Mitch captó claramente el mensaje. Pero vio que las manos le temblaban, su voz era trémula y tenía la preciosa piel blanca como la cal.
– ¿Te ha dicho el médico algo que te ha disgustado?
– Mitch. Esta conversación es improcedente. No hay absolutamente nada que deba preocuparte. Ni a ti ni a ningún miembro de la plantilla. Simplemente, estoy embarazada.
Mitch se quedó mudo al oír la palabra. El corazón empezó a latirle desbocadamente. No estaba seguro de poder levantarse de la silla aunque se declarara un incendio en el edificio.
– Maldita sea, Landers. No he debido decírtelo -Nicole jamás lo llamaba por su apellido a menos que estuviera molesta con él. Lo cual, pensándolo bien, sucedía un par de veces a la semana. Pero nunca hasta tal punto. Se mesó el cabello en un gesto de impaciencia-. Dado que ya he abierto mi bocaza, me temo que debo decirte un par de cosas más. Primero, te agradeceré que no les digas nada a los miembros de la plantilla. No se trata de mantenerlo en secreto, pues el embarazo se me notará a la larga. Pero acabo de enterarme, y quiero tener algo de tiempo para decidir lo que quiero hacer y cómo voy a decírselo a los demás.
– Me llevaré la confidencia a la tumba -Mitch quiso decir algo más, pero se le formó un nudo en la garganta. Por no mencionar que el corazón le latía tan fuertemente en los oídos que apenas podía pensar.
Nicole volvió a levantarse. Se acercó a la ventana y contempló el malecón. Luego echó las cortinas para tapar el panorama.
– Me temo que eso no es todo. Hoy en día, no hay nada raro en que una mujer de treinta y dos años elija ser madre soltera. Ése no es el problema…
– ¿Insinúas… que no deseas ese hijo?
– Oh, sí que lo deseo -instintivamente, Nicole se acercó una mano al pecho-. No ha sido algo planeado, pero ya buscaré la forma de salir adelante. Cueste lo que cueste. En realidad, no creo que me haya trastornado la noticia de estar embarazada, sino la sensación de… vergüenza.
– ¿De vergüenza?
Ella volvió a suspirar. Volvió a mesarse el cabello. Se retiró de la ventana y se apoyó en la mesa de pacana.
– Mitch, no debería contarte nada de esto.
– Ya que has llegado hasta aquí, cuéntame el resto. Te sentirás más aliviada.
– No sé quién es el padre -susurró Nicole-. ¿Puede existir una vergüenza mayor? Y eso no es lo más grave.
– De acuerdo, oigamos lo más grave -dijo Mitch con la boca totalmente seca.
Ella empezó a gesticular frenéticamente con ambas manos.
– No recuerdo haberme acostado con nadie. Hace años que tuve mi última relación. Apenas he salido o he hecho vida social… En definitiva, sólo pudo ocurrir en la fiesta que celebramos en Navidades. No ha habido otra ocasión posible.
– En la fiesta -repitió él.
Nicole pareció asumir algo por su cambio de expresión, pues asintió rápidamente.
– Estoy segura. Y eso significa que fue con alguien de la plantilla. Lo que de veras resulta imperdonable es que no recuerde nada. Fue por el champán… aunque no creas que lo utilizo como excusa. Es inexcusable beber si sabes que se te sube a la cabeza. Al parecer, el champán nubló mi memoria -Nicole puso los ojos en blanco-. Mira, tú y yo hemos tenido nuestros roces. Quizá por eso te estoy contando todo esto. No creas que intento acusarte, Mitch… Sé que jamás te interesarías por mí en ese sentido. Y ésa es una de las cosas que más me desconciertan. ¿Por qué el hombre en cuestión no ha dicho nada? Seguramente se arrepentirá de lo que sucedió aquella noche…
– Eh, no creo que debas llegar a esa conclusión con tanta ligereza. Quizá ha tenido otros motivos para no decirte nada.
