Jennifer Greene - Toda una dama

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Toda una dama: краткое содержание, описание и аннотация

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El hogar está donde está el corazón, y Liz Brady había vuelto finalmente a Favensport, Wisconsin, a sus raíces… y a Clay Stewart, a quien amaba desde hacía años. En esta ocasión estaba totalmente decidida a demostrarle que no era la niña inocente a la que él solía proteger.
Pero Clay ya había notado que liz había madurado. Ahora era una dama, y las damas deben estar en pedestales. No se relacionan con tipos de dudosa reputación, sobre todo con los que dirigen un motel, con no muy buena fama, en las afueras del pueblo. Pero Clay no había contado con la determinación de Liz… ni con el poder de su amor por ella…

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Quince minutos después, el señor Graham descolgaba el teléfono con una sonrisa para cancelar su cita de las tres. Para entonces Liz no estaba hablando del trabajo. Estaba hablando de su pueblo, Ravensport, del pleno sabor de la comunidad, de su situación privilegiada, de su personalidad y su capacidad de trabajo. La secretaria canosa les sirvió café a las cuatro menos cuarto. El señor Graham canceló la cita de las cuatro. Para entonces estaban discutiendo de la clase de negocios que Ravensport necesitaba realmente y de cuáles no. Estaban hablando del agua. El Lago Michigan tenía mucha y en verano se llenaba de preciosos barcos de los que Ravensport nunca había obtenido ningún beneficio real. Hablaron de algún lugar en donde atracar aquellos barcos durante el invierno, un pequeño puerto, con un astillero tal vez.

– Buenos barcos, buenas materias, trabajo artesanal de calidad -murmuró el señor Graham-. Eso es exactamente lo que necesitamos.

A las cuatro y media seguían hablando de carpinteros y capital. A las cinco, la secretaria de pelo blanco asomó la cabeza por la puerta y anunció que se iba a casa. Por su expresión quedaba claro que Liz había destruido su bien organizada jornada de citas del señor Graham.

Cuando se fue, el señor Graham se volvió hacia Liz con un suspiro.

– Es un dragón. Tendrá que encontrar la manera de hacer las paces con ella cuando empiece a trabajar aquí. A mí nunca se me ha dado muy bien.

– Me pregunto si habrá algún libro -musitó Andy una hora después.

Los espaguetis que tenía delante estaban fríos, la tostada con ajo quemada y había olvidado aliñar la ensalada. Casi había olvidado lo que era hacerse la cena, pero no era culpa suya que Liz le hubiera malcriado durante un mes.

– ¿Un libro sobre qué?

– Sobre cómo hacer que las hermanas se queden quietas un rato. ¿Para qué te has levantado ahora?

– Servilletas.

– Ya que estás de pie, podrías quitarte el abrigo.

– Voy a casa de Clay después de la cena.

– ¿Piensas flotar hasta allí o vas a ir en coche como los mortales normales?

Andy aceptó con paciencia el tenedor que ella le tendía y el beso en la frente. Luego se levantó para coger las servilletas él mismo.

– No sé a qué vienen esos nervios. Me has dicho que no empezabas a trabajar hasta dentro de un mes.

Ella asintió.

– Necesito un par de semanas para volver a Milwaukee, recoger mis cosas, cerrar el apartamento y encontrar a alguien que lo alquile.

– Es la primera cosa sensata que has dicho desde que has entrado -comentó Andy-. ¿No piensas dormir? Esta mañana has vuelto cuando me estaba levantando.

– Volví bastante tarde -murmuró Liz.

– Al amanecer, más o menos. Conozco a Clay desde hace un montón de tiempo. Os he visto juntos desde que llevabas trenzas. Nunca lo entendí y no voy a intentar entenderlo ahora -se alarmó cuando Liz abrió la boca-. No quiero saberlo. Un hombre suele ponerse nervioso cuando ve a su hermana ahogándose en arenas movedizas.

– ¡Andy!

Liz estaba atónita. Su hermano se estaba internando en el territorio de las emociones. Algo totalmente inusual en él.

– Quiero a ese hombre como a un hermano -dijo Andy en voz baja-, pero Clay ha sido una especie de arenas movedizas para las mujeres desde el día en que nació. Y es todo lo que voy a decir. Excepto que espero que sepas lo que estás haciendo.

– Lo sé -dijo ella sencillamente.

