asesino en serie. Además, ¿cuánto tienes que conocer a una persona para pasar un par de horas con ella mirando coches?

– Sigo sin comprender por qué no me lo has pedido a mí. Yo lo habría hecho encantada. O podría prestarte el coche. Tú siempre estás haciendo cosas por mí y nunca me das la oportunidad de devolverte el favor…

– Vamos, hermanita. Lo que sabemos de mecánica tú y yo cabe en una caja de cerillas.

– Eso es verdad. Ir a comprar ropa sería mucho más divertido -admitió-. Por cierto, no falta nada para Navidad y aún no he comprado nada.

– Yo tampoco. ¿Qué te parece si quedamos el jueves por la mañana y vamos juntas?

Le costó aún un poco más dejar a su hermana algo animada, y para cuando lo consiguió y Joanna salía ya de su casa, las luces de un coche aparecían frente a la puerta. Andy. Y ni siquiera había tenido tiempo de pasarse un cepillo por el pelo, ni de cambiarse de botas, y mucho menos de ponerse un poco de carmín.

Pero ya era demasiado tarde, así que se quedó congelándose en la puerta mientras Andy bajaba del coche e intercambiaba unas cuantas palabras con su hermana.

Antes de alejarse, Joanna se volvió para dedicarle una de sus miradas especiales, una mirada que conocía bien de su infancia y que le dedicaba cada vez que le había ocultado algo importante… como por ejemplo, el hecho de que su acompañante de aquella noche estuviera como un tren.

Las luces del coche de su hermana desaparecieron en la carretera y entonces sólo quedó él… él y un halo de magia que confundía a Maggie. Era ridículo que una mujer hecha y derecha de veintinueve años, firme y con los pies en el suelo, se sintiera como en volandas con tan sólo mirar a un hombre a los ojos. Pero así era.

Lo vio sonreír mucho antes de llegar a su porche. Dios, sus ojos eran más oscuros que el cielo de media noche, los ojos con los que la miró de arriba abajo, desde los gruesos calcetines, pasando por los vaqueros y el jersey azul marino de angora, hasta llegar al pelo que volaba en todas direcciones. Maggie sabía bien que no había nada en su apariencia que mereciese el brillo que se había desprendido de su mirada.

– ¿Has recordado ya algo por lo que tenga que arrestarte?

Maggie se echó a reír.

– No he robado ningún banco desde el accidente… pero eso es todo lo que me atrevería a jurar.

– Ya. Pues fíjate, yo tenía miedo de que tu amnesia se extendiese también a esta noche, teniendo en cuenta la poca gracia que te hace lo de ir a ver coches.

– Si no tuviera que tener necesariamente un medio de transporte, nada podría obligarme a hacer esto -admitió-. Y es cierto que he pensado en cancelarlo. Además, pedirle a alguien que te acompañe a hacer algo así es horrible.

– Tú no me lo has pedido; he sido yo quien se ha ofrecido voluntario. Además, en mi opinión, esto es como lo del dentífrico.

Maggie había entrado un instante para recoger el bolso y ponerse las botas y el abrigo.

– ¿El dentífrico?

– Sí. No tiene sentido entusiasmarse con una mujer para descubrir después que aprieta el tubo de la pasta de dientes por arriba. Nada puede funcionar después de descubrir algo así.

– Entiendo. Pero creo que no encuentro la relación entre los tubos de pasta de dientes y la compra de un coche.

– Ir a comprar un coche con una mujer te ofrece la posibilidad de conocerla bien. Si en la primera cita dos personas salen a cenar, ¿qué llegan a saber realmente el uno del otro? Nadie es sincero en esas citas. Todos tratamos de dar nuestra mejor imagen.

– Eso es cierto. En las primeras citas todos maquillamos nuestro carácter -contestó Maggie con una sonrisa.

– Exacto. Pero si lo que haces es algo como esto…

– Andy se rascó la barbilla-. Sabiendo qué clase de coche la seduce, puedes saber si lo que más le interesa es lo que está bajo el capó, o si prefiere un deslumbrante exterior; si quiere un vehículo seguro, o le importan más otras cosas. Si le gusta una aceleración constante y progresiva, o si prefiere un deportivo.

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