Marion Lennox - Un millonario enamorado

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Hay cosas que el dinero no puede comprar…
Molly Farr entendía por qué el millonario Jackson Baird era conocido como "el soltero más codiciado de Australia". Era guapo, encantador y rico… y Molly tenía que cerrar aquel trato con él o perdería su empleo. Por eso lo último que necesitaba era sentirse atraída por su cliente más importante. Especialmente sabiendo que Jackson tenía fama de salir solo con las mujeres más guapas y sofisticadas. ¿Qué podría ver en ella un hombre como él?
Molly no lo sabía…, pero Jackson sí.

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– Me he puesto el traje de hacer negocios.

– Y el hecho de que necesite ayuda para colocar esto sobre las patas…

– Todavía no has terminado de atornillar las patas -señaló ella-. Además, tengo que pensar dónde vamos a ponerla. No puede quedarse delante del televisor;

– ¿Y qué tal delante del bar? ¿Sería un problema?

Ella esbozó una sonrisa. Le dolía la cabeza por haber bebido la noche anterior. Estaba confusa y cansada, y en lo último que quería pensar era en el bar. O en su contenido.

– Solo si Angela rompe con otro novio -dijo compungida, y él sonrió.

– Entonces, ¿no es una gran bebedora, señorita Farr?

– El bar apenas se ha tocado desde que mi cuñado murió -le dijo, y deseó no haberlo hecho porque él la miró con lástima. No necesitaba la compasión de aquel hombre.

No necesitaba nada de él.

– ¿No has pensado en quitarlo? ¿En redecorar el apartamento para que sea más tu casa y la de Sam y deje de ser la de sus padres?

– La casita de las ranas hará que sea así.

– No. Todas las fotos que hay aquí son de los padres de Sam y de la vida que llevaba el niño antes del accidente. Todo lo que hay son cosas personales. En este lugar no hay nada de Molly Farr.

– Es la casa de Sam.

– También es tu casa.

– Sam necesita recordar a sus padres -se mordió el labio inferior-. Los recuerdos se desvanecen fácilmente.

– Es lo normal -dijo él. Se acercó a una estantería que estaba llena de trofeos de todo tipo-. Aquí hay un montón de cosas de tu familia, pero ¿dónde están tus cosas?

– Yo no cuento.

– Claro que cuentas -frunció el ceño-. Para Sam, eres muy importante. Cuando eras una niña, ¿qué cosas ganabas?

– No muchas.

– ¿Carreras de montar en vaca?

– No creo -dijo ella entre risas.

– Entonces, ¿qué?

– Nada -lo miró a los ojos fijamente-. Vamos a llegar tarde a comer.

– No. Tenemos tiempo. ¿Qué?

– Yo no…

– Tiene que haber algo… ¿Algún recuerdo de la niñez que signifique mucho para ti? Algo que hayas conseguido.

Ella suspiró y pensó en sus palabras.

– Supongo que… los nudos.

– ¿Nudos?

– Cuando era pequeña entré en los boy scouts -le dijo-. Mi primera prueba fue aprender a hacer nudos, y me terminó gustando.

– ¿Y qué pasó?

– No quieres saberlo.

– Claro que sí. Cuéntamelo.

«¿Y por qué no?», pensó ella. Al fin y al cabo, aquel hombre era un cliente y era su obligación que estuviera contento.

– Espera un momento -le dijo. Instantes más tarde, apareció con unos cuantos nudos enmarcados en el salón.

Había hecho todo tipo de nudos. Todos con cariño y dedicación. Molly había empezado a hacer nudos cuando tenía nueve años, y el último nudo lo había hecho dos semanas antes de que su hermana muriera.

Los nudos formaban parte de la antigua Molly. Se los entregó a Jackson en silencio… y no comprendía por qué se sentía como si le estuviera entregando una parte de sí misma. Él los agarró y los miró durante largo rato.

– Son fantásticos -le dijo, y ella se sonrojó.

– Sí, pero son parte del pasado.

– Son parte de ti, y Sam debería verlos -agarró uno de ellos y lo colocó detrás de los trofeos de la estantería-. Deberías colgarlos. Tendrías que dedicarles una pared.

Ella negó con la cabeza.

– No quiero cambiar la vida de Sam.

– La vida de Sam ha cambiado.

– Pero no quiero que cambie más.

Jackson la miró durante un momento y, después, sonrió.

– Eres toda una mujer.

– Sí. Y tú eres todo un hombre. Pero tenemos que iros a comer.

