Jennifer Greene - Mi Bella Durmiente

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Maggie Fletcher podía recordarlo todo excepto lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas. Menos mal que, por suerte para ella, el sheriff local Andy Gautier estaba en el caso. En la ciudad se decía que era capaz de llegar al fondo de cualquier asunto… o de cualquier persona.
Andy se había jurado a sí mismo que ayudaría a su bella durmiente a recuperar el día que había perdido. Pero le estaba costando mucho concentrarse en el trabajo…

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– Sí, estoy enfadado, pero se me pasará. Te quiero, Maggie, y estoy enamorado de ti, y el hecho de que esté enfadado no quiere decir no que podamos superar el momento. Si intento hablar, de lo único que voy a ser capaz es de ladrar, así que olvídalo, dame la llave y mañana será otro día.

Cualquier mujer de más de diez años sabría qué línea no debía traspasar cuando un hombre estaba así, pero aquel no era un hombre cualquiera. Era su hombre, y la palabra salió de sus labios antes de que pudiera detenerla.

– No.

Capítulo 10

– ¿No? -repitió Andy-. ¿Cómo que no? ¿Qué no quieres darme la llave de tu casa porque prefieres quedarte aquí fuera hasta que nos congelemos, o que no, que no quieres que volvamos a empezar mañana porque estás demasiado enfadada conmigo para dirigirme la palabra?

– Lo que quiero decir es que puedo abrir perfectamente bien mi casa yo sola, Gautier, así que haz el favor de no seguir ladrándome -pasó delante de él y abrió la puerta con tanta fuerza que hasta golpeó la pared-. Entra antes de que nos congelemos.

– Mags -suspiró-. Es una estupidez. Los dos estamos enfadados y sin ganas de dar marcha atrás, así que lo mejor es que lo dejemos. Simplemente esta no ha sido nuestra noche, ¿vale? Acuéstate, duerme bien, y mañana hablamos. Yo no huyo nunca de los problemas, pero es evidente que estamos demasiado nerviosos para…

– ¿Nerviosos? ¿Crees que estoy nerviosa?

Andy se frotó la base del cuello. El estómago le ardía. Sin saber cómo, había echado a perder el día: primero había empleado toda la mañana para cortar un árbol para que después fuera demasiado grande; luego se había olvidado de los adornos, y por último, su maravilloso plan de una seducción frente a su primer árbol de Navidad juntos… bueno, eso no podía haber salido peor. Sabía bien que Mags era demasiado independiente para pretender presionarla en ningún sentido de su relación, pero creía que habían superado ya esos temores. En fin, que la frustración era tal que en lugar de poder dar por terminada la noche, sólo parecía capaz de empeorarla.

– Para tu información, yo no estoy nerviosa en absoluto -le dijo, furiosa.

– De acuerdo, no estás nerviosa…

Su tono pacificador cayó en saco roto porque Maggie, aun con la puerta abierta de par en par, dio media vuelta y de tres largas zancadas, se plantó delante de él con el pelo alborotado por el viento y los ojos lanzando llamaradas. Tenía los puños apretados, como si tuviera intención de darle un puñetazo a algo, o a alguien, y su voz había subido un par de tonos al hablar.

– ¿Es que crees que estás solo en esto, tonto? Pues da la casualidad de que yo también estoy enamorada de ti. Hasta las cejas. Tanto que casi no puedo comprenderlo, pero es así, así que si has pensado que vas a volverte esta noche a tu casa, estás listo.

Aquella declaración no habría podido sorprenderlo más que si el sol empezase a brillar en mitad de una ventisca. Claro que estaba muy furiosa, y quizás lo que había dicho no fuese exactamente lo que quería decir.

– Mm… Mags,

– Lo de antes no era una excusa. Simplemente te estaba diciendo la verdad. Sé que piensas que le estoy dando demasiado importancia a lo de la amnesia y a esos estúpidos ataques de ansiedad. Yo también lo sé, pero no puedo evitarlo. Haría cualquier cosa por olvidarme de ello, pero…

Andy le apartó los mechones de pelo que se le habían puesto por delante de los ojos porque los tenía empapados y porque necesitaba una excusa para tocarla.

