Marion Lennox - Boda con el príncipe

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Boda con el príncipe: краткое содержание, описание и аннотация

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¡Nunca una obligación había resultado tan maravillosa!
Nikolai de Montez, abogado internacional, acababa de descubrir que era el heredero al trono de Alp de Montez. Pero para llegar a gobernar el pequeño país debía casarse con Rose.
Rose McCray no era más que una veterinaria rural, pero su ascendencia real la convertía en la esposa perfecta para Nick… y Rose sabía que su obligación era casarse con él.
La ceremonia fue suntuosa, pero después de tantas formalidades había llegado el momento de que los príncipes de Alp de Montez se conocieran como marido y mujer.

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Le besó delicadamente la cabeza. Rose se separó de él lo bastante como para verle la cara a la luz del fuego.

– Lo siento -susurró-. Nunca lloro.

– Ya lo sé.

– No sé qué me pasa esta noche.

– Has disparado a un hombre -Nick notó que se le formaba un nudo en la garganta-. ¿Cómo has sido capaz de reaccionar con tanta sangre fría?

– Soy veterinaria -dijo ella, como si eso lo explicara todo.

– No entiendo qué tiene que ver una cosa con otra -Nick volvió a estrecharla contra sí, no porque ella necesitara su cobijo, sino por puro placer. Porque Rose era… ¡su mujer!

– Trato con animales grandes -dijo ella.

– ¿Y?

– Y he tenido que aprender a disparar. La primera vez que lo necesité fue con un toro herido al que no podía acercarme. No tenía cura, y el ganadero me dio su rifle para que lo sacrificara.

– ¿Por qué no le disparó él mismo?

– Los granjeros sienten cariño por sus animales. Les cuesta hacerlo.

– Así que lo hiciste tú.

– En aquella ocasión, no fui capaz. Cuando volví a casa, mi suegro me dijo que tenía que asistir a un curso de tiro.

– ¿Dónde estaba Max?

– Enfermo.

– ¿Y desde entonces has tenido que matar tú a los animales incurables?

– Sólo ocasionalmente.

– ¿Siempre quisiste ocuparte de animales grandes?

– Cuando empecé a estudiar quería tratar a perros y animales domésticos. Pero luego, la familia me necesitó.

– La familia de Max. Y ahora tu familia intenta matarte -dijo Nick-. ¡No has tenido demasiada suerte!

– No -Rose se acurrucó en Nick mientras reflexionaba-, pero al menos esto lo he elegido yo -tras otra pausa, añadió-: Aun así, no esperaba que Julianna… Quizá no está informada.

– Es posible. Quizá haya sido sólo Jacques.

– ¿Crees que realmente pretendían matarnos?

– Sí -no tenía sentido mentir. El hombre había apuntado sin titubear. Estaba allí para matar. Incluso había llevado un puñal por si la pistola no bastaba.

Rose también lo sabía. Nick la notó estremecerse y la abrazó con fuerza.

– Julianna es mi hermanastra -susurró descorazonada-. Es toda la familia que tengo.

– Eso no es del todo cierto -Nick la apretó tanto contra su pecho que pudo sentir los latidos del corazón de Rose-. Tienes un marido. Ya es hora de que alguien cuide de ti.

– Pero tú sólo vas a quedarte conmigo cuatro semanas.

– Me quedaré mientras me necesites.

– No creo que… Prefiero no pensar que…

– No pienses. Déjalo hasta mañana, cariño -dijo él-. Estás exhausta.

– Tienes razón. Y Hoppy se ha quedado dormido en la cama.

– ¿Quieres que lo ponga en el sofá?

– No, me da pena despertarlo.

La habitación de Rose era como la de él. Constaba de un dormitorio con una enorme cama y un salón. En la cama había sitio como para que Rose durmiera sin molestar a Hoppy. Pero…

– ¿Nick?

– ¿Sí?

– ¿Te importaría compartir el sofá conmigo?

Se produjo un silencio durante el que Nick reflexionó. El corazón de Rose parecía haberse sincronizado con el suyo. Compartir el sofá. Para dormir. Pero con las emociones que Rose estaba despertando en él…

– Si compartimos el sofá -dijo, cauteloso-, es posible que…

– Sí -dijo ella en respuesta a la pregunta que no había llegado a articular.

– ¿Sí?

– Sí -dijo Rose de nuevo. Y sonrió.

Nick la separó el largo de los brazos y la observó expectante.

– ¿Estás segura?

– Sí.