– Eso es cierto -dijo él despacio, pero por su forma de hablar ella supo que no era en comer en lo que estaba pensando.

Hannah Copeland era una mujer menuda. Era mayor tenía artritis, pero sus ojos brillaban con inteligencia se reunió con ellos en uno de los mejores restaurantes de Sidney, en el que los empleados la trataban como si fuera la propietaria del lugar.

– Estamos en mi restaurante habitual -les dijo-. Vengo aquí todos los lunes. Es mi manera de contribuir a mejorar la economía mundial.

– Muy generosa -dijo Molly, y ella se rió.

– Eso es lo que yo pienso, querida -miró a Jackson. -¿Y usted? Si es tan rico como creo. ¿Qué hace para contribuir al avance del mundo?

– Comprar granjas de precio elevado -dijo él, y el rostro de Hannah se iluminó.

– Muy bien. Pero yo no creo en el dinero estancado. Mantendrá mi granja en activo, tal y como debe ser. Espero que no la quiera solo para evadir impuestos.

– Sería una manera muy cara de evadir impuestos -le dijo Jackson, y la ayudó a sentarse con cuidado.

– Hoy en día nunca se sabe -se acomodo en la silla y miró a sus invitados-. No está de luto, ¿verdad, querida? -le preguntó a Molly.

– Está trabajando -dijo Jackson.

– ¿Y no mezcla el trabajo con el placer?

– Nunca -contestó Molly.

– ¿Lo pasaron bien en mi granja? -preguntó Hannah, y Molly sonrió. Al menos, eso era fácil de contestar.

– Muy bien, gracias.

– Doreen me dijo que los tres se llevan fenomenal. Usted, Jackson y el niño.

– No tenemos ninguna relación -dijo Molly-. Solo conozco a Jackson desde el viernes.

– ¿Pero se caen bien?

– Nos caemos bien -dijo Jackson, y Molly se contuvo para no protestar. De acuerdo, durante la comida, y por la venta, se llevarían bien.

El camarero les tomó nota y, al poco rato, les sirvió los aperitivos. Hannah continuó haciéndole preguntas a Jackson, y Molly se alegró porque así podía saborear la comida.

– ¿Está comprometido? -le preguntó, y Jackson frunció el ceño.

– ¿Dónde ha oído eso?

– Leo los periódicos, querido. Hábleme de «su» Cara.

– No es «mi» Cara.

– Entonces ¿no está comprometido?

– No -dijo él, y Molly soltó el cuchillo.

– ¡Estás bromeando! -exclamó ella.

– No estoy bromeando -dijo él, y sonrió.

– Yo pensaba…

– Cara y yo somos felices como estamos -le dijo a Hannah. La mujer pestañeó y se comió una gamba.

– No apruebo esa clase de relaciones -dijo ella-. Me gusta el matrimonio.

– En mi mundo, los matrimonios no suelen durar mucho tiempo.

– Las promesas duran -dijo Hannah-. Si son de verdad. ¿Le ha hecho promesas a Cara?

– Creo que mis relaciones son asunto mío -dijo Jackson al cabo de un momento.

– Quiero que mi granja acabe en buenas manos.

– Lo comprendo.

– No me hace falta vender.

– Eso también lo comprendo.

«Uy», pensó Molly, «adiós a la comisión de Trevor. Si estuviera aquí le daría un ataque al corazón».

– Señora Copeland -dijo ella con cuidado-, me dijo que solo había dos condiciones.

– ¿Yo dije eso? -la señora se metió otra gamba en la soca y los miró-. Entonces he cambiado de opinión. No firmaré el contrato hoy.

– ¿Puedo preguntarle por qué no? -preguntó Jackson con cortesía. «Está claro que él no tiene que enfrentarse Trevor», pensó Molly.

– Quiero conocer a Cara -dijo Hannah.

– Soy yo quien va a comprar la granja, no Cara -dijo Jackson.

– Pero ella vivirá allí, ¿no?

– Sí. En algún momento.

– Y en el periódico pone que es Cara la que está interesada en los caballos. Mis caballos. Mis caballos van incluidos en la venta y yo quiero saber quién va a comprarlos.

– Me parece bien -dijo Jackson-. Pero pasarán tres semanas antes de que yo regrese.

– ¿Y traerá a Cara con usted?

– Si puedo.

– Averígüelo -dijo la mujer mayor-. Estas relaciones modernas… -miró a Molly y le preguntó-. ¿Usted está comprometida? ¿O casada?

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