– ¿Bailando? -preguntó Nick, desconcertado.
– Como diplomático.
– Lo mismo pensaba yo de ti.
– Pero tú actúas como un profesional. No sé si significa algo para ti.
– No te comprendo.
– Me he dado cuenta de que no sé quién eres. Eres como una pieza de madera pulida por fuera, pero no sé qué hay en tu interior.
– ¿Carcoma? -bromeó Nick. Y Rose sonrió.
– No creo. Pero eres tan… encantador.
– ¿Y te parece mal?
– No es eso. Te encuentro extremadamente atractivo -dijo Rose. Y Nick, perdió el compás-. Ten cuidado, están fotografiando cada paso que damos.
– Nunca me habían dicho que…
– ¿Que eres extremadamente atractivo? No te creo.
Nick rió.
– Es algo que suelen decir los hombres.
– Para ligar -confirmó Rose-. Por eso he pensado que mejor te lo decía yo.
– ¿Quieres ligar conmigo?
– Al contrario -Rose sonrió, a la cámara-. Lo he pensado al verte charlar con la gente como si fueras sincero y te preocupara de verdad su situación.
– ¿Y eso te parece mal?
– Sí, porque empiezo a creerte. Y encima, me encanta bailar contigo.
– ¿Quieres que baile mal?
– No sé lo que quiero. Sólo sé que tenemos que pasar tiempo juntos como si fuéramos una pareja y me da miedo. Además, tú estás acostumbrado a salir con mujeres, pero yo…
– No entiendo nada -dijo Nick. Y Rose lo miró con exasperación.
Rose estaba hablando como si estuvieran solos, como si fuera urgente aclarar algo.
– Conocí a Max el segundo año de carrera. Acababa de cumplir veinte años y mi madre había muerto hacía poco. Max era mi segundo novio. El primero se llamaba Robert, y me gustaba porque tenía un coche deportivo. Ahí se acaba mi experiencia con los hombres. Como ves, es tan breve que cabría en un sello.
– Sigo sin comprender -dijo Nick.
Rose suspiró.
– No hay nada que entender. Sólo quiero dejar claro que no tengo ningún interés en mantener una relación, así que, aunque me ría contigo y por más atractivo que te encuentre, tienes que impedir que pase algo entre nosotros.
– Está bien -dijo Nick, perplejo.
– Puede que te parezca una excéntrica, pero por el momento no quiero ninguna relación. Quiero disfrutar de mi libertad.
– Está bien. Pero vamos a casarnos, ¿no?
– Sí, pero eso no tiene nada que ver con lo que estoy diciendo -Rose bajó la mirada-. Estoy segura de que no sientes ningún interés en mí y que debo parecerte engreída y pretenciosa, así que será mejor que me calle.
– Está bien -repitió Nick una vez más.
Aunque no conseguía comprender, intuía que Rose se refería a la increíble química que había entre ellos, a aquella poderosa sensación que casi lo dejaba sin aliento.
Quizá lo mejor era hablar de ello abiertamente, tal y como Rose acababa de hacer. Tampoco él quería ninguna complicación sentimental.
¿O sí?
Continuaron bailando y se unieron a ellos otras parejas. El fotógrafo había concluido su trabajo. El sol se había puesto, decenas de farolillos colgaban de los árboles, soplaba una cálida brisa primaveral, se oía el murmullo del agua y la luna se elevaba por encima de los acantilados. Nick no recordaba haber estado en un escenario tan romántico como aquél. Era consciente de que debía bailar con otras mujeres, pero tener a Rose en sus brazos era… una sensación maravillosa.
Se dijo que tampoco pasaba nada por bailar con ella. Rose no había sugerido cambiar de pareja. Además, puesto que tampoco ella quería una relación duradera, podía relajarse. Se casaría sin temor a que ella quisiera convertir el matrimonio en algo permanente. Y podía estrecharla en sus brazos, tal y como hacía en aquel momento, con la libertad de saber que para ella no significaba nada. Podía sentir la curva de su cintura bajo su mano, oler la fragancia cítrica de su cabello. Podía… ¿dejarse llevar?
