Súbitamente, la luna se tornó tan cálida y brillante que Nicole tuvo que cerrar los ojos. El océano azotaba la playa. Sentía cómo la tensión iba creciendo en el cuerpo de Mitch, cómo sus músculos ardían allí donde ella lo acariciaba, y siguió correspondiendo a sus besos.
Pasó un minuto.
Y luego otro.
Lentamente, él levantó la cabeza, interrumpiendo el beso. Tenía la boca tan húmeda como la de Nicole, el aliento ronco y entrecortado. El deseo oscurecía sus ojos, y en su rostro aparecía esculpida una expresión tan dura y osada, que Nicole tuvo la impresión de haber visto al verdadero Mitch por primera vez. La yema de su dedo le recorrió suavemente la línea de la mandíbula.
– Sí -murmuró él-. Es tal como lo recordaba.
Nicole cerró de golpe el cajón del escritorio. Un cliente debía reunirse con ella a las nueve… y ya llevaba un retraso de cinco minutos. El señor Shaw deseaba construir un nuevo edificio de oficinas para albergar su próspera compañía de seguros. Nicole y la plantilla se habían pasado días enteros concibiendo ideas y propuestas atractivas.
Pero, en los últimos tres minutos, parecía haber perdido toda la concentración. Para colmo, tenía el estómago revuelto desde que se levantó aquella mañana. Era culpa de Mitch. La había trastornado tanto la noche anterior, que no había podido pegar ojo.
Wilma apareció por la puerta con una ceñida falda color púrpura.
– El señor Shaw acaba de llegar. Mitch y Rafe lo están atendiendo, así que no hay prisa. ¿Te ayudo en algo?
– No es necesario -repuso Nicole.
– ¿Quieres un café?
Nicole notó que el estómago se le subía a la garganta y se negaba a bajar.
– No, gracias. ¿Hay galletas de soda por ahí?
– No, pero queda pizza de ayer…
– Cielos, no.
Wilma se acercó a ella.
– ¿Te encuentras mal? Si quieres, le digo a Mitch que se ocupe del señor Shaw…
– No le digas nada a Mitch. Me encuentro perfectamente -Nicole esbozó una sonrisa convincente para demostrarlo. En cuanto Wilma se hubo perdido de vista, se puso en el suelo a cuatro patas para buscar un bolígrafo que se le había caído.
– ¿Nicole?
Al oír la voz de Rafe, Nicole levantó bruscamente la cabeza… y se dio un golpe con el filo de la mesa. Una explosión de dolor le recorrió el cráneo.
– Estoy aquí. Se me ha caído un bolígrafo -canturreó en tono alegre. Y se incorporó-. ¿Qué puedo hacer por ti?
– Ha llegado el señor Shaw. No hace falta que te des prisa. Le hemos ofrecido un café. Pero quería asegurarme de que tienes el bosquejo que te pasé ayer.
– Claro que sí -Nicole intentó dar un paso, lo que fue un craso error. La cabeza le dio una punzada, el estómago un vuelco, y las rodillas amenazaron con fallarle-. Me reuniré con vosotros dentro un par de minutos, ¿de acuerdo?
– Muy bien -Rafe titubeó-. Eh, Nicole, ¿te encuentras bien?
– Pues claro que sí. Mejor que nunca -esbozó la misma sonrisa radiante que había exhibido ante Wilma. Al salir Rafe, se hundió de nuevo en la silla.
De acuerdo, la mañana no había empezado bien. Sólo necesitaba hacer acopio de su fuerza de voluntad. No iba a vomitar. El dolor palpitante que le taladraba las sienes cesaría. Todo saldría a la perfección. Era cuestión de imponer la mente sobre la materia. En pocos minutos vería a Mitch cara a cara. Y zanjaría el acuerdo con el señor Shaw. Y saldría airosa de ambas situaciones.
Alzando el mentón deliberadamente, caminó a grandes zanjadas hasta la sala donde se celebraba la reunión, con su sonrisa más confiada y radiante en el rostro. Le bastó una sola mirada para comprobar que el equipo estaba haciendo un buen trabajo. El sol entraba por las ventanas, iluminando las tazas de café recién hecho, la maqueta del edificio del señor Shaw situada sobre la mesa, y al propio señor Shaw riéndose entre Rafe y Mitch. Aquellos dos tenían un talento innato para lograr que un cliente se sintiera cómodo.