No tenía la menor duda. Había sido un día durante el cual las dudas se habían alejado kilómetros de ella y nada podía hacer mella en su entusiasmo. El trabajo era importante. Era importante porque deseaba desesperadamente trabajar con otras personas, comprometerse, y era algo a lo que le podía hincar el diente. En menor grado, el trabajo era importante debido a Clay. Clay siempre había tenido el impulso de proteger a los desvalidos, a los indefensos, a los imprudentes. Llevaría tiempo curar a Clay de sus tendencias protectoras. Ahora podía demostrarle que no era una mujer que necesitara protección, sino su igual. Una mujer capaz de cometer errores, pero también capaz de librar sus propias batallas, que se conocía a fondo y valoraba sus sentimientos e instintos y a sí misma. Dejó que su hermano fregara los platos y fue en coche hasta el motel a velocidad de celebración. Clay estaría ocupado, por supuesto. Sólo quería compartir su triunfo con él y besarle, pero su estado de ánimo se nubló al llegar al aparcamiento. Dos coches de la policía estaban aparcados junto a las puertas traseras del motel. Un pequeño grupo de personas se había reunido en la entrada. Las cabezas y los abrigos le impedían la visión. Caminó directamente hacia la entrada principal hasta que vio a un chiquillo con un gorro rojo escondido entre los arbustos. Se había acordado de ponerse un gorro y un chaquetón, pero no llevaba zapatos y sus pies cubiertos por los calcetines rateaban el suelo mojado. Cuando la vio, Spencer se acercó volando.

– ¡No te lo vas a creer! ¡Es estupendo, Liz! ¡Tenemos un ladrón!

– Maravilloso -murmuró Liz irónicamente. Se agachó a abrazarle. ¿Por qué tengo la impresión de que tu padre está seguro de que estás encerrado en una habitación con Cameron?

– Jugando a las cartas. Pero Cam se durmió delante de la tele y luego vi las luces por la ventana y…

– Cuéntamelo después de que entremos y te pongas calcetines secos, chaval..

– No puedo irme ahora. Le acaban de coger. Y mi papá le ha pegado. ¡Deberías haberle visto, Liz!

Spencer bailó sobre los pies imitando el juego de piernas de un boxeador hasta llegar a su habitación por el largo pasillo.

– Esa señora estaba chillando. Verás, era su collar. Y supongo que el tipo con el que se había registrado era su hermano, pero su hermano tenía ese gran problema. Como cuando en la tele dicen «el programa siguiente no es recomendable para niños». ¡Demonios! Ya sabes lo que significa.

– ¿Y los calcetines?

Los mojados estaban junto a la puerta, pero Spencer estaba demasiado nervioso para preocuparse de los sustitutos secos.

– En mi habitación, naturalmente. En fin, todos sabemos lo que son las drogas. Ya sabes lo que voy a decir cuando alguien me pregunte que si quiero probar las drogas, ¿verdad?

– No, cariño. ¿Qué?

Ella encontró un calcetín largo y blanco y otro gris. Por lo menos estaban secos.

– Ni hablar, tío. Lárgate, tío. Las drogas no son divertidas, estúpido… Eso es lo que voy a decir. Y si siguen molestándome, voy a pegarles como mi papá a ese tipo. ¡Bam! Verás, esa señora estaba intentando recuperar su collar y el hermano se enfadó con ella. Mi papá dice que nadie debe pegar a una señora. Jamás, sin excepciones, sin excusas. Aunque sea Sarah Breeling y te robe tu mejor goma. ¡Y entonces llegó la policía! ¡Dos coches!

– Los he visto.

Una vez puestos los calcetines secos y los zapatos, Spencer tuvo que repetirle toda la historia a Cameron, que había despertado de su siesta a tiempo de asustarse al no ver al niño a su cuidado. Cam salió inmediatamente a ver por sí mismo lo ocurrido y lo que podía hacer cuando estuvo seguro de que Spencer estaba a salvo con Liz. Spencer estaba a salvo, pero después de una hora su estado de ánimo cambió y pasó de la exaltación al cansancio.

– Sabes lo que va a pasar cuando vuelva papá, ¿verdad?

– Va a preguntar qué haces levantado después de las nueve de la noche.

– No es eso. Nos va a soltar el sermón.

Compartían un sofá de cuatro cojines y después de las nueve Liz había descubierto que Spencer no se oponía a acurrucarse contra una chica.

– ¿El sermón?

– El sermón. Que tenemos que mudamos porque éste no es buen sitio para mí. Y tú no vas a hablarle de la siestecita de Cam, ¿verdad? Papá se pondrá furioso. No dejo de decirle que ya no soy un niño.

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