Marion Lennox - Amor en palacio

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Amor en palacio: краткое содержание, описание и аннотация

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Tammy se sorprendió al descubrir que se había convertido en la tutora de su sobrino huérfano, Henry, que algún día sería príncipe de un país europeo Marc, el príncipe regente, quería que fuera educado en la realeza,y no estaba a acostumbrado a recibir negativas. Pero Tammy una combativa australiana, no tenía tiempo para los títulos, y estaba decidida a darle a su sobrino todo el amor que necesitaba,,, incluso si tenía que mudarse a palacio.
Pero mientras Tammy y Marc se enfrentaban por el futuro del bebe, la pasión que nació entre ellos se hizo imposible de resistir.
¡ESTABA OBLIGADA A VIVIR CON UN PRINCIPE!

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Maldito Marc… ¿Cómo se atrevía a ponerla en semejante situación?

Claro que había intentado advertirla.

Tammy miró la mochila como si fuera un enemigo. ¿Qué debía hacer? Ingrid estaría preciosa, divina, y parecer una mendiga al lado de un príncipe y una princesa no era lo suyo.

Pero Lara había vivido allí, pensó entonces. Tenía que haber ropa suya en los armarios.

¿Debía hacerlo?, se preguntó. ¿Por qué no? Estaba en un palacio de cuento de hadas.

¿Por qué no?

«Llámeme si necesita algo», le había dicho la señora Burchett. «El timbre está conectado con la cocina. Normalmente contesta alguna de las chicas, pero esta noche yo estaré atenta».

Tammy miró el timbre y tomó una decisión.

Estaba muy lejos de Australia, en otro continente. Estaba muy lejos de casa. Y necesitaba ayuda.

– ¿No quieres esperar a la experta en plantas? -No hace falta -contestó él-. La experta en plantas ya está aquí.

Ingrid empezaba a impacientarse. Y cuando Marc volvió al salón, apenas podía disimular su enfado.

– ¿Dónde estabas?

– Invitando a la tía de Henry a cenar con nosotros.

– ¿Ella quiere cenar con nosotros? -preguntó Ingrid-. Pensé que…

– ¿Qué habías pensado?

No esperaba encontrar a Ingrid esperándolo en palacio. En realidad, esperaba tener un par de días para solucionar cosas antes de llamarla. Pero allí estaba.

– Pues, que esa clase de chica…

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Esa clase de chica no está acostumbrada a moverse en nuestros círculos, Marc -sonrió Ingrid-. ¿Qué me habías contado, que la sacaste de un bosque en Australia? Cariño, tendremos suerte si sabe usar un cuchillo y un tenedor.

– Es la hermana de Lara -replicó Marc.

– Sí, es increíble. ¿Cómo podían ser hermanas? Lara era una belleza.

– Tammy… Tamsin no es fea.

– No, cariño, pero esa ropa… y esas pecas…

– ¿Quieres que pasemos al comedor? -la interrumpió Marc.

Marc se quedó de una pieza. ¿Cómo había hecho eso en quince minutos? Tammy se había transformado por completo. Los viejos vaqueros desaparecieron. Y también desapareció Tammy Dexter, la arboricultora. Para dar paso a… Tamsin.

El vestido negro era engañosamente simple. Tenía el cuello de pico y un frunce en el centro que marcaba la cintura y las caderas de una forma elegante y muy sexy a la vez. Sus largas piernas parecían aún más largas con unas sandalias de tacón.

Y el resto… los rizos morenos caían por su espalda como una cascada. Se había puesto sombra de ojos y brillo en los labios. No le hacía falta nada más. ¡Estaba arrebatadora!

– ¿Qué has hecho con tu ropa? -exclamó Marc. -Vaya, y yo preguntándome si mis modales serían aceptables -sonrió Tammy.

– Perdona. Tammy… te presento a Ingrid, mi… -Novia -terminó ella la frase-. Encantada de conocerte, Tammy. ¿Cómo estás, querida? Estábamos diciendo que debes sentirte muy rara aquí… Pero veo que llevas un vestido de tu hermana. Bien hecho. Yo iba a enviarlos a algún albergue, pero si te gustan…

Tammy se puso colorada. Pero aquella mujer le recordaba a su madre y sabía que la rabia no valía de nada con ese tipo de persona. Otros métodos eran más efectivos.

– Me alegro de que no lo hayas hecho. Aún no he visto el testamento de mi hermana, pero dudo mucho que pudieras disponer de sus cosas. Los asuntos legales son tan fatigosos, ¿verdad? -sonrió Tammy, tomando la copa de champán que Marc le ofrecía-. Gracias. Ah, Dom Pérignon, mi favorito.

