Marion Lennox - Boda con el príncipe

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Boda con el príncipe: краткое содержание, описание и аннотация

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¡Nunca una obligación había resultado tan maravillosa!
Nikolai de Montez, abogado internacional, acababa de descubrir que era el heredero al trono de Alp de Montez. Pero para llegar a gobernar el pequeño país debía casarse con Rose.
Rose McCray no era más que una veterinaria rural, pero su ascendencia real la convertía en la esposa perfecta para Nick… y Rose sabía que su obligación era casarse con él.
La ceremonia fue suntuosa, pero después de tantas formalidades había llegado el momento de que los príncipes de Alp de Montez se conocieran como marido y mujer.

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– Pero tu hermanastra no consentiría que nos encerraran en ellas -dijo Nick con sorna-. En una familia no se hacen cosas así. ¿Verdad, Julianna?

– Soy la princesa Julianna -dijo ella, nerviosa.

– Y yo voy a ser tu cuñado -dijo Nick-, así que no querrás que nos tratemos con tanta formalidad. ¿O quieres llamar a Rose, princesa Rose-Anitra? Después de todo, también ella es princesa. Quizá más que tú, puesto que es la heredera.

Evidentemente, Julianna y Jacques no habían contado con que aquella escena fuera presenciada por una multitud. Además, había cámaras y una periodista tomaba notas frenéticamente a la vez que iba retrocediendo entre la gente, que cerraba filas delante de ella para protegerla. Lo quisieran o no, el encuentro estaba siendo documentado. Y Jacques estaba furioso.

– Esto es un engaño -gritó, mirando a su alrededor iracundo.

– No, es un picnic -dijo Rose con sorna, al tiempo que tomaba la mano de Nick con firmeza-. Esta gente ha sido muy amable con nosotros, pero si tenéis otros planes…

– ¡Detenedlos! -ordenó Jacques a sus hombres, que se aproximaron en semicírculo.

– Ya vamos, Julianna -dijo Rose, manteniendo el tono de broma-. No hace falta que tus hombres se molesten. ¿Vamos, Nick? Esperan que subamos al coche.

Y antes de que pudieran detenerla, tiró de Nick y subió al Rolls Royce. Nick se sentó a su lado, divertido y admirado de la inteligencia de Rose. Al tomar la iniciativa, había dejado a Jacques y Julianna una incómoda decisión. O les obligaban a salir del coche y les exigían ocupar uno de los coches que les seguían, tal y como obviamente era su plan inicial; o subían con ellos en el Rolls y proyectaban así la imagen de una familia unida.

Nick se acomodó y vio la expresión de desconcierto de Jacques. Y de rabia.

No se trataba de un juego. Estaba a punto de dirimirse un asunto de estado. Jacques estaba obligado a presentar su caso en aquel instante. ¿Debía tratarles como a indignos prisioneros aunque Rose acaban de recordar a la gente que Julianna y ella eran hermanastras? ¿Debía tratarlos como iguales subiendo en su mismo coche? ¿O debía seguirlos en otro coche?

Parecía a punto de sufrir un ataque al corazón.

– Vamos -dijo Julianna titubeante, tendiéndole una mano al tiempo que indicaba el Rolls con la otra.

– No -dijo Jacques, rechazando la mano de Julianna con desdén-. Que vayan solos a palacio y disfruten de sus delirios de grandeza antes de marcharse para siempre -y cerró la puerta del Rolls con furia.

– Hoppy -exclamó Rose, dándose cuenta demasiado tarde de que el perro no estaba con ella-. Hoppy -gritó, asomándose por la ventanilla.

– Llévenselos -gritó Jacques. Y al ver a Hoppy acercarse, le dio una brutal patada-. ¡Arranque! -ordenó. Y el coche se puso en marcha.

– Supongo que eres consciente de que estamos en una situación delicada -dijo Nick tras varios minutos de silencio.

– Hoppy está en peligro -susurró Rose con lágrimas en los ojos-. Le ha dado una patada.

– Pero está bien -Nick se había vuelto cuando abandonaban la pradera-. He visto al niño del collie recogerlo.

– ¿Y estaba bien?

– Sí -dijo Nick, aunque no estaba seguro.

– Nos odia -dijo Rose con un hilo de voz teñido de tristeza-. Los dos nos odian.

– No estoy tan seguro de Julianna. Pero está claro que Jacques te odia porque representas una amenaza para su futuro.

– ¿Crees que deberíamos marcharnos?

