Jennifer Greene - Mi Bella Durmiente

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Maggie Fletcher podía recordarlo todo excepto lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas. Menos mal que, por suerte para ella, el sheriff local Andy Gautier estaba en el caso. En la ciudad se decía que era capaz de llegar al fondo de cualquier asunto… o de cualquier persona.
Andy se había jurado a sí mismo que ayudaría a su bella durmiente a recuperar el día que había perdido. Pero le estaba costando mucho concentrarse en el trabajo…

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– No me han dejado muy claro si puedo hablar o no contigo -dijo-. Como conclusión he obtenido que si soy bueno y no te molesto demasiado, puedo quedarme un par de minutos, pero podemos dejarlo para otro momento si quieres. Siempre hay papeles que cumplimentar después de un accidente, y ya que estaba en el hospital… además, Gert parece pensar que te tranquilizaría conocer algunos detalles del accidente.

– Sí, te lo agradecería mucho.

– De acuerdo.

Acercó una silla a la cama, sacó un pequeño cuaderno de notas de un bolsillo y estiró las piernas. Desde luego era un encanto. No Mel Gibson, pero sí un encanto.

No llevaba uniforme; parecía casi como si le hubiesen hecho salir de casa en mitad de la noche. Llevaba una vieja cazadora de cuero que se estiraba sobre una espalda imponente, y tanto los vaqueros negros como el jersey, parecían ser ya viejos amigos suyos. Llevaba el pelo corto y lo tenía negro como el azabache y algo humedecido por la nevada. Debía tener algo de sangre india, a juzgar por el color de su piel y lo marcado de sus pómulos.

Resultaba impresionante, tan impresionante que haría despertar hasta la última hormona femenina de cualquier mujer, pero sus ojos eran otra historia: profundos, oscuros, penetrantes. Si él era la ley, desde luego no la estaba mirando de una forma lo que se dice legal. Aquellos exóticos ojos la estaban mirando con un interés puramente masculino, y Maggie suspiró mentalmente. Era evidente que el accidente la había trastornado, y la hacía imaginar cosas absurdas. Además, tenía cosas más importantes en las que pensar, nada relacionado con hormonas. Pero, aun así, lo primero que le salió de la boca fue un estúpido:

– Debo parecer el trapo viejo que un gato se llevaría a casa para jugar.

El no pasó por alto el comentario, sino que le dedicó una sonrisa picarona.

– Sí, bueno, parece que hay unas cuantas contusiones y quemaduras, pero voy a decirte una cosa: si fuera mi gato quien te hubiera llevado a casa, se ganaría una dieta de atún para el resto de su vida -dijo, y se palpó el bolsillo-. Demonios, he vuelto a perder el bolígrafo. Si compro una docena, pierdo veinticuatro -se levantó de la silla y señalándola con el dedo, dijo-: no te muevas de aquí, ¿vale? Nada de saltar por la ventana hasta que yo vuelva. Voy a quitarle un bolígrafo a Gert. Ya está acostumbrada.

Tardó un minuto escaso en volver, y volvió a acomodarse en la silla libreta en mano.

– Bueno, lo primero que necesito saber es con quién quieres que me ponga en contacto. Hemos encontrado información sobre el seguro de enfermedad en tu bolso, pero nada sobre tu pariente más cercano, y no he encontrado a ningún otro Fletcher en la guía telefónica.

– Mi hermana vive aquí. Joanna Marks. No tenemos el mismo apellido porque ella se casó…, bueno, ahora es viuda -tan sólo mencionar el nombre de su hermana le trajo un recuerdo ominoso e inquietante-. Pero no quiero que la llames. Yo lo haré. Se asustaría mucho si la llamase un policía, y estoy bien…

– Eso dice el médico, pero no van a darte el alta hasta mañana como muy pronto. Además, necesitarás que alguien te lleve a casa y algo de ropa. Y supongo que tu hermana querrá saber qué te ha ocurrido, ¿no?

– Sí, pero es que no quiero preocuparla.

Su hermana se encontraba en un estado muy delicado, pero intentar explicarle a un extraño la situación de su hermana necesitaría de mucha energía. Una energía de la que ella carecía.

– En ese caso, puede que haya alguien más: un marido, un novio…

Hubo un brillo de picardía en sus ojos, y Maggie tuvo la sensación de que la pregunta era algo más que el modo de rellenar el espacio en blanco de un informe.

