Cuando Andy rozó su mano, se volvió a él y lo abrazó. Andy iba a besarla, y ella quería ese beso. Lo necesitaba.
Pero él se limitó a abrazarla y a retenerla así entre sus brazos. Maggie estaba tan acostumbrada a la química sexual que lo abrasaba todo entre ellos que aquel abrazo despertó algo en su interior. Quizás supiera que se estaba enamorando de él, pero aquellas sensaciones eran nuevas. Estaba percibiendo a Andy como…, familia. No sólo como amante, sino como pareja. Aquel absurdo árbol de Navidad era suyo, un lazo de unión entre ellos.
Entonces lo miró, y sus ojos la estaban esperando. Saber que lo quería le afinó de algún modo el oído, le añadió un color nuevo a sus ojos, intensidad eléctrica a cada textura y a cada sabor.
Un beso fue conduciéndolos a otro, y a otro, y las sensaciones viajaban por su espalda sin tregua. Sabía maravillosamente bien. Sabía a la soledad que llevaba dentro, a la honestidad de las emociones que siempre le había mostrado, y sintió algo grande y sobrecogedor crecer en su corazón.
– Debes tener mucho calor con ese jersey -murmuró él.
– Muchísimo -contestó ella-. Andy…
Tardó un instante en contestar, mientras le quitaba el jersey, y cuando su rostro volvió a aparecer, sintió un enorme deseo de volver a besarla antes de contestar.
– ¿Qué?
– Sé que te parecerá un poco raro el momento que he elegido para decírtelo, pero quiero que lo sepas, mis padres se habrían vuelto locos de contento contigo.
– Lo sospechaba. Me basta con ver a la hija que educaron. Pero creo que hay algo en lo que te equivocas: tu padre habría sacado la escopeta si supiera lo que tengo en mente para su niña.
– Mm… es posible. Y los padres son siempre muy picajosos en ese sentido. Aunque mi padre sabía reconocer a un buen hombre cuando lo veía -le bajó de los hombros la camisa de franela y lo besó en la base del cuello-. Andy…
– ¿Alguna otra cosa que quieras decir en un momento como éste?
– Es una pregunta muy breve. Es que querría saber si… si esta noche también vas a terminar portándote como un caballero.
– No. Lo que tengo pensado es que los dos nos desnudemos y hacerte el amor hasta que llegue el día. En el salón, en el dormitorio, en el suelo, en la cama, en la mesa de la cocina. Donde te apetezca. Pero tu voto cuenta en un cincuenta por ciento, así que puedes sustraer o añadir cualquier cosa que se te ocurra…
No hubiera querido interrumpirlo, pero su tono de voz le estaba poniendo la sangre a cien, y tiró de él para contestarle físicamente en lugar de verbalmente.
Y la respuesta de él fue tan contundente que las rodillas se le volvieron de gelatina. Casi sin poder decir cómo, los dos estaban tumbados en la alfombra, su sujetador había desaparecido, y estaba desabrochándole los pantalones a Andy. El bajó la cabeza y acarició sus pechos con la lengua: los pezones, el valle, todas sus formas… hasta que ella se colocó sobre él. Con las manos iba reconociendo sus hombros, su pecho, aprendiéndolo, descubriendo un escenario nuevo para ella.
– Despacio -susurró él.
Pero ella no podía. Andy era un hombre fuerte y grande; eso no la asustaba, pero… pero sabía que aquel momento iba a llegar. Los dos eran adultos, y ella lo deseaba, quería poseerlo y sabía que ambos estaban preparados para llevar su relación a aguas más profundas. Andy no jugaba con las mujeres ni con sus sentimientos.
Deslizó la mano bajo sus pantalones al tiempo que clavaba los dientes en su hombro, y acarició, poseyó con sus manos como lo haría una mujer muy segura de su hombre, una mujer que quería que su hombre supiera sin ningún género de dudas qué le estaba haciendo, una mujer que no temía ser sincera y descarada con su amante. Con Andy. Deseaba hacerle el amor más que nada en el mundo, pero tenía que ser rápido, porque el pulso le latía como una hoja al viento. Porque estaba harta de esos nervios, y convencida de que desaparecerían si…
– Maggie…
No quería hablar y lo besó en la boca. Intentó concentrarse en él. En su, piel cálida y suave. En la sensación del vello de su pecho. En la espera del momento en que la tomase.
