Marion Lennox - Boda con el príncipe

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Boda con el príncipe: краткое содержание, описание и аннотация

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¡Nunca una obligación había resultado tan maravillosa!
Nikolai de Montez, abogado internacional, acababa de descubrir que era el heredero al trono de Alp de Montez. Pero para llegar a gobernar el pequeño país debía casarse con Rose.
Rose McCray no era más que una veterinaria rural, pero su ascendencia real la convertía en la esposa perfecta para Nick… y Rose sabía que su obligación era casarse con él.
La ceremonia fue suntuosa, pero después de tantas formalidades había llegado el momento de que los príncipes de Alp de Montez se conocieran como marido y mujer.

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– ¿Y cómo van a conseguirlo? ¿Pidiéndole amablemente a Jacques y Julianna que nos entreguen el poder?

– No tengo ni idea.

– Te has metido en esto tan impulsivamente come yo.

– En parte sí. Pero con el apoyo de mis socios y de mi hermano.

– ¿Tu hermano? -preguntó Rose, desconcertada.

– Tengo seis hermanastros -explicó Nick-. Uno de ellos, Blake, es también mi socio en el bufete. Es él quien estaba grabando el mensaje. Cuando me marché dijo: «Si temes algo, llama y grabaré el mensaje». Y eso es lo que he hecho. Todo lo que hemos dicho desde que aterrizamos ha sido grabado.

– Así que Blake vendrá a rescatarnos con las fuerzas aéreas.

– No creo que sea necesario.

– ¿Estás seguro?

– No -admitió Nick.

– Y supongo que Blake no tiene un ejército.

– Me temo que no.

– Y mi perro está vagando por ahí, solo.

– Seguro que no.

– Voy a intentar dormirme -dijo Rose, abatida-. Esta conversación no conduce a nada.

– ¿Podrás dormir?

– Es casi medianoche -dijo Rose-. No creo que vayan a ser tan amables como para traer nuestro equipaje -bromeó.

– Lo dudo.

Rose suspiró resignada, pero de pronto se animó,

– ¡Qué suerte tengo!

– ¿Suerte? -Nick la miró sorprendido.

Rose rebuscó en el bolsillo de su trenca y con gesto triunfal sacó un viejo cepillo de dientes y un tubo medio gastado de dentífrico.

– Seguro que los grandes abogados no lleváis este material en el bolsillo -dijo con chulería.

– No. ¿Y tú por qué lo llevas?

– Porque a menudo tengo que pasar la noche en una granja perdida mientras espero que nazca un ternero, o porque estoy muy lejos de casa -Rose sonrió-. Te dejo la pasta, pero el cepillo no te lo dejaría ni aunque fueras mi marido, lo que, por otro lado, cada vez parece más improbable.

Se levantó y, sonriente, fue al cuarto de baño.

Rose durmió como un tronco. Nick no salía de su asombro. Para él, poder cerrar los ojos y dormir era una bendición de la que sólo disfrutaba excepcionalmente.

Ya de pequeño le costaba dormir. Quizá porque durante las noches su madre a veces desaparecía.

– La pobre no era más que una niña asustada -solía decirle Ruby-. Ella también tenía pesadillas, como tú.

No le dejaron crecer. Pero tú y yo vamos a encontré una manera de superar tus malos sueños.

Ruby era una mujer muy sabia. Lo mejor que le había pasado en la vida. A él y a sus seis hermanastros.

Era lo bastante inteligente como para saber que nunca escaparía de sus pesadillas, pero que podía aprender a ignorarlas.

Así que, recordando alguno de los consejos de Ruby, Nick no se empeñó en dormir, sino que permaneció echado, mirando al techo, dejando vagar sus pensamientos.

Por la ranura que había debajo de la puerta se colaba suficiente luz como para poder vislumbrar a Rose.

Era una mujer valiente. Y solitaria. Además de extremadamente práctica, acostumbrada a seguir adelante a pesar del dolor.

Acababa de perder a su perro. Nick sabía cuánto significaba para ella y, sin embargo, ni había derramado una sola lágrima ni se había desesperado. Él la había observado cuando hablaba de Hoppy, había percibido cuánto sufría, cuánto deseaba salir a buscarle Pero en medio de su tristeza, era capaz de aceptar la realidad y darse cuenta de que desesperarse no condecía a nada. Por eso había decidido dormir.

Era una mujer única, excepcional. Como Ruby.

