Jennifer Greene - Orgullo y seducción

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Era muy peligroso seducir a alguien como él y luego tratar de olvidarlo
Lo único que Rebecca Fortune deseaba era tener un bebé, y si para ello tenía que acabar en la cama con el duro investigador Gabriel Devereax, pues se tragaría su orgullo e intentaría seducirlo. Sabía que Gabriel no tardaría en alejarse de su vida, con lo que su secreto estaría a salvo… Pero fue entonces cuando una soltera empedernida como Rebecca se dio cuenta de que lo que sentía por él había superado todas sus previsiones. ¿Sentiría lo mismo alguna vez el padre de su futuro hijo… especialmente cuando descubriera la mentira?

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– Bueno, aunque no los hayamos encontrado, por lo menos ahora sabemos a donde ha ido Tammy. ¿Tu has conseguido alguna información?

– No -respondió Gabe cortante.

– Bueno… -Rebecca parecía querer mostrarse compasiva-, a veces a las mujeres nos resulta más fácil hacer hablar a alguien. Es una suerte que haya venido, ¿verdad?

Rebecca había conseguido una información que él no tenía. Y, por supuesto, no se le ocurría pensar que sus técnicas de investigación podían entrañar un peligro de muerte o algo peor. Gabe la agarró del codo. Con aquella indumentaria, Rebecca llamaría la atención de cualquier hombre que hubiera en tres manzanas a la redonda, y aquella maldita mujer tampoco parecía ser consciente de ello.

– ¿Dónde has dejado el coche?

– A dos manzanas de aquí -respondió vagamente y señaló con la mano izquierda.

Gabe advirtió que no apartaba el brazo, aunque sus mejillas acababan de cubrirse de un curioso rubor.

– Te acompañaré hasta allí -su tono no admitía discusión-. ¿Y dónde te alojas?

– Todavía no he reservado habitación en ningún hotel. Lo único que he tenido tiempo de hacer ha sido reservar un billete de avión esta mañana y viajar hasta aquí. Pensé que ya tendría tiempo de preocuparme del alojamiento cuando llegara.

Gabe sospechaba que la palabra «preocupación» era una vasta exageración por parte de la escritora. Rebecca no se preocuparía aunque tuviera que dormir en medio de un nido de víboras. Gabe se repitió por décima vez que ella no tenía la culpa de haber nacido en un entorno tan seguro como el suyo. Pero intentar mantener a salvo a una idealista sin remedio era un auténtico desafío.

– ¿Conoces la ciudad?

– He estado en Los Ángeles una docena de veces – se interrumpió-. Aunque no precisamente por esta zona. Pero tengo un plano.

– Aja. En ese caso, sígueme en el coche hasta que encuentre un lugar en el que pasar la noche.

El Shelton Arms no era el Ritz, pensó Rebecca, pero disponía de todas las comodidades que un hombre podía desear. Y la cena que les llevó el servicio de habitaciones era digna de un estibador. La butaca en la que estaba sentada era suficientemente grande como para que pudiera acurrucarse e incluso dormir en ella y la habitación estaba decorada en una variada gama de azules.

Rebecca se terminó las costillas, una montaña de patatas asadas y ensalada y levantó la tapa de la fuente de Gabe.

– Si no quieres esa costilla… -le advirtió.

– Ya voy, ya voy…

– Estabas tan concentrado que he pensado que si te la quitaba ni siquiera te darías cuenta -mucho antes de que hubiera llegado el servicio de habitaciones, Gabe se había sentado en la mesa frente a su ordenador portátil-. ¿Y bien? ¿Has averiguado ya si nuestra querida Tammy ha dejado alguna pista en Las Vegas?

– Sí, aquí está. Aparecen todos los cargos de sus tarjetas. Su novio no aparece por ninguna parte, así que no sé si estará con ella. Aunque quizá él se haya quedado sin crédito mucho antes que Tammy. Sospecho además que Tammy Diller es un nombre inventado, porque su tarjeta de crédito es bastante nueva. Cuando a uno se le secan sus fuentes financieras, es la mejor manera de reactivarlas.

– Y un nombre falso hace mucho más difícil seguirle el rastro. Pero, a través de las cuentas que ha cargado a su tarjeta, ¿es posible saber dónde se aloja?

– Sí -pero en vez de decírselo, se acercó a una silla y se encogió de hombros antes de comenzar a cenar-. ¿De verdad te has comido toda la fuente de comida?

