Marion Lennox - Un millonario enamorado

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Hay cosas que el dinero no puede comprar…
Molly Farr entendía por qué el millonario Jackson Baird era conocido como "el soltero más codiciado de Australia". Era guapo, encantador y rico… y Molly tenía que cerrar aquel trato con él o perdería su empleo. Por eso lo último que necesitaba era sentirse atraída por su cliente más importante. Especialmente sabiendo que Jackson tenía fama de salir solo con las mujeres más guapas y sofisticadas. ¿Qué podría ver en ella un hombre como él?
Molly no lo sabía…, pero Jackson sí.

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Hannah estaba escuchando atentamente.

– ¿Crees que debería hacerlo?

– Sí -dijo Angie, y abrazó a Guy-. Ella debería ser tan feliz como yo.

– No se casará nunca con ella si sigue llevando ropa de funeral -dijo Hannah, y Molly respiró hondo.

– ¡Perdóneme!

Nadie le hizo caso.

– No suele vestirse de negro -explico Angela-. Suele estar preciosa. Solo que su hermana y su cuñado murieron y ella tiene que cuidar de su sobrino… que es un encanto, pero ella se siente responsable. Su prometido y ella estaban ahorrando para comprarse una casa, pero cuando Molly le dijo que tenía que cuidar de Sam, el cretino le dijo que cancelaba la boda. Y todo el dinero estaba a su nombre…, por eso, la primera norma para comprarse una casa es: no fiarse de nadie…, y no me pregunte por qué Molly se fijo de ese cretino, pero así fue, y ahora él tiene todo su dinero y ella no tiene nada. Y entonces… -tomó aire-. Aparece Jackson.

– Jackson -repitió Hannah, y Angela continuó.

– Esta loca por él -dijo, y Molly sintió ganas de esconderse bajo la mesa-. Y él la ha besado.

Está loca por él», Jackson recordó las palabras de Angela y miró a Molly.

– ¿Cuánta gente sabe que te he besado? -le preguntó, y Hannah se río y contestó por ella.

– Al menos, todo el restaurante -no lo decía en broma pero siguió hablando.

– Molly regresó radiante después del fin de semana. Es lo mejor que le ha sucedido después del odioso Michael. Y ahora, publican ese estúpido artículo en el periódico -miró a Jackson-. ¿Pero no estás comprometido?

– ¡No! Y no creo que el periódico dijera que estoy comprometido.

– Entonces, esa tal Cara…

– No es asunto vuestro -Jackson cerró los ojos un instante y después se puso en pie. Con decisión. Las cosas estaban fuera de control y necesitaba tiempo para pensar- Tengo que irme. Señora Copeland, si no está dispuesta a venderme la granja…

– Oh, sí que lo estoy -los ojos de Hannah brillaban con alegría-. Pero todavía no.

– No me gusta que jueguen conmigo -no miraba a Molly mientras hablaba.

– A mí tampoco, querido.

– Entonces, ¿qué?

– ¿Regresa dentro de tres semanas?

– Sí.

– Entonces, firmaré dentro de tres semanas -le dijo-. En la granja. Después de que haya conocido a Cara.

– Yo…

– Eso o nada -le dijo ella-. ¿Quiere comprar la granja, no es así?

Así era. Todos lo sabían. Por un lado, quería olvidarse de ese trato, alejarse de esas mujeres y de los sentimientos que no sabía cómo manejar. Por otro, sabía que la granja era maravillosa:

– De acuerdo -dijo al fin-. Pero negociaré a través de mi abogado y de nadie más.

Hannah asintió.

– Pero usted y Cara asistirán en persona dentro de tres semanas… y yo negociaré a través de la señorita Farr, y de nadie más.

– Yo no voy a regresar a la granja -dijo Molly, y todo el grupo centró su atención en ella. Todo el restaurante hizo lo mismo.

– Por supuesto que va a ir -le dijo Hannah.

– Además, está ese pequeño asunto de liberar la rana de Sam -dijo Angela-. ¿Qué mejor motivo para ir hasta allí?

– ¿Estás construyendo un Taj Mahal para las ranas y vas a liberarlas? -preguntó Guy.

– No crían en cautividad -dijo Molly.

– Y criar es importante -añadió Hannah-. Emparejarse. Las relaciones…

– ¿De las ranas? -Jackson estaba de pie mirándolos-. Ya veo. Es suficiente. Me marcho.

– Yo también -dijo Molly. Agarró el bolso y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Ambos irán a la granja dentro de tres semanas, a partir del sábado? -preguntó Hannah. Molly y Jackson se detuvieron.

