Cuando estuvieron a una distancia prudencial del fuego, Logan se detuvo y se inclinó, colocando las manos en las rodillas y aspirando grandes bocanadas de aire. Sus sirvientes estaban apiñados a unos metros delante de él, con la mirada clavada en el fuego. Algunos lloraban, otros sólo parecían aturdidos. Según le había dicho Gideon, dentro de la casa no quedaba nadie, por lo cual sólo podía darle gracias a Dios.
Ignorando el escozor de los ojos, los pulmones ardientes y los pies llenos de ampollas, se giró hacia Gideon. El hollín manchaba la cara y la ropa de su amigo, que también respiraba entrecortadamente.
– ¿Qué diablos ha ocurrido? -preguntó Logan, las ásperas palabras se entremezclaban con sus toses secas.
– Hacía guardia en el jardín cuando ese bastardo me cogió desprevenido y me dejó sin sentido. Cuando recobré el conocimiento, la planta baja de la casa estaba en llamas y el fuego se extendía con rapidez. Corrí a la parte delantera donde Eversham y varios de los lacayos estaban ayudando a salir al resto de los sirvientes. Subí corriendo las escaleras hasta tu dormitorio. La habitación estaba en llamas pero vacía, así que continué buscando en el resto de la casa. Al no encontraros ni a Emily ni a ti, supe que o bien habíais salido por vuestros propios medios o el pirómano os había raptado de alguna manera. Para entonces, el humo y las llamas eran tan intensos que supe que tenía que salir sin más dilación. Estaba recorriendo el pasillo cuando te oí llamar a Emily. ¿Dónde demonios te habías metido?
– En el balcón -repuso Logan y apresuró a contarle a Gideon lo que había ocurrido, concluyendo con: -Vi al hombre. Le conozco. Se llama Thomas Heller. Creí que estaba muerto, pero no es así. Tiene motivos de sobra para querer vengarse de mí, pero ahora no tengo tiempo para contártelo todo. No cuando tiene a Emily consigo. -Cerró los ojos. Por mucho que odiara que fuera así, rezaba para no haberse equivocado, pues al menos le daba la esperanza de que Emily siguiera con vida y que no se había visto atrapada por el fuego.
No podía pensar lo contrario. Simplemente, no podía.
– La tiene Heller -dijo sombríamente. -Y tenemos que rescatarla. -«Y entontes volveré a matarte, bastardo. Y esta vez me aseguraré de que estés bien muerto». -¿Pero por dónde diablos empezamos a buscar?
– Por aquí mismo -dijo Gideon. -Vamos.
Logan le siguió hasta donde estaban los criados, intentando aclararse las ideas y pensar con lógica y serenidad en cómo encontrar a Emily. Ahora. Porque cada segundo que pasaba, contaba.
– Vuestra señora ha desaparecido -gritó Gideon a los sirvientes para que le oyeran por encima del rugido del fuego. -Tenemos motivos para pensar que ha sido secuestrada por el hombre que provocó el incendio. ¿Alguno de ustedes vio u oyó algo?
Los sirvientes le dirigieron unas miradas horrorizadas en medio de murmullos y sacudidas de cabeza.
A Logan se le ocurrió una idea.
– El hombre estaba en el balcón de mi dormitorio -gritó, -por lo tanto es muy probable que haya escapado a través del jardín en dirección a las cuadras. Mi esposa es una mujer inteligente e ingeniosa que no permitiría que se la llevaran sin oponer resistencia. Puede que haya intentado dejar atrás una pista.
– ¿Qué tipo de pista? -gritó John, uno de los lacayos.
– Quizás un escarpín. Un trozo roto de bata. Algo. No lo sé. -Santo Dios, ¿y si ni siquiera llevaba zapatillas? No lo sabía. Pero estaba seguro que Emily dejaría atrás algún rastro que pudiera ayudar a encontrarla. -Quiero que os disperséis y busquéis por todas partes -gritó. -Habrá una generosa recompensa para quien encuentre algo que pueda ayudar a rescatar a mi esposa.
El grupo se diseminó de inmediato, dirigiéndose hacia los jardines y evitando acercarse a la casa ardiente. Logan se volvió hacia Gideon.
– Ha debido de escapar por ahí. ¿Has visto alguna escalera de mano?
