Jennifer Greene - Mi Bella Durmiente

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Maggie Fletcher podía recordarlo todo excepto lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas. Menos mal que, por suerte para ella, el sheriff local Andy Gautier estaba en el caso. En la ciudad se decía que era capaz de llegar al fondo de cualquier asunto… o de cualquier persona.
Andy se había jurado a sí mismo que ayudaría a su bella durmiente a recuperar el día que había perdido. Pero le estaba costando mucho concentrarse en el trabajo…

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– Seguro que sí, pero no esta noche. Además, estoy seguro de que una noche de mimos no va a matarte.

– Quién sabe.

Otra sonrisa…, que desde luego no era la respuesta más común de los hombres frente a la susceptibilidad de Maggie en aquel tema.

– No sé cómo es que no te he conocido antes. En una ciudad tan pequeña como White Branch, sueles conocer a todo el mundo.

– Hace cuatro años que vine a vivir aquí, pero no suelo ir por ahí robando bancos ni asaltando abuelitas…, excepto en mi tiempo libre, claro. Y tampoco soy una habitual de los accidentes de coche. Hasta esta noche, claro -levantó la almohada de la cabeza por el incesante golpeteo que sentía en ella-. Es que me resulta tan ridículo esto de no poder recordar…, no soy de las personas que suelen derrumbarse ante una crisis. Es más, en mi trabajo me dedico a rescatar a personas; pero en las últimas veinticuatro horas hay un vacío absoluto en mi cabeza, y no soy capaz de recordar ni un solo detalle.

– Puede que lo recuerdes todo después de haber dormido bien.

– Puede que lo recordase todo si estuviera en casa.

La enfermera de pelo rizado asomó la cabeza.

– ¡Andy! ¡Te voy a dar una paliza! ¡Dijimos diez minutos, y aún estás aquí!

– Vale, ya me voy -Andy recogió su libreta de notas y su viejo Stetson de la mesa, se levantó y tras guiñarle un ojo a Maggie, añadió mirando a la enfermera-: ¿Sabes una cosa, Gert? Esta jovencita estaba intentando convencerme de que la ayudara a salir de aquí.

Su traición dejó a Maggie con la boca abierta y a Gert le hizo darse la vuelta con más rapidez que una gallina enfadada.

– Por encima de mi cadáver. Esta noche tienes que quedarte aquí. Una conmoción no es algo que deba tomarse a la ligera…

Y siguió despotricando sin parar. Las miradas de Maggie y Andy se cruzaron un instante antes de que él saliera, y Maggie susurró:

– Eres hombre muerto.

– Me marcho, Gert -dijo, y ya desde la puerta, añadió-: Nos volveremos a ver.

Capítulo 2

Cuando Andy aparcó el coche frente a la puerta de la casa de Maggie dos días más tarde, se dijo a sí mismo que aquella visita tenía justificación. White Branch tenía pocos delitos de los que ocuparse, pero como en cualquier otra comunidad, siempre había problemas. Una de las razones por las que a Andy le gustaba su trabajo era por el poder que su puesto le confería para erradicar muchos de esos problemas casi antes de que brotasen. Y no era un poder que tuviese nada que ver con la placa y la pistola, sino más bien con estar siempre atento a los posibles brotes. Por esa razón, patrullaba de vez en cuando por determinados vecindarios, y cuando alguien tenía un accidente, o sufría alguna clase de trauma, él procuraba hacer un buen seguimiento hasta asegurarse de que todo iba bien.

Maggie había pasado por una experiencia traumática como la que más, y por lo tanto, era perfectamente razonable que, ya que pasaba por River Creek Road, hiciese una parada para interesarse por ella.

Quizás el recuerdo de aquellos ojos verdes de terciopelo hubiese andado enredando con sus sueños las últimas dos noches. Quizás fuese ella la única mujer desde que se había divorciado, hacía ya cuatro años, que se le había quedado pegada al pensamiento como una lapa. Quizás su espíritu y su humor le habían gustado… especialmente estando tan vulnerable en aquella cama de hospital. Y sí, quizás también la silueta de un pecho que había adivinado en la cama del hospital.

Pero eso no tenía nada que ver.

Ocuparse del bienestar de la gente era simplemente su trabajo.

