– Pero tu hermanastra no consentiría que nos encerraran en ellas -dijo Nick con sorna-. En una familia no se hacen cosas así. ¿Verdad, Julianna?
– Soy la princesa Julianna -dijo ella, nerviosa.
– Y yo voy a ser tu cuñado -dijo Nick-, así que no querrás que nos tratemos con tanta formalidad. ¿O quieres llamar a Rose, princesa Rose-Anitra? Después de todo, también ella es princesa. Quizá más que tú, puesto que es la heredera.
Evidentemente, Julianna y Jacques no habían contado con que aquella escena fuera presenciada por una multitud. Además, había cámaras y una periodista tomaba notas frenéticamente a la vez que iba retrocediendo entre la gente, que cerraba filas delante de ella para protegerla. Lo quisieran o no, el encuentro estaba siendo documentado. Y Jacques estaba furioso.
– Esto es un engaño -gritó, mirando a su alrededor iracundo.
– No, es un picnic -dijo Rose con sorna, al tiempo que tomaba la mano de Nick con firmeza-. Esta gente ha sido muy amable con nosotros, pero si tenéis otros planes…
– ¡Detenedlos! -ordenó Jacques a sus hombres, que se aproximaron en semicírculo.
– Ya vamos, Julianna -dijo Rose, manteniendo el tono de broma-. No hace falta que tus hombres se molesten. ¿Vamos, Nick? Esperan que subamos al coche.
Y antes de que pudieran detenerla, tiró de Nick y subió al Rolls Royce. Nick se sentó a su lado, divertido y admirado de la inteligencia de Rose. Al tomar la iniciativa, había dejado a Jacques y Julianna una incómoda decisión. O les obligaban a salir del coche y les exigían ocupar uno de los coches que les seguían, tal y como obviamente era su plan inicial; o subían con ellos en el Rolls y proyectaban así la imagen de una familia unida.
Nick se acomodó y vio la expresión de desconcierto de Jacques. Y de rabia.
No se trataba de un juego. Estaba a punto de dirimirse un asunto de estado. Jacques estaba obligado a presentar su caso en aquel instante. ¿Debía tratarles como a indignos prisioneros aunque Rose acaban de recordar a la gente que Julianna y ella eran hermanastras? ¿Debía tratarlos como iguales subiendo en su mismo coche? ¿O debía seguirlos en otro coche?
Parecía a punto de sufrir un ataque al corazón.
– Vamos -dijo Julianna titubeante, tendiéndole una mano al tiempo que indicaba el Rolls con la otra.
– No -dijo Jacques, rechazando la mano de Julianna con desdén-. Que vayan solos a palacio y disfruten de sus delirios de grandeza antes de marcharse para siempre -y cerró la puerta del Rolls con furia.
– Hoppy -exclamó Rose, dándose cuenta demasiado tarde de que el perro no estaba con ella-. Hoppy -gritó, asomándose por la ventanilla.
– Llévenselos -gritó Jacques. Y al ver a Hoppy acercarse, le dio una brutal patada-. ¡Arranque! -ordenó. Y el coche se puso en marcha.
– Supongo que eres consciente de que estamos en una situación delicada -dijo Nick tras varios minutos de silencio.
– Hoppy está en peligro -susurró Rose con lágrimas en los ojos-. Le ha dado una patada.
– Pero está bien -Nick se había vuelto cuando abandonaban la pradera-. He visto al niño del collie recogerlo.
– ¿Y estaba bien?
– Sí -dijo Nick, aunque no estaba seguro.
– Nos odia -dijo Rose con un hilo de voz teñido de tristeza-. Los dos nos odian.
– No estoy tan seguro de Julianna. Pero está claro que Jacques te odia porque representas una amenaza para su futuro.
– ¿Crees que deberíamos marcharnos?
Nick esbozó una sonrisa. En qué lío se habían metido… El chofer que los llevaba mantenía un gesto adusto y despectivo. Llevaba el mismo uniforme que Jacques aunque con menos galones. Los separaba de él una mampara fija, así que era imposible hablar con él.
Nick miró hacia atrás y vio que les seguían varios coches y motocicletas.
– Yorkshire empieza a resultar una opción atractiva -comentó. Pero Rose puso cara de determinación.