– Independientemente de sus motivos, debo descubrir quién es -Nicole volvió a pasearse, meneando las caderas, moviendo las manos incansablemente-. Primero pensé en John. Aún lo está pasando mal por lo del divorcio. ¿Quizá acudió a mí y yo fui incapaz de darle una negativa? Pero cuanto más lo pienso, menos me imagino besándolo, y no digamos ya…
Mitch notó que desaparecía el nudo de su garganta. Por fin recuperó la voz.
– Eh, no tienes por qué pensar así de John. Olvídate de él. Mira, Nicole…
– Sí, puedo olvidarme de John, pero aún queda Rafe. Lo malo es que se niega a hablar de su vida privada. Ya sabes cómo Wilma coquetea con él, en vano. Pero es un hombre muy atractivo, y…
– Olvídate también de Rafe. Nicole…
– No tiene sentido que incluya a Wilma, porque ella no ha podido dejarme embarazada -siguió diciendo Nicole en un baldío intento de bromear-. Debo saber quién es. Me resulta tan frustrante no recordar nada. Estoy tan asqueada y avergonzada de mí misma…
– Nicole -dijo Mitch por tercera vez, lo bastante alto como para llamar su atención.
– ¿Qué?
– Puedes dejar de pensar en los demás muchachos. No fue ninguno de ellos. Fui yo. Yo soy el padre de tu hijo.
– ¡Oh, no! ¡Tú no puedes ser el padre, Mitch! ¡No es posible!
Mitch ni se inmutó, aunque no fue por falta de ganas. Nik no se daba cuenta, pero estaba tan trastornado como ella. Obviamente, era consciente del riesgo que habían corrido al hacer el amor aquella noche, pero la experiencia no parecía haber tenido repercusión alguna hasta ahora. Que Nicole se mostrara incrédula ante su confesión ya era bastante malo; para colmo, permaneció hundida en la silla del despacho como si careciera de la fuerza necesaria para digerir semejante noticia.
Mitch jamás había sentido tan vulnerado su ego masculino.
Recordaba un tiempo ya lejano en que parecía caerles en gracia a las mujeres. Una incluso llegó a decirle que era un amante creativamente inspirado. Varias lo habían perseguido sin piedad. Por sorprendente que le pareciera ahora, jamás había recibido una queja sobre su pericia o su talento bajo las sábanas. Nik había sido la primera mujer en bloquear el recuerdo de haberse acostado con él. La primera que parecía horrorizada por el hecho de haberlo tenido en su cama.
La carta de renuncia que aún tenía en el bolsillo carecía ya de sentido, pues la presencia de un futuro hijo cambiaba por completo la situación. Había decidido alejarse para siempre de Nicole, distanciarse de la tentación a la que lo sometía su proximidad.
Pero las cosas no habían salido como él había planeado.
– No… No puede ser tuyo, Mitch. Nunca nos hemos acostado. En primer lugar, sé que hay una mujer en tu vida, una tal Susan, o Suzanne, o como sea…
El asombro arrugó la frente de Mitch. Por un momento, no se explicó cómo el nombre de Suz podía haber surgido en la conversación. Pero dicho desconcierto no le impidió corregir inmediatamente el malentendido.
– Espera un momento… En mi vida no hay ninguna mujer. Ni habría sucedido nada entre nosotros si yo hubiera tenido pareja. Creo firmemente en la fidelidad. Sin excepciones. ¿Quién te ha hablado de Suz?
– Wilma. Estoy segura de que me dijo que…
Ah, diablos. Por fin comprendía cómo había hecho Nicole aquella asociación.
– Sí, bueno… Antes de trasladarme aquí y aceptar el puesto, hubo una tal Suz. No sabía que Wilma era coqueta por naturaleza. Se me insinuó y no quise herir sus sentimientos, así que le hablé de Suz. Dios santo, ni siquiera he vuelto a acordarme de eso. No se me ocurrió que Wilma lo fuera contando por ahí.
– Pero, Mitch, tú no puedes ser el padre -insistió Nicole a pesar de la explicación.
Había millones de mujeres en el planeta, y él tenía que haberse enamorado de una que utilizaba su ego como saco de boxeo.
– Créeme. Lo soy.
– Pero creí que yo ni siquiera te gustaba…
– Mmm, Nik, eso no es ni remotamente cierto.
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