Llamaron suavemente a la puerta y Rose dedujo que eso era lo que la había despertado. Levantó el brazo de Nick para mirar la hora en su reloj y él, dejando escapar una risita, la sujetó con fuerza.
– ¿Adonde vas, esposa mía?
– La puerta, Nick… Son las dos de la tarde.
– ¡Vaya! -dijo él, y se limitó a estrecharla con fuerza y a besarle la nuca. Rose se removió y, aunque a desgana, se incorporó. El sol se filtraba a través de las cortinas. Hoppy los miraba expectante desde el sofá.
Llamaron de nuevo a la puerta. Resoplando de impaciencia, Nick alargó la mano hacia sus pantalones.
– Ocúltate mientras abro.
– ¿Por qué iba a ocultarme?
Nick sonrió.
– ¿Quieres que te vean desnuda? Rose sonrió. La noche anterior habían intentado asesinarla, pero en aquel momento se sentía libre y feliz.
– Vete -repitió Nick y envolviéndola en el edredón, la empujó suavemente.
Rose rodó hasta ocultarse tras el sofá. Por un extremo, espió a Nick. Vio que iba abrir con el torso desnudo. En el suelo, seguían las braguitas que se había quitado por la noche.
– Nick, espera…
Demasiado tarde. Nick había abierto la puerta. La sirvienta que estaba al otro lado se quedó muda al verlo semidesnudo.
– ¿Qué desea? -preguntó él. La sirvienta deslizó la mirada por la habitación con expresión de sorpresa-. ¿Sí? -insistió Nick.
– Yo… El señor Erhard desea verlos -balbuceó ella-. Dice… Dice que lo siente, pero que es urgente. Le hemos dicho que no han desayunado y ha pedido que sirvamos cruasanes y zumo en la galería.
– Preferimos desayunar en aquí -dijo Nick.
La sirvienta vio en aquel momento las bragas y apretó los labios sin que Nick supiese si se trataba de un gesto de desaprobación o de un intento de contener la risa.
– No… -balbuceó ella una vez más. Ante la mirada inquisitiva de Nick, se precipitó a añadir-: El señor Erhard dice que tienen compañía.
– ¿Qué compañía?
– La princesa Julianna y una mujer a la que no conozco, pero que dice llamarse Ruby.
– ¡Ruby! -repitió Nick, atónito.
– Por favor, señor. Les esperan en la galería. Si necesitan algo… Cualquier cosa…
– Tenemos todo lo que necesitamos -dijo Nick con firmeza.
Y la joven ya no pudo contener una risita sofocada.
– Eso me parecía -dijo con una sonrisa de complicidad…
– ¿Te das cuenta de que la disciplina está haciéndose añicos en este palacio? -dijo Nick al cerrar la puerta.
– Sí -dijo Rose, riendo y abrazando a Hoppy al tiempo que salía de detrás del sofá-. Creo que está pisando mis bragas, señor.
Nick se agachó para recogerlas.
– ¿Cómo no me di cuenta anoche de cómo eran? -dijo, mirándolas con admiración-. ¿Son un modelo especial para la boda?
– Claro -dijo ella. Luego rió y añadió-: No. Siempre uso bragas como ésas.
– Bromeas -dijo él, mirándolas al trasluz como si fueran una pieza de porcelana. Eran de encaje rosa y blanco, con mariposas bordadas-. ¡Dios mío, las he pisado! ¿Llevas esto siendo veterinaria? -preguntó con una sonrisa de picardía.
– Visto pantalones de peto y siempre estoy cubierta de barro, así necesito que alguna parte de mí sea un poco femenina -dijo ella, echándose a reír. Pero de pronto se puso seria al recordar algo que la sirvienta había dicho-. ¿Julianna está aquí?
– Y Ruby -dijo Nick en el mismo tono de inquietud.
– ¿La invitaste a la boda?
– Le dije que no era más que una maniobra política, un asunto práctico, y que no hacía falta que viniera. ¿Y tú a tus suegros?
– Sí -dijo Rose-, pero Gladys me colgó el teléfono. ¿Por qué te preocupa que Ruby haya venido?
– Porque sí.
Rose sonrió.
– Suenas como si tuvieras diez años. ¿Por qué?
– Porque va a implicarse.
