Marion Lennox - Un millonario enamorado

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Hay cosas que el dinero no puede comprar…
Molly Farr entendía por qué el millonario Jackson Baird era conocido como "el soltero más codiciado de Australia". Era guapo, encantador y rico… y Molly tenía que cerrar aquel trato con él o perdería su empleo. Por eso lo último que necesitaba era sentirse atraída por su cliente más importante. Especialmente sabiendo que Jackson tenía fama de salir solo con las mujeres más guapas y sofisticadas. ¿Qué podría ver en ella un hombre como él?
Molly no lo sabía…, pero Jackson sí.

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Molly sonrió y abrió la puerta para que se marchara.

– Ve por ella, chico. James Bond al rescate.

– ¿Señor Bond…? -Jackson se puso en pie y sonrió a Guy-. Sam va vestido de uniforme -dijo-. ¿Eso significa que deberías estar en el colegio, Sam?

– Así es -dijo el niño-. Pero no importa si llego tarde porque le he prometido a Molly que aún puedo ser neurocirujano y Molly me dijo que es el Día Internacional de la Rana.

– ¿El Día Internacional de la Rana? Muy original. Pero, Sam, para ser neurocirujano hay que estudiar mucho. Tienes todo preparado para ir al colegio?

– Sí -admitió Sam-. Pero no hemos terminado la casa de las ranas.

– Yo la terminaré. Guy, ¿qué te parece si llevas a Sam al colegio antes de ir a rescatar a tu damisela?

– Pero…

– Molly te ha dado la clave para el rescate. Le debes un favor.

Guy cedió enseguida.

– Claro. Por supuesto que puedo. Vamos, Sam.

– Estupendo -Jackson sonrió y abrió la puerta-. Hasta luego, entonces. Conduce con cuidado. Marchaos a rescatar damiselas en apuros. ¿Qué mejor manera de enfrentarse al mundo?

Guy y Sam desaparecieron por el pasillo. Jackson cerró la puerta y se volvió para mirar a Molly.

Capítulo 9

El silencio se apoderó de la habitación y parecía eterno. «Tierra, trágame», suplicó Molly.

«,Cómo he terminado a solas con él?»

– Gracias por la casita -consiguió decir Molly-. Pero no hace falta que te quedes.

– Al contrario, hace mucha falta. Vamos a ir a comer juntos, y todavía no hemos terminado de montarla.

– Puedo montarla yo sola -tragó saliva, y dijo con dignidad-. Gracias por regalársela a Sam. Estoy segura de que le va a encantar.

– ¿Ya ti no?

– Sí -dijo ella-. La has puesto delante de la televisión. Perfecto. Me encanta mirar a las ranas en lugar de la televisión.

– Ya lo sabía -sonrió-. Pareces esa clase de mujer.

– No tienes ni idea de qué clase de mujer soy.

– Ahí es donde te equivocas -le dijo- Porque lo tengo todo estudiado.

– No quiero oírlo.

– Eres el tipo de mujer que lo dejó todo cuando su sobrino se quedó huérfano. Dejaste la vida que amabas y viniste a una ciudad que odias, para aguantar al cretino de tu primo y…

– Por mi sobrino -dijo ella-. Y mira que buena tutora soy… me he quedado dormida. Anoche bebí demasiado y ni siquiera he podido llevar a Sam al colegio. Los servicios sociales estarían encantados conmigo.

– ¿Cuántas veces te has emborrachado desde que Sam se quedó huérfano?

– Solo anoche.

– Entonces, deja de sentirte culpable. Todos sabemos que anoche tenías una buena excusa. No hace falta ser Einstein para imaginarse lo que pasó. Vino Angela a contarte que había roto su compromiso con Guy. Estuviste haciéndole compañía -esbozó una sonrisa-. Criticando a los hombres en general -la miró a los ojos-. Y después, Angela sale huyendo, dejándote sola, y tú haces todo lo posible para arreglar su relación. Su chico se marcha a comprar todas las flores de la ciudad…

– ¿Crees que lo hará?

– Si no lo hace, es tonto. Le has dado la clave para salvar su relación y, teniendo en cuenta que Angela te ha traicionado, diría que has sido muy generosa -sonrió se acercó al aparador-. Es una lástima que se haya dejado las llaves.

¡Las llaves! Molly miró hacia el aparador. ¡Guy se había dejado las llaves!

– Tú lo sabías y lo dejaste marchar!

– Digamos que no me parece bien que Angela sea perdonada sin más.

Molly intentó fruncir el ceño, pero no lo consiguió. El estaba sonriendo y su sonrisa era suficiente para desarmarla. Se derretía solo con mirarlo.

