Marion Lennox - Boda con el príncipe

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Boda con el príncipe: краткое содержание, описание и аннотация

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¡Nunca una obligación había resultado tan maravillosa!
Nikolai de Montez, abogado internacional, acababa de descubrir que era el heredero al trono de Alp de Montez. Pero para llegar a gobernar el pequeño país debía casarse con Rose.
Rose McCray no era más que una veterinaria rural, pero su ascendencia real la convertía en la esposa perfecta para Nick… y Rose sabía que su obligación era casarse con él.
La ceremonia fue suntuosa, pero después de tantas formalidades había llegado el momento de que los príncipes de Alp de Montez se conocieran como marido y mujer.

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– Vuelva al coche, señora -gritó. Y hubo un murmullo de desaprobación entre la gente-. No la quieren aquí.

Dupeaux acababa de cometer un error al tratarla como si pudiera darle órdenes.

– Erhard nos dijo que el pueblo nos necesitaba -dijo Rose con amabilidad pero con firmeza.

– No necesitamos a la familia real -gritó alguien entre la multitud.

Nick decidió que había llegado el momento de intervenir.

– Ni Rose ni yo creíamos que nos necesitarais. Nunca pensamos en heredar el trono. Pero Erhard vino a buscarnos para informarnos de lo que estaba sucediendo en los países vecinos, Alp d'Azur y Alp d'Estella. Según él, aquí podría suceder lo mismo si tuviera la aprobación de la familia real. Erhard tenía la convicción de que, con el apoyo de la realeza, podría sentarse la base de una democracia. Por eso nos convenció para que viniéramos, pero si es verdad que no nos queréis aquí, nos iremos.

Se produjo un profundo silencio. Nadie se movió. A su espalda, los oficiales parecían obviamente incómodos.

Tal y como lo había hecho con los soldados en el aeropuerto, Rose acababa de conquistar a la gente.

– ¿Cómo se llama tu perro? -preguntó un niño que estaba en las primeras filas. Rose sonrió.

– Hoppy. Anda a saltitos porque le falta una pata.

– No parece un perro de la familia real.

– He intentado ponerle una diadema -bromeó Rose-, pero no le gustaba.

La broma arrancó una carcajada de la multitud.

– ¿Le dejas jugar con mi perro? -preguntó el niño, señalando un collie que movía su cola con entusiasmo.

– Claro -dijo Rose, y dejó a Hoppy en el suelo. Los dos perros se olisquearon con curiosidad.

La sorpresa y la desconfianza de la gente se transformaron definitivamente en sonrisas de aceptación.

– ¿De verdad sois una princesa y un príncipe? -preguntó alguien.

– Somos nietos del viejo príncipe -respondió Nick-. Rose-Anitra es la primera en la línea de sucesión, por delante de su hermanastra, Julianna. Y yo sigo a ésta. Si heredáramos el trono, Rose sería la princesa heredera y yo… No sé qué sería.

– ¿El señor príncipe heredero? -bromeó alguien.

– Príncipe consorte -se oyó decir a otro-. Además de conde de Montez.

– ¿Y el marido de Julianna? -preguntó otro más.

– Por muchos aires que se dé, él no es noble, -replicó alguien.

– ¿Quieren meterse en el coche? -gritó Dupeaux, furioso. Dio un paso hacia Rose y al instante, tanto Nick como media docena de hombres se interpusieron en su camino.

– Sois tú y tus matones los que no sois bien recibidos, Dupeaux -se oyó decir a alguien. Y el oficial enrojeció de ira.

– Ésta es una fiesta privada -dijo Nick precipitadamente-. Ni Rose ni yo tenemos derecho a estar aquí sin haber sido invitados. Hemos encargado cerveza y refrescos para vosotros. Llegarán enseguida. Sólo queríamos pasar a saludaros. Lo mejor será que nos vayamos.

– Pero a nosotros nos gustaría que se quedaran y compartan nuestra comida -dijo alguien. Y se oyeron gritos de aprobación.

– Estos hombres son nuestra escolta -dijo Rose apresando la mano de Nick-. ¿También ellos pueden quedarse?

– No -dijo Dupeaux-. Están de servicio.

– ¡Pero nosotros no! -dijo Rose, animada. Y tiró de Nick hacia una mujer madura que abrió su cesta con comida-. ¿Tiene pasteles de chocolate? ¡Me vuelven loca! -se volvió hacia el oficial dedicándole una de sus más dulces sonrisas-. Si nos deja la limusina, iremos al palacio por nuestra cuenta. Gracias por escoltamos hasta aquí.