Nick esbozó una sonrisa. En qué lío se habían metido… El chofer que los llevaba mantenía un gesto adusto y despectivo. Llevaba el mismo uniforme que Jacques aunque con menos galones. Los separaba de él una mampara fija, así que era imposible hablar con él.

Nick miró hacia atrás y vio que les seguían varios coches y motocicletas.

– Yorkshire empieza a resultar una opción atractiva -comentó. Pero Rose puso cara de determinación.

– No. En absoluto.

– ¿Tan horroroso es?

– ¿Alguna vez has ayudado a parir a una vaca durante una tormenta de granizo?

– La verdad es que no.

– Las mazmorras deben ser más confortables -dijo Rose, y suspiró profundamente-. Lo que no nos mata nos fortalece -concluyó.

– Mi madre adoptiva solía decir eso del dolor de muelas -masculló Nick-, pero me temo que lo que nos espera es mucho más grave que un dolor de muelas.

– Se supone que debes tranquilizarme, no asustarme -dijo Rose, haciendo un esfuerzo por bromear-. ¿No eres diplomático? Intenta convencerlos.

– Por ahora no creo que sea posible. Ya veremos qué puedo hacer una vez lleguemos a palacio.

Rose se acomodó en el asiento. Nick la miró de reojo. Su actuación en el río había sido magistral, pero la valentía de la que había hecho gala empezaba a pasarle factura. Estaba pálida y se restregaba las manos con nerviosismo. Nick dejó escapar un juramento y, deslizándose sobre el asiento, le pasó un brazo por los hombros y la estrechó contra su costado. Rose se tensó.

– Ahora no hace falta que actuemos -masculló.

– ¿Quieres decir que no tengo que comportarme como tu marido? Ya lo sé -dijo él quedamente-, pero tengo que actuar como si fuéramos dos personas metidas en un lío. Debía haber previsto que habría complicaciones.

– ¿Cómo podías adivinarlo?

– Por experiencia. Pero decidí creer en Erhard cuando dijo que no encontraríamos demasiados obstáculos,

– Es lógico que los haya -dijo ella, pensativa-. Después de todo, pretendemos hacernos con el trono -tras una pausa continuó-. Aunque creo que te refieres a problemas aún más serios. ¿Temes que nos arresten?

– Sí.

Aunque Rose no se relajó, se pegó más a él, como si encontrara consuelo en su proximidad.

– ¿Crees que alguien cuidará de Hoppy?

– Claro que sí. En el río había gente dispuesta a apoyar nuestra causa. Seguro que ellos cuidarán de Hoppy.

– Pero puede que la patada le haya herido.

– Seguro que se recuperará -masculló Nick. Pero cerró los puños con fuerza, indignado con que alguien fuera capaz de maltratar a un animal. Y le sorprendió descubrir que su afecto no fuera sólo dirigido a Rose, sino también a Hoppy.

Había aprendido a ser independiente desde muy pequeño. Sus hermanos adoptivos, como él, habían desarrollado pronto una naturaleza solitaria. Ruby, su madre adoptiva, había hecho todo lo posible por enseñarles a amar, y él había aprendido a amarla. Pero de ahí a extender su afecto a un…

No se había planteado nada igual hasta conocer a Rose. Y en cuestión de horas descubría que habría hecho lo que fuera por asegurarse de que Hoppy estuviera a salvo. Por el perro. Por cómo había agitado la cola cuando, equivocadamente, había creído que la comida de Rose y la suya le pertenecían, y luego se había encogido, cubriéndose los ojos con las zarpas, esperando educadamente a recibir lo que le dieran, demasiado bien educado como para exigir… Hasta que Griswold le había llevado su carne.

– Estás sonriendo -dijo Rose. Y Nick se sobresaltó. No sabía adonde los llevaban y se distraía pensando en un perro…

– Pensaba que Hoppy es capaz de sobrevivir en cualquier circunstancia.

– Sí -dijo ella con una sonrisa melancólica-. Seguro que sí. ¿Crees que nuestra situación es más delicada?

– Me temo que sí.

– ¿Crees que nos espera un batallón de fusilamiento al amanecer? -bromeó Rose.

– Eso es imposible -dijo él con firmeza, reprimiendo las ganas de besarla. Y ella debió intuir lo que pensaba porque, suavemente, se separó de él-. Esta gente está desquiciada, pero no cometerían el error de crear un conflicto internacional. Los miembros del consejo tienen residencias en Francia y en Italia, donde pueden ir a disfrutar del dinero que roban a su país. Si desapareciéramos se convertirían en criminales internacionales. Rose reflexionó,

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