– Pero antes estabas segura de que no debíamos hacerlo.

– Sí, pero todo ha cambiado -susurró Rose-. Esta noche quiero sentirme tu esposa.

– Lo eres.

– Sí.

– ¿Y estás convencida?

– Sí -dijo Rose. Y volvió a sonreír.

Entonces Nick la besó delicadamente, reverencialmente. Rose se estrechó contra él y le rodeó el cuello con los brazos.

– Sí -dijo de nuevo-. Te necesito, Nick. Eres mi marido y quiero ser tu mujer.

Y súbitamente, para eliminar cualquier duda, se quitó la enagua, bajo la cual sólo llevaba unas braguitas de encaje. Sin apartar la mirada de la de Nick, se las bajó y dio un paso para dejarlas en el suelo y quedarse completamente desnuda.

Nick la miró extasiado. Su esposa. Su cabello rojizo caía sobre sus hombros como llamaradas de fuego. Estaba muy pálida, pero sonreía con timidez, como si no estuviera segura de ser deseada.

Nick le tomó las manos y contempló su hermoso cuerpo, sintiéndose dichoso de que una mujer como aquélla lo deseara, de que aquella mujer fuera su esposa. Los votos que había hecho aquella tarde adquirieron todo su significado. Eso era el matrimonio: un hombre y una mujer fundiéndose en uno. Pero necesitaba tener la seguridad de que Rose comprendía.

– Rose, ¿y lo que has dicho de quedarte embarazada?

– Tengo preservativos en mi neceser -dijo ella. Y al ver la expresión de perplejidad de Nick, explicó con una sonrisa picara-: Sabiendo que me iba casar con el hombre más sexy del mundo, tenía que venir preparada para cualquier eventualidad.

– Aún así, hace un rato no hubieras…

– Antes me sentía diez años más joven que ahora. Nick, te necesito, ¿me estás rechazando?

– No quiero sólo sexo -dijo Nick, sorprendiéndose a sí mismo. Una voz en su interior le decía que no debía cometer ningún error, que lo que estaba sucediendo era trascendente.

Nunca había deseado a una mujer como a Rose y no quería correr el riesgo de perderla por pura impaciencia. No quería que Rose despertara a la mañana siguiente y se arrepintiera de lo que había hecho.

– Esto tiene que ser un acto de amor -concluyó con gesto solemne. Y en ese momento supo que ya nunca volvería a ser el mismo.

Rose sonrió y se puso de puntillas para besarlo al tiempo que él apoyaba las manos en sus caderas. La piel de Rose era tan suave y delicada… Si no lo frenaba en aquel mismo momento ya no habría marcha atrás. Le había dado la oportunidad de cambiar de idea, pero Nick era humano y si Rose pensaba rechazarlo…

Pero Rose le tomó una mano y se la llevó a la mejilla. Luego la guió hacia abajo hasta cubrir con ella su seno.

No parecía titubear. Aquella noche era su esposa. Los votos que habían hecho eran sinceros.

El horror que Nick había experimentado hacía unas horas se estaba diluyendo como si no hubiera sido más que una pesadilla. La realidad era lo que estaban viviendo en ese momento.

Rose tomó el rostro de Nick entre las manos.

– Nick -susurró, mirándolo fijamente.

Él se inclinó para besarla.

Y en ese instante su mundo adquirió sentido. Todas sus dudas y temores se transformaron en amor. Amor hacia Nick. Sus labios se cerraron sobre los de ella y su sabor la embriagó. Sus manos la atraían hacia él. Eran grandes y fuertes, pero la trataban con una conmovedora delicadeza. Acarició el rostro de Nick y sintió bajo los dedos la aspereza de su incipiente barba.

Hacía tanto tiempo que no estaba en brazos de un hombre… Había amado a Max, pero su enfermedad le había obligado a ser siempre muy cuidadosa. Y generosa.

Pero en aquel momento, Nick la abrazaba con fuerza y Rose se dio cuenta de que hasta entonces no había sido consciente de cuánto lo deseaba.

Sus labios se entreabrieron y Nick exploró su boca. Rose dejó de pensar y se entregó a las sensaciones. Ansiaba que Nick se desnudase, pero no quería romper la magia del momento pidiéndoselo o quitándole ella misma la ropa.

Fue Nick quien hizo una pausa, quien se separó de ella unos centímetros para mirarla con ojos ardientes y dirigirse a ella con la voz cargada de pasión:

– Estamos haciendo el amor, Rose. Es el amor lo que nos motiva. No olvides que…

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