Marion Lennox - Boda con el príncipe

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Boda con el príncipe: краткое содержание, описание и аннотация

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¡Nunca una obligación había resultado tan maravillosa!
Nikolai de Montez, abogado internacional, acababa de descubrir que era el heredero al trono de Alp de Montez. Pero para llegar a gobernar el pequeño país debía casarse con Rose.
Rose McCray no era más que una veterinaria rural, pero su ascendencia real la convertía en la esposa perfecta para Nick… y Rose sabía que su obligación era casarse con él.
La ceremonia fue suntuosa, pero después de tantas formalidades había llegado el momento de que los príncipes de Alp de Montez se conocieran como marido y mujer.

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Rose sabía lo que iba decir: que se trataba de un matrimonio de conveniencia, que sólo duraría un mes. Nick no quería compromisos y no quería que se engañara.

– Podemos estar enamorados por una noche -susurró ella, convencida de que eso era lo que él quería escuchar. También era lo que ella quería, aunque ya no estaba segura de nada. Ya lo pensaría al día siguiente-. Por ahora, te amo y quiero que me ames, por favor Nick. Ahora.

La última palabra quedó sofocada por la boca de Nick, que la besó apasionadamente al tiempo que la atraía hacia sí y la estrechaba con tanta fuerza que casi la levantó del suelo. Y con aquel abrazo, Rose olvidó al mundo, lo olvidó todo, excepto a Nick.

Cerró los ojos y la sensualidad se apoderó de su cuerpo. Sujetaba el rostro de Nick como si no quisiera que entre ellos quedara ni un resquicio. El la sujetaba por la parte baja de la espalda y se apretaba contra ella, haciéndole sentir su excitación.

Nick… Su hombre…

Rose deslizó las manos por debajo de su camisa al tiempo que se amoldaba a su cuerpo y le hacía sentir su peso, su deseo. Llevaba tanto tiempo siendo fuerte y responsable que, de pronto, entregarse a aquel hombre, cederle su voluntad, era un sueño convertido en realidad. Nick era su marido y tenía todo el derecho a pedirle que se rindiera a él. Pero lo más maravilloso era saber que se trataba de una rendición mutua. Nick gimió y a Rose le llenó de gozo darse cuenta de que los dos habían perdido el control.

Nick abandonó su boca para besarle los ojos, el cuello. Rose echó la cabeza hacía atrás para exponerse a él. Su mundo había quedado al trazo que la lengua de Nick dibujaba sobre su piel, a las sensaciones que le hacía sentir. Nick la ayudó a echarse en el suelo, sobre la alfombra, delante del fuego. Rose abrió los ojos. El fuego proyectaba sombras sobre el rostro de Nick, iluminaba sus ojos, que ardían de pasión. Ella le desabrochó lentamente la camisa bajo su atenta mirada; le oyó contener el aliento a medida que se acercaba a su cintura. No había prisa. Tenían toda la noche.

Cuando finalmente se la quitó, lo empujó con suavidad hasta que Nick rodó sobre su espalda y ella pudo apoyar la cabeza en su pecho. Él le acarició el cabello mientras ella lo besaba y dibujaba círculos con la lengua en sus pezones hasta hacerle gemir de placer. Nick estaba a su merced. Era su hombre. Rose se colocó encima de él, le levantó los brazos y se los sujetó por encima de la cabeza antes de inclinarse y besarlo allí donde él más lo deseaba. Entonces Nick atrapó sus brazos y le hizo elevarse para mordisquearle los pechos lenta y sensualmente, arrastrándola a una dimensión de placer que Rose no había experimentado nunca. Luego la hizo rodar hasta que quedaron de lado y él atrapó su boca. Rose notó que se llevaba la mano a la cintura de los pantalones y fue a ayudarlo. Nick dejó escapar una risita.

– Puedo desvestirme sola, mi señora.

– No lo bastante deprisa, mi señor -musitó ella. Y le bajó la cremallera.

Él acabó de quitarse los pantalones, pero Rose mantuvo la mano donde la tenía. No quería llevarla a ninguna otra parte. Había hecho sus votos aquella misma tarde y lo que estaban haciendo era lo correcto. ¿Cómo había podido llegar a creer que sólo sería una boda sobre el papel? ¿Cómo iba a negarse a sí misma aquella felicidad? Los dos sabían que era algo temporal. Nick no quería una esposa y ella ansiaba conservar su recién estrenada libertad. O al menos eso creía. Así que el verdadero pecado habría sido rechazar el placer que estaba experimentando, de sentir que estaba en el mejor lugar del mundo, de que al fin había encontrado su hogar…

– ¿Dónde has dicho que está el preservativo? -dijo él con voz ronca. Rose estuvo a punto de decirle que no hacía falta, pero el sentido común pudo a la insensatez y, tras darle las indicaciones oportunas, esperó anhelante.