Quince minutos antes estaba diciendo que prefería tomar un sandwich de queso. Marc parpadeó… aunque hubiera parpadeado de todas formas. Hasta entonces sospechaba que Tammy eligió su profesión por un complejo de inferioridad. Lara e Isobelle eran magníficas, criaturas perfectas físicamente. Si Tammy había crecido comparándose con ellas… en fin, seguramente cualquiera se habría dedicado a los árboles.

Pero ella era tan guapa como su madre o su hermana. Incluso más. Llevaba muy poco maquillaje y ninguna joya, pero con aquel sencillo vestido negro hacía que Ingrid pareciese fuera de lugar. Ingrid lo sabía, claro. Por eso estaba enfadada. -Bueno, si te quedan bien… -sonrió, señalando la mesa con un gesto muy estudiado.

Estaba haciéndose la anfitriona, por supuesto. El gesto tampoco pasó desapercibido para Marc, que levantó los ojos al cielo.

– Por lo que he visto en los armarios, no tendré que comprar ropa nunca más.

– ¿Piensas quedarte mucho tiempo? -preguntó Ingrid.

– Henry necesita una madre -contestó Tammy-. De modo que supongo que sí.

– Pero si Marc y yo…

– ¿Quieres más champán? -la interrumpió él. Tammy sonrió, agradecida.

– Sí, por favor.

Marc no podía dormir. Por fin, a las dos de la mañana, se levantó de la cama y fue a dar un paseo por el jardín. La luna llena se reflejaba en las tranquilas aguas del lago y caminó por toda la orilla a grandes zancadas, intentando calmarse.

¿Qué estaba haciendo?

Hasta que Jean Paul murió, su vida no era complicada. O, al menos, era mucho menos complicada. Vivía alejado de su familia, que era lo que deseaba.

Creció muy cerca del palacio porque su padre era hermano del príncipe, pero no lo habían educado para heredar la corona. Además, nunca se había llevado bien con sus primos. La madre de Jean Paul era una cursi de primer orden, para quien ser la esposa del príncipe de Broitenburg era motivo de satisfacción, mientras su madre era una mujer encantadora que no tenía nada que ver con la realeza.

Al pensar en su madre, Marc hizo una mueca de dolor. Lo que le habían hecho a ella, a su familia…

Daba igual, era el pasado. Y él había aprendido que la única forma de tratar con aquella gente era ser brusco y distante.

Porque amaba a su país haría lo que tuviera que hacer. Llevaría la corona y mantendría la monarquía por su primo Henry, pero nada más. Si pudiera persuadir a Tammy para que ocupara su sitio en palacio, él podría apartarse. Que era lo que deseaba. Quería vivir en su casa, alejarse de cierta gente…

¿De Tammy también?

Sí, de Tammy también. Ella lo excitaba como ninguna otra mujer, lo ponía nervioso…

Y no entendía por qué. A él no le gustaban las mujeres como ella. Le gustaban las mujeres como Ingrid. Ingrid.

Cuando recordaba su comportamiento durante la cena se ponía enfermo. Tenía que librarse de ella lo antes posible. Después de la cena, cuando esperaba irse con él a la cama, Marc la rechazó con muy poco tacto.

– Estoy cansado, Ingrid. Necesito dormir solo esta noche.

– Puedo quedarme sólo un rato, cariño. Cariño… El término resultaba casi obsceno en su boca. Era preciosa y elegantísima, pero su relación no había durado más que unos meses. Ninguna de sus relaciones duraba más que eso.

Y así era como le gustaba. Las mujeres de su círculo eran todas como su tía e Isobelle. Y como Lara. El sabía muy bien lo que buscaban. Llevar allí a una mujer de otro círculo, exponerla como si fuera un pez en una pecera, sería exponerla al mismo dolor que experimentó su madre.

Y Tammy…

¿Por qué no podía dejar de pensar en Tammy? Tammy mirándolo con sus ojos enormes de color miel. Tammy, durmiendo sobre su hombro en el avión. Tammy, abrazando a Henry, haciéndole sonreír, sentada sobre la cama con los pies desnudos.

Tammy con aquel vestido negro…

Estupendo, si mantenía una relación con ella estaría involucrado con el trono y con la familia real para siempre. Y él no quería eso.

Además, no podía casarse con ella…

¿Casarse? ¿De dónde había salido aquel pensamiento? ¡Ridículo!

– Maldito seas, Jean Paul -murmuró, entre dientes-. Haré lo que tenga que hacer y luego me marcharé de aquí.

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