Lo miró con el corazón desbordando amor. En ese momento le parecía imposible creer que hubiera habido un tiempo en el que él le disgustara. ¿Cómo había podido juzgarlo tan mal? Parte de su animosidad provenía de la lealtad que le debía a su padre y del hecho de que Logan fuera uno de sus muchos acreedores. Pero después de considerarlo detenidamente, había llegado a la conclusión de que el resto de aquel sentimiento de rencor se debía a que ella, a pesar de desear lo contrario, se había sentido muy atraída por él. De una manera que la había confundido e irritado a la vez. No había reconocido aquella atracción como tal porque él no era el tipo de hombre por el que había imaginado sentirse atraída. Siempre había pensado que se enamoraría de un británico, no de un grosero americano.
Pero él no era grosero. De eso nada. Era… descarado. De una manera apasionante. Excitante. Y tierno. Y maravilloso. Ocurrente, inteligente y divertido. Y cada segundo que pasaba lo quería más.
Aun así, había más cosas en él que ella desconocía, pero que se moría por saber. De hecho, quería saberlo todo de su esposo. Incapaz de permanecer más tiempo alejada de él, se terminó el vaso de agua con rapidez y regresó a su lado, sentándose en el borde de la cama para poder continuar observándole dormir.
– Te he echado de menos.
La suave voz de Logan la sobresaltó.
– ¿Cómo es posible que seas capaz de pillarme desprevenida incluso cuando duermes? -le preguntó ella.
El se puso de costado y apoyó la cabeza en una mano. El resplandor del fuego provocaba sombras intrigantes en su rostro, resaltadas por la barba de un día que le cubría y oscurecía la mandíbula.
– No te he pillado desprevenida. Pero te he echado de menos. -Sólo me he levantado un momento. -Dos minutos y catorce segundos. Los he contado. -Te habría traído un vaso de agua, pero pensaba que estabas dormido.
– No tengo sed. -Logan alargó la mano y enroscó un mechón del pelo de Emily en el dedo. -Has estado observándome durante un buen rato.
Un intenso rubor subió lentamente por el cuello de Emily.
– Sí. Parece que no puedo evitarlo. Espero que no te importe.
– No, para nada. -Le pasó la yema del pulgar por la mejilla sonrojada. -¿En qué pensabas?
– ¿Por qué crees que pensaba en algo? Quizá sólo te estaba admirando.
Logan curvó la boca.
– Gracias, pero casi podía oír tus pensamientos.
– Me preguntaba acerca de ti. Por tu vida. -Emitió un profundo suspiro. -Me muero de curiosidad por conocer hasta el más mínimo detalle de ti.
Cualquier rastro de diversión desapareció de los ojos de Logan, que adquirieron una expresión cautelosa.
– ¿Qué quieres saber?
– Bueno, para empezar, ¿de dónde eres?
– De Nueva York.
Como él no le dio más explicaciones, ella vaciló, pero le venció la curiosidad.
– Me preguntaba por qué abandonaste América.
La mirada de Logan se clavó en donde sus dedos seguían jugueteando con los rizos oscuros de Emily. El silencio llenó el aire hasta que por fin levantó la vista hacia ella. La expresión de los ojos oscuros de Logan hizo que a Emily se le pusiera un nudo en el estómago.
– No tienes que contarme nada, Logan -dijo ella quedamente.
Él frunció el ceño y negó con la cabeza.
– No, quiero contártelo. Te prometí que no habría más secretos entre nosotros y no quiero mentirte. -Logan soltó un largo suspiro. -Pero puede que tal vez lamentes habérmelo preguntado.
Fuera cual fuese la razón por la que se marchó de su país era evidente que le había afectado mucho y que todavía lo hacía. Basándose en su expresión y en la advertencia de que podía lamentar conocer la respuesta, Emily sospechaba que no sólo sería difícil para él hablarle de ello sino que también sería difícil para ella escucharlo. Extendió el brazo y tomó la mano de su marido, entrelazando sus dedos.
– Logan, sea lo que sea, lo entenderé.