– No, pero podría haberla lanzado a los arbustos.
– Vamos -urgió Logan. Cada segundo que se retrasaban podría significar la muerte de Emily a manos del bastardo de Heller.
Sin embargo, antes de que pudiera moverse, el lacayo John se acercó a él.
– Me he dado cuenta de que no lleva zapatos, señor -dijo John. -Ni pantalones ni camisa. Sólo la bata. Necesitará ropa adecuada para ir a rescatar a la señora de manos del bastardo que la secuestró y traerla de vuelta. -Le tendió unos pantalones negros, una camisa y un par de zapatos. -Tome mi ropa.
Gideon se fijó en el abrigo que llevaba el joven.
– ¿Y qué te pondrás tú?
– Tengo el abrigo, la ropa interior y un par de gruesos calcetines de lana, señor. Para mí es suficiente. Ahora si me disculpan, iré a buscar alguna pista de por dónde han podido llevarse a la señora. Rezo para que esté en lo cierto, señor -dijo dirigiéndose a Logan, luego se volvió para irse.
– Gracias, John. No olvidaré su ayuda.
– Ha sido un placer, señor -repuso y se alejó corriendo. Logan se puso la ropa con rapidez. Estaba metiendo los pies llenos de ampollas en los zapatos cuando un hombre que no le resultaba familiar se acercó a él en la oscuridad. En un acto reflejo, Logan extendió la mano para sacar el puñal, pero se dio cuenta de que estaba desarmado. Gideon, sin embargo, no tardó en desenfundar el cuchillo.
– ¿Quién eres? -preguntó Logan, mirándole detenidamente. Era menudo y llevaba un abrigo roto y estrecho. Las llamas iluminaban los rasgos del hombre que le recordaban a Logan a un roedor: ojos pequeños, redondos y brillantes, cara delgada y barbilla puntiaguda.
– Pueden llamarme Jonesy. He oído lo que dijo a los sirvientes sobre una recompensa por cualquier pista que conduzca al rescate de la señora. Bueno, da la casualidad de que yo sé dónde está. Y por el precio adecuado, estoy dispuesto a decírselo.
Logan estiró la mano como un látigo. Agarró al hombrecillo por el cuello e izándolo de puntillas pegó su nariz a la de él.
– Si sabes dónde está…
– Sé dónde está -dijo Jonesy con voz ahogada. -Pero no hablaré hasta que me suelte.
Logan se sentía más inclinado a sacudirlo como un perro haría con un hueso, pero lo dejó en el suelo.
– Habla -le exigió. -Tienes diez segundos para convencerme de que no te arroje al infierno que ruge a mi espalda.
– Fui yo quien condujo el carruaje para el tipo que la secuestró -dijo Jonesy con rapidez. -Me contrató para que le esperara detrás de las cuadras de la mansión. No sabía para qué, pero entonces lo vi llegar corriendo con la señora, atada y amordazada, al hombro. La lanzó al interior del vehículo y me dijo que moviera el culo. Ya me había pagado quince libras, pero me había insinuado que me daría más. Mucho más. Cuando llegamos a la dirección que me había indicado, le dije que me diera el dinero si quería que olvidara lo que había visto, pero el tipo se echó a reír y me golpeó como si con eso se acabara el problema. -Levantó la mano y se frotó la cabeza. -No le debo lealtad, y he pensado que un tipo rico como usted bien podría pagarme por saber dónde está su esposa.
El corazón de Logan comenzó palpitar con una dolorosa mezcla de dolor, esperanza y miedo: la esperanza de poder encontrar a Emily y el miedo paralizador de llegar demasiado tarde.
– ¿Cuánto?
Los ojos redondos de Jonesy brillaron con intensidad.
– Cien libras.
Logan habría pagado cien veces esa cantidad. Mil veces si hubiera sido necesario. Habría dado todo lo que tenía. Y si aun así no hubiera sido suficiente, habría robado el resto.
– Hecho. ¿Adónde la llevaste?
– No tan rápido. ¿Cómo sé que no piensa timarme como el otro tipo?
Logan estiró de nuevo la mano y esta vez sacudió a aquella comadreja antes de ponerla de puntillas y mirarla directamente a los ojos.
Читать дальше