– Eso lo decidiré yo, ¿no?
– No es tan fácil para mí. Todavía no. Tengo que pensar antes de que sigamos hablando de esto. Pero ahora… me voy a casa.
– Sí, ya me lo imaginaba.
No lo sorprendió. Sabía que no se quedaría a dormir. Sólo había sido sexo. No tenían una relación, de modo que no podía hacerle daño, no debía permitir que le hiciera daño.
– Pero quiero que sepas… que voy a hacer tu programa.
– Me alegro. Y merece la pena. Es bueno para ti.
– Puede ser. Creo que tú entiendes lo que me pasa… aunque me estás sacando de mis casillas.
– Es fácil sacarte de tus casillas, Fox.
– ¿Sabes una cosa? Todo el que me conoce cree que soy el hombre más paciente del mundo.
– ¿Los has engañado a todos? -sonrió Phoebe.
Él no estaba sonriendo.
– Haré tu programa, pero tenemos que llegar a un acuerdo. Voy a pagarte por horas.
Luego mencionó una suma.
– No te pases, cariño. El precio de una sesión es…
– Me da igual lo que cobres. Eso es lo que voy a pagarte. Y otra cosa…
– ¿Qué?
– Voy a hacerte la cascada en la sala de masajes.
– ¿Qué? No creo que puedas hacer un trabajo tan duro…
– Si no puedo, no puedo. Pero lo intentaré. Cuando mi padre murió, dejó una herencia considerable, pero mi madre se ocupó de que aprendiéramos un oficio.
– ¿Ah, sí?
– Sí. Aunque no lo creas, sé bastante de fontanería y carpintería.
– ¿En serio?
– Sí. Creo que puedo hacer el trabajo. Y eso será parte del pago. El dinero por sesión y la cascada.
Cuando se fue, Phoebe se quedó desnuda sobre la alfombra, mirando los faros del coche desaparecer al final de la calle.
Y toda la euforia se desvaneció… reemplazada por una sensación de miedo.
Entonces pensó en su madre. Su madre era una hedonista, una mujer llena de sensualidad. Su padre adoraba esas cualidades y las valoraba en todos los sentidos. Por eso Phoebe creció pensando que la sensualidad era algo sano y maravilloso.
Y, según las revistas femeninas, los hombres buscaban mujeres sensuales. Mujeres ardientes, desinhibidas que expresaban libremente su sexualidad. ¿Ése era el sueño de todos los hombres?
Mentira.
Los hombres deseaban una mujer ardiente, desde luego. Pero sólo para acostarse con ella, no para mantener una relación seria. Los hombres solían desconfiar de las mujeres muy sensuales. Temían que fueran infieles. Temían no poder confiar en ellas. La mayoría de los hombres no respetaban a una mujer así.
Phoebe lo había descubierto con Alan.
Lo que más le dolió fue que la acusara de ser una hedonista, una sensualista… porque no podía defenderse de esos cargos.
Era todo eso. Pero Alan la había hecho sentirse tan sucia que ella empezó a pensar lo mismo… hasta que dejó su trabajo como fisioterapeuta y empezó a trabajar con los niños.
No había pensado en Alan en mucho tiempo… hasta que Fox entró en su vida. Sabía que eran dos hombres completamente diferentes, pero temía enamorarse de alguien que no la respetase.
Abruptamente, se levantó para dejar salir a las perritas por última vez esa noche. El frío la hizo temblar, pero la ayudó a ver la realidad.
No lamentaba haber hecho el amor con Fox. Ayudarlo era algo muy importante para ella… fuera cual fuera el precio que tuviese que pagar. Pero tenía que recordar cómo había terminado aquella noche.
Fox no había querido quedarse a dormir después de hacer el amor.
E insistía en pagarle una cantidad enorme por sus servicios.
No debía engañarse a sí misma, no debía pensar que para Fox era algo más que una persona a la que había contratado para que le quitase el dolor.
