Marion Lennox - Tiempo de amarse

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Una familia real dividida por el orgullo y la sed de poder volverá a unirse gracias al amor y a la pasión
Una familia real dividida por el orgullo y la sed de poder volverá a unirse gracias al amor y la pasión Habían pasado diez años desde que Andreas Karedes abandonara Australia para hacer frente a sus obligaciones como príncipe de Aristo, sin sospechar que dejaba atrás a una mujer embarazada. La joven e inocente Holly perdió el bebé, y se quedó en la granja de sus padres para estar cerca del lugar donde descansaba el pequeño. Había pasado el tiempo, pero no había podido olvidar a Andreas. En el peor momento posible para Aristo, un periodista había descubierto el secreto de Holly. Si quería evitar el escándalo, Andreas tendría que reunirse con su amor de juventud y convencerla de que se convirtiera en su esposa. Todo empezó con un secuestro y acabó… apasionadamente.

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Nadie le dio la razón. Su hijo no estaba y su marido se hallaba en el otro extremo del mundo. Estaba sola.

Las primeras cabezas de ganado llegaron el día que acababa la cuarentena de Deefer. Por mucho que deseara ir a buscar al cachorro, Bluey y ella debían estar en la granja para comprobar que los animales que llegaban eran los que ella había elegido y pagado.

El trabajo comenzó al amanecer y pasó todo el día trabajando sin parar; verificando la documentación, dando órdenes, etc. Pensaba que si trabajaba sin parar, conseguiría dejar de pensar en Andreas. Y al día siguiente tendría a Deefer a su lado.

Entonces ¿por qué se sentía tan vacía?

Era ya de noche cuando se marcharon los últimos camiones después de descargar. Bluey estaba tan agotado como ella, así que se retiró a su habitación, seguido de Rocket. Holly los vio alejarse desde el porche.

– ¿Quieres comer algo más, querida? -le preguntó Honey cuando vio que se había terminado el sándwich que le había preparado.

– No, gracias. Creo que voy a darme un baño y a meterme en la cama.

– A lo mejor deberías cambiar de opinión -le sugirió al tiempo que miraba el reloj-. Vas a tener visita.

– ¿Quién?

– Llamó antes y me pidió que me asegurara de que estarías en casa. ¿Crees que querrá comer algo?

– Pero ¿quién?

– ¿Quién crees? -le preguntó con una enorme sonrisa-. Menuda esposa estás hecha.

Era él; por supuesto que era él. El helicóptero aterrizó en la pradera pocos minutos después, en el mismo sitio en que lo había hecho aquel día, cuando los matones de Sebastian habían ido a buscarla. Georgios salió el primero, pero después no aparecieron los otros tres hombres… sino Andreas.

Y en sus brazos…

Deefer.

– Deefer -susurró Holly como si el perro fuera más importante que el hombre que lo llevaba.

Andreas lo dejó en el suelo para que pudiera salir corriendo hacia ella. Holly lo estrechó en sus brazos y se habría echado a llorar de alegría si no hubiera visto que Andreas iba directo hacia ella. Antes de que se diera cuenta, la había tomado en sus brazos.

– ¿Qué…? ¿Qué…?

– Dijiste que no podías ir a buscar a Deefer -dijo él y le sonrió con tanta ternura que algo se derritió en el interior de Holly.

Esa mirada…

Tenía que controlarse. Seguro que sólo era una visita fugaz. No podía permitirse ablandarse de ese modo.

– Lo habías planeado todo.

– Esperaba poder hacerlo, pero no podía estar seguro porque acabo de llegar de Francia.

Así que seguía con su misión y volvería a irse enseguida… Sólo estaba allí para asegurar a sus súbditos que seguían casados. Apenas podía hablar. ¿Cómo iba a poder soportar que fuera y viniera a su antojo?

– ¿Cuánto… cuánto tiempo te quedarás? -susurró, apretando la cara contra su pecho.

Andreas se echó a reír y se apartó de ella sólo lo justo para mirarla a los ojos. Y lo hizo de un modo que Holly no había visto nunca antes.

¿Con certeza? Sin duda era todo un príncipe, más allá del apellido; lo llevaba en la sangre.

– Me quedo todo el tiempo que tú quieras -le dijo.

Holly tuvo la sensación de que se le detenía el corazón dentro del pecho.

¿Qué?

– Me quedo contigo, mi amor -repitió y se inclinó a besarla con increíble ternura.

Debía de haberlo entendido mal, pero no podía preguntárselo porque estaban besándose y apenas podía pensar.