– Ah -tras una pausa, Rose añadió-: ¿Y cuál es el problema?
– Que le horrorizará la idea de que no sea un matrimonio de verdad, que sea un fraude.
Rose recibió aquellas palabras como una bofetada.
– Un fraude -susurró, abatida-. Yo… Sí, claro. Lo siento.
– Ella siempre ha querido que sus muchachos se casaran -dijo él, que estaba tan concentrado en adivinar las implicaciones de la visita de Ruby como para notar el cambio de humor de Rose-. Ella se casó por amor y su sueño es que nosotros hagamos lo mismo. Nunca entenderá que nosotros hayamos actuado como lo hemos hecho. Que haya venido…
– Y Julianna… -susurró Rose, concentrándose en sus propios problemas-. ¿Por qué habrá venido? La invitamos a la boda, pero no quiso venir. No la he vuelto a ver desde aquella espantosa noche.
– Y ahora nos esperan en la galería -dijo Nick, pensativo-. ¿Crees que deberíamos escapar por la ventana?
– No creo que sean peligrosos.
– Si Ruby está enfadada, puede llegar a serlo.
– Si está enfadada, será porque te lo mereces.
– Gracias por ponerte de mi parte.
– Mira quién fue a hablar. ¿Te importa pasarme mis bragas?
– ¿Te las vas a poner?
– Hoy prefiero golondrinas -dijo ella con dignidad-. Le recuerdo, señor, que éste es mi dormitorio, que mi ropa está aquí mientras que la suya está en su dormitorio. En consecuencia, debería marcharse.
– De acuerdo -dijo él, desconcertado-. Golondrinas… -tragó-. Pero Rose…
– ¿Sí?
– Te esperaré en lo alto de la escalera. Creo que deberíamos bajar juntos.
– ¿Prefieres presentar un frente común?
– Así es.
Nick volvió a su dormitorio para ducharse y vestirse. Para cuando llegó al rellano de la escalera, Rose lo estaba esperando.
– Se ve que tardas más que yo en ponerte el maquillaje -bromeó ella. Y comenzó a bajar las escaleras. Llevaba unos vaqueros viejos y una camiseta holgada. No tenía ni una gota de maquillaje ni quedaba rastro de la elegante novia de la noche anterior. Pero Nick no podía dejar de pensar que, debajo, llevaba golondrinas.
Rose se detuvo a mitad de la escalera y giró la cabeza. Al ver que Nick no se había movido, preguntó.
– ¿Vienes o no?
– Claro -dijo él, saliendo de su ensimismamiento.
Y Rose sonrió.
– No he encontrado golondrinas, así que me he puesto abejorros.
Nick estuvo a punto de tropezar, pero consiguió seguir a Rose por el laberinto de corredores hacia la galería. «Abejorros». De camino, se cruzaron con varios miembros del servicio que les sonrieron con complicidad. Era evidente que aprobaban lo que estaba sucediendo entre sus señores. Quizá ya había corrido el rumor de las mariposas. Pero nadie más que él sabía de la existencia de los abejorros. Y no pensaba contárselo a nadie.
No conseguía concentrarse en el asunto que más debía preocuparle en aquel momento y casi le alivió llegar finalmente al invernadero. Cuando Rose abrió la puerta descubrió varias filas de naranjos bajo una magnífica bóveda de cristal. Las baldosas del suelo eran espectaculares y formaban, como un puzzle, el escudo real.
Pero Nick apenas percibió nada de todo eso. Al final de la nave central, había una mesa a la que se sentaban tres personas. Erhard, Julianna y Ruby.
Ruby era una mujer menuda, de cabello blanco. Vestía uno de sus habituales conjuntos de suéter y rebeca, con falda de tweed y zapatos planos. La única señal de que consideraba aquélla una ocasión especial, era que lucía el collar de perlas que le habían regalado sus hijos adoptivos en su sesenta cumpleaños. Parecía seria y preocupada.
Al verlos entrar se puso en pie y Nick tuvo las mismas ganas de huir que había experimentado a los diez años cuando Ruby lo pilló comiendo azucarillos y mantequilla hasta empacharse.
– Nikolai Jean Louis de Montez -dijo ella en el mismo tono que había usado entonces-, ¿se puede saber qué estás haciendo?
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