– Qué tontería -dijo ella sin pensar-. No es con Angela con quien estoy enfadada. El canalla eres tú.

– ¿Yo soy el canalla? -Jackson arqueó las cejas-. ¿Cómo voy a ser un canalla? Voy a comprarte una granja, he salvado tu trabajo y te he traído una casa para las ranas.

Molly respiró hondo y buscó las palabras adecuadas. Al final dijo:

– Me has besado.

Ya estaba. Lo había dicho.

– Te he besado -Jackson dejó de sonreír y la miró de arriba abajo.

– Sí.

– ¿Besarte me convierte en un canalla?

– Cuando estás comprometido con otra mujer, sí.

«Maldita sea, ha visto el periódico», pensó Jackson.

¿Debía negárselo? Su intuición le decía que debía hacerlo, pero entonces… ¿no había acordado con Cara que nunca se expondrían al peligro del amor? Quizá fuera más seguro permitir que Molly pensara que estaba comprometido con otra mujer.

– ¿Te refieres a Cara?

– ¿A quién más podría referirme? ¿Cuántas mujeres hay en tu vida?

– ¿Crees que he sido infiel?

«Ya está», pensó Molly. Los valores morales de aquel hombre no se parecían en nada a los de ella.

– Apenas hemos tenido relación -dijo él.

– No.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

– Ninguno.

– ¿Y por qué estás enfadada?

– Digamos que me da pena Cara -otra vez un largo silencio.

– ¿Piensas venir a comer así? -dijo Jackson señalando el albornoz.

Molly lo miró con desafío.

– ¡No!

– Entonces, sugiero que vayas a vestirte mientras yo termino la casita.

– No quiero…

– ¿Ir a comer conmigo? Lo entiendo -dijo en tono educado y distante-. Pero no tenemos elección. Así que sugiero que te bajes del caballo, adoptes la pose de mujer de negocios y vengas a comer. Ahora.

Y sin decir nada más, se centró de nuevo en el montaje de la casita.

Molly lo dejó solo. Se dirigió a su habitación y cerró dando un portazo. Jackson colocó las patas de la casita y comenzó a apretar los tornillos. Era un trabajo difícil necesitaba concentración.

Y concentración era justo lo que no tenía.

¿Había comenzado una relación al besar a Molly? ¿Qué había pasado?

Molly era una mujer bella y deseable. Habían compartido un día maravilloso y, en aquel momento, besarla le había parecido lo adecuado. Tan sencillo como eso.

Solo que no era así.

«Nadie me había hecho sentir así», pensó él. ¿Cómo?

Como si ella necesitara que la defendieran y él quisiera defenderla. Como si él quisiera presenciar cómo saltaban las ranas dentro de la casita, siempre y cuando, Molly estuviera a su lado.

Como si quisiera besarla de nuevo…

Ese era el problema.

Pero desde lo de Diane, las relaciones afectivas no formaban parte de su vida. Excepto su relación con Cara. La relación que mantenía con su hermanastra era diferente. Ella comprendía por qué Jackson había prometido no volver a enamorarse… pero Cara estaba en Suiza, viviendo su propia vida.

Pero si alguien tocaba a Molly…

La idea lo sobresaltó. Si alguien le hacía daño a Molly… No. No solo tenía que hacerle daño.

No era el sentimiento de protección lo que lo corroía por dentro. Era la idea de que otro hombre… la mirara con deseo. Porque ella era…

No conseguía encajar la pata de la casita y blasfemó.

«Monta la maldita casa, ve a comer con ella, y sal de aquí», se ordenó. «Tienes que aclararte, y estar junto a esta mujer…»

Estaba muy confuso. Lo único que sabía era que no podía mentir. Ni siquiera a sí mismo.

¿Y Molly?

Estaba poniéndose el traje más serio que tenía. Negro, negro y más negro. Sin maquillaje. Ni una pizca.

¿Qué estaba haciendo? Se vistió y después se miró en el espejo durante largo rato.

– Cualquiera diría que tienes miedo de Jackson Baird -dijo mirándose al espejo-. Y tendría razón.

Faltaba muy poco para terminar la casita, pero no les quedaba tiempo.

– Creo que necesito otro tipo de destornillador -confesó Jackson-. Parece que estas instrucciones están escritas en swahili -al ver que Molly vestía de chaqueta negra, pantalones negros y zapatos negros, frunció el ceño-. Además, esperaba que hubiera alguien para ayudarme a ponerla en su sitio, y tú tienes pinta de que solo puedes levantar un ataúd -la miró de arriba abajo con desaprobación-. He visto enterradores que parecen más animados que tú.

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