Y en cuanto Nick volvió, se echó a su lado y la devoró con la mirada.

– Y ahora -dijo en un susurro sensual y acariciador-. Y ahora…

Se colocó sobre ella y fue agachándose con una atormentadora lentitud, dejando que sus cuerpos entraran en contacto centímetro a centímetro. Le besó el cuello y los senos a la vez que deslizaba sus poderosas manos hacia su ombligo, por su vientre y más abajo.

Era un hombre hermoso. Era… Nick.

El fuego crepitó y salpicó una lluvia de chispas.

– Nick -susurró ella.

– ¿Sí, amor mío?

– Te deseo.

– No tanto como yo a ti -susurró él. Se impulsó hacia arriba, y la atrapó entre sus muslos. Ella jadeó y se arqueó para sentirlo más cerca, para pegarse a él.

Iba demasiado despacio. Lo asió por las caderas y se las echó hacia adelante. Él se inclinó para besarla.

– Mi Rose -susurró-. Mi esposa.

– Te necesito -Rose ardía de deseo. Su cuerpo clamaba por sentir a Nick en su interior, pero él se resistía.

Sonrió provocativamente antes de besarla. Luego se deslizó hacia abajo con lentitud, acariciándola con la lengua, llegando a su entrepierna y haciéndola enloquecer hasta que, pulsante y ávida, Rose tuvo que morderse la lengua para no gritar de frustración.

Y cuando ya creía que no podía soportar más aquella dulce tortura, Nick se deslizó hacia arriba y ella, con manos decididas, lo condujo adonde más lo deseaba.

– Mi amor susurró -y lo ayudó a penetrarla. Nick se adentró en su interior lenta y profundamente, con delicadeza pero con decisión. Rose se movió sensualmente a su compás, arqueándose para sentirlo más dentro, dejando que la condujera adonde él quisiera, arrastrándolo adonde ella quería, recibiendo y dando placer.

Amaba a Nick, Al menos en aquel momento lo amaba. Estaba casada con él. Y que pudiera ser además de su esposo su compañero, la llenaba de asombro.

En aquel instante todo pensamiento quedó borrado por el más primitivo de los instintos. Su cuerpo se fundió en uno con el de Nick, se diluyó en él. La oscuridad, los terrores de su pasado inmediato y la tristeza de los últimos años, todo quedó arrasado por el fuego que la consumió, por la pasión que se apoderó de ella y que la sumergió en una ardiente neblina de amor.

Las sensaciones se prolongaron, reavivándose cuando parecían languidecer, prendiendo de nuevo cuando empezaban a extinguirse. Una y otra vez.

Y cuando llegaron a su fin, cuando finalmente yacieron, exhaustos, Nick mantuvo sus brazos alrededor de ella. Nick. Su Nick. ¿Qué importaba lo que él día de mañana pudiera suceder? Aquella noche, ella estaba donde debía: en brazos de su marido.

Giraron hasta yacer de costado. El fuego caldeaba la espalda de Rose. No supo de dónde saco fuerzas para separarse de Nick y poder besarlo, poder sonreírle y ver como él le sonreía. Rose adoraba su sonrisa y la manera en que sus ojos chispeaban. Amaba a Nick.

– Gracias -susurró ella.

– ¿Gracias? Rose, ¿tienes idea de lo hermosa que eres?

Rose sonrió.

– Deberíamos dormir.

– Hoppy ocupa la cama.

– Es verdad.

– ¿Tienes frío?

– ¿Lo preguntas en serio? -bromeó Rose. Y Nick rió.

– Supongo que no -la besó-. ¿De verdad quieres dormir?

– No sé…

– Me alegro -Nick la estrechó contra sí-. ¿Se te ocurre qué podemos hacer para ocupar el rato?

– ¿Jugamos a Veo, veo? -bromeó Rose-. Podríamos pedir una baraja de cartas.

– Yo tengo otra idea -dijo Nick. Y se incorporó sobre el codo para mirarla con ojos centelleantes.

– ¿Cuál?

– Se trata de que lo adivines -susurró él-. Tú relájate, mi amor, piensa en Inglaterra y deja que te lo demuestre.

Capítulo 10

La mañana llegó demasiado pronto. O quizá no era todavía la mañana siguiente. Rose se desperezó. El fuego se había reducido a un puñado de brasas. Durante la noche, Nick había llevado a su improvisado lecho unas almohadas y un edredón. Seguían tumbados de lado, con la espalda de Rose acoplada al pecho de Nick.

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