– No. En absoluto.
– ¿Tan horroroso es?
– ¿Alguna vez has ayudado a parir a una vaca durante una tormenta de granizo?
– La verdad es que no.
– Las mazmorras deben ser más confortables -dijo Rose, y suspiró profundamente-. Lo que no nos mata nos fortalece -concluyó.
– Mi madre adoptiva solía decir eso del dolor de muelas -masculló Nick-, pero me temo que lo que nos espera es mucho más grave que un dolor de muelas.
– Se supone que debes tranquilizarme, no asustarme -dijo Rose, haciendo un esfuerzo por bromear-. ¿No eres diplomático? Intenta convencerlos.
– Por ahora no creo que sea posible. Ya veremos qué puedo hacer una vez lleguemos a palacio.
Rose se acomodó en el asiento. Nick la miró de reojo. Su actuación en el río había sido magistral, pero la valentía de la que había hecho gala empezaba a pasarle factura. Estaba pálida y se restregaba las manos con nerviosismo. Nick dejó escapar un juramento y, deslizándose sobre el asiento, le pasó un brazo por los hombros y la estrechó contra su costado. Rose se tensó.
– Ahora no hace falta que actuemos -masculló.
– ¿Quieres decir que no tengo que comportarme como tu marido? Ya lo sé -dijo él quedamente-, pero tengo que actuar como si fuéramos dos personas metidas en un lío. Debía haber previsto que habría complicaciones.
– ¿Cómo podías adivinarlo?
– Por experiencia. Pero decidí creer en Erhard cuando dijo que no encontraríamos demasiados obstáculos,
– Es lógico que los haya -dijo ella, pensativa-. Después de todo, pretendemos hacernos con el trono -tras una pausa continuó-. Aunque creo que te refieres a problemas aún más serios. ¿Temes que nos arresten?
– Sí.
Aunque Rose no se relajó, se pegó más a él, como si encontrara consuelo en su proximidad.
– ¿Crees que alguien cuidará de Hoppy?
– Claro que sí. En el río había gente dispuesta a apoyar nuestra causa. Seguro que ellos cuidarán de Hoppy.
– Pero puede que la patada le haya herido.
– Seguro que se recuperará -masculló Nick. Pero cerró los puños con fuerza, indignado con que alguien fuera capaz de maltratar a un animal. Y le sorprendió descubrir que su afecto no fuera sólo dirigido a Rose, sino también a Hoppy.
Había aprendido a ser independiente desde muy pequeño. Sus hermanos adoptivos, como él, habían desarrollado pronto una naturaleza solitaria. Ruby, su madre adoptiva, había hecho todo lo posible por enseñarles a amar, y él había aprendido a amarla. Pero de ahí a extender su afecto a un…
No se había planteado nada igual hasta conocer a Rose. Y en cuestión de horas descubría que habría hecho lo que fuera por asegurarse de que Hoppy estuviera a salvo. Por el perro. Por cómo había agitado la cola cuando, equivocadamente, había creído que la comida de Rose y la suya le pertenecían, y luego se había encogido, cubriéndose los ojos con las zarpas, esperando educadamente a recibir lo que le dieran, demasiado bien educado como para exigir… Hasta que Griswold le había llevado su carne.
– Estás sonriendo -dijo Rose. Y Nick se sobresaltó. No sabía adonde los llevaban y se distraía pensando en un perro…
– Pensaba que Hoppy es capaz de sobrevivir en cualquier circunstancia.
– Sí -dijo ella con una sonrisa melancólica-. Seguro que sí. ¿Crees que nuestra situación es más delicada?
– Me temo que sí.
– ¿Crees que nos espera un batallón de fusilamiento al amanecer? -bromeó Rose.
– Eso es imposible -dijo él con firmeza, reprimiendo las ganas de besarla. Y ella debió intuir lo que pensaba porque, suavemente, se separó de él-. Esta gente está desquiciada, pero no cometerían el error de crear un conflicto internacional. Los miembros del consejo tienen residencias en Francia y en Italia, donde pueden ir a disfrutar del dinero que roban a su país. Si desapareciéramos se convertirían en criminales internacionales. Rose reflexionó,
Читать дальше