Marion Lennox - Boda con el príncipe

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Boda con el príncipe: краткое содержание, описание и аннотация

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¡Nunca una obligación había resultado tan maravillosa!
Nikolai de Montez, abogado internacional, acababa de descubrir que era el heredero al trono de Alp de Montez. Pero para llegar a gobernar el pequeño país debía casarse con Rose.
Rose McCray no era más que una veterinaria rural, pero su ascendencia real la convertía en la esposa perfecta para Nick… y Rose sabía que su obligación era casarse con él.
La ceremonia fue suntuosa, pero después de tantas formalidades había llegado el momento de que los príncipes de Alp de Montez se conocieran como marido y mujer.

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– ¿Te has informado de todo eso?

– Sí -afirmó él-. Y mis averiguaciones me han llevado a la conclusión de que, en términos generales, estamos a salvo. Así que, relajémonos y veamos adonde nos conducen.

– ¿Al palacio? -preguntó ella, expectante.

– Eso espero. Vamos camino de un hotel de lujo.

Capítulo 7

El coche se detuvo en el patio del palacio.

– ¡Había olvidado lo grande que era! -exclamó Rose, alzando la mirada hacia los torreones y la gran escalinata de mármol que ascendía hasta la puerta principal-. De pequeña, apenas dejaba el palacio, pero do recordaba…

La puerta del coche se abrió bruscamente. Alguien gritó:

– ¡Fuera! -una mano le asió el brazo y tiró de ella con tanta fuerza que Rose cayó al suelo.

En cuestión de segundos, Nick estaba a su lado, la ayudó a levantarse y empujó a los oficiales que los rodeaban. Pasó un brazo por encima de su hombro y se encaró a Jacques, que acababa de bajar de su coche y se aproximaba a ellos, seguido por Julianna.

– Como pongas un dedo sobre la princesa Rose, tendrás que responder ante la comunidad internacional -dijo con la firmeza propia de un abogado en un juicio. Luego alzó la voz y continuó-: La princesa Rose-Anitra y yo, Nikolai de Montez hemos sido escoltados al castillo imperial de Alp de Montez en contra de nuestra voluntad -elevó el volumen de su voz como si se dirigiera a una amplia audiencia-. Jacques y Julianna de Montez nos retienen. Están presentes. Ellos han dado la orden de que nos detengan.

Todos lo miraban desconcertados. Nick continuó:

– En cualquier momento me retirarán el teléfono móvil, así que no podré seguir transmitiendo, pero este mensaje ha quedado grabado. Blake, ya sabes lo que tienes que hacer.

Se produjo un tenso silencio que rompió Jacques con un grito de furia al darse cuenta de lo que Nick acababa de hacer. Dupeaux dio una orden y Nick fue cacheado hasta que encontraron su teléfono.

– Sigue transmitiendo -dijo Nick con sorna cuando Dupeaux se lo pasó a Jacques. Volvió a alzar la voz-: Acaban de usar la fuerza para quitármelo.

Jacques lo tiró al suelo y lo aplastó con el tacón.

– Supongo que ya no funciona -dijo Nick, sonriendo con sarcasmo al tiempo que estrechaba a Rose contra sí-. Pero todo lo que he dicho desde que llegamos al río, ha sido grabado por el bufete internacional Goodman, Stern y Haddock. Si Blake o mis numerosos amigos en las embajadas de Londres no tiene noticias mías pronto, sabrán dónde buscarme.

Jacques estaba furioso.

– Llevároslo -gritó, mirando al teléfono como si fuera un escorpión.

– ¿Julianna? -Rose se volvió hacia su hermanastra implorante. Julianna parecía paralizada por lo que estaba sucediendo. Rose quería creer que la grabación no era en realidad necesaria. Que su hermanastra nunca…

– Sois una amenaza para nosotros -susurró Julianna finalmente, pálida como un espectro.

– Y vosotros para este país -dijo Rose.

– Eso no es verdad. Jacques no haría nada malo.

– Deberías hacer algunas preguntas, Julia -dijo Rose girando la cabeza por encima del hombro para que su hermanastra la oyera mientras forcejeaba con unos soldados que la llevaban a rastras.

Después de atravesar varias puertas, los tiraron en una sala y cerraron la puerta a su espalda. El ruido del cerrojo reverberó en el corredor.

Rose miró a su alrededor con la respiración entrecortada por la ansiedad. Afortunadamente no era una mazmorra. Se trataba de una austera habitación encalada, con el suelo de cemento y sin ventanas. Había un par de camas pequeñas con mantas blancas, separadas por una alfombrilla. A través de una puerta que había en la pared opuesta, se veía un sencillo cuarto de baño.