Dupeaux no tenía salida. Allí había más de doscientas personas, y seguían llegando grupos. Si utilizaba la fuerza, la situación podía escaparse de su control. Así que él y sus hombres se alejaron con un infernal ruido de motores que alteró de nuevo a los caballos. Prácticamente al mismo tiempo, vieron acercarse un viejo camión.

– Traigo cervezas, refrescos y vino -anunció el conductor.

– ¡Fantástico! -exclamó Rose con ojos brillantes. Sólo la presión con la que le apretaba la mano permitió saber a Nick que, tras su aparente seguridad, estaba nerviosa-. ¡Que empiece la fiesta!

Y la fiesta empezó.

Horas más tarde, cuando se ponía el sol, Nick se dijo que había sido una gran fiesta. Todo aquél que tocaba un instrumento formaba parte de una gran banda de música. La comida era sencilla pero abundante. Las bebidas contribuyeron al ambiente festivo.

Y Rose conquistó a la gente.

También él había charlado y reído con ellos. Su experiencia como abogado le había servido para hacer las preguntas precisas sin herir los sentimientos de nadie. Tenía la formación necesaria. Rose, la capacidad innata.

Nick se sentía como si estuviera trabajando, con una diferencia fundamental: la preocupación de aquéllos con quienes hablaba era averiguar si su interés y el de Rose por sus circunstancias era genuino o no. Y Nick confiaba en que, a pesar de haber pasado poco tiempo con Rose, los dos presentaran un frente común. Había tanta gente ansiosa por hablar con ellos que habían tenido que repartirse entre los distintos grupos, pero veía que Rose no tenía ninguna dificultad en relacionarse y que la gente reía y disfrutaba de su presencia.

Como él mismo. Rose tenía la clase de estilo que no podía enseñarse.

– Es una mujer excepcional -comentó un anciano, Y Nick se dio cuenta de que llevaba un rato observándola-. Y mucho más guapa que su hermanastra.

Y esa referencia a Julianna puso a Nick en alerta recordándole que podían estar amenazados. ¿Cómo habrían reaccionado los poderes fácticos a la despedida de su escolta? ¿Qué estarían planeando?

– Por favor… -un joven con una cámara colgada al cuello reclamó su atención. A su lado había una mujer de mirada intensa, con un cuaderno y un bolígrafo en la mano-. Hemos recibido una llamada diciendo que estaban aquí.

– Lew y sus amigos publican un periódico -explicó el viejo.

– Es ilegal -añadió alguien más-, pero el gobierno no puede prohibirlo porque no cobran. Son un par de páginas y sale mensualmente.

– Cuentan lo que el gobierno intenta ocultarnos -oyó decir a alguien.

La periodista, obviamente favorable a la causa del pueblo, entrevistó a Rose y a Nick intentando averiguar sus intenciones para el futuro. A medida que charlaban, se hizo un silencio cada vez más profundo a su alrededor. Todos escuchaban. Nick habló de los cambios que se habían producido en Alp d'Azur y Alp d'Estella, y expresó su confianza en que Alp de Montez pudiera seguir el mismo proceso. Se oyó un murmullo de aprobación. Finalmente la periodista guardó el cuaderno en un bolsillo y sonrió. La entrevista había concluido. Era el momento de las fotografías.

– ¡Que bailen! -gritó alguien-. Sería una buena foto.

La banda empezó a tocar una vals y Rose se encontró una vez más en brazos de Nick.

– Todo va bien -susurró él contra la cabeza de ella. Sólo bailaban ellos. Los demás los miraban.

– Sí -dijo ella, pero sonó tensa.

– ¿Cuál es el problema?

– No sé… Me siento rara.

– ¿Por la situación?

– Bailando contigo.

Nick perdió el paso una fracción de segundo. El fotógrafo disparaba la máquina desde distintos ángulos.

– A mí me gusta -dijo, cauteloso-. Bailas muy bien.

– Gracias -replicó Rose con expresión seria.

– ¿Entonces…?

– Nada -dijo en tono impaciente.

– No sé qué he hecho para enfadarte.

– Nada -dijo ella aún más enfurruñada-. Ése es el problema.

– No entiendo.

– Yo tampoco.

Se produjo un silencio. Giraron por la pista de baile en silencio mientras los fotografiaban.

– Eres muy bueno -dijo ella finalmente.

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