Pero lo que sólo habían sido juegos de niños, en aquel momento se acababa de convertir en armas de supervivencia. Porque el intruso no pretendía nada bueno y había llegado hasta la puerta del dormitorio. Nick se había habituado a la tenue luz y podía ver la sombra de un hombre que le daba la espalda y hacía girar el picaporte sigilosamente. La puerta se abrió muy lentamente. Nick miró a su alrededor en busca de un arma y asió el atizador del fuego. Luego, agazapado, esperó.
El hombre había abierto la puerta de par en par. Rose había dejado las cortinas abiertas y la luz de la luna inundaba el dormitorio. Nick pudo ver con claridad la silueta del hombre. Era alto y delgado y vestía de negro. Tenía una mano sobre el picaporte. Con la otra… Con la otra sostenía un arma.
Más tarde, Nick no recordaría cómo había salido de detrás del sofá, pero sí la visión del hombre alzando el arma y avanzando hacia su objetivo hasta que, al llegar lo bastante cerca, elevó un poco más la mano… Y Nick le golpeó en el hombro con todas sus fuerzas. El hombre se giró. Nick volvió a blandir el atizador y le dio en el brazo. El arma salió proyectada hacia el otro lado de la habitación. Entonces Nick se abalanzó sobre él, pero el intruso le lanzó un puñetazo. Nick perdió el atizador, pero embistió al hombre, que se tambaleó hacia atrás hasta chocar con la pared.
– ¡Rose! -gritó Nick-, ¡la pistola!
– ¿Qué…? -Rose se despertó y tardó unos segundos en reaccionar-. ¿Qué pistola?
– ¡Debajo de la cama! -gritó Nick, y golpeó al hombre una vez más. Sabía que tenía que aprovechar la pequeña ventaja que acababa de conseguir así que siguió golpeándole a ciegas.
– ¡Muévete y te disparo! -se oyó con claridad la voz de Rose en la penumbra al mismo tiempo que se encendía la luz de la lámpara de la mesilla. Nick pensó que también ella debía haber recibido lecciones de supervivencia pues se había separado de la luz para poder ver sin ser vista.
Nick cometió la imprudencia de dar un paso atrás. El hombre se abalanzó sobre él con algo brillante en la mano.
Blandía un cuchillo…
En la noche sonó un disparo seco y metálico seguido de una súbita quietud.
La figura de negro se llevó una mano al hombro y se tambaleó hacia atrás. El cuchillo cayó al suelo y rodó bajo la cama.
– Si te mueves, volveré a disparar -dijo Rose con frialdad.
Ni el hombre ni Nick se movieron. Este no salía de su perplejidad. Rose había disparado…
– Contra la pared -ordenó ella en el mismo tono. Y saltando por encima de la cama, dio al interruptor de la lámpara del techo. Al mismo tiempo, Nick tiró de la borla dorada que conectaba con el servicio y la campanilla resonó por todo el palacio. El hombre dio un paso hacia la puerta.
– ¡Quieto o disparo! -gritó Rose.
– Rose…
– Aléjate de él -dijo ella a Nick.
Nick no daba crédito a sus ojos. Rose estaba erguida, descalza, con una enagua por toda vestimenta, el cabello alborotado y el rostro extremadamente pálido. Sostenía el arma con las dos manos y apuntaba al intruso.
El hombre estaba paralizado. Vestía de negro y llevaba un pasamontañas. De su hombro brotaba sangre que caía lentamente al suelo.
De pronto llegaron algunos hombres a la puerta. Un sirviente vestido de librea, un par de diplomáticos invitados a la boda que pernoctaban en el palacio; y detrás de ellos, un guarda de seguridad que se abrió paso y contempló la escena atónito.
– Ha venido a matarnos -dijo Nick, señalando al intruso.
Rose no se había movido. Seguía apuntándole.
– ¿Puedo bajar el arma? -preguntó.
– Espera que lleguen refuerzos -dijo Nick, y miró expectante al guarda, quien, tras mirar a Rose con admiración, dio una orden por radio.
La siguiente hora transcurrió en una nebulosa. Los guardas encerraron al intruso en una sala. Nick llamó a Erhard. El anciano se presentó en bata y zapatillas, con aspecto frágil pero digno.