Hubo un largo silencio.

«Si no voy, me quedará sin trabajo», pensó Molly.

Y Jackson pensó que si él no iba se quedaría sin la granja que tanto deseaba.

– Sí -dijo Molly.

– De acuerdo -dijo Jackson.

– Excelente -les dijo Hannah-. Y ahora, sugiero que nos sentemos a tomar el postre. La tarta de limón que hacen aquí es deliciosa.

– Creo que ya he tenido bastante -contestó Jackson. Miró a Angela-. Bastante de todo -y se apresuró a salir por la puerta.

Capítulo 10

Eran las nueve de la noche y Molly aún no se había recuperado de la desastrosa comida de negocios. Sam se había dormido, pero protestando.

– ¿Cómo podemos tener una casa para las ranas tan estupenda y no terminarla? -preguntó-. Las ranas solo van a estar aquí tres semanas más y, al paso que vamos, cuando les terminemos la casa, tendrán que marcharse.

– La terminaremos antes -dijo Molly, y miró asustada las instrucciones de montaje-. Llamaré al acuario -le dijo a Sam mientras lo acostaba-. Enviarán a alguien para que lo haga.

– El señor Baird dijo que él la arreglaría.

– Sí, bueno, deja que te diga algo. ¿Te has fijado en lo atractivo que es el señor Baird?

– Un… no.

– Confía en mí. Es muy atractivo. Y es hora de que tengas en cuenta algunos consejos, jovencito. Nunca te fíes de las personas atractivas.

– ¿Ni de las chicas?

– De las chicas tampoco. -pero sobre todo de los hombres», pensó Molly.

– Yo pensé que vendría -dijo Sam medio dormido-. Me da pena que sea tan atractivo como para no cumplir las promesas.

«Y a mí también», pensó Molly cuando regresó al salón. «Y si no tuviera responsabilidades, me iría a buscar otra tarrina de helado de Tía María». Miró a las ranas de Sam y estas la miraron con interés desde la pequeña caja.

– De acuerdo, de acuerdo. No sirvo para construir, pero soy muy buena vendiendo casas. Cuando me vaya a la cama os soltaré en el baño. Pero tenéis que prometerme que no os acercaréis al váter. Aunque no creo que la vida sea tan mala.

Sonó el timbre y ella se sobresaltó.

«Será Trevor que viene a matarme», pensó, y abrió la puerta dando un suspiro.

– He venido a montar la casita -le dijo Jackson, y entró sin más.

– ¿Qué?

– He venido a montar la casita, tal y como prometí.

Ella lo miró pensativa mientras él dejaba la caja de herramientas en el suelo y se arremangaba el jersey.

– Sabes… después de lo que pasó durante la comida… pensé que las promesas ya no contaban.

– No te lo prometía ti -dijo él con brusquedad-. Se lo prometí a Sam. Y ahora he traído la herramienta adecuada -Molly miró la caja que había dejado en el suelo.

– Bonito atuendo -dijo él, y Molly se sonrojó. Llevaba unos pantalones de chándal de color rosa y un jersey a juego. Ambas prendas eran bastante viejas.

– No bromees.

– Es mejor que la ropa de funeral.

Ella lo fulminó con la mirada y decidió centrarse en la caja de herramientas.

– ¿Sabes cómo utilizar todo eso?

– Por supuesto.

Pero había algo en su manera de decirlo que indicaba que no era así.

– No sé por qué no me lo creo.

– Hey…

– ¿Qué es esto? -preguntó ella, y levantó una de las herramientas.

– Una fresadora.

– ¿Y para qué sirve?

– Para fresar, por supuesto -sonrió-. Cualquier cosa que necesites fresar, aquí estoy yo.

«Ya, claro», pensó Molly. «Maldito sea, ¿cómo puede hacer que me ponga tan nerviosa y después hacerme reír?» Contuvo una carcajada y trató de ponerse seria.

– Es la caja de herramientas más grande que he visto nunca.

– Sabía que te impresionaría -le dijo Jackson-. Por eso la he comprado.

– ¿Has comprado esa caja de herramientas solo para esta noche?

– Tenernos muchas cosas que hacer esta noche.

«Está guapísimo», pensó Molly llevaba unos vaqueros desgastados y un jersey de cachemir que hacían que no pareciera un millonario. «Esta noche podría ser cualquiera», pensó ella. ¿El novio de alguien? ¿El amante de alguien?

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