Al detener el coche, Andy se rascó la barbilla, pensativo. Maggie estaba allí, de pie en la puerta principal. Parecía estarse recuperando sin dificultades de sus heridas, a juzgar por la forma tan entusiasta en que se abrazaba a aquel hombre. Al verlo, dejó caer los brazos y con una mirada que era mitad curiosa, mitad picarona, dio un paso hacia su camioneta.

Como resultaba evidente que iba a recibirlo, Andy descartó la posibilidad de desaparecer de la escena, así que abrió la puerta y bajó.

Un viento áspero quemó inmediatamente sus mejillas y se le coló por el cuello de la camisa. A juzgar por las nubes plomizas y opacas que avanzaban por el oeste, iba a caer una buena manta de nieve. Era una pena no haber tomado aquellas nubes como advertencia…, o aquellos ojos verdes como premonición. Aunque no debían hacerle falta premoniciones a un hombre hecho y derecho de treinta y cuatro años como él para imaginarse que a una mujer como Maggie no le faltaría nunca compañía masculina.

– Hola, sheriff. Qué sorpresa. ¿Es que al final has encontrado algo por lo que arrestarme?

Le encantaría tener un cargo por el que arrestarla…, por quebrantar la paz, por ejemplo. La suya propia.

– Más bien al contrario; había pensado que durante un par de días no tendría que preocuparme porque se te ocurriera robar ningún banco. Tienes demasiadas magulladuras como para intentarlo. Pero de pronto se me ocurrió reparar en lo aislada que queda tu casa, y decidí pasarme por aquí. Como estás sin coche, no estaba seguro de sí tendrías algún medio para poder salir o para pedir ayuda.

– Te agradezco mucho el detalle, pero mi sobrino ha estado viniendo todos los días en su moto de nieve a traerme la compra y todo lo que he necesitado. Colin, ven a conocer al sheriff Gautier. Andy, te presento a Colin Marks, el hijo de mi hermana Joanna…

Su sonrisa tenía tanta malicia que un hombre podría sentirse como golpeado por un rayo al mirarla, y Andy estaba todavía intentando recuperarse cuando sus palabras lo calaron. Sobrino. Hijo. Entonces el chico se plantó delante de él con una mano tendida.

Debía medir un metro ochenta y tantos, cerca del metro ochenta y seis que medía él, y tenía el mismo color castaño claro de pelo y verde de ojos que Maggie. Por sus hombros y su estatura podría pasar por un hombre adulto, pero la falta de aplomo revelaba su corta edad.

– Me alegro de conocerte, Colin -lo saludó.

El chico dio un paso más hacia él y a punto estuvo de tropezarse con sus propios pies.

– Yo también me alegro de conocerte -dijo, y bajó rápidamente la mirada-. Maggie, tengo que irme. Mamá se estará preguntando dónde estoy.

Su sexto sentido de policía le dijo a Andy que algo no andaba del todo bien, que algo estaba pesándole al adolescente, pero también se dijo que quizás fuese una primera impresión equivocada. Maggie le dio otro abrazo y segundos más tarde, Colin se subió a su moto y desapareció en una nube de nieve.

– ¿Quince? -aventuró Andy.

– A punto de cumplir dieciséis. Y tengo otro sobrino, Rog, con un año menos. Colin es un buen chico, aunque alguna que otra vez se desmanda un poco. Los dos tienen buen corazón. Su padre murió el año pasado, y tanto ellos como mi hermana lo han pasado francamente mal. Pero bueno, antes de que me enrolle con historias de mi familia que a ti te interesarán un comino… ¿vas a permitir que una inválida se congele aquí fuera, o vas a entrar a tomar un café?

– Eso de inválida… -en su opinión, lo que estaba era arrebatadora. Llevaba el pelo suelto, y el sol hacía brillar en él hebras de miel. Se había hecho la raya a un lado, pero aun así se podía entrever el hematoma de la sien derecha. Iba muy poco maquillada, lo suficiente para intentar disimular las ojeras, y el cuello de su jersey rojo ocultaba el vendaje del cuello. Era evidente que no quería que nadie se preocupara por ella, y desde luego aquella sonrisa podía convencer a un hombre de que jamás había sufrido un accidente.

– Bueno, las marcas más llamativas están tapadas. Tienen tantos colores y tan brillantes que me encantaría poder enseñarlas, pero me temo no estar dispuesta a montar esa clase de espectáculo sin una orden judicial. Y supongo que no habrás traído una, ¿verdad?

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