– Eso es precisamente lo que siempre intento hacer comprender a los delincuentes como tú, que tarde o temprano, terminamos por echaros el guante. El problema en este caso es que no tengo muy claro qué clase de delito se está cometiendo aquí.
– Ni yo tampoco en este instante, pero es que he conducido con la moto por el centro, y sé que eso es ilegal. He tenido que llevar a mi hermana a casa en su coche, con lo cual he tenido que dejar el mío aquí, así que tenía que venir a recogerlo de algún modo. He venido tan tarde con la esperanza de no molestar a nadie con el ruido de la moto, y suponía que engancharla al coche iba a ser coser y cantar.
– Un poco sosa tu historia; vamos a ver si me entero. Tu hermana tenía algún problema con el transporte y tú la has ayudado. ¿Es eso todo?
Andy se agachó junto al coche. Con luz o sin ella, había enganchado tantos remolques en la oscuridad que podría hacerlo hasta con los ojos cerrados, y esperar a que Maggie le pidiese ayuda era como esperar a que se secase el mar.
– Más o menos. Excepto lo de que se supone que está prohibido llevar motos de nieve por el centro. Puedes ponerme tranquilamente una multa, si tienes que hacerlo.
Una vez enganchó el mini remolque al coche, entre Maggie y él subieron la moto.
– Bueno, la verdad es que en Navidad intento hacer la vista gorda con determinadas infracciones. Sería distinto si creyera que vas a volverlo a hacer, pero tal y como has confesado y cómo tú misma me has pedido que te multara… en fin, que no creo que haya esperanza para un criminal de corazón endurecido como tú.
Su sonrisa era aún más endiablada a la luz de la luna, pero mientras ataba la moto al remolque. Dijo:
– No quiero que pienses que puedo tener mano con la ley. Sé que he hecho mal y que me arriesgaba a que me pusieran una multa, así que no espero que hagas excepciones conmigo.
– La pena es que ya tienes mano con la ley local, pero te prometo que si haces algo que sea digno de detenerte o de esposarte, así lo haré.
– Tengo la impresión de haber oído ya antes esa promesa, Gautier. Será mejor que te andes con cuidado, no sea que decida hacer algo gordo para ponerte a prueba.
Dio la vuelta al remolque y de puntillas, lo besó. Tenía los labios fríos como el hielo y era evidente que pretendía ser sólo un roce, pero dejó las manos sobre sus hombros, y aquella mínima caricia duró suficiente como para caldear el cuerpo de Andy, a pesar de que la temperatura de la noche era bajo cero.
– Me parece que ya tienes experiencia más que suficiente haciendo cosas gordas. ¿Por qué me has besado?
– Por amor. Por pasión descontrolada, Y quizás para darte las gracias por haberme ayudado a enganchar ese condenado trasto. Aunque me da cien patadas que los hombres puedan hacer cosas mejor que yo.
– Recordaré no volver a ayudarte. Y hablando de sobornos…
– ¿Quién ha hablado aquí de sobornos?
– Tú has transgredido la ley. ¿Acaso has pensado que iba a dejarte ir de rositas sólo porque esté loco por ti? Vas a tener que sobornarme con algo… y yo estaba pensando en un árbol de Navidad.
Maggie se quedó inmóvil al oírlo admitir estar loco por ella. Ya tenía la nariz y las mejillas rojas por el frío, pero Andy habría jurado que enrojecía más. Pero se echó a reír y lo miró a los ojos como dudando de si estaba en su sano juicio.
– Pareces cansado, Andy. Adorable, pero cansado. Es evidente que has tenido un día duro y es tarde, pero no alcanzo a comprender cómo has llegado de los sobornos a los árboles de Navidad.
– ¿Tú sueles poner árbol en casa?
– Normalmente no… desde que murieron mis padres -dijo, y se apoyó contra el coche. El hizo lo mismo-. Joanna sí, porque tiene a los chicos, y antes decorábamos juntas toda su casa, pero no sé… al vivir sola, me parece que no merece la pena todo ese lío. Pongo algunas velas y algún que otro adorno, pero nada más.