El la miró directamente a los ojos.
– Puede que ahora lo creas así, pero…
– Nada de peros. He hecho cosas de las que no me siento orgullosa. Cosas que lamento. ¿Me apartarías de tu lado si las conocieras?
– No, pero…
– Nada de peros -repitió ella con firmeza. -No te dejaré, Logan. No importa lo que me cuentes.
Él guardó silencio durante tanto tiempo que ella pensó que había cambiado de idea y que no le contaría nada. Logan se enderezó y se pasó las manos por el pelo, luego se levantó y se puso la bata. Emily le observó cruzar la habitación hasta la licorera y servirse un dedo de brandy, que se tomó de un trago. Hizo una mueca mientras tragaba el fuerte licor, luego dejó la copa y regresó a la cama donde se sentó en el borde del colchón. Le tendió la mano a Emily que, sin decir nada, puso la suya sobre la de él y se acercó para sentarse a su lado.
Él se volvió finalmente hacia ella y dijo:
– El día que paseamos por Hyde Park te mencioné a un hombre llamado Martin Becknell.
– El hombre que te acogió cuando tenías trece años y que te enseñó todo lo que sabes sobre el mundo de los negocios. Dijiste que se lo debías todo.
– Sí. Y es cierto. Sólo Dios sabe en qué me habría convertido de no ser por él. Martin me enseñó bien, y yo tengo un talento natural para los números y los negocios. Al cumplir los veinte años ya llevaba bastantes encargándome de la contabilidad de los negocios navieros que él tenía. Fue más o menos por aquel entonces cuando Martin emprendió otro negocio con un socio nuevo, un hombre llamado Thomas Heller. Me cayó mal desde el principio. Era rudo y arrogante, pero así era la mayoría de los hombres ricos, así que no le di mayor importancia. Pero según pasaba el tiempo comencé a sospechar de él. Nada que pudiera definir o probar con claridad, tan sólo sabía que el instinto me advertía contra él.
«Durante un mes me dediqué a vigilar a Heller. Sabía que algo no iba bien, pero no conseguía saber qué. Por fin salieron a la luz una serie de recibos hábilmente falsificados. Me puse a investigar y descubrí que Heller había planeado una elaborada estafa y que ya había logrado robarle una pequeña fortuna a Martin. Estaba furioso conmigo mismo por no haberme dado cuenta antes, así que cuando conseguí reunir las pruebas que necesitaba, fui a ver a Martin y se lo conté todo.
Logan se interrumpió para tomar aire y luego continuó:
– Martin, como es natural, se enfadó con Heller y me agradeció que me hubiera preocupado en investigar y descubrir el robo. De hecho, me alabó por mi inteligencia y me aseguró que se encargaría de resolver el asunto. Supuse que acudiría directamente a las autoridades, pero luego comprobé que se enfrentó a Heller él solo. Esa tarde, al concluir mi trabajo, los oí discutir en su despacho. Me preocupé y llamé a la puerta. Cuando la abrí, vi todas las pruebas que le había dado a Martin esparcidas sobre el escritorio. Antes de que pudiera intervenir, Martin me dijo que no pasaba nada, que me fuera a casa.
Le palpitó un músculo en la mandíbula.
– Pero no pude hacerlo. Decidí quedarme y regresé a mi despacho. Durante la siguiente media hora estuve escuchando el murmullo de sus voces, luego todo se quedó en silencio. Esperé casi un cuarto de hora más, pero al no oír nada regresé al despacho de Martin. La puerta estaba entreabierta y la lámpara, encendida. Entré y lo encontré muerto. Le habían apuñalado.
Emily contuvo el aliento y le apretó la mano. Él se pasó la mano libre por el pelo.
– Las pruebas habían desaparecido, lo mismo que Heller. Para mí no había ninguna duda de que aquel bastardo había matado a Martin. Pero su muerte había sido culpa mía. Tendría que haber acudido a las autoridades antes de decirle nada. O haberme quedado con él esa noche. Ojalá no hubiera esperado esos quince minutos antes de regresar a su despacho.
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