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Marion Lennox: Tiempo de amarse

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Marion Lennox Tiempo de amarse

Tiempo de amarse: краткое содержание, описание и аннотация

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Una familia real dividida por el orgullo y la sed de poder volverá a unirse gracias al amor y a la pasión Una familia real dividida por el orgullo y la sed de poder volverá a unirse gracias al amor y la pasión Habían pasado diez años desde que Andreas Karedes abandonara Australia para hacer frente a sus obligaciones como príncipe de Aristo, sin sospechar que dejaba atrás a una mujer embarazada. La joven e inocente Holly perdió el bebé, y se quedó en la granja de sus padres para estar cerca del lugar donde descansaba el pequeño. Había pasado el tiempo, pero no había podido olvidar a Andreas. En el peor momento posible para Aristo, un periodista había descubierto el secreto de Holly. Si quería evitar el escándalo, Andreas tendría que reunirse con su amor de juventud y convencerla de que se convirtiera en su esposa. Todo empezó con un secuestro y acabó… apasionadamente.

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– ¿Incluso a costa de la vida de mi mujer? -preguntó Andreas, indignado-. No puedo creerlo.

– Tu padre…

– Mi padre está muerto -replicó él-. Ya no se trata de lo que él piense, sino de lo que pienses tú.

– Por supuesto que no es lo que yo pienso -se volvió hacia los empleados-. Vuelvan al trabajo. No les hago responsables de la herida de la muchacha, sólo estaban siguiendo las órdenes del Rey.

– Pero… -dijo el joven, como aturdido.

– La esposa de mi hijo se pondrá bien -aseguró Tia-. Sólo ha sido un rasguño… y no creo que vaya a denunciarnos -añadió, permitiéndose una sonrisa-. Váyanse. Ahora mismo.

Todos obedecieron. Andreas seguía sentado en el suelo con Holly y Deefer entre los brazos y la reina los miraba desde arriba.

No comprendo por qué los cisnes no salieron volando -comentó Holly, tratando de buscar algo que borrara la expresión de furia de los rostros de madre e hijo.

– No pueden hacerlo -respondió la Reina -. tienen las alas cortadas.

– Ya sabes que los cisnes siempre vuelven a su lago -intervino Andreas-. Pero mis padres les cortan las alas de todos modos para asegurarse.

– Por el amor de Dios, Andreas… Son órdenes de tu padre -insistió Tia, pero su voz no parecía segura como antes-. Ya lo sabes, así son las cosas. Ya le dije a Holly que dejara al perro en los establos.

– El perro vive con Holly y ésta es su casa, madre.

– No es mi casa -intervino Holly tratando de ponerse en pie. Andreas la ayudó y fue una suerte que no se encontraba nada bien. Le temblaban piernas y, aunque estaba deseado alejarse de ellos dos miembros de la realeza, necesitaba el apoyo de Andreas. Pero antes debía decir algo-. Mi casa está en Australia y es allí donde me voy.

– No puedes irte todavía -dijo Tia, sorprendida ver el gesto de disgusto de Andreas.

– Puedo irme cuando quiera. ¿No es cierto, Andreas?

Él la apretó contra sí, lo que permitió que percibiera su tensión, parte de la cual no tenía nada que ver con ella.

– Así es -respondió tajantemente-. Holly se ha casado conmigo para ayudarnos y ha cumplido su parte del trato. Ya le hemos dicho a la prensa que hará frecuentes visitas a la propiedad que tiene en Australia. Es libre de marcharse cuando quiera.

– Sebastian opina que es mejor que se quede -insistió Tia con la misma dureza.

– Sebastian no controla mi vida privada -replicó Andreas-. Del mismo modo que mi padre ya no controla la tuya. Creo que ambos deberíamos darnos cuenta de eso. Entretanto, mi esposa es cosa mía y tiene total libertad.

– Muchas gracias -dijo Holly y se habría apartado si Andreas no hubiera seguido sujetándola.

Sobre la camisa de Andreas cayó una gota de sangre.

– Tengo que llevarte dentro a que te vean esa herida.

– Tendrá que quedarse -afirmó Tia con una voz que parecía casi de desesperación.

·-¿Cómo piensa cortarme las alas? -le preguntó Holly, temblando. Empezaba a darse cuenta de lo cerca que había estado de la tragedia-. Soy libre. Andreas… Andreas es mi marido, pero eso no es suficiente para retenerme. Me voy a casa.

Andreas hizo caso omiso de sus protestas y la llevó a una habitación junto a las cocinas que hacía las veces de sala de primeros auxilios. No le quedó más remedio que recostarse en sus brazos y dejar que la llevara donde quisiera. Quizá había parecido desafiante frente a la Reina, pero lo cierto era que por dentro estaba destrozada y a punto de llorar.