Las protestas de Deefer los obligaron a separarse. Andreas seguía sonriendo. Holly dejó en el suelo a Deefer, que echó a correr instintivamente hacia Rocket.

– ¿Estará a salvo? -preguntó Andreas.

– Sí, Rocket es muy bueno -y lo demostró enseguida, cuando el cachorro se le tiró encima y tuvo que aguantar estoicamente.

– Hay que educar a Deefer en el respeto hacia sus mayores -bromeó Andreas-. Mañana le daré la primera lección.

– ¿Vas a estar aquí mañana?

– Sí -respondió sin titubear, y volvió a besarla.

– Tenemos espectadores -advirtió Holly, consciente de que Honey podía verlos desde la cocina, y seguramente también Bluey.

– Entonces démosles un buen espectáculo -sugirió él, y volvió a besarla.

Esa vez ella lo interrumpió para exigirle una explicación.

– ¿Cómo has podido venir… y cómo piensas quedarte?

– Estoy salvando a mi país -aseguró-. Como servidor de la patria, es lo único que podía hacer.

– Estás loco. ¿Podrías explicármelo bien, por favor?

– Muy sencillo -dijo y sonrió de nuevo, una de esas sonrisas que Holly adoraba-. Tuviste mucho éxito entre el pueblo y se levantó mucho alboroto con tu marcha.

– No te creo.

– Pues es cierto -respondió con más seriedad-. Sebastian sugirió que tenías que volver.

– ¿Para que me cortaran las alas?

– Eso le dije yo… No quería verte con las alas cortadas.

– Entonces…

– Sebastian no dejaba de decirme que tenía que pensar en mi familia y ponerla por encima de todo. Y de pronto se me ocurrió…

– ¿El qué? -Holly ya no podía más de impaciencia.

– Pues que tú eres mi familia -dijo y recuperó la sonrisa-. No me había dado cuenta hasta ese momento, pero de repente lo vi con total claridad. Holly, tú eres mi mujer y vives aquí, un lugar que adoro y en el que quiero trabajar. Mi hijo está enterrado aquí y mi perro esperaba a que alguien fuera a recogerlo. Si el pueblo quiere un cuento de hadas, ¿qué mejor historia de amor que ésta en la que tú rescatas al príncipe y vivimos juntos para siempre?

Apenas podía respirar y mucho menos hablar.

– ¿Dejarías Aristo… por mí?

– Ya lo he hecho -afirmó-. No he abandonado mis obligaciones. La comisión de investigación ha concluido y yo he hecho todo lo que he podido en relación con el diamante, pero no me preguntes nada porque no puedo contártelo y además, ya no es importante para nosotros.

– Pero… tu madre… y Sebastian…

– Tendrán que entenderlo -dijo dulcemente-. Mi padre ha muerto y ellos tienen que replantearse qué es lo importante realmente. Mi madre ya ha dado algunos pasos. Mi camino está claro. Tengo una nueva familia. Tengo una esposa, un perro y una granja en Australia… y una isla fabulosa a la que podemos seguir yendo de vacaciones.

– Pero no puedes -dijo, confundida-. Eres el tercero en la línea de sucesión al trono.

– Ya no -volvió a abrazarla, apretándola con fuerza contra su cuerpo-. Lo expliqué muy claramente cuando me dirigí a todo el pueblo de Aristo por televisión hace un par de noches. Mi hermano está perfectamente capacitado para gobernar el país. Tiene a Alex a su lado y, lo que es más importante, también tiene a mis hermanas. Hasta ahora él no se había dado cuenta porque nos inculcaron que las mujeres debían estar relegadas a un segundo plano, pero sé que eso no está bien y se lo dije a Sebastian. Se lo he dicho a mi madre, a mis hermanas y a todo el país. Yo he hecho todo lo que estaba en mi mano, pero ahora es mi momento… nuestro momento -corrigió-. Este lugar es bastante grande, ¿crees que podrías compartirlo conmigo?

Holly no pudo aguantar el llanto por más tiempo, pero esa vez eran lágrimas de felicidad.

Su marido. Su amor.

– Creo que podremos hacer un hueco para ti -respondió con un susurro-. Si realmente quieres.

– ¿Cómo podría no querer? -la levantó del suelo y dio varias vueltas antes de volver a bajarla para besarla de nuevo-. Mi amor.

– ¿Entonces ya no soy princesa?

– Los títulos no se pierden aunque uno dimita o abdique. Sigues siendo princesa.

– Pero aquí nadie va a llamarte príncipe, ni Alteza. Sólo serás Rass, como te llamaban los empleados de la granja hace años.

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