Marion Lennox - Un millonario enamorado

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Hay cosas que el dinero no puede comprar…
Molly Farr entendía por qué el millonario Jackson Baird era conocido como "el soltero más codiciado de Australia". Era guapo, encantador y rico… y Molly tenía que cerrar aquel trato con él o perdería su empleo. Por eso lo último que necesitaba era sentirse atraída por su cliente más importante. Especialmente sabiendo que Jackson tenía fama de salir solo con las mujeres más guapas y sofisticadas. ¿Qué podría ver en ella un hombre como él?
Molly no lo sabía…, pero Jackson sí.

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– Lo dudo -la tentación de irse con Angela era muy fuerte-. Um… el señor Baird, ¿está aquí todavía?

– Claro que sí. Con su regalo. Las patas de la casita para ranas están en el suelo del salón y yo lo he ayudado a leer las instrucciones. Queremos saber dónde podemos ponerla, porque el señor Baird dice que una vez montada es más difícil moverla. Así que me dijo que era mejor que te despertara, aunque tuvieras resaca -miró a su tía fijamente-. Eso es lo que dijo. ¿Tienes resaca?

– No. ¡Sí! -Molly miraba a su sobrino como si fuera un bicho raro-. ¿Está ahí fuera?

– Sí.

– Dile que se marche.

– Dímelo tú -Molly descubrió que Jackson estaba en la puerta con una amplia sonrisa-. ¿Pero no sé por qué quieres que me vaya?

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– Esa no es una manera educada de saludar a un invitado. Y menos a un invitado que ha traído un regalo.

– ¿Qué regalo?

– Ya te lo he dicho. Ha traído una casa para las ranas -le explicó Sam-. Es un estanque enorme, pero no vamos a llenarlo de agua hasta arriba. Tiene una cascada, y rocas para que las ranas se tumben. Pero no podemos ponerle las patas. Guy dice que parece que estemos construyendo el Taj Mahal.

– ¿Guy?

¿Qué diablos hace aquí el novio de Angela?»

– Hola -Guy la saludó desde detrás de Jackson, y Molly se quedó boquiabierta.

– Guy…

– Ese soy yo -el hombre esbozó una sonrisa.

– ¿Angela sabe que estás aquí?

– Sí, pero se ha encerrado en la habitación -le dijo-. Está enfadada conmigo porque no quiero ponerme zapatos blancos. Zapatos blancos, por favor. Entonces, cuando me puse a hablarle de la boda y le dije que mis hermanas tenían que ser las damas de honor, comenzó a decir no se qué de fugarse. No entendí ni una palabra. Se fue, y llevo buscándola todo el fin de semana. Sam dice que está aquí, pero que no quiere hablar conmigo. Molly, ¿por qué ha dejado el anillo de compromiso sobre la mesa del salón y no lo lleva puesto?

Aquello era demasiado para Molly.

– No lo sé. Marchaos. Todos -estaba cubierta con la sábana y el albornoz estaba demasiado lejos para ponérselo.

– Hemos tenido una buena noche, ¿no? -preguntó Jackson.

– Sobre todo tú -espetó ella-. Fuera de mi habitación. ¡Ahora mismo!

– No nos quiere -Jackson agarró a Sam por el hombro, y Molly sintió que le daba un vuelco el corazón- Sam, nos están rechazando.

– Al menos, ella no se ha quitado tu anillo -le dijo Guy apesadumbrado, y Jackson asintió.

– Eso sí. Supongo que podía haber sido peor. Molly, ¿dónde quieres que pongamos la casita para las ranas?

– ¡No quiero una casa para ranas! -gritó Molly.

– ¡Mol1y! -exclamó Sam asombrado.

– Claro que la quieres -dijo Jackson-. No puedes seguir utilizando el suelo del baño. Un día vais a pisar alguna. O… -sus ojos brillaban con diversión-. Puede que se metan en el váter. ¿Has pensado en eso? Sería una catástrofe medioambiental si llegaran a las alcantarillas.

«Si al menos dejara de reírse». Molly apretó los dientes.

– Lárgate o gritaré.

– ¿Por qué vas a gritar? -preguntó Sam. Molly estaba muy enojada. ¿Cómo iba a salir de aquella situación?

Pero Jackson cedió. Riéndose, agarró la mano de Sam y lo sacó de la habitación. Empujó a Guy para que hiciera lo mismo.

– Esperaremos en el salón mientras te preparas para recibir a la visita -le dijo-. Entretanto, Sam… a menos que quieras ver cómo tu tía sufre un ataque, algo que puede ser un poco arriesgado, te aconsejo que nos larguemos.

