Marion Lennox - Un millonario enamorado

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Hay cosas que el dinero no puede comprar…
Molly Farr entendía por qué el millonario Jackson Baird era conocido como "el soltero más codiciado de Australia". Era guapo, encantador y rico… y Molly tenía que cerrar aquel trato con él o perdería su empleo. Por eso lo último que necesitaba era sentirse atraída por su cliente más importante. Especialmente sabiendo que Jackson tenía fama de salir solo con las mujeres más guapas y sofisticadas. ¿Qué podría ver en ella un hombre como él?
Molly no lo sabía…, pero Jackson sí.

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– Um… no.

– ¿No mantiene ninguna relación de esas… modernas?

– No.

– Pero tiene un sobrino. Doreen me ha hablado de él. -hizo una pausa, y después dijo-. Entonces, necesitará un hombre. El niño necesita un padre.

Molly esbozó una sonrisa.

– Creo que podemos arreglárnosla sin uno. Los hombres son imposibles.

– Es cierto -pero Hannah no sonrió y no apartó la vista de Molly-. Yo nunca me casé. No veía la gracia. Nunca conocí a un hombre que me robara el corazón. ¿Ha conocido alguno de esos?

– Yo… no.

– Mentirosa -dijo Hannah-. Puedo verlo en su cara. Se puede leer todo en un rostro como ese.

– ¿De veras?

– De veras. Algún hombre la ha tratado como si fuera basura. ¿Estoy en lo cierto?

– Hey, yo ni siquiera voy a comprarle la granja -le dijo Molly.

– ¿Así que métase en sus asuntos? -sonrió la mujer mayor-. Cuando una se hace vieja como yo y no tiene familia, el mundo es asunto suyo. Tiene un buen corazón, jovencita -la miró de cerca-. Este hombre que está aquí no habrá estado jugando con él, ¿verdad?

– ¡No! -exclamó Molly. En ese momento todo el comedor estaba en silencio y su voz se oyó en toda la sala. La gente se volvió para mirarla y ella se sonrojó-. ¿Cree que podemos volver a hablar de negocios?

– No -dijo Hannah con animación-. Esta no es una comida de negocios. Es una comida para conocemos.

– Para que conozca a Jackson -lo corrigió Molly, y Hannah suspiró y sonrió.

– Puede. Todavía no he tomado una decisión.

– ¿Te está entrando miedo?

Después del primer plato, Hannah se excusó para ir al lavabo y dejó a Molly y a Jackson en la mesa. Para su sorpresa, Jackson había decidido colaborar con el interrogatorio y contestó a las preguntas que le hizo Hannah acerca de su pasado. Después, Molly se percató de que él había conseguido volver las tornas y Hannah terminó hablando de sí misma. El amor que sentía por la granja era evidente.

– No. No me está entrando miedo -dijo él-. Cuanto más oigo hablar de la granja, más la deseo.

– Sabes, me sorprendería si Hannah la deja del todo. Puede que Doreen y Gregor no sean los únicos ancianos que tengas allí.

– ¿Crees que Hannah irá a visitarla?

– Si es bien recibida…

Jackson se quedó en silencio. La expresión de su rostro era impasible. ¿Estaba pensando que a Cara no le gustaría? Molly no lo sabía.

Se estremeció. Al verla, Jackson le preguntó.

– ¿Tienes frío?

– No -se encogió de hombros-. No es nada.

– ¿Te preocupa algo?

– No -pero el hecho de que él estuviera preocupado la hizo estremecerse de nuevo. Se sentía triste. Y sola.

– Molly… -él le tendió la mano sobre la mesa y ella la miró. Era un gesto de consuelo…, nada más. Debería aceptarla.

Pero no podía. Continuó mirándole la mano. El la miró a los ojos, pero solo vio un mensaje que no quería leer, o no se atrevía a hacerlo. Retiró la mano despacio y, con cuidado, ella entrelazó las suyas bajo la mesa.

– Gracias, pero no -dijo ella, pero él no sabía qué era lo que rechazaba.

La tensión se quebró al oír un grito.

– ¡Molly! -el grito provenía desde el otro lado del restaurante. Molly se volvió al ver que Hannah regresaba hacia la mesa y que Angela la llamaba desde la puerta. La mitad del restaurante se había vuelto para mirarla.

Angela llevaba la misma minifalda que por la mañana y los mismos zapatos de tacón, pero además se había puesto la chaqueta de rayas de Guy para protegerse del frío. Su melena rizada estaba alborotada y parecía que acabara de salir de la cama.

