Marion Lennox - Boda con el príncipe

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Boda con el príncipe: краткое содержание, описание и аннотация

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¡Nunca una obligación había resultado tan maravillosa!
Nikolai de Montez, abogado internacional, acababa de descubrir que era el heredero al trono de Alp de Montez. Pero para llegar a gobernar el pequeño país debía casarse con Rose.
Rose McCray no era más que una veterinaria rural, pero su ascendencia real la convertía en la esposa perfecta para Nick… y Rose sabía que su obligación era casarse con él.
La ceremonia fue suntuosa, pero después de tantas formalidades había llegado el momento de que los príncipes de Alp de Montez se conocieran como marido y mujer.

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El anciano estaba pálido. Eran demasiadas emociones juntas. Nick fue hasta un mueble bar y le sirvió un brandy.

Erhard lo tomó mecánicamente.

– Debía haberos advertido de los peligros -musitó-, pero ansiaba tanto que se celebrara esta boda…

– Bebe un poco -lo animó Nick-, y deja de actuar como si acabaras de confesar un asesinato. Anoche ya atrapamos a un asesino y, comparado con eso, todo lo demás son insignificancias -sacudió la cabeza antes de añadir-. Además, has perdido a tu perro y estoy seguro de que, para Rose, eso sí es un verdadero drama.

Erhard alzó la mirada y Nick, sonriendo, posó una mano sobre su hombro.

– Ahora estamos todos juntos y vivos. Y no tardaremos en encontrar a Jacques.

– Así que ha llegado el momento de que me cuentes la verdad -dijo Ruby, quien había permanecido un tiempo récord callada, pero que en los últimos segundos había intercambiado en voz baja unas precipitadas palabras con Rose-, Rose me dice que esta boda es un fraude, un matrimonio de conveniencia.

– ¿Rose? -dijo él, mirándola desconcertado. Ella sonrió y se encogió de hombros.

– Ha llegado el momento de ser sinceros. Es un fraude. Así lo has dicho esta mañana.

Así era. Pero durante la noche… Las imágenes se sucedieron en su mente: Rose en enaguas, apuntando con el revólver, el rostro desencajado. Rose contra el mundo. Rose con abejorros. Rose en sus brazos.

Pero ella siguió hablando.

– Si Julianna cede sus derechos, yo podría hacer lo mismo -dijo en tono resolutivo-. Con ello, Nick se convertiría en el príncipe heredero. Es la mejor opción. Después de todo, mi padre no pertenecía a la realeza y a Nick le gusta la idea, ¿verdad, Nick?

Nick no estaba seguro. La pregunta quedó suspendida en el aire y todos lo miraron.

Quizá sí.

– Mi madre era princesa -dijo pensativo-. Y siempre sintió nostalgia por el país. A ella le gustaría que aceptara…

– ¿Ves? -dijo Rose-. Puedes hacerlo.

– Tendréis que hacerlo juntos -dijo Ruby, intuyendo que algo no iba bien-. Después de todo, estáis casados.

– Sí -Nick tomó aire-, pero quizá Rose preferiría no estarlo.

Ruby puso los brazos en jarras y los miró alternativamente.

– Empiezo a no entender anda. ¿No os casasteis ayer?

– Sí, pero Rose no quería casarse -explicó Nick-. Sólo lo hizo por sentido de la responsabilidad. Y ya es hora de que, como Julianna, se sienta liberada. Si lo desea, podemos anular la boda. Estoy dispuesto a asumir el liderazgo en solitario.

– Tengo la impresión de que vuestros súbditos van a estar muy desconcertados -dijo Ruby.

– Puede que hasta quieran echar a Nick -dijo Rose. Y Nick la vio revivir como la luchadora que era.

Nick adoraba esa faceta de su personalidad. Y precisamente porque la adoraba, sabía que debía dejarle marchar.

– Rose tiene razón -dijo Julianna, incorporándose de nuevo a la conversación.

– No creo que Nick pueda ocupar el trono solo -corroboró Erhard.

Ruby, que había estado muy concentrada intentando seguir la discusión aunque le faltaban elementos de juicio, no estaba dispuesta a quedarse al margen.

– Nick hará lo que deba. Es un chico muy responsable.

– ¿Sí? -intervino Rose, mirando a Nick-. Nunca lo hubiera imaginado -sonrió con picardía y él sintió que el día se iluminaba. En medio del caos, Rose era capaz de dedicarle una broma cómplice sobre la noche anterior.

– ¿Por qué no quieres el trono? -preguntó Julianna a Rose.