Ruby la adoraría. Y a ese pensamiento se unió el de que quizá debía haberle contado lo que iba a hacer en lugar de limitarse a decir que se casaba por cuestiones políticas. Ruby había reaccionado espantada porque para ella era fundamental que sus hijos encontraran el amor.

Quizá, como de costumbre, Ruby era más lista que él, porque lo que sentía por Rose no tenía nada de «político».

Pasó una hora. Dos. Hacía frío. Sólo tenían una manta cada uno. Cada vez hacía más frío.

– Tengo frío -dijo Rose súbitamente.

Y Nick se incorporó de un salto.

– Creía que dormías.

– Y así era. Pero me he despertado. Una manta no es bastante.

– Tienes la trenca.

– Y gracias a ella tengo el cuerpo caliente. Pero tengo las piernas heladas. ¿Sólo tienes una manta?

– Sí.

– ¿Puedo confiar en ti si te pido que compartas mi cama?

Nick se quedó boquiabierto.

– ¿Quieres que durmamos juntos?

– En el sentido literal, sí.

– O sea que me invitas a dormir… dormir.

– Exactamente. O lo tomas o lo dejas. Sólo se recibe una oferta así en la vida.

– Sería una grosería rechazar a una dama -dijo Nick. Y unos segundos más tarde, extendía la manta sobre Rose y se metía debajo junto a ella.

– Tengo otra sugerencia -dijo Rose antes de que se acomodara.

– ¿Cuál?

– Si yo pongo mi trenca encima de nuestros pies, tú podrías poner la cazadora del chofer extendida sobre la parte de arriba -dijo Rose-. Como ves, soy extremadamente magnánima -añadió, bromeando con fingida solemnidad-. Podría no ofrecer la trenca.

Nick rió.

Tardaron un par de minutos en organizar la cama. Finalmente, se acostaron. La cama era tan estrecha que tenían que permanecer pegados el uno al otro. Sus hombros se rozaban y Nick se quedó inmóvil, en tensión.

– Esto es ridículo -dijo Rose al cabo de un rato. Así no vamos a pegar ojo.

– ¿Qué quieres que hagamos?

– Relajarnos. Si nos ponemos de costado hacia el mismo lado, tú podrías amoldarte a mi cuerpo y darme calor. Soy viuda y sé lo que me digo.

– Supongo que tienes razón -dijo Nick, titubeante, mientras intentaba convencerse de que a pesar de todo la relación podía mantenerse en un plano meramente platónico.

– Y aunque tú no seas viudo, estoy segura de que sabes que se puede compartir una cama sin mantener relaciones -dijo Rose-. Así que relájate.

– A sus órdenes, señora.

– Así me gusta -dijo Rose. Y Nick intuyó que sonreía.

Rose se giró de costado y Nick la imitó. Ella se deslizó hacia atrás, hasta que sus cuerpos se amoldaron. Automáticamente, Nick pasó el brazo sobre su cintura y Rose se tensó por un instante, antes de volver a relajarse.

– ¿Ves qué bien estamos? -dijo-. Y ahora, a dormir. A no ser que temas que nos fusilen al amanecer. Pero los dos sabemos que Blake lo impedirá, ¿verdad?

– Sí, claro -balbuceó Nick.

– Entonces no hay de qué preocuparse. Excepto de Hoppy, y no podemos buscarlo hasta que nos liberen Así que: a dormir.

– Sí, señora.

Y, asombrosamente, Nick durmió varias horas.

Cuando despertó, Rose seguía arrebujada contra él, y él mantenía el brazo sobre su cintura.

Miró el reloj procurando no despertarla. Era la primera vez en su vida que pasaba la noche así con una mujer. Con Rose todo era diferente. Era distinta, increíble, y tenía la extraña sensación de que… formaba parte de él.

Ese pensamiento lo sobresaltó. Todo había comenzado la primera noche, al conocerla. Y había alcanzado su punto álgido el día anterior, al verla relacionarse con la gente con una intuición y una empatía que no había visto jamás en nadie a lo largo de toda su experiencia profesional.

Además, había mostrado una valentía excepcional, obligándose a presentar una fachada animada y valerosa, riendo siempre que podía, negándose a ser intimidada, analizando las circunstancias sin perder el optimismo.

Rose se removió levemente y Nick estrechó su abrazo. Aquella mujer era su prometida… Y ese pensamiento lo llenaba de incredulidad. Sería su esposa, aunque sólo fuera sobre el papel.

Pero las cosas habían cambiado radicalmente respecto a los planes iniciales. O quizá era él quien había cambiado en su interior.

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