Era un cuarto austero, pero al menos no era una cámara de tortura.

– ¡Y yo que creía que iba a ser una princesa! -bromeó Rose con voz temblorosa.

– Rose…

– No te preocupes. Sigue siendo mejor que Yorkshire.

Y no mentía. En cualquier caso, ya no podía volver. Había necesitado un imperativo moral para marcharse. Con aquel encierro, su retorno se hacía imposible debido a un imperativo físico.

Se acercó a la puerta y escuchó al tiempo que intentaba abrirla.

– Está cerrada con llave -dijo Nick, confirmando lo obvio.

– Era de esperar.

– Rose, ¿puedo abrazarte? -preguntó Nick súbitamente.

– Yo…

– Odio los espacios cerrados -confesó Nick-. Creo que sufro de claustrofobia.

– ¿De verdad? -preguntó ella con escepticismo.

– Necesito un abrazo -dijo Nick, y tomó a Rose en sus brazos.

Ella no creyó ni por un instante que fuera claustrofóbico, y asumió que era la excusa que había inventado porque creía que era ella quien necesitaba consuelo.

Y tenía razón. Sentía mucho miedo. Y, para colme temía por Hoppy.

Se dejó abrazar por Nick. Empezaba a resultar un hábito al que sabía que podría acostumbrarse sin ninguna dificultad. Los abrazos de Nick ahuyentaban el miedo. Trasmitía una fuerza y un poder que lo hacían irresistible. No era difícil imaginar por qué las mujeres se volvían locas por él. Y ella, por más que fingiera ser valiente, había sentido pánico al ver la expresión del rostro de Jacques.

Y porque estaba prisionera.

Y porque había perdido a Hoppy. Se apretó contra Nick y él le acarició el cabello.

– Tranquila, Rose, tranquila. Saldremos pronto de aquí, ya lo verás.

– Se supone que eres tú el que está asustado -dijo ella. Pero no se separó de él.

– Alguien cuidará de Hoppy -susurró él. Y Rose se tensó.

– Soy veterinaria -musitó contra el hombro de Nick -y no debería sentirme tan unida a un animal, pero no puedo evitarlo.

– Si no te importara tanto, no serías tú -dijo Nick-. ¿Tenías que quedarte tanto tiempo con tu familia política?

Rose frunció el ceño. Sin levantar la cabeza del hombro de Nick, dijo:

– ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? -y percibió que Nick sonreía.

– Nada. Pero ya que estamos encarcelados, ¿por qué no ocupar el tiempo charlando? -a continuación adoptó un tono más serio y añadió-. Además, estás salvándome de la claustrofobia.

– No es verdad que seas claustrofóbico.

– Suéltame y ya verás cómo me pongo. ¿Quieres ver a un adulto comportarse como un animal enjaulado? Rose sonrió y alzó la mirada. Un mechón de cabello caía sobre la frente de Nick. Parecía ansioso. Sin embargo, en el fondo de sus ojos se veía un brillo malicioso que no tenía nada que ver con la ansiedad. Nick era peligroso. Todavía más que la situación en la que se encontraban.

– Pues vas a tener que reaccionar -dijo. Y se separó de él para ir a sentarse en una de las camas. En lugar de colchón había una dura tabla de madera-. ¡Ay! -gritó de dolor-. No tienen colchón -al ver que Nick hacía ademán de sentarse a su lado, alargó el brazo para impedírselo-. Vete a tu cama.

– Eso no es divertido -dijo Nick, pero obedeció. Luego, mirándola con picardía, añadió-: Así no se me va a pasar la claustrofobia.

– Deja de decir que eres claustrofóbico -dijo Rose.

– Ése no es el mejor tratamiento para un enfermo. Distraerme, en cambio, siempre funciona.

– ¿Cuánto tiempo crees que nos retendrán? -preguntó Rose, cambiando de tema.

Nick se encogió de hombros.

– No tengo ni idea, Rose -dijo, poniéndose serio-. Pero hemos hecho lo que hemos podido. Hemos explicado nuestro propósito a la gente del pueblo. Puede que eso baste. Según Erhard, este país lleva tanto tiempo sometido, que es un polvorín a punto de estallar.

– Puede que con nosotros dentro.

– No. Nosotros somos la alternativa a la explosión. El pueblo no quiere la anarquía o se habría sublevado hace tiempo. Con nosotros, pueden conseguir una transición pacífica. Les bastaría con exigir que se aplicara la ley.

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