– Tengo la impresión de que hace mucho tiempo que nadie le pregunta a Rose lo que quiere -intervino Ruby de nuevo-. ¿Sabíais que sus suegros querían que se quedara embarazada con el esperma de su difunto hijo?

Todos la miraron perplejos. Finalmente, Nick se volvió a Rose y preguntó:

– ¿Es eso verdad?

– Sí -dijo ella-, pero no comprendo cómo es posible que Ruby lo sepa.

– Igual que el señor Fritz hizo averiguaciones sobre Nick -dijo Ruby, enigmática-. Cuando me dijeron en el club de macramé que alguien había estado haciendo preguntas sobre él, llamé a una amiga mía en Yorkshire, que me informó de los sacrificios que Rose ha hecho -se volvió hacia ella-. Primero, reemplazaste a tu marido en el pueblo y ahora quieren que aceptes la corona. Ya basta.

– Yo lo he elegido -dijo Rose.

Nick la observaba y tuvo una súbita" iluminación. No tenía sentido que hubiera sido ella la elegida para asumir tantas responsabilidades.

– ¿Por qué le pediste a Rose que aceptara el reto? -preguntó a Erhard. Y algo en el timbre de su voz hizo que todos se volvieran hacia él-. El padre de Rose no la consideraba de sangre real. Has insinuado que Julianna tampoco era su hija legítima. Dijiste que no tenía sentido pedir pruebas de ADN, pero quizá estabas equivocado. ¿Por qué no elegiste esa opción? ¿No debía haber sido yo el que aceptara la responsabilidad?

– No te conocía -dijo Erhard.

– Tampoco conocías a Rose.

– A ella sí -Erhard seguía apretando entre sus manos la copa de brandy-. Rose vivió aquí hasta los quince años. Siempre se podía contar con ella. Su madre estaba enferma, su padre era un borracho, el viejo príncipe perdía autoridad, y ella cargaba con el peso de todo sin protestar. Cuando hice averiguaciones, descubrí que había seguido actuando de la misma manera en Yorkshire. Necesitábamos a alguien de sus características.

– Querías que Rose siguiera cargando con el peso de la responsabilidad.

– No reflexioné.

– Es comprensible -dijo Nick amablemente-. No estabas pensando en el bienestar de Rose, sino en el de todo un país. Necesitabas contar con la mejor, y Rose lo es. Pero ha llegado la hora de que alguien cuide de ella. Y ese alguien voy a ser yo.

Rose parecía confusa. Nick le tomó la mano, pero se dijo que la amaba demasiado como para intentar retenerla.

– Ésta es mi propuesta -dijo. Sintió cómo Rose se amoldaba a su cuerpo y tuvo que recordarse que no debía retenerla para no pasarle el brazo por los hombros-: Julianna, tú abdicarás. Mientras encontramos a Jacques deberías irte con Ruby -sonrió a su madre adoptiva-. Sé que estás enfadada conmigo, pero nunca me has fallado y ahora necesito tu ayuda -se volvió a Erhard-. Quizá tú también deberías irte. La casa de Ruby es el mejor lugar del mundo para recuperarse. Además, tiene un montón de perros. Seguro que tú y tu mujer volverías con un nuevo cachorro.

– ¿Y Rose? -preguntó Ruby.

– No pienso ir a ninguna parte -dijo la aludida, irguiéndose.

– Tienes que irte.

– ¿Y dejarte solo para que te maten?

– Tranquila -dijo Ruby con firmeza-. Ya me he ocupado yo de eso.

Nick la miró sorprendido.

– ¿Ya te has ocupado de qué?

– Tus hermanos llegarán esta noche -replicó Ruby-. Cuando me he enterado de lo del intento de asesinato, me he puesto en contacto con Erhard y hemos elaborado un plan. En este mismo momento Sam se está poniendo al mando de las fuerzas armadas. Darcy se ocupará de la policía y Blake de los asuntos legales. En unos días, este país estará en orden y Rose podrá decidir si quiere volver.

– Yo no… -empezó Rose.

Nick sacudió la cabeza y sonrió.

– ¿Pretendes llevarle la contraria a Ruby?

– No pienso dejarte -dijo ella.

– No tienes de qué preocuparte -dijo Ruby-. Ya sé que Nick es muy atractivo y tiene una encantadora sonrisa, pero debe darte tiempo. No estará solo. Contará con sus hermanos.

– Pero… -Rose necesitaba excusas-, no podría llevarme a Hoppy.

– ¿Quién es Hoppy? -preguntó Ruby, desconcertada.

Rose señaló al perrito que, en una esquina, los miraba con curiosidad.

– Para entrar en Australia tendría que pasar un periodo de cuarentena -explicó Rose-, así que no puedo irme. Es mi responsabilidad.

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