– No. Amigos sí, por supuesto… pero a estas horas de la noche, no me parece necesario despertar a nadie para darle un susto. Llamaré a mi hermana por la mañana -tragó saliva con dificultad-. En cuanto al accidente, sigo intentando recordar lo ocurrido, pero no lo consigo. Tengo el terrible presentimiento de que fue culpa mía. La enfermera, Gert, cree que no, pero no sé si me estaba diciendo la verdad. Dios mío, espero que no hubiera ningún niño…

– Tranquilízate -dijo, acercándose más a ella-. Un conductor ebrio invadió tu carril. Fue una colisión frontal. Era imposible evitarlo.

– ¿Estás seguro?

– Yo no lo vi, pero llegué unos diez minutos después de que ocurriera. Fue en Main Street, así que hubo cuatro testigos. Todos me relataron la misma historia, que comprobé con las huellas de los neumáticos, el estado de los coches… y todo apuntaba en la misma dirección. De hecho, el haber venido aquí es sólo para cumplimentar el informe, porque en cuanto al accidente, no hay ninguna duda: tú no fuiste quien lo provocó.

Maggie lo miró a los ojos. La enfermera y el médico podían haberle mentido con la mejor de las intenciones, pero al ver la determinación de la mirada de Andy, de su mirada y de su expresión, tuvo la impresión de que estaba frente a un hombre que nunca había disfrazado la verdad. Y lo creyó. El único problema que quedaba por resolver era, dado que ella no era quien había provocado el accidente, ¿por qué se sentía culpable?

– El hombre que se estrelló contra mi coche… ¿está bien?

– No lo estará, una vez haya presentado los cargos contra él y haya visto al juez Farley -dijo Andy con sequedad-. Pero en cuanto a las consecuencias físicas, está mucho menos malherido que tú. No has preguntado por tu coche, pero he de decírtelo, que es siniestro total. No es que yo sea mecánico, pero el morro quedó como un acordeón. De hecho, cuando lo vi por primera vez, no creí que pudiésemos sacarte de ahí en una sola pieza.

– El coche me importa un comino -replicó-. Bueno, no exactamente, claro. Lo que quiero decir es que está asegurado, y que no me importa comparado con el daño físico de otra persona. Entonces, ¿todo ha salido bien de verdad? ¿Nadie más ha resultado herido? -Tú no eres responsable de nada, y nadie más resultó herido -ella lo miró fijamente y él se rascó la barbilla-. Aún te cuesta trabajo creerlo, ¿eh? ¿Es que nadie te ha dicho nunca que se puede confiar en un agente de la ley?

Eso la hizo sonreír.

– ¿Crees que debería confiar en un tipo al que no conozco de nada?

– Hombre, no. Sólo en mí. Créeme, soy tan digno de confianza como un boy scout

– Ya. Bueno, la verdad es, sheriff, que… -Maggie dudó-. ¿Es sheriff como debo llamarte? No he tenido que tratar con los agentes de la ley con demasiada frecuencia y no sé cómo…

– Andy. Llámame Andy.

Maggie intentó incorporarse y una docena de dolores la asaltaron, al tiempo que un verdadero tropel de carpinteros empezaban a martillearle la cabeza.

– Bueno, lo que quería decir… Andy… es que choqué contra una valla cuando tenía dieciséis años y que eso es lo más cerca que he estado en toda mi vida de tener un verdadero incidente. Lo de no recordar me está volviendo loca, y quiero irme a casa. Estoy convencida de que si estuviera allí, lo recordaría todo.

Pero, durante sus últimas palabras, él había estado negando con la cabeza

– Según me han dicho, no hay posibilidad de que te dejen salir de aquí hasta mañana por la mañana.

– Sí, lo sé. Ya he hablado con los médicos, pero quizás, si tuviera a la ley de mi parte…

– No tengo ningún inconveniente en utilizar el peso de la ley, pero de su parte. Confía en mí: Gert te cuidará mejor que si fuese tu madre. La conozco bien y te colmará de mimos.

– Es que ese es el problema. No me gusta nada que la gente me atosigue con mimos.

Volvió a sonreír.

– Sí, ya. Es la impresión que me había dado.

– Sé cuidar de mí misma.

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