Durante unas horas había sentido una extraordinaria conexión con él… se había sentido como si unos frágiles pétalos de rosa se hubieran abierto dentro de ella, unos pétalos que llevaban mucho tiempo cerrados…
Pero ella sabía la verdad.
Para Fox era sólo una masajista. Y mientras se dijera a sí misma que no debía querer nada más no habría ningún problema.
No pensaba olvidar eso nunca.
En una semana, había llegado la primavera y las azaleas, azules y amarillas, estaban por todas partes. El sol brillaba sobre las verdes hojas de los árboles y de la tierra escapaban briznas de hierba, como si cada espora, cada raíz bajo la superficie estuviera dando vida.
Excepto a él, pensó Fox.
Que una vez hubieran hecho el amor no significaba que volvieran a hacerlo. Había muchas razones para no hacerlo, además.
Pero…
Pero quería hacer el amor con Phoebe.
Inmediatamente. Regularmente. Preferiblemente, una vez cada hora. Durante varias semanas. Sin parar.
Que estuviera bien o mal no era el asunto. Sus hormonas sólo entendían que el tema de los valores no tenía nada que ver. Después de hacer el amor con ella, quería más.
A nadie más, nada más. Sólo a Phoebe. Y sus hormonas seguían repitiendo eso una y otra vez, cada día.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó Harry.
Fox levantó la mirada. Era el día de Harry, de Alce, y eso significaba, según las reglas del programa de Phoebe, que debía ir a pescar.
Para ello, su hermano lo había llevado a la frontera de Carolina del Sur. En cualquier otro momento no le habría importado. El lago Jocassee era un paraíso, con aguas transparentes recortadas contra un marco de montañas salvajes.
– ¿Cómo que qué estoy haciendo? Estoy sentado aquí contigo, pescando.
Harry suspiró mientras tomaba uno de los libros que Fox estaba leyendo.
– Las mujeres y las leyes de la propiedad en la América rural. La política del control social y sexual en el viejo Sur… ¿Tú llamas a esto lecturas relajantes?
– Pues sí, mira.
– ¿Y crees que vas a convencer a alguien de que no quieres volver a ser profesor de historia? -sonrió su hermano.
– Esto no tiene nada que ver. Me gusta leer.
– Sí, seguro. Pero lo que tienes que hacer hoy es pescar. Phoebe te dijo…
– Phoebe sólo quería que saliera de casa y estoy fuera de casa. Respirando aire fresco, como ella quería. Eso no significa que tenga que pescar.
– Es inhumano no querer pescar.
– Dame una pelota y te gano a lo que sea, fútbol, baloncesto, béisbol, lo que quieras. Pero sentarme aquí enganchando gusanos a una caña…
– Me chivaré a Phoebe si no lo intentas por lo menos.
– Ésa es una amenaza muy fea. ¿Me chivé yo cuando Ben y tú metisteis esa mofeta en la cafetería? ¿Le conté a Ben que tú tiraste a la basura su camisa favorita? Los hermanos no se chivan unos de otros.
– Esto es por tu bien. Leer libros de historia no va a relajarte.
– ¿Cómo que no?
– Phoebe quiere que te relajes de otra forma. Se supone que debes pasarlo bien.
– Leyendo lo paso bien -replicó Fox con firmeza, abriendo un libro. Aunque daba igual porque llevaba horas intentando concentrarse y no lo conseguía.
Normalmente leer lo relajaba, pero en aquel momento era imposible.
Porque sólo podía pensar en Phoebe.
Sí, sólo habían hecho el amor una vez. Habían pasado diez días, doce horas y siete minutos desde entonces, pero el encuentro seguía fresco en su memoria.
Una de las cosas que lo molestaba era que Phoebe hubiera dicho que no era una persona muy sexual. Tendría gracia si no fuera tan… raro. Como ella era, evidentemente, una mujer muy sensual, Fox no podía entender por qué decía justo lo contrario.
Por supuesto, era imposible entender a las mujeres, pero… Además, había otras cosas. Los colores de su casa, por ejemplo: amarillo, verde, azul.
Y luego estaba el asunto de las bragas.
Читать дальше