– ¡Es espantoso! -dijo a Rose con voz quebradiza-. Jamás te hubiera contactado de haber sabido que…
– Estoy bien -dijo Rose, pero no se movió de al lado de Nick, en el que se había refugiado en cuanto habían apresado al asaltante.
Nick había sugerido que debía tomar una pastilla para dormir, pero ella había rechazado la sugerencia.
– ¿Como alguien ha intentado asesinarme debo tomarme una pastilla? ¡Ni hablar! -se cobijó en los brazos de Nick y añadió con solemnidad-. Tengo un marido. Iré a dormir cuando él vaya.
Y nadie pudo hacerle cambiar de idea.
– No puedo comprender como… -dijo Erhard hablando con el jefe de seguridad.
– Ha habido unos disturbios en el otro lado del jardín -explicó éste, avergonzado-. Unos borrachos han roto la valla y hemos acudido a dispersarlos -tras un breve titubeo, continuó-. Hacía tanto que no pasaba nada en el castillo que mis hombres se han relajado. Lo siento, señor.
– Lo entiendo, pero desde este momento la seguridad del palacio es una cuestión prioritaria -dijo Erhard con solemnidad-. Apostaría cualquier cosa a que esos jóvenes han sido pagados para distraer a la guardia.
– Lo averiguaré -dijo el jefe de seguridad con gesto grave-. Y averiguaré la identidad del asaltante.
– Y la de quien le ha contratado -dijo Erhard-. Por el momento, quiero que triplique el número de hombres de guardia. Utilice exclusivamente aquéllos que sean de su absoluta confianza -se volvió hacia Rose y repitió-: Lo siento. No estábamos preparados, pero a partir de ahora estarás segura.
– Nick estaba conmigo -dijo Rose.
– Así es -Erhard miró a Nick-. Sin ti…
– Ha sido Rose quien ha disparado.
– Gracias -dijo Erhard emocionado-, mis dos… -pareció arrepentirse de lo que iba a decir. Adoptó un tono menos emocional y concluyó-: A partir de ahora estaréis a salvo -y girándose, hizo una señal a los guardas para que lo siguieran con el detenido y se marchó.
– Será mejor que vayamos a por Hoppy -sugirió Nick.
En la puerta había apostados dos guardas y otros dos los siguieron a una distancia prudencial. Cuando ya volvían de la cocina con Hoppy y alcanzaban la puerta del dormitorio de Nick, Rose dijo:
– A tu dormitorio, no -apretó a Hoppy contra su pecho. Nick negó con la cabeza.
– Muy bien, cariño. Te acompañaré al tuyo.
– No -Rose tomó aire al tiempo que se estremecía-. Tú tampoco debes quedarte aquí. ¿Quieres venir conmigo?
– Por supuesto -dijo Nick. Era comprensible que Rose no quisiera quedarse sola, así que no tenía ningún sentido que el corazón le hubiera dado un salto de alegría.
– Gracias -dijo ella. Y no volvió a hablar hasta que cerraron la puerta tras de sí.
Entonces, dejó a Hoppy en el suelo. Éste sacudió la cola y de un salto se subió a la cama y se dispuso a dormir.
– ¡Menudo perro guardián! -bromeó Nick.
– Por esta noche estamos a salvo -dijo Rose.
– Sí.
– Tiene que haberlo organizado Jacques.
– Probablemente.
– Y Julianna -susurró Rose. No llevaba nada encima de la enagua y aunque no hacía frío, seguía temblando-. Nunca pensé que mi hermanastra pudiera odiarme tanto. Hasta que llegamos aquí, creí que el plan era factible: casarme contigo, vivir esta aventura, salvar el país… Como un cuento de hadas con un final feliz…
La voz se le quebró y se echó a llorar. Nick la tomó en brazos y ella sollozó hasta humedecerle la camisa. Él siguió estrechándola contra su pecho, dejando que se desahogara, hasta que Rose se relajó y dejó de llorar.
Con ella, Nick tenía la sensación de disponer de todo el tiempo del mundo. Era como si aquélla fuese de verdad su noche de bodas o, más precisamente, como si aquel instante sellara su boda de verdad. Nick había jurado que nunca se enamoraría, pero lo había hecho, ya no le cabía ninguna duda. SÍ Rose hubiera muerto aquella noche…
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