– ¿Cuándo has vuelto? -consiguió decir mientras él abría la puerta de la sala con el pie.

– Hace diez minutos. He venido directamente a buscarte.

– Podrías haber llegado antes -claro que quizá entonces ella habría estado distraída y no habría podido salvar a Deefer, pensó con un escalofrío.

– Dios, Holly, pensé que estarías bien aquí.

– Sí, bueno, pero tienes muchos matones armados.

– No los tengo yo.

– No, pero tu familia sí y tú eres parte de la familia, Andreas.

– Sí -admitió con tristeza.

Entonces apareció una mujer vestida de blanco y no pudieron seguir hablando.

Tal y como había dicho Holly, no era más que un rasguño; la bala apenas la había rozado. La enfermera le limpió la herida y le colocó un apósito con todo el cuidado del mundo. Al final cualquiera habría dicho que más que un rasguño, le habían hecho una lobotomía, a juzgar por el tamaño de la gasa.

– Cuando reúno al ganado me hago arañazos mucho peores que éste -le contó Holly a Andreas cuando por fin salieron de allí-. Pero nunca reciben semejantes cuidados.

– Pues deberían -gruñó él.

– ¿Quieres que ponga una clínica de primeros auxilios en Munwannay?

– Si la quieres, la tendrás.

– No la quiero -replicó de inmediato.

Iban camino del apartamento, Andreas llevaba a Deefer en un brazo y con el otro tenía agarrada la mano de Holly. Ella pensó que debería apartarse de él; el problema era que la agarraba como si la amara.

Pronto volvería a casa, se dijo a sí misma. Lo ocurrido había servido para que tomara la decisión, pero recordaría aquellos momentos, todo lo que había compartido con el hombre al que siempre amaría. Una vez hacía diez años… y ahora.

– ¿Me has echado de menos? -le preguntó de pronto.

– Esa pregunta no es justa -respondió ella y le hizo a su vez una pregunta cuya respuesta temía-. ¿Vas a quedarte? ¿O… tienes que volver a irte?

– Tengo que irme -reconoció, apesadumbrado-. Mañana.

– ¿Cuánto tiempo? -siguió preguntando con el corazón encogido.

– No lo sé.

– No puedo quedarme aquí sin ti.

·-Lo entiendo. Tenía la esperanza…, pero lo que ha pasado hoy… Es evidente que no se puede. Deefer ha nacido para correr por el campo y tú has nacido para ser libre. No voy a dejar que mi madre te corte las alas.

– No podría hacerlo.

– Pero podría intentarlo. Podría intentarlo toda la familia. Mi madre es una buena persona, pero lleva toda la vida sometida a los deseos de mi padre y es incapaz de escapar.

– Andreas… -Holly titubeó, pero tenía que preguntárselo. Era el hombre de su vida y tenía que luchar por él-. ¿Tú considerarías la idea… de venir a Australia conmigo?

– Te iré a visitar.

– De visita, claro. Una vez al año.

– Claro, para guardar las apariencias de que seguimos casados. Pero… ¿cada cuánto tiempo?

– No lo sé -respondió honestamente.

Ya estaban en el apartamento. Andreas la llevó a la cama y se sentó a su lado. Dejó a Deefer en el suelo, pero el animal sentía que algo iba mal y no se movió de los pies de Holly.

– No puedo hacer lo que yo quiera, Holly -le explicó él-. Nací con esta responsabilidad.

– Y tu país te necesita.

– Sí… Lo sepan o no.

– Está bien -dijo y tragó saliva-. En realidad, no esperaba que volvieras conmigo.

– Iré siempre que pueda.

– No sé, quizá sería mejor que no lo hicieras -opinó con todo el dolor de su corazón-. Desapareciste durante años y no pude olvidarte. Si apareces cada seis meses…

– Iré más a menudo -le tomó el rostro entre las manos y le dio un beso en los labios-. Eres mi esposa.

– De conveniencia.

Eres mi esposa en todos los sentidos, Holly-afirmó con fervor-. Y quiero estar contigo. Me gustaría que estuvieras aquí, en mi cama, pero .sé que no es posible. Yo no voy a cortarte las alas.

– Andreas…

– Calla -susurró y la estrechó en sus brazos-. Calla, mi amor. Tengo que irme mañana, pero lo organizaré todo para que te lleven a Grecia y desde allí tomes un vuelo a Australia. Le diremos a la prensa que debías atender asuntos urgentes en la granja. No temas, Sebastian no mandará a nadie a buscarte; el escándalo sería peor que si no nos hubiéramos casado.

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