Claro que no. No se trataba más que de un paréntesis en medio de la realidad.
Y la realidad los asaltó en aquel mismo momento en forma de sirenas y de decenas de potentes focos de coches y motocicletas que los rodearon.
La música y el baile cesaron bruscamente. Los hombres se acercaron a su caballo y las mujeres reunieron a los niños y los llevaron a los carromatos.
El conductor del coche principal, un magnífico Rolls Royce, bajó y abrió las puertas de atrás. Bajaron un hombre vestido de militar y una mujer.
Julianna. Tenían lo bastante en común como para que Nick la identificara como la hermanastra de Rose. Sus estilos, sin embargo, eran muy distintos. Mientras que Rose proyectaba una imagen sencilla y cercana, Julianna poseía una fría y distante belleza.
Rose se quedó paralizada en brazos de Nick, en medio de la zona de baile. Él la sintió tensarse en cuanto vio a Julianna.
– Es Julianna -confirmó en un susurró-. Y ése debe ser Jacques.
Nick le susurró contra el cabello.
– Actuemos amigablemente en lugar de asumir que habrá conflicto. Dile cuánto te alegras de verla.
Siguiendo su consejo, Rose avanzó hacia su hermanastra con una amplia sonrisa.
Julianna no sonrió. Estaba exquisitamente vestida en tonos crema y llevaba una chaqueta de piel. Al ver a Rose acercarse, alargó los brazos para indicarle que se detuviera.
– No eres bienvenida -dijo. Y Nick pensó que parecía angustiada, incluso asustada.
– Erhard pensaba lo contrario -dijo Rose, esforzándose por mantener un tono animado-. Según él, el país pasa por dificultades y Nick y yo podemos ayudar.
– No tenéis por qué inmiscuiros -replicó Julianna-. Nuestro padre no te quería aquí, y yo tampoco. Según Jacques, habéis entrado en el país ilegalmente.
– Hemos venido en el avión real.
– Del que se han apropiado personas que no tienen el derecho a usarlo -dijo Julianna-. Jacques dice que debes volver a tu país.
– ¿Y yo? -dijo Nick, tomando a Rose del brazo.
Jacques imitó su movimiento. Pero mientras Nick sujetaba a Rose con delicadeza, él asió el brazo de Julianna con fuerza. Era un hombre corpulento con aspecto de salirse siempre con la suya.
– Ya basta -dijo con fiereza-. La sucesión está resuelta, y vuestra amenaza de venir se interpreta come un ataque a la corona. Hemos intentado impedir que llegarais, pero Erhard… -se encogió de hombros-. Di lo mismo. Ya no tiene autoridad. Os mantendremos custodiados hasta que podamos deportaros.
Se produjo un sofocado murmullo y la multitud se aproximó unos pasos como si quisieran ver qué ocurría. No podían ser dos parejas más dispares. Un hombre uniformado y en actitud intimidatorio junto a una hermosa y sofisticada mujer. Y Nick, sin corbata, con la humilde cazadora del chofer y Rose, con vaqueros gastados, una holgada camiseta de algodón y el cabello recogido en una trenza. ¿La princesa?
– No tienes derecho a mantenernos custodiados -dijo Nick tranquilo-. Mis documentos y los de Rose están en orden. No puedes retenernos.
– Quizá es así como mi hermanastra quiere damos la bienvenida -bromeó Rose, apoyándose en él como si temiera que le flaquearan las piernas-. Julianna -dijo, obligándose a mantener el tono alegre-, qué contenta estoy de verte -se volvió hacia la gente y como si se sintiera orgullosa, añadió-: Julianna es mi hermanastra. ¿«Custodia protegida» quiere decir que prometes cuidar de nosotros? -preguntó con fingida inocencia.
Julianna la miró desconcertada.
– Yo… Tú…
– ¿Nos llevas al palacio? -preguntó Rose.
– ¿Tú crees que nos van a custodiar en palacio? -preguntó Nick, imitando la inocencia de Rose.
– Supongo -dijo Rose-. ¡No pensarás que en el palacio hay mazmorras!
– Sí las hay -gritó alguien.
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