Naturalmente, Nicole se centró en el señor Shaw. Hubiera sido inapropiado que mirase a Mitch… aunque, de algún modo, absorbió su imagen con todo detalle de un solo vistazo. Sus largas piernas estaban hechas para llevar téjanos, no pantalones formales, pero aquel traje le confería un atractivo aspecto de autoridad. La corbata era atroz, pero tenía el cabello rubio peinado hacia atrás. Sus anchos hombros tapaban el sol, y sus ojos… Sus ojos evocaban el insondable cielo de la medianoche. Y su boca le hacía pensar en las estrellas…
Nicole titubeó por un instante. La molesta sensación de mareo se negaba a remitir. Pero todos los presentes se pusieron en pie en cuanto la vieron entrar. Luciendo una sonrisa de determinación, extendió automáticamente una mano para saludar al señor Shaw.
– Celebro mucho verle, señor Shaw. Todos esperábamos con ansiedad esta reunión…
De repente, todos los miembros de la plantilla se quedaron petrificados, sin ningún motivo aparente. Mitch rodeó la mesa y se acercó rápidamente a ella.
Dios santo, se dijo Nicole, no era posible que fuera a besarla.
Y semejante ráfaga de locura dio paso a una segunda. No podía asegurar que no deseara un beso de Mitch, pese a las circunstancias…
– Nicole, cariño… estás sangrando -Mitch podía haberse propinado a sí mismo un puntapié por utilizar la palabra «cariño», pues sabía que aquel trato cariñoso irritaría a Nicole. Pero, al menos, pudo mantener un tono de voz calmado. Cuando la vio entrar, casi le dio un infarto al darse cuenta de que el extraño líquido que impregnaba su cabello era sangre.
– ¿Cómo? No estoy…
Mitch comprendió que lo mirara con rabia. Nik detestaba ser el foco de atención, sobre todo en una reunión de negocios. No obstante, se llevó la mano a la cabeza y se sobresaltó al ver el líquido rojo que le goteaba de los dedos.
Mitch le echó el brazo por los hombros con firmeza, pero tardó unos segundos en sacarla de la habitación. Shaw había saltado de la silla igual que Rafe y Johnny, percatándose de que Nicole tenía una especie de herida. Mitch llevaba años tratando de reprimir la molesta capacidad de liderazgo que latía en sus genes, pero, qué demonios, había circunstancias en las que uno no tenía más remedio que tomar el mando.
– Estoy seguro de que no es grave. Pero más vale que la lleve a su despacho para echarle un vistazo en profundidad. Rafe, encárgate de la exposición, ¿quieres? Señor Shaw, le aseguro que queda en buenas manos con John y Rafe…
Mientras recorrían el pasillo, Nicole se acurrucó en su costado, lo cual le pareció preocupante.
– ¿Estás muy mareada? ¿Crees que vas a desmayarte? -inquirió él bruscamente.
– Nunca me he desmayado y no voy a empezar ahora. Es sólo que…
– ¿Qué?
El tono de Nicole era apagado, confundido.
– Lo veo todo verde.
– Aja -Mitch trató de sentarla en la silla, pero ella lo apartó de sí rápidamente.
– No quiero manchar de sangre la tapicería.
Mujeres.
Mitch retiró de golpe la silla de la mesa y sentó en ella a Nicole con un suave empujón. Luego, con mucho cuidado, le colocó la cabeza entre las rodillas.
– ¿Son muy fuertes las náuseas?
– No voy a vomitar. Se me pasará. No quiero perderme la reunión. Sólo preciso un minuto para… ¡ay!
Mitch ni siquiera había llegado a tocarle el chichón que tenía en la cabeza. Tan sólo intentaba apartarle el cabello para ver mejor la herida.
– ¿Cómo demonios te lo has hecho?
– Me golpeé con el filo de la mesa. Me agaché para recoger un bolígrafo. No fue nada. Estoy bien.
Hacía años que Mitch asistió a un cursillo de primeros auxilios, pero aún recordaba lo básico. Las heridas en la cabeza solían sangrar abundantemente. Enseguida detectó el corte y la hinchazón.
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