– A mí me pasa lo mismo. Después de divorciarme, me parecía una pérdida de tiempo poner un árbol para mirarlo y recordar que estoy solo. Pero es que este año me gustaría tener uno…, si consigo convencerte de que vengas a cortarlo conmigo. Solo no tendría ninguna gracia.
– Es posible que me deje convencer -contestó, y al mirar hacia abajo, pareció sorprenderse de ver sus dedos entrelazados con los de Andy.
El no. Estar de la mano con ella en una calle silenciosa y bañada por la luz de la luna le parecía tan natural como respirar, y respirar le parecía tan natural como la avalancha de deseo que los había sepultado en otras ocasiones.
– ¿El sábado por la mañana te parece bien para lo del árbol?
– Perfecto -contestó con una sonrisa-. ¿Te das cuenta de que es casi media noche y estamos aquí, dándonos la mano en medio de la calle a no sé cuántos grados bajo cero?
– Un poco tonto, sí.
– ¿Sólo un poco?
Pero ni soltó su mano, ni hizo un solo movimiento para sacar las llaves del coche. Y ya que no parecía tener prisa por marcharse, Andy pensó que podían seguir hablando de cosas personales un poco más.
– ¿Sueles ir a la iglesia, Mags?
– Y cómo se te ocurre algo así ahora? Hablar de religión puede ser un poco delicado.
– Sí, lo sé, pero es que no hay manera de saber lo que piensas de algo así a menos que me lo digas.
Maggie asintió, y aunque mantuvo el tono de voz desenfadado, sus ojos lo miraron con honestidad.
– Bueno… cuando era más joven me consideraba, digamos, agnóstica, y pretendía seguir así, ya sabes lo asidua que soy al pecado y al crimen…, además, nunca conseguía que mis creencias personales encajaran con ninguna iglesia organizada. Después, cuando al marido de Joanna le diagnosticaron el cáncer, me vine a vivir aquí, y el reverendo Gustofson se portó tan bien con nosotros que no sé muy bien cómo lo hizo, pero ahora la mayor parte de los domingos, me encuentro en su iglesia.
– Es que es un buen hombre.
– Sí… y ahora te toca a ti la patata caliente. ¿Tienes sentimientos religiosos fuertes en algún sentido?
– Sentimientos religiosos fuertes, sí, pero sentimientos religiosos fuertes que comulguen con alguna iglesia, eso es distinto. Crecí creyendo que la espiritualidad de cada uno es algo íntimo. Puedes ir al bosque y meditar, rezar a tu manera. Mi padre decía que ninguna iglesia puede obligar a una persona a hacerse las preguntas más duras de contestar sobre lo que está bien y lo que está mal; que es algo que tiene que salir de adentro. Pero…
– ¿Pero?
– Pero termino asistiendo a una iglesia o a otra todos los domingos. Por mi trabajo, conozco a todos los reverendos y predicadores de la ciudad. Cuando tienes a un chico conflictivo entre manos, suele funcionar poner en el mismo bando a todas las fuerzas que pueden influir en su vida. No puedo decir que sea creyente, pero mi nivel de comodidad dentro de una iglesia es más alto de lo que era antes. ¿Tienes algún problema con eso?
– No, en absoluto -dijo, pero después pareció dudar-. ¿Me has hablado de religión por algo en especial?
– No. Simplemente me parece que una pareja puede tener problemas cuando esconden lo que piensan en determinadas cosas. No es que yo piense que dos personas tienen que creer en lo mismo, pero ¿qué es lo que tienes si no puedes hablar de las cosas que importan de verdad?
– Te estás poniendo muy serio conmigo, Gautier.
– Bueno… puede que antes te diera la impresión de que el sexo era lo único que tenía en la cabeza. Y lo es… pero sólo el noventa por ciento del tiempo, aunque he pensado que podía impresionarte y sumarme un punto en la cuenta de buen chico si saco de vez en cuando algún tema serio.
– Es que eres un buen chico -contestó ella, y le dio un beso que lo levantó unos cuantos centímetros del suelo sin ni siquiera proponérselo.
Читать дальше