Por favor…

«Esto nunca llegará a ser una buena venta», pensó Molly con desesperación, y cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, Jackson y Hannah miraban alucinados a la chica que les gritaba desde la puerta.

– ¡Molly, no sabes lo que ha pasado!

– No me lo digas. Un tiburón se ha comido tu armario ropero y has perdido todos los cepillos de pelo que tenias -dijo Molly-. Angela, por el amor de Dios…

– ¿Dónde está Guy? -Angela no estaba escuchándola-. Diablos, me lo he dejado atrás -se volvió y lo llamó a gritos-. Guy, ¡están aquí!

Por fortuna, Guy iba bien vestido, aunque le faltaba la chaqueta. Pero no parecía el mismo Guy que había visto hacía dos horas. Tenía una amplia sonrisa en el rostro.

– Perfecto. Sabía que los encontraríamos aquí. Un pajarito me había dicho que la señora Copeland es quien mantiene este restaurante a flote.

– Eres tan listo -Angela le dio un abrazo, y Guy la abrazó también. Molly no podía dejar de mirarlos.

– Hemos venido a recoger las llaves de Angela -dijo Guy, y Molly -pestañeó.

– Te dejaste las llaves en el aparador de casa de Molly -dijo Jackson, y Guy hizo una mueca.

– ¿No se os habrá ocurrido traerlas?

– Nosotros… er… no pensamos que vendríais hasta aquí. Señora Copelaud, permítame que le presente a Angela y a Guy. Angela también es agente inmobiliario y trabaja con Molly, y Guy es su… -dudó un instante.

– Prometido -Angela terminó la frase con orgullo y sin dejar de sonreír. Estiró la mano para mostrar su alianza de brillantes-. Nos separamos durante un rato, pero ya nos hemos comprometido de nuevo, y esta vez es para siempre. Puede que Guy olvidara mis llaves, pero no se olvidó de mi anillo.

Molly miró a Hannah de reojo y vío que estaba sonriendo a Angela.

– Por fin -dijo la mujer mayor-. Una relación como debe ser. No querrán comprar una granja, ¿verdad?

– ¿Por tres millones? -Guy sonrió y rodeó a su amada con el brazo-. Lo siento. No es posible.

– Saben, los agentes inmobiliarios llevan ropa de lo más extraña -dijo Hannah, y miró a Angela de arriba abajo-. Una se viste como para ir a un funeral, y la otra…

– De manera apasionada -dijo Angela, y se rio de nuevo-. Guy ha aparecido con un autobús -le dijo a Molly-.Un autobús entero -abrazó a su prometido y este se sonrojó-. Había una floristería al lado del colegio de Sam. Decía que en su coche no le cabían todas las flores y que los niños estaban subiendo al autobús para irse de excursión. Así que entregó un donativo para el programa de alfabetización, y prometió helado a todos los niños, con la condición de que se desviaran hasta mi casa. Dio a cada niño un ramo de rosas y estos se acercaron a mí.

– ¡Cielos! -Molly miró a Guy.

– Yo estaba en el rellano, discutiendo con el conductor del taxi, que estaba enfadado porque me había dejado el bolso en tu casa, y todos los niños aparecieron para entregarme las flores. Entonces, Guy se puso de rodillas y me pidió que me casara con él… y los niños comenzaron a aplaudir… ¿Qué podía hacer yo?

– Qué… qué bonito -dijo Molly, y Angela sonrió aún más.

– Lo es -se dirigió a Hannah y continuó-. Así que usted es la señora Copeland -le tendió la mano para saludarla-. ¿Cómo está? ¿Ha intentado inculcarles un poco de sentido común a estos dos?

– ¿Sentido común? -Hannah parecía desconcertada.

– Están hechos el uno para el otro -dijo Angela-. Pero él está comprometido con otra mujer…

– ¡Angela! -Molly se puso en pie, enojada.

– No está comprometido -dijo Hannah, y Molly pensó, «tierra trágame».

– ¿No lo está? -Angela miró a Jackson-. ¿Quieres decir que la mujer que aparece en el periódico no es tu prometida?

Jackson puso una irónica sonrisa… pero no dejó de mirar a Molly. ¿Qué había dicho Angela? «Están hechos el uno para el otro…»

– Um… no.

– Menos mal -dijo Angela-. Cásate con Molly.

– ¡Angela!

– Oh por el amor de Dios,…

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