– Mags, para -le pidió, sujetando su cara entre las manos, hasta que ella lo miró a los ojos-. Algo está pasando. Dime qué es.
– Nada. No pasa nada. Te lo prometo, Andy. Te deseo.
– Lo sé -contestó y apretó los dientes para controlarse-. Pero has empezado a temblar y a correr como un dragón que se persiguiera la cola. A mí me gusta ir despacio, ir muy despacio, porque además, si la primera vez no sale bien, tendremos unos cien años más para practicar, pero nunca me había imaginado que pudieses tener miedo.
– No tengo miedo.
– Si no estás segura de esto, no va a funcionar.
– Estoy segura, Andy. Es sólo que…
– No, por favor, no te cierres -le dijo al verla dudar-. Dímelo sin más. No lo pienses.
– Es sobre… el accidente. Las pesadillas. Sé que no tengo un pasado criminal…
– Cierto.
– Y me gusta cuando me tomas el pelo sobre eso, pero es que sigo teniendo pesadillas y una tremenda sensación de culpa. El problema es que no sé cómo o por qué he de tener una sensación así, a no ser que se base en algo que haya hecho. Y cuando me he dado cuenta de que íbamos a hacer el amor, me he asustado porque… porque quizás haya hecho algo malo que tú no puedas aceptar. Algo que cambie tus sentimientos hacia mí. Algo que tuvieras derecho a saber antes de que nuestra relación llegue más lejos.
Andy guardó silencio durante un momento y después se separó de ella, se incorporó y se puso la camisa. Aturdida, Maggie se metió rápidamente el jersey. Las luces del árbol ya no parecían mágicas, sino demasiado intensas para los ojos. El seguía sin decir nada, así que Maggie se puso de rodillas junto a él.
– ¿Te has enfadado?
– No. Bueno, sí. Estoy enfadado. Sé lo mucho que te ha molestado no ser capaz de recordar esas veinticuatro horas, pero también sé perfectamente bien que no has cometido un delito ni nada parecido, Maggie. Y tú también lo sabes. Conozco tus valores y tu ética, y no…
– Andy, no me estás escuchando. Ese es precisamente el problema: que tú piensas que soy demasiado buena y…
– Sí, lo pienso. Y una de las personas más honestas que conozco, pero esa no es la cuestión. Si no estabas preparada o si no querías hacer el amor, sólo tenías que decirlo. No hacía falta buscar excusas. Creía que estábamos construyendo algo, que los dos queríamos lo mismo… vamos a vestirnos. Te llevaré a casa.
Los dos se abrocharon los pantalones, se calzaron y se pusieron las cazadoras en silencio. Maggie no quería dejarlo así, pero tampoco sabía qué decir. Había destrozado el momento, pero no tenía ni idea de cómo conseguir que Andy comprendiera. Por absurdo que le pareciera a él, los ataques de ansiedad y esos sueños estaban siendo angustiosos para ella, y cuanto más profundizaba en su relación con él, cuanto mejor comprendía su sentido del honor y la integridad, más la angustiaban.
Un frío intenso los azotó al salir. Su coche estaba gélido, al igual que su expresión. Tardaron sólo diez minutos, con lo cual el coche no tuvo tiempo de caldearse, pero ella sí tuvo tiempo de darse cuenta de que el silencio de Andy no era por un simple enfado. Le había hecho daño. Y mucho. Pensaba que lo que le había explicado era sólo una excusa para no hacer el amor con él.
Detuvo el coche frente a la puerta de su casa y se bajó del coche.
– Te acompaño.
– No es necesario.
– Maggie, no vas a entrar sola en una casa completamente a oscuras en mitad de la noche estando yo aquí. Dame la llave.
– Sé que estás enfadado y…
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