– Mi teoría sobre el colesterol es que si se va a hacer algo malo, lo mejor es hacerlo hasta hartarse.

– Pero ahora no vas a poder comerte el helado – predijo.

– Ah, Gabe, es evidente que no me conoces, Querido Gabe, no hay absolutamente nada, ni un tornado, ni una guerra mundial, nada que pueda interponerse entre Rebecca Fortune y un helado de chocolate -hacía tiempo que se había quitado los zapatos y en aquel momento se acurrucó en la silla con el helado y la cuchara.

Gabe se dispuso a cenar. Devoró la primera costilla con la misma rapidez y eficiencia con la que lo hacía todo. No perdió el tiempo en saborearla. Para él comer parecía ser solo una necesidad biológica. De la misma forma que un trabajo era un trabajo.

Incluso mientras devoraba la cena, mantenía la mirada fija en Rebecca. Esta se dijo que quizá estuviera un poco tenso temiendo que pudiera tirar una lámpara al moverse en caso de que no la vigilara, aunque no hubiera cerca de ella ninguna. La habitación de Rebecca estaba al lado de la de Gabe. Este último la había instalado en el mismo hotel en el que él se alojaba, había pedido específicamente una habitación que estuviera en el mismo piso que la suya y después había sugerido que cenaran juntos en su habitación. Si se hubiera tratado de cualquier otro hombre, Rebecca habría pensado que quería sacar algo de aquella situación.

Gabe elevó los ojos al cielo mientras Rebecca se llevaba otra cucharada de helado a la boca y pensaba: no, si Gabe recordara siquiera el beso que habían compartido y que había estado a punto de llevarlos a una combustión espontánea, ni siquiera lo demostraba. De hecho, la trataba como si fuera una latosa adolescente… con rubéola.

Cuando Gabe terminó de cenar, se acercó al minibar que había al lado de la cama, lo abrió y sacó una botellita de whisky.

– ¿Quieres una copa?

– Me encantaría tomar una copa de vino, si hubiera -admitió.

– ¿Vino? ¿Después del helado?

– Tengo un estómago de hierro. Además, me temo que si me tomo un café me pasaré toda la noche despierta. Pero tampoco pasa nada si no hay vino…

– Claro que hay -Gabe hurgó entre las botellas del minibar y sacó una botella de vino suficientemente grande como para llenar dos copas-, pero no tengo la menor idea de sí será o no bueno.

– No importa. Procediendo de la familia Fortune, cualquiera creería que reconozco la diferencia entre un vino peleón y otro de calidad, pero la verdad es que el único efecto que tiene en mí el alcohol es ayudarme a dormir -admitió con ironía-. Gabe, ¿tú crees que hay alguna relación entre Mónica Malone y Tammy?

– Hasta el momento, no hemos encontrado ninguna. Mónica siempre ha hecho lo imposible por conseguir todo lo que quería, mediante métodos legales o ilegales, de modo que su relación con esa mujer puede significar algo importante. Pero admito que lo que más me intriga es si esa relación tiene también algo que ver con tu familia.

Rebecca pestañeó con extrañeza.

– ¿Te parece probable?

– Creo que el único hilo permanente en la vida de Mónica fue su larga venganza personal contra tu familia. Estuvo obsesionada con tu padre durante años, hasta el punto de secuestrar a su hijo cuando vio que ella no podría tener sus propios hijos. Mónica estaba detrás del robo de la fórmula del secreto de la juventud, sabemos que contrató a un hombre para que entrara al laboratorio, y también que estuvo activamente involucrada con el acosador que estuvo persiguiendo a Allie. Al parecer, su neurótica obsesión por tu familia no tenía límites.

– Después tu hermano es acusado de asesinato – continuó-, y de pronto surge el nombre de esta mujer… Son demasiadas coincidencias. Pero, hasta el momento, no sé qué relación puede haber. Por la información que he encontrado, supongo que Tammy es una mujer acostumbrada a vivir al límite. Su nombre no aparece en ninguna parte; no tiene ni un empleo fijo ni una dirección estable y parece moverse con repentinos flujos de dinero. A partir de su curriculum, tengo la sensación de que es una verdadera artista de la estafa.

– Sí, tiene sentido. Sobre todo considerando el contenido de esa carta. Había algo que molestaba a Mónica profundamente. A lo mejor esa Tammy estaba intentando chantajearla. Y, maldita sea, hay algo en su nombre que me resulta familiar, pero no soy capaz de recordar lo que es.

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