– Vamos, Maggie. Basta ya. No sé por qué tienes esas pesadillas, pero no puede tener relación con la noche del accidente. Por mucho que te moleste no poder recordar, te conoces bien a ti misma, y sabes perfectamente que no podrías haber hecho nada que provoque esa sensación de culpa. ¡Pero si no serías capaz de matar una mosca aunque te estuvieran apuntando con una pistola a la cabeza!

– Lo sé -admitió-, pero es que no puedo deshacerme de la sensación de haber hecho algo malo… algo que podría importarte a ti. A nosotros. Pero en este momento, no se trata de si son imaginaciones mías o no. Lo que necesito es que me creas. Que es verdad, que no estaba intentando poner excusas. ¡Quiero hacer el amor contigo!

Puede que dentro de unos veinte años, aquella escena le pareciera divertida. Jamás se había imaginado a una mujer, y mucho menos a Maggie discutiendo con él sobre si quería o no hacer el amor con él, pero algo le decía que estaba pisando un terreno poco firme y peligroso.

– Mags, si estás segura de que quieres que entre, entraré.

– Claro que quiero que entres. ¿Por qué te he estado gritando si no?

– Y si me quieres en tu cama, Dios sabe bien que es ahí donde yo quiero estar.

– Creo que no podría habértelo dicho con mayor sinceridad que es precisamente eso lo que quiero que…

– Y que vamos a dormir.

Maggie se quedó boquiabierta.

– ¿Dormir?

– Sólo dormir.

– Sólo dormir -repitió.

– Es un asco tener que seguir siendo el caballero de blanca armadura contigo, porque llevo ya un tiempo queriendo corromperte, pero es que no me parece bien hacer el amor cuando estás más dispuesta a pegarme un tiro que a besarme, así que lo que yo creo que debemos hacer es dormir bien. Y si por la mañana te sientes de otra manera, podremos negociar un programa diferente.

– ¿Y de verdad piensas que esa teoría va a funcionar?

– Sí -evidentemente no estaba ni mucho menos tan seguro como hacía parecer, pero de lo que no le cabía duda era de que hacer el amor con ella en aquel momento podía terminar siendo un desastre, a menos que supiera la verdad de por qué se había apartado de él-. Siempre y cuando tengas un cepillo de dientes que puedas prestarme -añadió.

– Así que vamos a cepillamos los dientes juntos, pero nada más.

Su tono mostraba una clara incredulidad.

– Es que cepillarse los dientes con alguien es algo muy íntimo. Luego me verás afeitarme delante de ti y tus sujetadores empezarán a aparecer en mi colada. Tanta intimidad es difícil de controlar si no se tiene cuidado, así que lo mejor es ir paso a paso…

Con aquel tono jocoso consiguió hacerla entrar en la casa, quitarse las botas y la cazadora y encender unas cuantas luces. Tampoco le costó demasiado conseguir que apagara esas mismas luces, que cerrara la puerta con llave y subiera al dormitorio.

Entró directa en el baño para darle un cepillo de dientes nuevo, y como si fuese algo que hacían todos los días, él puso una fina tira de dentífrico sobre las cerdas del cepillo y le pasó el tubo a ella. Maggie no parecía más calmada, pero cuando él empezó a cepillarse, ella hizo lo mismo. Cuando ya tenían las bocas llenas de una considerable cantidad de espuma, empezó a reír.

– Esta tiene que ser por fuerza la cosa menos romántica que dos personas puedan hacer juntas.

– Es que esta noche no va a ser romántica, ¿recuerdas? ¿Usas tú el lavabo primero?

– No, por Dios. Incluso estaba pensando tragarme el dentífrico para que no tuvieras que yerme escupirlo.

– Qué tontería. Lo mejor que podemos hacer es escupir los dos al mismo tiempo. Así no tendrás que volver a preocuparte por ello.

– Eres un hacha en esto de la intimidad, ¿eh, Gautier?

– Conozco todos los posibles pormenores de la pasta de dientes -le aseguró-. Lo de los pijamas es un poco más complicado. Si hubiera sabido que iba a quedarme a dormir, me habría traído uno. O mejor dicho, primero habría tenido que comprarlo para poder traerlo, pero dadas las circunstancias, me quedaré con la ropa interior puesta… si estás de acuerdo en hacer tú lo mismo.

– De acuerdo -contestó ella usando la misma gravedad que él.

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