– ¿Largarnos?

– Deja que tu tía Molly se recupere.

– ¿Angie? -no hubo respuesta- ¡Angela! -Molly se había puesto el albornoz y peinado el cabello. Estaba un poco más respetable, pero necesitaba apoyo para entrar en el salón. La cena de la noche anterior había sido idea de Angela, así que ella tenía que ayudarla a enfrentarse a las consecuencias-. ¡Angie! -intentó abrir la puerta de la habitación y vio que estaba cerrada con pestillo-. Sal de ahí. Me niego a enfrentarme a esto yo sola -metió una horquilla en el agujero del pomo y abrió la puerta.

Pero Angela no estaba dentro. Solo había una cama vacía y una ventana abierta.

Molly se asomó por la ventana, a tiempo de ver a su amiga corriendo calle abajo. Llevaba la misma minifalda de la noche anterior e iba abrochándose la blusa por el camino.

– ¡No me hagas esto! -le gritó a Angela. En ese momento, un taxi se detuvo junto a Angela y esta se subió deprisa. Su amiga la había abandonado sin mirar atrás-. Oh, Angela, ¡traidora!

Entonces, se dirigió a la puerta del salón.

Socorro.

No tenía elección. Tendría que enfrentarse a la situación. Sola.

Le resultaba más fácil centrarse en Guy que pensar en Jackson. Jackson y Sam estaban mirando el plano de construcción, pero Guy estaba de pie, junto a la mesa de café, mirando el anillo de compromiso como si fuera el fin del mundo.

– Diablos -agarró el anillo y lo miró. Después, le preguntó a Molly-. ¿Angie está todavía ahí?

– Se ha marchado -contestó ella, negando con la cabeza. Guy suspiró. «Puede que sea un contable aburrido, pero me da pena», pensó Molly-. Quizá deberías ir a buscarla -le sugirió.

– No me dejará entrar en su apartamento. Estaba convencido de que estaba en casa, pero no ha abierto la puerta en todo el fin de semana.

– Sabes, Guy, puede que tengas ventaja -le enseñó las llaves que Angie se había dejado en el aparador-. Estas son sus llaves.

– ¿Sus llaves? -preguntó Guy.

– Son las llaves de su coche y las de su casa. Se las ha dejado aquí -trató de sonreír- Así que, tiene un problema. Su bolso también está aquí. Y ha tomado un taxi. No tendrá dinero para pagar y no podrá entrar en su casa. Guy, si pensabas tratar de recuperarla, ahora es el momento.

Guy se quedó pensativo, y Jackson estaba mirándolos.

– No lo entiendo.

Molly sonrió.

– Guy, ¿tienes que entender cómo ser un héroe?

Silencio. Al final, agarró el anillo de compromiso. Después, miró a Jackson y a Sam.

– Si podéis pasar sin mi ayuda…

– Nos las arreglaremos sin ti -dijo Jackson, y miró a Molly con curiosidad-. Sin llaves y sin dinero. Angie necesita más ayuda que nosotros.

– ¿Guy? -Molly lo llamó con suavidad y él se detuvo para mirarla.

– Si quieres un consejo, deja de pensar en las damas de honor, cómprate un par de zapatos blancos y, de camino, para en la floristería.

– ¿Quieres decir que le compre un ramo de flores?

– No, Sam, no me refiero a un ramo. Lo que Angela quiere es una declaración. Tienes que comprarle un coche lleno de flores. O un camión, por ejemplo.

– ¿Qué…? ¿Por qué?

Ella suspiró.

– Guy, se ha dejado su chaqueta aquí y hace frío. Estará sentada en la entrada, sintiéndose sola y lamentándose -«¿que estoy haciendo?», pensó Molly. Aquella debía de ser la mejor acción de toda su vida adulta. Angie la había metido en ese lio. No se merecía su ayuda.

Sin embargo…

– Lo que necesita es un héroe montado en caballo blanco -le dijo-. O que le regales suficientes flores como para cubrirse con ellas.

– Me parece un poco excesivo -dijo él, y Molly sintió ganas de atizarle con una pata de la casita para ranas.

– Perfecto. Sigue así de aburrido. Verás a dónde te lleva.

– ¿De verdad crees que eso funcionaría?

– De verdad.

Guy suspiró.

– Entonces, lo haré.

– Perfecto. Oh, y… ¿Guy?

– Intenta que parezca que ha sido idea tuya… y si alguien de los aquí presentes le dice que no ha sido así…

– Um… vale.

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